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Ainhoa Santamaría


“Mientras veía ‘Regreso al futuro’ me enteré de que los Reyes Magos no existen”
 
 
Vitoriana de 1980. Siempre intuyó que su vida estaría ligada a alguna disciplina artística. Se marchó a Zaragoza para estudiar Historia del Arte y, como aquello no le convenció demasiado, acabó ensayando con un grupo teatral en… ¡un almacén de bragas! En 1997 conoció el escenario de la mano de La dama boba, una comedia de Lope de Vega sobre el papel de las mujeres en la sociedad machista del siglo XVI. A pesar de vivir prácticamente anuladas por los hombres, algunas tomaban decisiones y urdían estrategias para alcanzar sus objetivos amorosos, los sentimientos eran el motor de su madurez intelectual. Aquellos primeros pasos como aficionada la llevaron también a la lorquiana Bodas de sangre. La huida de una joven recién casada y su exnovio terminaba en tragedia, pues el marido plantado en plena ceremonia y el amante peleaban hasta la muerte.
 
Auténtica pasión por el teatro
Mientras estudiaba en la Resad abordó las esperanzas y los miedos propios de la emigración con Lo que dejé por ti, una historia que le hizo simultanear roles tan distintos como los de inmigrante y policía. Del prometedor siglo XXI saltó a un período mucho más sórdido, la dictadura franquista, cuyas cárceles femeninas inspiraron en 2005 el argumento de Presas. Gracias a esa obra no solo obtuvo su licenciatura en Arte Dramático, sino que también puso cara a Charito, quizá su personaje preferido. Permanecía entre rejas solo por ser prostituta y allí sufría junto a sus compañeras la disciplina casi militar y las continuas humillaciones de unas monjas. El ambiente era irrespirable: las recién paridas veían cómo familias afines al régimen se llevaban a sus bebés, otras morían de frío y hambre, algunas enfermaban por la inexistente atención médica… La única esperanza de todas las supervivientes era la visita del obispo, que cada cierto tiempo solo liberaba a una reclusa. Finalmente se suicidaba al no obtener el anhelado indulto, pues ya había perdido las ganas de luchar tras descubrir que el maestro con el que mantenía un idilio dentro de la prisión estaba casado. La propuesta funcionó tan bien que en 2007 pasó de las aulas a la sala Triángulo y al teatro Valle-Inclán (sede del Centro Dramático Nacional), cuyo telón levantó junto a nombres de la talla de Lola Casamayor, Gerardo Malla o Ana Otero.
 
   Otro coliseo de la capital, el Arenal, la recibió a finales de 2008 con Maniquís. Ernesto Caballero, que ya la había dirigido durante su etapa estudiantil, la transformó en uno de esos cuerpos inanimados tan habituales en los grandes almacenes. Hasta que una noche cobraba vida: se construía una personalidad a partir de los artículos que tomaba de los expositores, adoptaba el nombre de una marca para distinguirse de los demás, descubría que existía un mundo de vastas dimensiones más allá del centro comercial… Y por si todo eso fuera poco, desentrañaba la enigmática muerte del vigilante de seguridad. Aunque estaba viva, eso no era sinónimo de felicidad. Bajo el hilarante texto subyacía una crítica contra el consumismo incontrolable. Al año siguiente cambió de registro al toparse con la autodestrucción humana y la consiguiente desintegración familiar de Esa cara, donde encarnó a la pérfida Izzy, capaz de instigar a una alumna del internado para que drogase y pegase a una novata a modo de rito de iniciación. Poco después de representar ese texto, montado por primera vez en distintas ciudades de España gracias a la compañía madrileña PREM Teatro, abordó con Contracciones el secuestro sistemático de niños durante la dictadura argentina. Se presentó entonces ante el público como una muchacha de 28 años que, a través de la memoria sensorial y emocional despertada durante su embarazo, dudaba de su propia identidad. Efectivamente, había sido apartada nada más nacer de los brazos de su madre, desaparecida cuando Videla tomó poder.
 
