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28-04-2022

[Esta entrevista fue publicada en papel en el número 27 de la revista ACTÚA (abril-junio de 2011). Solo parcialmente: gran parte del contenido ha permanecido inédito hasta este momento]

 

Juan Diego

“Para mí las crisis de trabajo son curas de humildad”


El actor sevillano ha fallecido este 28 de abril a los 79 años. Sus seis décadas de andadura profesional incluyen un centenar largo de películas e infinidad de papeles en teatro y series



EDUARDO VALLEJO

FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA

“En una noche oscura, / con ansias, en amores inflamada...”, recita la voz del actor con temple y hondura, la voz con que inevitablemente recordamos a San Juan de la Cruz, la voz de otro Juan: Juan Diego. Nacido en Bormujos (Sevilla) en 1942, quiso recitar a Lorca para su examen de fin de carrera, pero el poeta granadino estaba prohibido. En una librería cercana topó con los versos del místico renancentista sin sospechar, claro, que 30 años más tarde lo encarnaría en la pantalla por encargo de Carlos Saura. Esta y otras vicisitudes marcan la vida de uno de nuestros grandes intérpretes. El 23 de febrero de 2011, coincidiendo con el trigésimo aniversario de la intentona golpista, se estrenó 23-F, el largometraje de Chema de la Peña que recrea los hechos de aquel aciago día. Es la más reciente intervención del actor sevillano en una película, y por ahí empezaremos a tirar del hilo.

 

– En diciembre cumplirá 69 años...

– Ya empezamos a ponernos desagradables. ¿Eso no se lo dirán ustedes a las chicas? Ande, ande, hablemos de otra cosa, que esto no es una revista del corazón.

 

– Tiene usted razón, pero lo decíamos porque con 50 años de profesión sigue en activo y sin planes de retirarse. ¿Aún le entusiasma su profesión?

– Completamente. Si no, ya me hubiera ido. Muchos compañeros que empezaron conmigo no han tenido tanta suerte.

 

– 115 películas, incontables papeles en televisión y teatro. No tiene pinta, pero… ¿ha pasado alguna vez por crisis de trabajo?

– ¡Claro que sí! Le digo una cosa, para los que trabajamos con cierta asiduidad esas crisis tienen su lado bueno. Son curas de humildad. Pero cuando no llegas a final de mes, se acumulan las facturas y la buchaca está vacía, mal asunto. Entonces, que le den morcilla a las curas de humildad.



– En el corto Matador on the road, rodado a las órdenes del algecireño Alexis Morante en Los Ángeles, ha interpretado por primera vez a un torero. Esa era la profesión que usted quería seguir de chavalín. ¿Un sueño por fin cumplido?

– En los años cincuenta en un pueblecito sevillano lo normal era querer ser torero o cantaor. Más tarde sentí cosas haciendo teatro escolar en las funciones de fin de curso. Lo típico.

 

– El actor no deja de descubrir cosas sorprendentes con los papeles que hace. Usted recordó episodios dormidos de su infancia representando en teatro El lector por horas.

– A veces los papeles rescatan recuerdos olvidados o sensaciones inéditas, como en este caso. Mi personaje leía para una chica ciega. La función se hizo por toda España y un día llegamos a Sevilla. En una entrevista, rememorando mi infancia, de repente recordé que con apenas cinco años yo ya sabía leer, además con aire andaluz, pero prácticamente sin acento, algo bastante singular. Mi tío Simón, que tenía cataratas, me llamaba para que le leyera el ABC por las tardes: la tercera de Pemán, la crónica taurina, etc. Cuando yo llegaba y me ponía a leer, él imponía silencio en la casa; era como si hubiera llegado el médico. Aquel fue de verdad mi primer papel y mi primer público

 

 ¿Ahí se sembró la semilla de su carrera?

– Sin ninguna duda. Pero solo lo he sabido muchos años después. El teatro tiene una capacidad extraordinaria para evocar y remover recuerdos. También recordé una lectura que hice por aquella época en el colegio. Habíamos plantado un árbol y había que leer unas cuartillas. Se me volaron y tuve que reconstruir el texto de memoria. Al final aplaudieron y me quedé asombrado.

 

– Premoniciones aparte, comenzó su carrera en el teatro universitario sevillano. 

