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22-02-2018

Adelfa Calvo

“Me aterraba ser artista porque veía que te separabas de tu familia”
 
 
La actriz malagueña disfruta en casa de un Feroz, un Asecan de la crítica andaluza y un Goya por su papel en ‘El Autor
 
 
Texto y fotos: LUIS MIGUEL ROJAS NAVAS
Existen ocasiones en las que deseas que un café se haga interminable. Porque de ese acto, más social que personal, han surgido verdaderas historias. Fue lo que le sucedió a Adelfa Calvo (Málaga, 1962) una década atrás, cuando se subió al carro del cine a raíz de que alguien se lo propusiera en el entorno de una máquina de café.

   Su humilde mirada contempló el éxito de su abuela, la Niña de la Puebla. Y el de su madre, Adelfa Soto. Entre quejíos, palmas, volantes y batas de cola, esta hija de cantaores ya había descubierto en la infancia los entresijos del escenario, pero aún desconoce la receta para alcanzar el éxito que en aquellos tiempos veía pasar ante sus ojos.

   Casi 25 años después de que sintiera en sus propias carnes la magia del teatro, tanto la pequeña como la gran pantalla llaman ahora a su puerta con fuerza. Hasta el punto de que en este 2018 presume de Goya, la estatuilla que contiene el aplauso merecido de una industria a su talento, su tenacidad y su humildad.

   El teléfono no para de sonar. Adelfa está expectante. Nunca había posado tanto para unas fotos ni había contestado a tantas preguntas. Está disfrutando de las buenas noticias con los suyos en Málaga. Mientras el objetivo de la cámara hace su trabajo, ella canturrea, dedica sonrisas… e incluso muestra cierta resignación tras las infinitas poses.

   Prefiere tomar café, recurrir a ese acto social que tanta suerte le trajo. No solo tiene presente toda la retahíla de buenas noticias que acumula hasta ahora. Su voz aterciopelada da cuenta también de la herencia que sus padres y su abuela le dejaron. Su amor por el lenguaje y las grandes historias, sus versos memorizados, sus gestos y su cercanía auguran un café eterno. De esos que se alargan aunque ya no quede una gota en la taza.

– ¿Recuerda qué sintió cuando Verónica Sánchez pronunció su nombre y le entregó el Goya a la mejor actriz de reparto?
– ¿A parte de enredarme con el vestido? [ríe]. Eso fue una consecuencia de cómo estaba. Escuché mi nombre y me puse de los nervios, pero sentía una alegría inmensa porque estaba nominada junto a grandes actrices y podía ganar cualquiera. No te lo crees, y cuando te dan el Goya, te lo crees menos. Lo miro en mi salón y digo: “¡Que me han dado un Goya…”. Como si un ladrón lo hubiera robado, hubiese venido a casa y lo hubiera puesto ahí. Pero no, es mío [ríe].

– Lo suyo fue llegar y besar el santo.
– Aunque algunos digan que soy una revelación, llevo muchísimo tiempo en esto, así que eso de llegar y besar el santo… Ha costado mucho poder llegar hasta aquí. He hecho 10 películas y casi 25 años de teatro, y supongo que eso ahora tiene sus consecuencias. Esto ha sido un regalo, porque puede que ni te pase. Y bienvenido sea si a los 55 años soy actriz revelación para muchos.

– Algo de extrañeza le causará ese fenómeno…
– Me resulta gracioso. La tele da visibilidad, y cuando salí por primera vez, me preguntaron: “¿Tú donde estabas?”. ¡Como si acabara de nacer! Creo que se nota que no acabo de empezar en esto. Y admito que el éxito actual me produce incluso ternura, pues para los espectadores estoy siendo un descubrimiento del que quieren disfrutar. Yo me dejo descubrir y ya está.