 
 

 
 
   A las órdenes del director argentino Claudio Tolcachir construyó el papel de Lydia Lubey en Todos eran mis hijos, una labor alabada en 2011 con una nominación de la Unión de Actores a mejor actriz de reparto. Ese drama denunció en el Teatro Español el cinismo de la industria armamentística a través de Joe Keller (Carlos Hipólito), un hombre que se había hecho de oro gracias a la venta de material defectuoso al ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial. Ese turbio negocio se saldaba con un accidente en el que morían 21 soldados y la investigación demostraba a uno de los hijos de Keller lo abominable que era su padre. El honrado joven, combatiente en ese momento lejos de casa, se suicidaba al descubrir la verdad. Mientras tanto, el responsable del siniestro se negaba a asumir su culpabilidad para preservar la riqueza de la familia y endosaba la condena a su socio, encarcelado injustamente. Cuando todo salía a la luz, ante el rechazo de sus parientes y amigos le rechazaban, se quitaba la vida para redimirse.
 
   Ahora ofrece sobre las tablas del Infanta Isabel el thriller político Feelgood, que ha recorrido toda la geografía del país desde su estreno en el Matadero el año pasado. Más de 20.000 espectadores han aplaudido ya a su Marta, la asistente personal de un presidente (Carlos Hipólito) que se dispone a comparecer en el congreso más delicado de su partido, frente a una protesta provocada por experimentos con transgénicos. El pánico aumenta entre los asesores cuando, segundos antes de la intervención, descubren un escándalo alimentario donde está involucrado el líder. Su ambicioso jefe de comunicación (Fran Perea) intenta silenciar a una periodista (Manuela Velasco) bien informada acerca del tema y está dispuesto a manipular lo que haga falta para que el gobierno no se vaya al traste.
 
 
El cine: un terreno casi inexplorado
Tenía apenas 14 años cuando un mediometraje titulado La leyenda de un hombre malo la puso delante de la cámara en compañía de un impresionante elenco: Álex Angulo, Mariví Bilbao, Ramón Barea, Carmen Ruiz, Karra Elejalde… En El invierno de Torlania encarnó a una hechicera que, junto a un mago y un guerrero, aceptaba una peculiar misión. Los tres huían de unos malvados arqueros y se refugiaban en una cueva para jugar una partida de dados que les trasladaba desde tiempos inmemoriales a una ciudad actual, donde competían por conseguir el único ejemplar disponible de un libro de suma importancia. Y es que de él dependía que aprobasen una asignatura de la carrera. Pero ellos no eran los únicos que lo ansiaban: los villanos que habían seguido sus pasos por el bosque saltaban también al presente y asesinaban al inocente portador del tomo, lo que les ponía las cosas bastante difíciles…
 
   Mayor éxito cosechó en 2007 Diente por ojo, el primer corto del noruego Eivind Holmboe, preseleccionado incluso para los Óscar. Interpretó entonces a una adolescente que viajaba en coche junto a tres amigas con las que bebía alcohol. La que conducía no tenía carné y su falta de atención al volante provocaba un atropello mortal. Mientras tanto, la madre y el novio de la irresponsable conductora la esperaban en casa más que cómodos, pues la tensión sexual entre ambos por fin explotaba. Y ella les sorprendía en pleno coito. La trágica noche se torcía del todo cuando el padre de familia llegaba del trabajo recién despedido y mataba accidentalmente a la adúltera esposa tras enterarse de lo sucedido. “Cada uno recoge lo que siembra”, venía a decir la moraleja de ese oscuro relato, que tuvo en su elenco a varios nombres conocidos: Aida Folch, Fele Martínez, Ana Otero, José Ángel Egido…
 
   Su única experiencia en el largometraje se la debe a una tragicómica propuesta de Manu Fernández, Sin cobertura (2009), sobre tres personajes cuyas vidas se enredaban hasta límites insospechados por culpa de la telefonía móvil. Ella fue Ágata, la recepcionista malhablada y cotilla de la inmobiliaria donde trabajaba una de las protagonistas, Elvira. Contempló sorprendida cómo esa ineficaz empleada lograba un ascenso, aunque ignoraba cuánto sacrificio había detrás: nuevo puesto a cambio de acostarse con el desagradable jefe. Por lo menos, tan reprochable actitud le servía a su compañera para ganar más dinero y pasar más tiempo con su marido, pluriempleado en trabajos basura para poder pagar la hipoteca. 
 