– Sí. Yo hacía el bachiller, me ganaba un dinerillo con mi bici repartiendo paquetes para una tienda de confección y a la vez estudiaba en la escuela de Arte Dramático. Lo mismo hacíamos cosas de Lope de Rueda o El genio alegre de los Quintero que Esperando a Godot, de Beckett. Nos daba igual. Se parecían como un huevo a una castaña, pero todo era aleccionadorPronto decidí que me tenía que ir a Madrid.

 

– Acabó sus estudios e hizo las maletas.

– Sí, pero antes se produjo una de esas casualidades sorprendentes. Cuando iba a examinarme para final de carrera, escogí el Romance de la Guardia Civil, de Lorca: “Los caballos negros son. / Las herraduras son negras...”. El catedrático no daba crédito: “¿Pero Juan, usted no sabe que esto está en el Índice?”. Yo no sabía ni qué era el Índice. Me explicó que eran obras prohibidas. En una librería que estaba frente a la escuela me topé con la Noche oscura, de Juan de la Cruz. Así que Noche oscura reemplazó al romance de Lorca; lo leí, lo disfruté y ahí quedó todo. 30 años más tarde me llamó Carlos [Saura] para hacer el papel de San Juan. El recuerdo me sobrecogió. Además, se lo debía a Carlos.

 

– ¿Por qué?

– Porque le dejé colgado anteriormente por hacer una de Marco Ferreri, un compromiso en que me metió Andrés Vicente Gómez. A Ferreri le quedaba poco de vida y tenía que hacerlo.

 

– Hacia 1960, con el carné de actor en la cartera, se va a Madrid. Trabaja mucho en teatro, ¿de quién recuerda especial magisterio en aquellos años?

– Estaban Lemos, Bódalo, Ladrón de Guevara y gente muy grande, pero yo estaba a lo mío, a mi personaje. No me fijaba mucho. Sin embargo, sí que caían cosas en mi saco, porque tiempo después puedo descubrir, por ejemplo, que haciendo un papel me ha salido algo del maravilloso José Orjas. Es como cuando en el flamenco un cante sale por tal o cual cantaor. El pozo del actor no tiene fondo y todo lo que has visto queda ahí, pero es peligroso fijarse mucho. Uno tiene que encontrar su camino. 



– ¿Su compromiso político y su militancia comunista también se remontan a aquellas fechas o llegaron más tarde?

– Había dejado la gira de Olvida los tambores para irme al Lara con Concha Velasco a hacer Llegada de los dioses, de Buero Vallejo. Era el año 1971 y nos plantamos para pedir la jornada de descanso. Teníamos el respaldo de la izquierda, principalmente del PCE, porque era la primera movilización de los actores. Fue el germen de la huelga del 75, un movimiento ya mucho más estructurado y de toda la profesión. Es una lástima...

 

– ¿Una lástima?

– Sí, porque hemos vuelto a trabajar en unas condiciones prácticamente tan penosas como aquellas contra las que luchábamos entonces. Conseguimos que se rodara en jornadas de ocho horas, algo que ahora es impensable. Se ha vuelto a la explotación. Hemos conseguido libertades, pero el contrato social se ha ido al carajo. Esto no puede continuar así. Algo tiene que pasar.


– El destino quiso que no acudiera a una cita donde morirían asesinados los abogados laboralistas de Atocha en el año 1977. Antes el terror se armaba con pistolas, ¿hoy utiliza otras armas?

– Yo trabajaba en Los cuernos de Don Friolera y llevaba un montón de maquillaje. Teníamos una reunión y no iba a llegar a tiempo, así que la aplazamos. Antes de eso te podían detener y darte unos cuantos palos, pero aquel primer zarpazo del terrorismo de ultraderecha nos pilló desprevenidos. Dejémoslo...

 

   La voz del actor se ha quebrado en este punto. Su mano busca un vaso de agua que deshaga el nudo que atenaza su garganta.



– ¿El teatro sigue siendo el lugar donde un actor da lo mejor y lo peor de sí mismo, donde más se ponen en evidencia sus virtudes y sus defectos?

