evocaciones infantiles
Un niño en guerra
El mejor amigo de Miguelito Picazo en Cazorla, donde vivió hasta los 12 años, era Garrido. Su padre gestionaba la sala de cine, en un teatro antes convento. “Doña Paca, la madre, me colaba todos los días”, recuerda. A los paisanos del pueblo les gustaba que Picazo les leyera los subtítulos en español. Con cuatro años ya sabía leer y escribir. Enseñó incluso a la chica de servicio que tenían en casa. A los siete u ocho años, como a todos los niños, le preguntaban qué iba a ser de mayor. No había dudas: “Yo voy a hacer cine”. “Me fascinaba el mundo desconocido de la selva de Tarzán, de las grandes ciudades, de los piratas chinos…”. Recuerda, nítida, la primera escena que se le quedó grabada: “Un hombre amenaza a una bailarina. En una habitación oscura le muestra una caja que contiene unas manos: ‘O haces lo que te digo o te corto las manos’. Impresionante. Era una película muda”.
Como era un niño conflictivo –llegó a escaparse de casa, “con la carpeta del cole y un paraguas”–, el mayor castigo que podría imponerle su madre era dejarle sin cine. “Quería hacer mi santa voluntad. Me pasaba el día inventando cosas, y mi madre tenía la mano muy larga”, cuenta.
A ese niño le pilló la guerra civil en su pueblo, con nueve años. Llegó la noticia el domingo 19 de julio, con un sol de justicia y las calles vacías. “Volvía solo a casa, donde ya había una guerra civil diaria: mi madre era secretaria de Acción Popular –hoy PP–, y mi padre, secretario de la UGT. Enfrente vivía Antonia Moreno, la presidenta de Acción Popular. Su hija tocaba el piano. De balcón a balcón, mi madre gritó: ‘¡Antonia, se ha sublevado el ejército en África!”. Fue un trauma, como cuando su padre, con riesgo de su vida, cobijó en casa a los Barrutia mientras quemaban a los santos en las iglesias del pueblo. O como cuando llegó la noticia de los cazorleños hermanos Tallante, a los que llevaban presos camino de Madrid. “Nunca lo olvidaré”.
Apenas le quedan amigos de aquella época, “y si alguno queda, está en malas condiciones. Antoñete, quizá”. En enero de 1940, después de unos meses en Madrid, llegaron a Guadalajara, donde su madre, ya separada, le inscribió en el instituto de Enseñanza Media. Allí vivió hasta los 54 años, como un alcarreño más. Y allí rodó La Tía Tula.