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20-04-2021


Aida Folch
“Delante de la cámara me abro y lo doy todo. ¿Cómo se puede llamar producto a eso?”



En el cine desde la adolescencia, rozó el Goya actuando en francés. Apenas tiene 34 años, pero sus décadas de oficio le provocan nostalgia. El siguiente paso es convertir su casa en un lugar de creación artística



FRANCISCO PASTOR

FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA

Aida Folch pasó años aprendiendo a posar antes de rodar El artista y la modelo (2012). Cultivó el francés y entendió que estar muy quieta frente a un pintor y un caballete provoca dolores por todo el cuerpo. Llevó todo aquello al rodaje, a las órdenes de Fernando Trueba, lo que le valió la nominación al Goya a mejor actriz. “Los actores estamos deseando trabajar. Cuando llega un proyecto, es raro que no le demos importancia. A mí me gusta mucho más preparar que rodar”, cuenta. Para encarnar en la serie Los nuestros a una española a la que captaba el Isis, conoció el sinfín de corrientes que existen dentro de aquel grupo. Y supo que casi todas las mujeres que acababan allí lo hacían movidas por sus parejas.

         

   Por amor al trabajo, al hecho creativo y también a sus allegados, Folch está comprándose un almacén en el corazón de Madrid. Sueña con reformarlo, vivir en él y que allí, entre risas y copas, nazcan propuestas artísticas y de ficción. “A mí me gusta ir al cine y que luego venga gente a casa para crear cosas. Quiero ver a mis amigos al llegar de un rodaje y mientras estudio lo del día siguiente. No sabía que era tan social hasta que apareció el confinamiento”, apunta. Y lamenta las trabas administrativas que está encontrando para acometer este sueño. Mientras tanto, lee los poemas de Rilke y se empapa de libros de filosofía y narrativa, aunque reconoce que algún que otro volumen se queda a medias.


   Los demás sueños van llegando. Folch, que nació en la ciudad tarraconense de Reus, encontró su primer papel en plena adolescencia gracias a El embrujo de Shanghái (2002). Con su interpretación en 25 kilates (2008) alcanzó la Biznaga de Plata en el Festival de Málaga. Ha actuado en Los lunes al sol (2002), Salvador (2006) o La reina de España (2016). También hay en su currículum casi una decena de largometrajes en el extranjero. Y recuerda con cariño su paso por la serie Sé quién eres. Sentada en el jardín del Museo Romántico, uno de sus lugares favoritos en la capital, espera la grabación de las siguientes temporadas de Madres, en cuyos capítulos coincide con Belén Rueda. Con todo, si preguntamos a Google por Aida Folch, el buscador nos remitirá al lustro que la actriz entregó a Cuéntame cómo pasó

 

— Ha hecho, entre otras cosas, de asesina, ladrona, abogada y doctora. ¿Cuál es el denominador común?

— ¡No lo sé! Nunca me lo había planteado. Supongo que desprenderé una energía concreta. No me ofrecen personajes débiles, que me encantaría, pero se resisten a dármelos. Creo que aporto algo fuerte y frágil a la vez. Es cierto que me empiezo a ver más vieja en cámara, pero tengo mucha suerte, me tocan personajes más interesantes que los que interpretaba hará 10 años. Y ahora mismo, que tengo unos días entre rodaje y rodaje, estoy descansando.



— ¿A qué dedica el tiempo de asueto?

— Busco fuera de la interpretación. Hago deporte, aprovecho para tomar algún vino con los amigos, retomo mis cursos de cerámica… Y me pongo con los idiomas: no quiero perder el inglés ni el francés. Al acabar la cuarentena me fui a Mallorca para superar el miedo a meterme en el agua. 


— ¿De dónde le viene ese miedo?

— Algo me mordió en el pie cuando estaba en el agua. Recuerdo que sangré muchísimo, e incluso pensé que lo perdía. Ocurrió en México durante el rodaje de Mi universo en minúsculas [2011]. Me volví un poco loca y vi un montón de documentales sobre la vida en el océano. Ahora más que a nadie, querría conocer al naturalista David Attenborough, y eso que ya habrá cumplido más de 90 años. He leído que cuatro quintas partes de la vida en la Tierra están bajo el agua. No dejo de pensar en ello: estoy aquí tomándome algo y me acuerdo de los calamares gigantes que habrá por ahí abajo. Tengo mucha imaginación.