 
 

 
 
Una trayectoria televisiva que adquiere peso
A comienzos de 2006 irrumpió en la pantalla de Telecinco con una agitada trama de El comisario. Escapó de un delincuente que anestesiaba a mujeres con cloroformo antes de violarlas, así que le tocaba participar en una rueda de reconocimiento, pero solo identificaba con serias dudas a uno de los sospechosos que posaban detrás de la mampara. El juez ponía en libertad a ese mismo hombre poco después y alguien le asesinaba a puñaladas, aunque tan atípico desenlace no impedía a la policía determinar que él había sido el verdadero culpable de las violaciones y había muerto a manos de una de sus víctimas. Meses más tarde pasó por el primer episodio de Con dos tacones, una serie de TVE cuyas protagonistas eran cinco féminas muy diferentes. Una trabajaba en un infame talk show televisivo y ella acudía para contar que tenía una amiga con un serio problema de halitosis a la que brindaba toda su… ¡discreción! Aireaba el complejo de la muchacha ante miles de espectadores, sí, pero las buenas intenciones evitaban un monumental enfado por su parte.
 
   En 2009 inauguró otra ficción, La chica de ayer, emitida por Antena 3. Al frente estaba un inspector (Ernesto Alterio) que sufría un accidente de tráfico y retrocedía en el tiempo hasta 1977, cuando lidiaba con los arcaicos métodos policiales de la época e imponía unos más civilizados en base a su experiencia de tiempos futuros. Encarnó a la impertinente Fuensanta, conocida de una joven estrangulada, motivo por el que acudía a comisaría para prestar declaración. Todo resultaba bastante cutre en aquel entonces: la interrogaban en una alejada sala de objetos perdidos por si había que recurrir a la violencia, la amenazaban con pegarla en caso de que no hablase, le negaban el derecho a disponer de un abogado… Ante tan negro panorama, criticaba la falta de empatía y el despotismo de los agentes, acostumbrados a disolver manifestaciones por la fuerza. Como el periódico hablaba sobre la muchacha que había facilitado la descripción del criminal, ella no tardaba en desaparecer, aunque finalmente la sacaban del cuarto insonorizado donde permanecía secuestrada. La audiencia de Amar en tiempos revueltos, su retorno a TVE, le puso cara ese mismo año gracias al papel de Ángela. Era la hermana ingenua de un agente llegado al barrio con el objetivo de detener a un asesino de mujeres. Mientras él investigaba los entresijos del caso, ella sucumbía a los encantos de un indeseable que tenía antecedentes delictivos y la rondaba simplemente por una apuesta con su cuadrilla, motivos suficientes para provocar el enfado del policía. El falso pretendiente se esfumaba en cuanto lograba una prenda de la chica como prueba de su amor, lo que acababa sumiéndola en una profunda depresión. Pero su hermano no se quedaba de brazos cruzados: exigía al sinvergüenza que pidiese disculpas y contase que se iba a Guinea por motivos laborales. Así no le rompería el corazón por completo.
 
   Águila Roja le proporcionó en 2011 el personaje episódico de María, una limpiadora de palacio a la que culpaban de la desgraciada caída de la esposa del cruel comisario (Francis Lorenzo), tras la cual perdía el bebé que esperaba. Pese a que el suelo estaba excesivamente mojado, ella no era la responsable, sino un niño que había derramado el agua del cubo de fregar por accidente. La condenaban a la horca y se disponían a matar a toda su familia, las cosas empeoraban aún más cuando su marido intentaba parar tal injusticia hiriendo al mismísimo verdugo y era el heroico Águila Roja quien al final salvaba al matrimonio. La cadena pública empezó a emitir a últimos de 2012 el que es su mayor trabajo interpretativo para la pequeña pantalla hasta la fecha, Isabel, con tres temporadas en las que da vida a la dulce Beatriz de Bobadilla. Fue la mejor amiga de la princesa Isabel (Michelle Jenner) antes de que se convirtiera en Isabel la Católica, pero se alejaba de ella al casarse de pronto con Andrés Cabrera, que ejercía un alto cargo en el bando partidario del reinado de Enrique IV. A pesar de ese distanciamiento, guardaba lealtad tanto a su esposo como a la reina. La respaldó en su idea de casarse por convicción y no por imposición, así que estuvo de su lado cuando decidió unirse a Fernando II de Aragón, con quien el matrimonio no iría del todo bien a causa de su carácter mujeriego. De hecho, ella misma envió a la Corte a su sobrina Beatriz de Osorio para que fuese dama de Isabel y el rey acabó manteniendo un romance con la jovencita, desterrada de forma fulminante a Canarias. Esa no era la única torpeza que cometía por acercar a su familia a la monarquía: su propio padre orquestaba una trama de corrupción en Segovia que ponía en peligro a la primogénita de los reyes. Y ni por esas colmó la paciencia de su protectora, que durante su estancia en el trono castellano la hizo dueña de numerosas tierras.
 
