twitter instagram facebook
Versión imprimir

LÍNEA DE TELÓN

 

La casa de las flores

ALBERTO CONEJERO

Ilustración: Luis Frutos

 

Como una refrescante lluvia en la canícula, La casa de las flores, la serie del mexicano Manolo Caro para Netflix, ha sido y es una de las grandes sorpresas de lo que llevamos de temporada; poco a poco fue venciendo no pocos prejuicios y también algunas primeras críticas que la situaban en la bizarra órbita de los culebrones; un “placer culpable” de cuyo visionado quizá no convenía demasiado alardear. 

   Pero ha sido precisamente su descarada reinvención  de las mecánicas de las telenovelas, su continuo y nada disimulado homenaje al abigarrado sustrato cultural  de los ochenta y, ante todo, una mirada tan cruel y compasiva sobre la condición humana y la diversidad de las formas del amor, lo que la ha convertido en la sensación de este verano que se nos está acabando.

   Ya en el primero de sus 13 capítulos — cada uno de media hora y titulado con el nombre de una flor y su simbolismo—, La casa de las flores explicita su deuda con dos referentes de la comedia negra seriada: A dos metros bajo tierra Mujeres desesperadas. Algunos han señalado también su estrecho parentesco con el primer Almodóvar y seguramente abunde la parodia-homenaje de algunas ficciones locales que a los de este lado del océano se nos escapan.

   La historia arranca con una cita de Vicent Van Gogh: “La normalidad es un camino pavimentado. Es cómodo para caminar, pero nunca crecerán flores en él". Y efectivamente toda la serie es un torpedo en la línea de flotación de lo que se considera normal en una “familia bien”, una voladura continua y chispeante de las máscaras, mentiras e hipocresías en los que se sostiene, para entendernos brevemente, el heteropatriarcado

   En todo caso, Manolo Caro ha sabido configurar un universo tan particular, el de la clase alta mexicana, como universal. Quizá porque, al contrario de lo que sostiene la primera línea de Ana Karenina (perdón), todas las familias son infelices de un modo parecido. 

         Así, todos los miembros de la familia de la Mora son tan despreciables como entrañables, tan hipócritas como sinceros; todos piratas y náufragos de una educación sentimental que ya no sirve para los nuevos tiempos. “Nunca te sientes más solo y vulnerable que cuando sales al mundo y dices quién eres”, afirma uno de sus personajes. Homosexualidad, transexualidad, relaciones abiertas, bisexualidad, y la sexualidad en la mujer madura, centran la mayor parte de sus tramas  Quizá se le pueda pedir a sus creadores que en las siguientes temporadas reflejen más la variedad racial de México o, al menos, hagan más patente la impermeabilidad de ciertos círculos a esta.  

   Sin venderse así ni pontificar,  la serie contiene un decidido alegato a favor de la diversidad y contra el machismo. Paulina de la Mora, que se ha robado el protagonismo su (a)dicción al alprazolam,  nos deja esta máxima: “No vamos a ser parte de esa cultura machista que humilla a las mujeres por tener vida sexual activa, naco”. Menos mal que abandonamos los prejuicios en la puerta y nos adentramos en La casa de la flores.

 

           

           

           

           

           

           

 
           

Alberto Conejero (Jaén, 1978) es dramaturgo y poeta y acaba de estrenar en Madrid 'Los días de la nieve'. Ganó, entre otros, el Premio Max por 'La piedra oscura'. Otras de sus obras teatrales son 'Ushuaia' o 'Todas las noches de un día', mientras que 'Si descubres un incendio' es el título de su primer poemario

       

       

       

       

       

       

       

       

       

Versión imprimir