— Hablando de imaginación: tiene escrito el guion de una película, ¿verdad? 

— Desde hace tres años, sí. Al principio me sentía muy motivada y veía la mecha encendida. Hablé con tres productores porque estaba convencida de que aquello iba a salir. Se la habrán leído, entre unos y otras, unas 40 personas. Luego estuve meditando sobre qué vuelta podía darle al guion y quizá lo he reposado demasiado. De hecho, he tomado más notas durante la cuarentena. Acabo de terminar un curso de cortometrajes, pero todo lo que rodé ahí era tan personal que no pienso mostrárselo a nadie.


— ¿Qué tipo de cine le gustaría escribir?

— Me gustan las propuestas que complican un poco la mirada. Suelo preferir el trabajo de autor, aunque creo que hay un punto medio entre el arte y ensayo y lo comercial. Diría que ese equilibrio se nos daba bien en España, pero hace tiempo que no lo veo. Nuestra cultura popular, la que trata de contar algo interesante y a la vez llegar al público, hoy está desapareciendo. Quizá resisten Santiago Segura o Daniel Sánchez Arévalo, pero ya está. A mí me gusta que los mensajes, por profundos que resulten, estén al alcance de todos.



— Cuando empezó a actuar en Madres, ambientada en un hospital, no imaginaba que la serie coincidiría con una pandemia. 

— Rodábamos a doble unidad. Por ejemplo, en un mismo día grabábamos el primer capítulo y el sexto. Mi raccord emocional en jornadas como esa era increíble. Tampoco podíamos rodar más de dos tomas por falta de tiempo. Mi familia y amigos lo ven y encuentran en la pantalla una serie de médicos. Aportan esos ojos nuevos. Pero yo me miro siempre con una actitud analítica: recuerdo de dónde venía cuando rodé una u otra secuencia. 


— ¿Se machaca mucho al verse?

— Claro. Me digo: “Ahí no tocaba esa mueca, esa frase aquí no encaja”. Aunque no le doy demasiadas vueltas, porque ya está hecho. Se ha emitido y punto. También pienso en cosas más frívolas, como que me veo fea en algún plano. Alguien tuiteó que estaba horrible, sobreactuada. Incluso me etiquetó para que lo leyera. Pues le di las gracias, también hay que encajar las críticas. Es curioso: de un tiempo a esta parte, todo el mundo sabe de interpretación. Pero lo que más me sorprende es que la gente tuitea mientras se emite el capítulo. ¿Qué forma de ver la televisión es esa?


— Ahora se habla mucho de las semejanzas entre el cine y las series. 

— Sí, pero no. En cuanto a la interpretación, las series y las películas no dejan de ser formatos diferentes. Al rodar un largometraje sé cómo empieza y cómo acaba el personaje. Puedo trabajar ese arco dramático. En una serie no tengo tanto control: soy el canal de los guionistas, que me llevan de aquí para allá, a su antojo y sin mi consentimiento. Me llevé un cabreo monumental cuando me enteré de que me iban a matar en Sé quién eres. ¡Con lo que había luchado mi personaje! “Pero así es más icónico”, me dijeron. “¡A la mierda lo icónico!”, respondí. Nos contaban todo con cuentagotas. 


— ¿Es usted muy de cambiar el texto, de pelear?

— Cuando pienso en algunas etapas de mi carrera siento que quizá me he atrevido demasiado. Iba en busca de los guionistas y les proponía cosas. Hasta reescribía algunos textos. Me decían que era una flipada, que dejara los guiones, que yo era actriz. Pero me sale solo. Si un proyecto me emociona, necesito implicarme más, no paro de hacerme preguntas y las comparto con el equipo. Ahí mismo, en Sé quién eres. ¿Que por qué le quiero cortar el pelo a este personaje? ¡Porque es abogada y no tiene tiempo de arreglarse la melena! También hago juegos: ¿qué animal sería este personaje? Pues un pingüino.


— Pero un pingüino, entiendo, atrae menos al gran público. 

