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06-10-2016

 
Adam Jezierski
 
 
“Me obsesiona aprender más y más, aunque sea agotador”


El polaco de Carabanchel que arrasó con ‘Física o química’ es un curioso impenitente. Y un tipo polifacético que estudia sobre el cosmos pero mantiene los pies en el suelo
 
 
FERNANDO NEIRA
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
A Adam Jezierski (Varsovia, 1990), ese rubiales guapo y menudo que se hizo popularísimo a raíz de participar en Física o química, le reconocerán por su movimiento perpetuo. Más intenso, incluso, que el desarrollado en sus correrías sobre el escenario por Justin Timberlake, el cantante estadounidense con el que tantas veces le comparan (y hasta le confunden). Con Adam hemos cerrado nuestro encuentro en la sede central de AISGE, por aquello de evitarle miradas curiosas en demasía, pero el muchacho que se acomoda en un extremo del sofá y sonríe con frecuencia generosa no parará quieto ni un segundo. Nuestro protagonista de esta mañana radiante estira las piernas y se las abraza, gesticula con sus manos veloces, parlotea con el énfasis que solo otorga la pasión y no duda, a sugerencia del fotógrafo, en lanzarse al césped. Aunque el blanco de la camiseta, tan desenfadada como su propietario, pueda acabar resintiéndose…
 
   “Soy un culo inquieto, sí”, certifica con su castellano perfectísimo: imposible barruntar que Adam aterrizó de repente en Madrid a los nueve años, por los avatares de la vida, sin conocer ni una sola palabra de nuestro idioma. Le hemos pillado en una temporada de menos trajín frente a las cámaras, pero el descanso o los paréntesis no son opciones concebibles. Tampoco ese adjetivo tan pomposo, de puro esdrújulo: sabático. El rubio de la mirada vivaz aprovecha para ponerse al día con su videoteca al tiempo que se lanza a estudiar los insondables misterios del cosmos, una (más) de sus grandes pasiones. Normal en alguien que, sin pretenderlo, acabará comiéndose el mundo.
 
 
 

 
 
– ¿Qué le atrae del universo?
– Me dio por ahí a partir de Cosmos: A spacetime odyssey, la serie de 2014. Pero la cosa va más allá. En general, me apasiona enterarme de cosas que no sé. Y siempre encuentro temas sobre los que investigar, aunque esa fascinación mía tenga también algo de agobiante.
 
– Hiperactividad, lo llaman…
– No sé si es eso, pero me obsesiona aprender. Aprender más y más. Este trabajo nuestro no es matemático ni de vía única. Son muchos los caminos, y muy largos. A veces lo pienso y me parece un poco agotador, pero es así.
 
 
 

 
 
– Joven pero experimentado. ¿Le tratan ya de usted?
– Supongo que sí, al menos en sentido figurado y profesional. A los 17 años ya no creo que fuera ningún niñato tonto, conste, pero ahora soy más disciplinado.
 
– Un día de 1999 se acostó en Varsovia y a la mañana siguiente aterrizaba en Madrid. Menudo cambiazo, ¿no?
– Lo curioso es que a mí no me pareció tan distinto. El único contraste importante fue el sol, el cambio de iluminación. Bueno, y que aquí cada edificio era distinto, no como aquella uniformidad comunista en la construcción. Pero mi infancia fue feliz aquí y allí, gracias a una madre maravillosa.
 
– ¿De verdad que no sabía nada de castellano?
– Nada. Cero. Un par de semanas antes de trasladarnos, mi madre empezó a poner en casa el Canal Internacional de TVE. Uno de esos días me eché a llorar frente al televisor: pensé que jamás aprendería.
 
– ¿Y cómo hizo?
– Bajar mucho a la calle para jugar al escondite en el barrio. Ese es el mejor método de aprendizaje de idiomas que conozco.
 
 

 
 
– ¿Conserva bien ahora el vocabulario polaco?
– Lo hablo con mi madre y esas cosas no se pierden. Se insulta muy bien en polaco, es una lengua rica en consonantes y se te llena la boca cuando quieres enfatizar. Al español le faltan palabras así. Como “Kurwa”, que equivale a “Joder”, pero en polaco tiene más fuerza.
 
