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08-04-2016

 
El demonio entre
las piernas


El 12 de abril de 1991, tras pasar por el Festival de Berlín, se estrenaba ‘Amantes’, cima del cine volcánico de Vicente Aranda
 
 
JAVIER OCAÑA
“Me tienes loca, cabrón”, decía Victoria Abril. Y ya nada volvía a ser lo mismo. Una mantis religiosa, una mujer de tronío, una arpía, una que se las sabía todas, frente a una pobre chiquilla, una criadita a la que le alarmaban hasta los besos con lengua. Bien estaba uno en la mejilla, un piquito rápido, pero eso de abrir la boca antes del matrimonio… era ir a contracorriente. Y en medio, un españolito guapo y algo bobo, vago y con poca sangre para según qué cosas. El triángulo perfecto: Amantes. El ideal para un director como Vicente Aranda, ya curtido en todos los frentes: el sentimental, el emocional, el sexual, el social, el cinematográfico.
 
   La película llegó a principios de febrero de 1991 a un gélido Berlín, pero a los asistentes a los pases de prensa y público se les quitó el frío para el resto del festival. Aquello era un brasero de emociones y carbón, de dolor y amor, de sexo y muerte. Jorge Sanz era el vértice masculino. Victoria, el lado visceral, dominante del triángulo. Y Maribel Verdú encarnaba, en su primer papel importante, a esa muchacha en principio incapaz de luchar contra los imponderables de la experiencia. La expresión “violencia de género” aún no se había instalado en la España de principios de los noventa. Aún se hablaba de crimen de amor. Un crimen basado en la propia realidad, acaecido en 1949, pero que Vicente Aranda y sus coguionistas, Manolo Marinero y Álvaro del Amo, habían trasladado a mediados de los años cincuenta. Querían evitar que se enmarcara en la posguerra, con sus implicaciones políticas y sociales, y remarcar así que esta podía ser una relación sin tiempo ni lugar, incluso contemporánea en muchos aspectos. Y lo era.
 
 
 

Victoria Abril

Victoria Abril

 
 
 
   El filme llegó a las pantallas grandes de los cines españoles poco después, el 12 de abril de 1991. Había nacido como un episodio más de la serie de televisión La huella del crimen, creada por Pedro Costa, que había tenido una primera temporada de gran éxito en 1985 gracias a capítulos míticos: Jarabo (dirigido por Juan Antonio Bardem), El caso de las envenenadas de Valencia (Pedro Olea) o El crimen del capitán Sánchez (del propio Aranda). Como la idea consiguió muchas ventas al extranjero, en 1987 se puso en marcha una segunda tanda de historias. Pero la cosa se paralizó por diversos problemas que Aranda achacó a TVE y no echó a andar hasta tres años después. El guion de lo que entonces todavía se titulaba El crimen de los amantes de Tetuán llevaba escrito un trienio cuando surgió la idea de que se convirtiera en un largometraje para cine por las magníficas posibilidades del argumento.
 
   El amor como castigo, la devoción como gangrena: “Me romperé las piernas, me sacaré los ojos, me cortaré las manos y los pechos hasta que no sea más que una ruina a tus pies, para que tengas lástima de Trini y eso no te deje vivir, para que recuerdes toda la vida que no supiste querer a Trini”. La terrible letanía, expulsada por los labios del personaje de Verdú en la parte final de la cinta, da una idea de lo que se cocía. En el caso real, el personaje de Maribel tenía 30 años; el de Jorge, 24; y el de Victoria, 45. En la ficción no se aprecia tanto la diferencia de edad entre los dos amantes: la viuda y el recién licenciado soldadito. Y es que Jorge tiene 22 años; Maribel, 21; y Victoria, 32. El relato gira en torno al carácter impredecible de los comportamientos cuando lo que domina es la pasión desaforada, esa que conduce en primer lugar a una falta de control sobre nuestros pensamientos. También incluye el elemento machista que provoca que siempre acabe perdiendo una mujer. Y no deja de lado ese aspecto social de una España en la que había que llegar virgen al matrimonio. El cóctel es explosivo. El amor se presenta como yugo, como desesperación, como enfermedad, como una forma de demencia.
 
 
 

Maribel Verdú

Maribel Verdú

 
 
 
   Para Aranda la clave estaba en la imposibilidad humana para poder escapar de los problemas si no se tiene la necesaria formación intelectual. Es algo sobre lo que el cineasta reflexionó en muchas de sus cintas y que intentó explicar a los intérpretes durante este rodaje. Así lo cuenta en el libro Miradas sobre el cine de Vicente Aranda: “Los problemas son de la altura que son. Y la capacidad para asumirlos es muy baja porque se educa a la gente para que en el mejor de los casos los evite”. Nunca para que les pongan remedio. No hay formación suficiente para el arreglo, y cada tentativa en esa dirección los hunde aún más en la miseria moral, social y física que padecen. Así sucede en Amantes, pero también en Intruso (1993), en Celos (1999) o incluso en Juana la Loca (2001). “La gente culta tiene más herramientas para salir de estos líos", dice Aranda en Una vida de cine: pasión, utopía, historia. Lecciones de Vicente Aranda, otro excelente libro sobre su obra escrito por Sara Majarín Andrés.
 
De tragedias y arrogancias
Erotómano para muchos, viejo verde para algunos de sus críticos, el catalán estaba convencido de que “el sexo es un festival trágico”. Así lo filmó en buena parte de su trayectoria, en unos títulos mejor que en otros, pero alumbró algunas indiscutibles cimas. ¿La principal? Amantes. Con un presupuesto de 158 millones de pesetas de la época (cerca del millón de euros), banda sonora de Pepe Nieto y fotografía de José Luis Alcaine, el filme logra llevarse de Berlín el Oso de Plata a la mejor actriz para Victoria Abril. Y las críticas son magníficas. El 12 de abril llega a las salas españolas, donde sus casi 700.000 espectadores suman una recaudación de 1,7 millones de euros. Meses más tarde gana los Goya a mejor película y mejor director, un trofeo que Aranda regaló a la responsable de vestuario, nominada pero sin galardón. “A ella le hacía ilusión tenerlo; a mí, no. Y no lo digo como gesto de humildad, sino de arrogancia. Sí, soy arrogante", declaró el realizador, que ni siquiera asistió a la gala.
 
 

Jorge Sanz

Jorge Sanz

 
 
   También se estrena en Francia, Reino Unido, Australia o Estados Unidos, donde le acompaña una muy buena crítica en las páginas culturales de The New York Times. En esos países seguro que no fue fácil traducir para los subtítulos frases como esta: “Voy a rezarle al demonio para que se le seque el coño y no se la puedas meter el día en que esa marmota se te abra de piernas”. El personaje de Abril soltaba estas perlas. Y actuaba. Como en la mítica secuencia del pañuelo que va desapareciendo en el interior del culo del hombre, donde se intuyen las cosas más que verse, donde se juega con la imaginación del espectador.
 
   Aranda descubrió además que resulta más fácil rodar ciertas imágenes con la cámara en vertical y en su lugar habitual que hacerlo con tomas cenitales sobre la cama en horizontal y el equipo subido en algún artilugio. Es la mentira del celuloide que acaba creando la verdad de la vida. No hizo falta recurrir a artificios en esa escena final rodada junto a la catedral de Burgos. Se alquiló un equipo técnico que provocara una nevada, pero el día de rodaje nevó de verdad, así que no hubo necesidad de efectos especiales. Una imagen en la que el blanco se teñía de rojo y redondeaba una gran obra para la historia del cine español. Una obra de amor, violencia, sexo y muerte.
 
 

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