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15-10-2024

El año que aprendí a moverme como un lobo

 

Juan José Ballesta publica este 16 de octubre su biografía, ‘La vida mejor: El Bola, la Fama, el cine y todo lo demás’, elaborada en colaboración con la escritora Eva Cruz. En este adelanto, el actor madrileño relata las interioridades del rodaje de ‘Entrelobos’ (2009), una película de Gerardo Olivares que señala como “uno de los momentos más felices” de toda su vida

 

JUAN JOSÉ BALLESTA / EVA CRUZ (@evamasymas)

Sierra Morena, noviembre de 2009. El especialista acaba de llegar en tren al rodaje de Entrelobos. Viene a grabar la secuencia más importante de toda la película. Mi personaje, Marcos Rodríguez Pantoja, el niño salvaje de la posguerra que se ha criado con los lobos, tiene que saltar, abrazado a una cierva, desde un acantilado para caer en un río. La altura impresiona. Puede que sean unos diez metros. Yo tengo vértigo, y el ayudante de dirección y la aseguradora se niegan a que lo haga. En un rodaje es el ayudante de dirección quien se asegura de que todo está controlado en el set y de que no hay ningún peligro. Y yo sé que tienen razón. Si me lesiono o algo sale mal, yo me juego la vida, y ellos muchísimo dinero. La cosa es compleja: primero hay que conseguir que salte una cierva, ver dónde cae y aterrizar justo al lado, porque si el animal y el especialista chocan, él se parte las piernas. Y luego hay que tener cuidado porque la cierva va a tener el instinto de nadar para salir del agua, y si ella te da con la pezuña, se te van a salir las tripas. Así que la cosa exigía precisión y agilidad, y lo mejor es que lo haga un especialista.

 

Cuando veo que el especialista ha llegado y que está charlando con el director, Gerardo Olivares, me acerco y pido acompañarlos al lugar donde se va a rodar el salto. Subimos los tres solos, sin cámaras, solo para mirar y ver cómo lo vamos a hacer. Es un paraje remoto, precioso. Todo el campo es muy bonito ahí, estoy disfrutando como loco del rodaje. Hay muy buen ambiente, vivimos en un pueblecito en el que no hay hoteles. La Vero, Juanjito y yo tenemos una casa rural, el resto del equipo también se aloja allí y es como vivir en otra realidad: en el campo, en plena naturaleza y en familia. Para mí, esto es el paraíso.

 

Además, interpreto a un personaje que Gerardo Olivares ha escrito pensando en mí, y encima el Marcos Rodríguez Pantoja real, el niño salvaje de Sierra Morena, que ahora es un adulto más o menos funcional que acude todos los días al rodaje, se ha echado a llorar cuando me ha visto caracterizado. «¡Ese soy yo!», ha dicho, porque físicamente me parezco mucho a él cuando era joven. Un chaval salvaje, que casi no habla, sucio y maloliente, vestido con pieles de lobo. Marcos se ha emocionado y casi me hace llorar también a mí.

 

Para visitar la escena del salto con la cierva, subimos a buen paso, los árboles casi no nos dejan ver el cielo. A nuestro alrededor, silencio de humanos, pero todo tipo de ruidos de animales: pájaros, reptiles que se deslizan entre las rocas, ciervos que brincan en silencio, pero hacen que susurren las hojas. Se oye el crepitar de los insectos, el croar de las ranas. Lobos que aúllan y gruñen a lo lejos. Y los pasos de nosotros tres en el boque. Vamos charlando sobre el paisaje y el rodaje, hasta que llegamos a lo alto de un promontorio. Nos asomamos y abajo, bastante abajo, hay una poza no muy grande, de agua negra y verdosa. Y entonces le digo a Gerardo:

 

—Yo creo, Gerardo, que cuando rodemos el salto, el especialista debería saltar así.

 

Y echo a correr y me lanzo al agua. Muevo los brazos en el aire. Puede que grite. Son diez metros, pero no me da tiempo a pensar en nada en los pocos segundos que tardo en caer.

 

 

Esa misma tarde, el especialista se volvió a Madrid. Ahí no tenía nada que hacer. Que era exactamente lo que yo quería desde el principio.

(...)

Gerardo todavía se parte de risa cuando cuenta esta historia. ¡Pero cómo iba a dejar yo que un especialista rodase la escena más espectacular de toda la peli! ¡La que iba en el tráiler seguro! Tenía que ser yo. Ese era mi personaje, y lo quería interpretar de cabo a rabo. Sigue siendo hoy día el personaje que más quiero de todos los que he hecho.