 

 
 
   Recientemente se ha visto envuelta en los líos de faldas de Carlos, el locutor más seductor de la emisora de Ciega a citas (Cuatro). Sin miedo al fracaso, el caradura aceptaba la misión de ligarse a su inaccesible Inés, una disciplinada científica a punto de casarse. Como era de esperar, ella advertía sus sucias intenciones y le daba calabazas, por lo que perdía una apuesta de enorme relevancia: ya no podría volver a acostarse con la mujer que realmente le gustaba. Lejos de darse por vencido, emborrachaba al prometido de la bióloga en una fiesta con jovencitas, le convencía para que confesase una infidelidad inexistente y ni siquiera eso llenaba de tristeza a su presa. Después de un titánico esfuerzo, entre regalos y buenas palabras, la conquistaba.
 
 
 
HÉCTOR MARTÍN RODRIGO
¿Recuerda el momento particular en que decidió ser actriz?
− Tendría unos 16 años. Un actor vino a darnos una charla sobre teatro, pidió voluntarios para hacer una improvisación, me ofrecí con otros alumnos y sentí algo mientras actuábamos. Fue una chispa de felicidad, de asombro, que me marcó de por vida.
 
− ¿Quién fue la primera persona a la que se lo contó?
− A mi familia. Al principio se asustaron, pero fui convenciéndoles poco a poco de que era mi camino.
 
− ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte que ha recibido hasta ahora en su carrera?
− No podría decidirme por uno solo. Cada una de las oportunidades que he tenido me ha conducido mágicamente a la siguiente.
 
− ¿Cuál de los papeles que ha interpretado le ha calado más hondo? ¿Por qué motivo?
− La verdad es que recuerdo de forma muy especial a la Charito de Presas, el proyecto fin de carrera que interpreté con mis compañeros de la Resad, dirigido por Ernesto Caballero a partir de un texto que escribieron Ignacio del Moral y Verónica Fernández con lecturas e improvisaciones. Tuvo tal éxito que nos programaron primero en la sala Triángulo y después en el Centro Dramático Nacional. Aquel personaje tan precioso, tan ingenuo, me abrió puertas: era la primera vez que cobraba un sueldo por mi trabajo y que me subía al escenario de un teatro tan enorme como la sala Valle-Inclán. Le debo tantas cosas…
 
 
 

 
 
Si el teléfono dejara de sonar, y ojalá que no, ¿a qué cree que se dedicaría?
− Esperar resulta agónico, así que para poder capear mejor el temporal hemos montado una cooperativa entre enTRAMAdos y Producciones [off], un grupo de profesionales con dos objetivos: buscar nuestro autoempleo y, de paso, ofrecer trabajo a otros. Si no sale bien, me dedicaré a la jardinería.
 
− ¿Ha pensado alguna vez en tirar la toalla?
− En muchas ocasiones. Supongo que las crisis son inherentes al arte y, además, necesarias para renovarse.
 
− ¿En cuál de sus actuaciones pensó: “¡Madre mía, en qué lío me he metido!”?
− Alguna vez en Isabel. Es una serie muy precisa y yo tiendo un poco al caos, pero he aprendido tanto y es un lío tan maravilloso que solo puedo dar las gracias por haber caído allí.
 