–  Usted canta en una escena de El autor. ¿Por qué se decantó por la interpretación y no siguió los pasos de Adelfa Soto y la Niña de la Puebla?
– Porque no quería ser artista. Quería ser camarera de hotel. Como acompañaba a mi madre en las giras, cuando llegábamos al hotel me aburría, no me dormía… Así que me daba una esponjita y yo limpiaba. Me aterraba ser artista porque veía que te separabas de tu familia. Mi respuesta cuando me preguntaban era repipi: “Quiero ser camarera de hotel porque siendo artista se sufre mucho” [ríe]. Luego canturreaba, mi padre me regaló una guitarra, pero nunca me plantee el cante. Además, como en mi familia había ese nivel, si no lo hacía bien…

– ¿Cómo descubrió entonces el teatro?
– Porque me apunté con mi hermana a unas clases. Era un grupo extraño, había gente de muchas edades. Un día el profesor repartió poemas y a mí me tocó Me sobra el corazón, de Miguel Hernández. Para cortarse las venas [ríe]. Empieza diciendo esto: “Hoy estoy sin saber yo no sé cómo, hoy estoy para penas solamente, hoy no tengo amistad, hoy solo tengo ganas de arrancarme de cuajo el corazón y ponerlo debajo de un zapato”. ¡Imagínate la intensidad! ¡Y yo tenía 14 años!

–  Le quedaba algo grande…
– ¡Mucho! Pero me lo aprendí y no lo hice mal. En ese momento el profesor me dijo que tenía que dedicarme a esto. Se me quedó clavado en la cabeza. Por entonces vivíamos en Madrid, luego volvimos a Málaga, donde entré en la escuela de Arte Dramático. Y así, hasta ahora.

– En 1985 formó la compañía Brea Teatro en Málaga. ¿Se siente profeta en su tierra?
– Pausa dramática [ríe]. No soy rencorosa, y entiendo que por falta de información o de interés, no hay suficiente conocimiento sobre quienes se dedican a la cultura. Es mi caso. Me han parado por la calle para preguntarme si realmente soy de aquí. Y he respondido que sí. Mi ciudad es Málaga: aquí quiero estar, desde aquí quiero salir y volver de trabajar. El teléfono empieza a sonar ahora gracias al Goya, me llama gente que antes ni sabía de mi existencia. 

– Pocos sabrán que montó un grupo de música con el que incluso grabó un disco.
– Al morir mi abuela, en mi familia quedó un vacío muy grande. Era como la jefa. Yo tenía letras escritas y cosillas que a ella le gustaban, así que cuando falleció, decidimos hacer una mezcla de cosas suyas y letras mías con mis primas. Creamos un disco precioso, pero pillamos una mala época para la música… y no salió. Sí hicimos alguna girita por Andalucía. El grupo se llamaba Casa Mía por mi bisabuelo, que era de La Puebla de Cazalla. Le preguntaban: “¿Dónde vas?”. Y el respondía: “A casa mía”. Por eso a mi abuela le decían la hija de ‘Casa Mía’.

– Hablando de su abuela: sorprende que, a pesar de su ceguera, ella leía.
– Era un ser maravilloso. Cuando conozco a alguien me da rabia que no la haya conocido, porque le encantaba la gente joven y que le presentara a mis amigos. Tenía muchísima conversación e inquietudes. Ella iba a la ONCE, que por entonces solo existía en Madrid, y se traía libros a Málaga. En la estación recuerdan que venía cargada con enormes volúmenes en braille. Qué delicia ver cómo pasaba esas manos tan finas y dulces por esos granos de arroz… [imita con ternura cómo leía en braille].

– “Tiene carita de ángel / mi preciosa pequeñita / A mí me cantó mi madre / y yo te canto, Adelfita”. ¿Le suena esto?
– [Sonríe]. Y el estribillo dice así: “Qué bonita, qué chiquita y qué preciosa eres, lucero, pues tus ojos de soles y tu piel de terciopelo”. La canción se titula Mi Adelfita y la escribió mi padre. La cantaba mi madre. Mi abuela me la cantaba y yo se la canto a mis sobrinos y a mi gente [ríe].

 – ¿Por qué ese nombre? No es común…
– Es un nombre de planta, un arbusto venenoso que crece en los arroyos. Pero no me llamo así por la planta [risas], sino por mi abuelo, que era cantaor y conocía a ‘El Sevillano’, en cuyo repertorio llevaba la bulería Adelfa: La letra decía: “Adelfa lleva por nombre, y su sino es ser fatal, la perdición de los hombres a ti te van a llamar”. A mi abuelo le pareció bonito el nombre y se lo puso a mi madre. Ella hizo lo mismo conmigo. 