 

Todo había empezado meses atrás con una llamada de Gerardo Olivares. Es un tío grande, con los ojos azules, que venía de hacer documentales en Mongolia. Alguien especial. Para un actor es un sueño que un director te llame y te diga: «He escrito este papel pensando en ti, no tengo un plan B». Era un guion diferente a todos, en el que mi personaje tenía un protagonismo absoluto, que contaba una impresionante historia real sobre una persona que, además, había salido viva de una peripecia inverosímil: criarse con lobos en mitad de Sierra Morena en los años de la posguerra. No dudé ni una milésima de segundo en decir que sí, y me comprometí, como habéis podido ver, hasta lo más hondo con esa película y ese papel.

(...)

Gerardo siempre escribe sus propias películas, siempre las basa en hechos reales en las que la naturaleza sea la protagonista. En esta historia había dos protagonistas: el niño salvaje y los lobos que le crían. Para interpretarlo, yo tenía que aprender a moverme con los lobos, a ser uno más de la manada como había sido de niño Marcos. A él le había criado un cabrero que, al desaparecer, le dejó solo en el bosque. Alguna vez bajó al pueblo, pero no le trataron bien, corrió mucho peligro, porque eran los años cincuenta y no había la sensibilidad de ahora con los niños. Así que la civilización le asustó más de lo que le atemorizaba la naturaleza, que conocía bien. De modo que se crio entre lobos. Y apenas hablaba. Yo creo que en toda la peli no digo más que dos o tres palabras. Todo lo tenía que interpretar con los ojos y con el cuerpo.

 

Y para interpretar a alguien criado entre lobos es muy importante aprender a moverte como un lobo.

 



 

Nosotros trabajábamos con lobos ibéricos criados en cautividad, pero que no estaban preparados para un rodaje, ni mucho menos, no estaban domesticados en absoluto. (...) El lobo ibérico es una subespecie que solo se da aquí y tiene muchas diferencias con el europeo. El ibérico es más pequeño y se distingue porque tiene dos manchas en las patas delanteras, dos líneas negras que los lobos europeos no tienen. Por eso su nombre científico es Canis lupus signatus. En España hay pocas camadas de lobo ibérico en cautividad y ninguna está adiestrada. Ese aspecto para Gerardo era fundamental: necesitaba a un actor que no tuviera miedo y que pudiera establecer una conexión con los animales. Yo la tenía, y la trabajé aún más.

 

Claro que había trucos. Todas las mañanas, por ejemplo, yo llegaba al rodaje sin ducharme. Estuve veintitantos días sin ducharme. Sin lavarme la cabeza. Me traían unos pigmentos de Canadá para ensuciarme, pero, claro, llega un momento que si no te duchas... ¿sabéis cómo se le pone la piel a algunas personas que viven en la calle? ¿Con ronchas y manchas? Pues eso me pasó a mí, de la mierda que llevaba encima me salió sarpullido. No sabéis qué picores... Así estuve veintitantos días, sin ducharme. Pero es que tenía que mantener un olor que a los lobos le resultara familiar. Y además tenía que resultarles atractivo. Así que no solo iba sucio, con el pelo asqueroso, manchas por todas partes y sudor sobre sudor, lo más maloliente posible, sino que al llegar me tenían preparado un cubo con patas y cuerpos y cuellos de pollo, metidos en agua y puestos al sol durante una semana. Ahí tenía que meter los brazos hasta el hombro y restregármelo por toda la cara. Y así venían todos corriendo a chuparme, a olerme, a aullarme al lado. Si no hacía eso, no se acercaban. (...)

 

El especialista en lobo ibérico, el etólogo que me enseñó a comportarme con ellos de forma que se relacionasen conmigo más o menos como un igual, se llama Pepe España y es el mayor experto que tenemos en estos animales. Trabajaba con los lobos hambreándolos, era la única manera de que hicieran ciertas acciones. Porque si les das de comer se tumban a dormir. Por mucho que les des órdenes, si no hay recompensa, no hay acción.

(...) 

La relación que establecí con ellos no es fácil de explicar con palabras. Porque uno puede estudiar mucho, pero hay cosas que solo aprendes viviéndolas, y repitiéndolas, haciéndolas una y otra vez. Así empiezas a entender cosas que nadie te ha dicho, que no se estudian. Aprendes a hablar lobo.

(...)

Yo solo, en el cercado de los lobos, rodeado de ellos, vestido con pieles, apestando a pollo, a sangre y a carroña... Solamente con miradas y gestos sé cómo hacer que los lobos vengan a ver qué me pasa, a olerme, a protegerme.

 

Hay que ver qué momento tan raro para escoger como uno de los más felices de mi vida.

 

Este texto es un extracto de ‘El hombre natural’, capítulo 8 de la biografía del actor Juan José Ballesta

 

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