— ¡Yo lo veía muy claro! Siempre que me toca de abogada me ponen tacón y el pelo en bucle. Y mire, mi mejor amiga es letrada y nunca iría de ese modo. Yo me veía con zapato plano y en bicicleta. Así que se lo propuse al director. ¡Y él tuvo que hablarlo incluso con la cadena! En algún momento se habló de desabrocharme más botones. Una locura. Hay veces en las que eso sí encaja, porque el sexo no deja de ser parte de la vida. Me encanta el erotismo del cine de Polanski, por ejemplo. En la serie Vida privada, dirigida por Sílvia Munt, me tocó encarnar a una aristócrata a la que le gustaba acostarse con pescadores malolientes. Ahí lo entiendo más. Pero no en Sé quién eres: yo quería un personaje que gustara por su personalidad, no por su escote. 


— Al final, por lo que recuerdo del papel, logró salirse con la suya.

— Sí, sí. Me cortaron el pelo y dejaron la trenza colgada en el camerino. En plan: “Olé, mirad a esta actriz que renuncia a su melena por el personaje”. Echo de menos todo eso. ¡Se ha profesionalizado tanto el oficio! ¿Dónde están las borracheras, los líos, la familia? Más que limitarme a ir a un plató, hacer mi trabajo y volver a casa, me gusta vivir los proyectos con los guionistas y el director, en la furgoneta, camino del rodaje



— ¿Es muy nostálgica?

— Me da pena que las cosas cambien. Faltan más productoras como Cristina Huete. Estuvo nominada al Óscar por Chico y Rita (2010), entre otros motivos, porque siempre ha hecho las películas en las que ha creído. Y cuida a la gente. Siente que su equipo tiene que ser feliz: comer bien, dormir en un lugar decente, cobrar un sueldo justo. Unos valores de 10. Ahora, en cambio, lo producen todo dos cadenas. O las AIE [agrupaciones temporales de interés económico], que no sé muy bien de dónde salen. Como actriz no debería preocuparme todo eso, pero no puedo evitarlo porque soy una romántica, me gustaría que nuestro trabajo fuera más puro. Así es como he sentido siempre este oficio. No me gusta que se hable de productos, sino de proyectos. Delante de la cámara me abro, me desnudo, lo doy todo. ¿Cómo se puede llamar producto a eso? Leo al filósofo Zygmunt Bauman y me deprimo. Entiendo a lo que se refiere cuando dice que todo es líquido. Cuando quiero quejarme de algo, ¿a quién acudo? Llamo a donde sea, me ponen una música y me hacen esperar. Echo de menos la solidez de las cosas.


— Si encontrara a esa persona a la que acudir para poder quejarse, ¿qué le diría?

— Eso es lo gracioso: supongo que primero tendría que cambiar yo misma para ser consecuente del todo.



El pasaporte, siempre a mano


Cuando actuó en la producción británica I love my mum (2018), a Folch le hicieron una petición: que fuera “muy española. De Benidorm, echada hacia delante”. Y eso que rodaba en un motel de Essex, a las afueras de Londres. Hace bien esta actriz en cuidar los idiomas. La filmación de Henri 4 (2010), una cinta germana sobre la vida de Enrique de Navarra, “parecía la torre de Babel. El protagonista era francés, su mujer era alemana y yo, que hacía de cortesana, hablaba en catalán. No entendía nada de lo que me respondían, así que a mi cara le costaba reaccionar. Una capa de mí no fluía como lo haría en un idioma materno. Eso sí, un personaje en otra lengua me ayuda aún más a vivir otra vida. Me aleja mucho de mí”, explica. En Lalla Aïcha, filmada tres años atrás en Alhucemas, coincidió con Ángela Molina. “Cambiaron mil ideas sobre la marcha por motivos de presupuesto. Aún no he visto el resultado, así que ni siquiera sé si tendré un personaje concreto”, comenta Folch entre risas. Y advierte de que un rodaje en el extranjero “no se parece en nada a unas vacaciones”. Muestra de ello fue la aventura de Vicente Ferrer (2013) en la India: “Volcaron camiones más de una vez y no llegaban al rodaje. Trataban de maquillarnos y había monos saltando sobre la caravana, así que se me metía el lápiz en el ojo. Pese a todo, me llevé mucho de aquella experiencia”. De Italia y de Mamma qui comando io (2020) se queda con la oportunidad de trabajar junto al escritor y director Federico Moccia.

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