 
– En otra secuencia suya de El autor junto a Javier Gutiérrez se rompen los cánones de belleza impuestos a la sociedad. ¿Fue un reto?
– No es lo mismo hacer nudismo en la playa que exponerte de esa manera tan valiente en que yo lo hice. He sido no solo una actriz, sino una mujer valiente. No todo el mundo es capaz de mostrarse así, de prestarse a un plano tan terrible como era ese. Cuando yo me vi allí quería salir corriendo. Pero Javier me ayudó al decirme: “Venga, Adelfa, tú y yo vamos a hacer la escena de amor más bonita de este año”. Estuve cinco horas como mi madre me trajo el mundo, intentando hacer esa escena de amor. El excelente trato del equipo hizo que me sintiera una mujer hermosa.

– Actos como ese ayudan a muchas personas.
– Justamente por eso he recibido muchos agradecimientos. A las mujeres se nos juzga en todo. ¿Quién ha inventado los cánones de belleza? Los hombres. A nosotras se nos valora por el tamaño de las tetas y del culo, pero a ellos se les considera por su talento.

– Ha vendido camisetas contra la violencia de género.
– Fue un proyecto que me gustaría retomar. Vengo de un mundo arraigado a la copla, y en un análisis de sus letras encuentras cosas como: “Por ti yo sería capaz de matar” o “No debía de quererte y, sin embargo, te quiero”. Le dimos la vuelta a esos mensajes hasta llegar a un “No debía de quererte, no debía de quererte, y por eso no te quiero”. Con ese y otros ejemplos hice camisetas junto a Rocío Gracián. El proyecto se llamaba ‘Soy flamenca’ por la típica postura de la mujer en jarra, como diciendo que se acabó, hasta aquí hemos llegado, me pongo flamenca.

– Con esa actitud arrolladora, ¿necesita estar acompañada en su día a día?
– Me encanta que la gente me quiera. Tengo que sentirme muy querida. Y así me siento con mi familia y amigos. Aunque me he acostumbrado a la soledad. Antes no me gustaba estar sola porque era asustona; cuando me fui a Madrid creía que no lo aguantaría. Y mira, me hice una mujer a los cuarenta y pico años [ríe].

 
– Su andadura en cine comenzó cuando le propusieron una prueba para Biutiful. ¿Cómo fue aquello?
– Estuve de coach de actores en la serie Arrayán y una máquina de café que recordaré siempre fue la que dio pie a todo. Estaba tomando un café y Victoria Mora, la directora de casting de la serie, me dijo que Eva Leira y Yolanda Serrano estaban buscando un personaje que se llamaba Mujer Grande. La película la dirigiría Iñárritu y la secuencia sería con Javier Bardem. Fue muy rápido: me convocaron en Sevilla, me hicieron la prueba… Sevilla siempre me ha traído suerte.

– Seguro que hay alguna anécdota con Bardem que contar…
– Esa película fue muy graciosa. Yo estaba con la figuración y hacía de gitana. Me preguntaron: “¿Tú eres gitana?” [imita la entonación]. Les dije que no y enseguida se corrió la voz. Luego se amotinaron porque no cobraron lo que creían… Con Javier no tuve una relación cercana porque acababa de empezar el rodaje y él había tenido muchísimo trabajo de creación con ese personaje tan intenso que le tocó. Pero nos dimos un abrazo y me dijo que había sido un placer el trabajo conmigo. Fue muy bonito.
 
– Estuvo seis años en El secreto de Puente Viejo. A lo que se ve, tiene usted más alegría que su Rosario…
– ¡Hombre, claro! [ríe]. Siempre he hecho comedia. Quienes me conocen dicen que la gente debe descubrir mi faceta cómica. Quizás por mi físico me ven como una mujer sufridora, de ahí que mi papel en esa serie fuera un drama constante. Espero que con la portera de El autor se haya visto un poquito de la comicidad que puedo llegar a alcanzar, que creo que es bastante.

– ¿Qué le ha aportado Rosario? Ha sido el personaje con el que más tiempo ha convivido.
– Para mí Puente Viejo ha sido una escuela. No me gusta que se menosprecie el trabajo de una serie diaria, porque los actores acaban dejándose la vida. Es difícil trabajar 12 horas al día, llegar a casa cansado, ponerte a estudiar otra vez… Tiene tela. Me ha servido para seguir formándome, pues al proceder del teatro, no conocía bien la tele. El personaje me ha dado mucha serenidad y paciencia interna. He tenido que interiorizar tanto y estar tan concentrada para que todo lo que hacía ella fuera de verdad… Me ha puesto los pies en la tierra.