– ¿Qué bicho le picó para interesarse por la interpretación?
– Yo era un niño polaco en el instituto Antonio Machado, de Carabanchel Alto, y la profesora me había propuesto participar en una obra de teatro sobre la vida de Machado para subir nota. En esas acertó a pasar Daniel Guzmán, que buscaba un par de chavales para su corto Sueños, y le caí en gracia. Nos escogió a Adrián Gordillo y a mí, y juntos hicimos aquella primera versión de la historia que luego desarrollaría en A cambio de nada. A mí me pareció un juego divertido, pero después de rodar pensé: “Ah, pero… ¡si esta es una manera de ganarse la vida!”.
 
– Menos mal que la señora Jezierska le bajaría los humos…
– Exacto. Ella me decía: “Tú juega lo que quieras, pero a las nueve a casa y a estudiar”. Solo que al llegar a 2º de Bachillerato ya no me daba la vida y le avisé de que no seguiría en clase. Lo comprendió. Me dijo: “Venga, suerte”.
 
 
 

 
 
– Claro, eran los tiempos de Física o química. ¿Por qué triunfó tanto una serie que la crítica denostaba?
– Porque llegó en el momento exacto e iba dirigida al público más apasionado. La adolescencia es un periodo interesante en términos dramáticos, ofrece personajes conflictivos y en plena formación. De aquella éramos unos chavales repletos de energía. No soy muy místico, pero creo que se generaron vibraciones entre nosotros.
 
   Tranquilos todos. Adam no se refiere a esa íntima camaradería que refirió Úrsula Corberó, en estas mismas páginas, hace tres o cuatro números. Aquellas palabras han seguido coleando en los mentideros hasta hace nada, pero nuestro rubio opta por un ágil movimiento de cintura: “Hum, me parece que no he leído esa entrevista…”.
 
– Gorka era un personaje turbio. Y usted, con esa pinta de buenecito…
– Jajaja. Es bonito esto de jugar a la ambigüedad, ¿verdad? En cualquier caso, yo siempre me he tenido por una buena persona. En el colegio me caía algún parte que otro por hablar más de la cuenta, pero rebelde nunca he sido. ¡Mi madre no puede tener queja!
 
 
 

 
 
– ¿Cómo encajó en aquel momento la avalancha de popularidad?
‑ Hubo alguna experiencia muy chocante con las fans, pero mi gente de siempre, la del barrio, seguía ahí. Yo he seguido siendo Adam, de Carabanchel, el colega de Dani, Jon y David. No había espacio para que se me fuera la olla. Y creo de verdad que no me flipé en ningún momento.
 
– Qué distinto el público y los códigos en los tiempos de Con el culo al aire.
– Sí. Ahí era un pillo, un buscavidas, el Sancho Panza de mi padre, Paco Tous. Bien pensado, aquella era una serie muy española a partir de personajes muy españoles. Como Gym Tony más tarde. Así es este país: tiene cosas alucinantes y cosas con las que, ya me entiende, alucinamos todos.
 
‑ Miriam Cabeza era en Gym Tony su “Cachorrita”. A usted le habrán dicho halagos un poco más elaborados….
‑ ¡Uf! [silencio prolongado] No quiero quedar de pedante, pero el mejor piropo que me han dicho es que sé escuchar. Y sí, me parece muy importante en el mundo en que vivimos. Soy un escuchador a nivel intermedio y a veces me he interesado por personas que terminan siendo una pérdida de tiempo, pero siento la necesidad de empatizar.
 
 

 
 
– Necesitamos una última confesión. Tras tele, cine y teatro, ¿para cuándo un disco de Adam Jezierski?
– ¡No, no, no! [risas] He hecho alguna actuación en la Plaza de los Mostenses, soy muy cantarín y quienes me rodean están hartos de escucharme. Grabé un tema en Física o química y canté en directo en teatro, y es agotador. De momento, cantando en el karaoke de mi casa tengo suficiente. Con el Bulería de Bisbal me salgo: ¡tengo un punto hortera! Y mi madre dice que mi primer hit fue el Cumpleaños feliz, que se lo cantaba a todo el mundo por la calle con poco más de un añito.
 
– Ha sido una confesión muy cauta…
– Hum. También puedo confesar aquí que detesto Blade Runner. O que mi orden de preferencia en las pelis de El Padrino es inverso: la tercera, la segunda y la primera. ¿A que eso no se lo esperaba?
 
 

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