Adiós a Fely Manzano, la mujer que siempre te llamaba “Churriño”
Una de las actrices más queridas de Galicia falleció el 7 de abril a los 74 años. Otro orensano ilustre, con el que le unía medio siglo de amistad, la recuerda en estas líneas
MIGUEL CASTELO
Cineasta y periodista gallego (Ramirás, Ourense, 1946)
El pasado jueves por la noche pasé, camino de mi casa, por la coruñesa plaza de Luís Seoane, donde tenía su domicilio Fely Manzano, y tuve un especial recuerdo para ella. Digo especial porque sabía de su situación delicada y de su estadía en Madrid, en la compañía de su hija, Raquel, y de vez en cuando su imagen acudía a mi cabeza. Al día siguiente, el viernes 7, me llegaba la triste noticia de su muerte.
Fue por los primeros años sesenta cuando Manolo Lourenzo, en los principios de la actividad teatral en la A Coruña de posguerra, hizo tres montajes de Oración, de Fernando Arrabal, en los que yo participé. Realmente eran las misma, lo único que cambiaba era la actriz que hacia el papel femenino: Carmen Loureiro, Amparo G. Cores y Fely Manzano. Jorge Trigo y yo permanecíamos en las tres. En la puesta en escena –escena única–, el infanticidio prescrito por el autor fue sustituido, supongo que por motivos de censura, por una situación erótica con un desenlace inmediato: concluida la aventura, el colega de la mujer, que lo había presenciado todo, le entregaba un puñal con el que ella daba muerte al ocasional amante. Más se acercaba a la metáfora que al realismo (no estaban las cosas para explicitudes): la solución escénica pasaba por un casto abrazo una pizca alargado para incentivar la imaginación del espectador. Consumado el crimen y lejano el cadáver de la vista del público, es decir, echado para atrás a las espaldas de su pareja, esta permanecía sentada y daba comienzo al inventario de paradojas y pervesas ingenuidades:
Hombre: Desde hoy seremos buenos y puros.
Mujer: ¿Qué te pasa?
Hombre: Digo que desde hoy seremos buenos y puros como los ángeles.
Mujer: ¿Nosotros?
(…)
De esta forma, de partner de Fely Manzano, después haber ensayado con Carmen Loureiro y Amparito Gómez Cores, se produjo el comienzo de mi carrera teatral. El comienzo y el final. Una caminata escénica breve pero intensa que me dio para aprender de memoria casi todas las intervenciones de los dos personajes, acostado detrás de los intérpretes en el transcurso de toda la obra. Porque, por si aún alguien no se enteró, yo era el muerto.
A pesar de ser así, la crítica valoraba el esfuerzo y el trabajo de los actores: “Ayer en el salón de actos de los Dominicos tuvo lugar la representación de la obra teatral Oración, de Fernando Arrabal, dirigida por Manuel Lourenzo. Matizaron muy bien sus papeles Fely Manzano, Jorge Trigo y Miguel Castelo”, pude encontrar buceando de hemeroteca en uno de los dos diarios locales de la época. Una época bien diferente de la actual, donde todo era carencia. Tal era así que los ensayos se hacían en casa de los padres de Fely, en mitad de la Avenida de Finisterre, a la altura de Santa Margarita. Voluntariosa y perseverante, con una clara e inequívoca vocación, resultaba bien fácil trabajar con ella. Yo allí era un mero observador, pero en la parte que me correspondía nuestro contacto físico se producía de modo natural, sin fingir, sin falsos pudores. Un comportamiento no siempre habitual, y menos en aquel tiempo.
Poseedora de una bien dotada voz y una buena fonética, acabó encontrando el espacio que le correspondía dentro del oficio. No voy hablar de sus trabajos, sobradamente conocidos. Pero permítanme recordar una de sus, para mí, mejores intervenciones: As muxicas (Carlos Alberto Alonso, 2002), con Tucho Lagares, su marido, y la voz del propio Manuel Lourenzo. Cálida y cariñosa, Fely Manzano deja un grato recuerdo en todos cuantos la conocimos. En el trato personal, “Churriño/a” era su apelativo preferido.
Me gustaría saber que su obligado adiós no supuso para ella sufrimiento ninguno.
La echaremos de menos.