Verdad frente a imposturas
Solo con su presencia ya conectaba. Incluso sin abrir la boca. Ahora bien, abriéndola entraba en una nueva dimensión. Por su verdad. Él llamaba “la verdad” a desprenderse en buena parte del poso intelectual del personaje para abrazarlo desde una especial espontaneidad radicada en el bagaje, la experiencia y la intuición. No como la de ahora, con demasiadas penosas dicciones, y sí de la de los cómicos de siempre, con cada letra, sílaba y palabra perfectamente diferenciada, en su énfasis justo. Eso que para otros sería el piloto automático, para él era una red de seguridad que le hacía evadirse de las imposturas. Bódalo tenía fama de llegar al primer ensayo con el personaje ya moldeado, con cada texto equilibrado a su gusto, exquisito y perfecto. Por eso quizá le molestaban los largos tiempos de ensayos, que para él eran innecesarios y peligrosos, pues la reiteración de lo ya perfecto le llevaba a una incomodidad con la que los resultados pasaban a ser peores.
En una entrevista de 1980 para el Centro de Documentación Teatral, el actor desplegó todo su catálogo de saberes: “La base del teatro son la dicción, la vocalización y el conocimiento de los movimientos, que es algo distinto de la expresión corporal: es la capacidad de observación y la vivencia para saber cómo se debe mover un determinado personaje”. Esa “vivencia” era una de las claves. Quizá por ello afirmaba que no se llega a ser un actor cuajado hasta que no se alcanzan los 40 años: “Has amado, has sufrido, has padecido durante alguna época, has sufrido reveses económicos, puede que hayas tenido hijos. Quizá no es definitivo, pero sí es importante para ser actor”.
Y así, desde los 40, fue forjando una extraordinaria carrera. En el teatro: El jardín de los cerezos, de Chéjov; Panorama desde el puente, de Arthur Miller; Rinoceronte, de Ionesco; El rey se muere, más Ionesco. Muchas veces dirigido por el insigne José Luis Alonso. También en la televisión, con más de 500 papeles, en esa época en la que cada noche había cultura en horario de máximo audiencia: Tío Vania, otra vez de Chéjov; Misericordia, de Galdós; Un enemigo del pueblo, de Ibsen; o aquella mítica 12 hombres sin piedad, de Reginald Rose, dirigida por Gustavo Pérez Puig y emitida el 16 de marzo de 1973, que ponía el vello de punta, y en la que estaba acompañado por José María Rodero, Luis Prendes, Pedro Osinaga, Manuel Alexandre, Ismael Merlo... Palabras mayores, y en uno de sus papeles más desagradables, mezclando aparente fortaleza y enorme soledad.