– ¿Cómo es su proceso de creación?
– Muy… flamenco [risas]. Me dejo llevar por la voz, el sonido, el quejío… Desde ahí parto hacia la creación. Aunque Rosario fuese de Valladolid o de la tierra donde esté ubicado Puente Viejo, me resultaba muy flamenca porque era muy terrenal. Era como el quejío de una mujer muy de la tierra…

– Incluso en eso aflora la raíz musical de su estirpe. ¿Qué géneros prefiere?
– Sobre todo, el flamenco. Me cuesta trabajo oír música, yo soy de escucharla. No puedo tener una música de fondo, me gusta escuchar cada detalle de un disco. Me gusta mucho Miguel Poveda, La Niña Pastori, Maite Martín… Soy una enamorada de la música portuguesa, me encanta Dulce Ponte. Y no van conmigo la pachanga, el reguetón ni esos textos imposibles que se estilan en este tiempo. Deberían desaparecer de la faz de la tierra.

– Además de cantar, ¿toca algún instrumento?
– La guitarra. Pero solo para acompañarme. Escribo algunas letrillas y la toco como acompañamiento.

– Ha pasado por dos series longevas: Cuéntame y El secreto… ¿Cuál es la clave del éxito de ambas?
– En Cuéntame la clave es que el espectador vive con los personajes el avance del tiempo. Cada uno de ellos permite que evoluciones con él y puedas recordar tu vida. El secreto… apareció en una época muy buena: la gente estaba acostumbrada a ver series de actualidad, con un lenguaje muy de la calle, pero se atrevieron a lanzar una serie en un pueblo que no se sabe dónde está, en 1808, retomando ese castellano nuestro que tiene una riqueza increíble… Me ha parado gente por la calle para decirme que le encantaba el lenguaje de la serie. Eso ha sido muy rompedor. Además, Boomerang apostó por caras completamente desconocidas, con el consiguiente agradecimiento por parte de los actores: no nos conocía ni nuestra madre porque, sobre todo los mayores, veníamos del teatro.

 
La gran mayoría de sus filmes han sido dirigidos por andaluces. El talento del sur ha encontrado por fin reconocimiento en el audiovisual.
– Me da alegría. No me gusta esa historia de que tengamos que vivir con cierto complejo de inferioridad. Cuando sales a otros sitios te das cuenta del  inmenso talento que hay aquí, compruebas que no debemos tener complejos en ningún sentido. En el caso del cine se está demostrando. No nos achantemos y vayamos con la cabeza alta. Alberto Rodríguez ha hecho una maravilla de serie con La peste. Y el tema del acento me toca las narices. Se nos entiende perfectamente. Creo que yo hablo un maravilloso andaluz y un buen castellano.

– En casa tiene el Goya, un Feroz y el Asecan, que otorga AISGE junto a los críticos de Andalucía.
– El Asecan me dio cierto pudor porque admiro profundamente a Kiti Mánver. Es más, pensaba que se lo darían a ella, pero cuando dijeron mi nombre… ¡puf! Lo recibí con mucho cariño por dos motivos: me lo daba mi tierra y volvía a Sevilla. Cerré el círculo. Empecé el rodaje de El autor en Sevilla, sin saber que me llevaría ese galardón en el teatro Lope de Vega, donde precisamente se estrenó la película.

– En estos días lleva multitud de entrevistas a sus espaldas. Si invirtiéramos los papeles, ¿a quién entrevistaría?
– Me gustaría saber por qué Concha Piquer dejó de trabajar en el momento más importante de su carrera. También le preguntaría a un político si el poder corrompe.

– ¿Y la fama corrompe?
– Eso no lo sé. Yo acabo de llegar a esto [ríe]. Lo que más preocupa es poder vivir de tu labor, llegar al camino y a la meta, si es que la hay. La meta no es ganar el Goya, sino decidir dejar de trabajar porque antes has conseguido vivir de tu trabajo. Es agradable tener un premio, pero… ¿sabes lo difícil que es el acceso a un casting? La suerte también influye. Hay que esperar a esa estrella que te roza y te da la oportunidad.

– ¿Qué expectativas tiene después de esta vorágine de buenas noticias?
– Hay que aprovechar la visibilidad. Tengo los pies en la tierra. Será porque vi el éxito de mi familia y sé que el arte es humo: a veces hay mucho trabajo y a veces estás cruzada de brazos.

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