– Sí, porque ahí no hay corte ni montaje. Tú eres el responsable de tus ritmos internos, que previamente has trabajado. Las sensaciones son muy fuertes. No digamos cuando haces un monólogo. Es el arte supremo.

 

– Ha dado vida a personajes históricos como Franco o San Juan de la Cruz, a personajes de ficción y a personajes reales, vivos o ya fallecidos, como el de Padre coraje. ¿Estos últimos son los que entrañan mayor dificultad por el pudor de que esa persona siga viva?

La mayor dificultad es que el dolor te puede salpicar. Hice el cásting con Benito [Zambrano] de ciento y pico actores. Estaba muy metido en ello. A mitad de rodaje tuve que cambiar mi planteamiento del personaje. Se trataba de una escena anodina con otros vecinos, sin dramatismo alguno. Pero cuando la había estudiado, meses atrás, acababa de nacer mi hijo pequeño. Y ahora se me aparecía su figura y no podía contener el llanto. Todo el trabajo desde entonces consistió en neutralizar estas sensaciones y darle la contención necesaria al personaje. Jugar con estas cosas es complicado, uno puede salir perjudicado.

 

– O a veces transformado, como le ocurrió con San Juan de la Cruz, ¿no?

– En aquel tiempo hice varios personajes históricos: Cabeza de Vaca, el fraile Villaescusa de El rey pasmado y San Juan. Como hubiera dicho el propio Juan, fue un tiempo en que tenía trampantojos en el alma. Eran los ochenta. Una vorágine. Aquel personaje me dio serenidad y me ayudó a mirarme por dentro.

 

– Eran tiempos locos.

– Cada generación tiene su momento de locura. La nuestra lo venía pidiendo desde hacía tiempo.


– Por esa época hizo dos de sus papeles más recordados: el gerente borrachín que veía hundirse a la compañía de cómicos de la legua en El viaje a ninguna parte y el sañudo señorito Iván de Los santos inocentes. Dos tipos y dos ambientes que usted tal vez conocía.

– Sí, claro. Las compañías itinerantes eran algo que todavía existía en los cuarenta y cincuenta. Muchos compañeros mayores de Estudio 1 en los sesenta habían trabajado en ellas. Alberto Bové, Pepe Orjas, etc. La lista es interminable e impresionante. La escuela de televisión fue donde yo escuché esas historias. 

 

– ¿Y al señorito que mata a la milana bonita?

– De la infancia recordaba al clásico señorito andaluz. El que manda es el que manda y, por tanto, al final todos son iguales, pero el terrateniente extremeño tenía peculiaridades de comportamiento. El señorito Iván era algo más seco de lo que hubiera sido un señorito andaluz, que quizá hubiera tenido “má guaza”. Transcríbalo así, que es como se entenderá en mi tierra. 

 

– Ha sido militar, poeta místico, padre corajudo en busca de justicia, Tenorio, señorito cazador, cómico de la legua... ¿Cuál de los cientos de personajes le dio más la lata, le costó más preparar o sacar adelante?

– Todos tienen dificultades, pero quizá el de Padre coraje. Como le he dicho, no esperaba que ocurriera lo que me pasó, que era algo ajeno al proceso interpretativo.


– ¿Y cómo llevó eso de ponerse en la piel de Franco en Dragon rapide?

No le cuento lo que me costó. Ese tipo que me encarceló varias veces y le odiaba, pero aprendí a buscar al niño primero ('el Cerillita', le llamaban) y luego al hombre, no al dictador y toda la mierda que vino después. Aprendí a no juzgarlo. Gracias a eso pude hacerlo.


– Si Fernán Gómez entró en la RAE y a José Luis Gómez le dan un doctorado honoris causa, ¿es que la interpretación empieza a respetarse más como medio de expresión artístico? 

– Son signos de que una parte de la sociedad es más receptiva a cuanto ocurre en torno a la interpretación y la cultura en general. En el fondo nos retrata como pueblo y como individuos.


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  • Una película: Buried.
  • Un poemario: Mil años de poesía europea, edición de Francisco Rico.
  • Una lectura divertida: El catolicismo explicado a las ovejas, de Eslava Galán.
  • Un rincón de Sevilla: la plaza de Santa Marta, donde di mi primer beso.
  • Una tapa: la de jamón de la Pañoleta de Sevilla.

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