− ¿Le gusta verse en las películas y series en que ha participado?
− Aunque no me gusta, es importante para aprender. Así sé dónde están mis puntos fuertes y me pongo a trabajar para mejorar los débiles. Ahora empiezo a verme con un poquito más de cariño.
 
− ¿Cuál considera que es el principal problema del celuloide español y qué solución sugiere?
− La financiación y la distribución. En este país se ruedan películas y, sin embargo, no todas llegan a la cartelera. La escasa afluencia de público a las salas se solucionaría con una bajada del IVA, que es uno de los más altos de Europa. En Londres hay un abono mensual, igual que el del metro, pero para ir al cine. En Francia aplican otro mecanismo: si alguien saca una entrada, adquiere una película o la alquila, una parte de lo que paga se invierte directamente en producción cinematográfica. Yo propondría una casilla en la declaración de la renta que destine dinero al sector cultural, como sucede con la que ya tiene la Iglesia.
 
− ¿A quién le devolvería antes la llamada, a Tarantino o a Burton?
− Me desdoblaría para hablar con ambos al mismo tiempo [Risas].
 
− ¿Cuál fue el primer actor o actriz que le conmovió?
− Al Pacino está sublime en El Padrino.
 
¿Qué frase cinematográfica le gusta aplicar como ‘leit motiv’ personal?
Ahora mismo me quedo con una de Billy Wilder en Con faldas y a lo loco: “Nadie es perfecto”.
 
− ¿Qué cinta ha visto tantas veces que se sabe los diálogos completos de alguna escena?
Psicosis, de Alfred Hitchcock. ¡Adoro sus películas!
 
 
 

 
 
− ¿Cuál fue el último largometraje que no fue capaz de ver hasta el final?
El topo. Lo siento por la brillante interpretación de Gary Oldman, pero me aburrí soberanamente.
 
¿Recuerda alguna anécdota divertida que haya vivido como espectadora en un teatro o sala de cine?
− Supongo que no es muy divertida, pero me llevaron a ver Regreso al futuro cuando era pequeña y me enteré de que los Reyes Magos son los padres a raíz de una conversación imprudente entre mi madre y mi tía, que hablaban sobre un bolso colocado estratégicamente el día anterior junto a unos zapatos… Disculpad si desvelo información dolorosa para algún lector que todavía crea en ello.
 
¿A qué serie de televisión está enganchada?
− A cualquiera de las que emite HBO, me encantan todas. True Detective ocupa ahora mismo mis ratos de ocio.
 
− ¿Cuál es el mejor consejo que le ha dado alguien cercano para ejercer este oficio?
− “Intenta ponerte en el lugar de los demás, que no se te olvide escuchar. No es simplemente oír, sino escuchar de verdad”.
 
− ¿Qué punto fuerte y débil destacaría de usted como intérprete?
− La sensibilidad. Es algo positivo, aunque a veces se vuelve negativo, pues me cuesta desvincularme de toda carga emocional.
 
− Adelántenos, ahora que no nos escucha nadie… ¿Cuál es el siguiente proyecto que se va a traer entre manos?
− Estaremos con Feelgood en el Teatro Infanta Isabel hasta el 28 de septiembre. ¡No se la pierdan!
 
− ¿Qué sueño profesional le gustaría hacer realidad?
− Me encantaría probar el cine.
 
− ¿Qué titular le gustaría leer en el periódico de mañana?
− “A partir del día de hoy usted es una persona libre”.
 
− ¿Qué canción o canciones pondrían banda sonora al momento actual de su vida?
I feel good, de James Brown, sin duda.
 
− ¿En qué otra etapa de la historia le gustaría haber nacido?
− En el Renacimiento italiano. Me apasiona ese redescubrimiento del ser, la perspectiva en la pintura, esa atención al arte del pasado para obtener conocimientos con los que crear estructuras nuevas.
 
Díganos qué le parece más reseñable de AISGE (si es que hay algo) y en qué aspecto le gustaría que mejorásemos (si es que hay alguno).
− La información me parece estupenda, los cursos formativos son interesantes y se ofrecen a buen precio, pero destaco sobre todo la defensa de los derechos de imagen. ¡Gracias!
 

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