Línea de telón
La enfermedad del domingo
ALBERTO CONEJERO
Llega el domingo con su pabellón de presagios, su colección de inquietudes. Tiene este día de la semana aire de resignación, de canción que suena antes del cierre. Por esa razón le toca al domingo pagar los platos rotos del fin de semana y es siempre el domingo el último que apaga la luz y cierra. Hay quienes apuran estos días y quienes se apuran en este día. Es el domingo esto y lo otro, puerto de adioses y de reencuentros, último fuego de artificio y también su pólvora gastada. Tiene el domingo el vuelo de una red de arrastre, el bullicio de una almoneda de horas. En el verso de Caballero Bonald, “sucede que es un día más bien canción que número”.
Desde hace ya más de un año, para mí el domingo es el día de entrega de esta columna. Trato siempre de postergar su escritura a las primeras horas de la mañana de hoy, para que cuando la lean ustedes el miércoles no sea cosecha de ayeres. Los domingos son también línea de telón, recuerdo del alumno que dejaba los deberes para el último día, y rabiaba si el tiempo era bueno y llamaban a la puerta para salir. Dispone, qué le vamos a hacer, el domingo su temperamento melancólico, los manteles dispuestos a los reencuentros fugaces, su voladura de instantes.
A día tal no le podían faltar ni poetas ni cantores ni cineastas ni pintores. Escribo este párrafo y suenan entre líneas Sunday morning, de The Velvet Underground, Sunday, de Sondheim, Sinefiasmeni kiriak í(Domingo nublado), de Tsitsanis —que empieza con el tremendo verso “domingo nublado, te pareces a mi corazón”—; Tarde de domingo rara, de Amaral… ¡Tantas canciones!
El cine también se ha rendido al domingo. Así la maravillosa People on Sunday (1930), con guion de Billy Wilder y dirigida por Robert Siodmak; o Never on Sunday (1960), de Jules Dassin, película que obtuvo el Óscar en 1961 por su música y por la excepcional canción Los chicos del Pireo, de Manos Jadsidakis. Pero ha sido nuestro cine, el español, el que entregó el año pasado una película bellísima, tan dolorosa como viva, escrita y dirigida por Ramón Salazar y de la que esta columna toma prestado su magnífico título: La enfermedad del domingo.
La recuerdo hoy, mañana de domingo, —no solo para celebrar su emoción destilada, el trabajo de Susi Sánchez (Anabel, papel por el que recibió el Goya este año) y Bárbara Lennie (Chiara), la contención luminosa de Ramón Salazar, que nos lleva siempre por el borde la herida, ¡y de qué modo!—, sino porque he visto recientemente El domingo (prólogo), el cortometraje que precedió a la película.
El corto está protagonizado por David Kamemno y Bruna González, que interpreta a la Chiara niña. Nos encontramos 35 años antes del punto de partida de la película, en aquella mañana de domingo que Chiara pasó junto a su padre, Mathieu, en el lago. Cuando regresaron de la excursión, la vida perdió pie con lo que era. Son apenas ocho minutos de cortometraje, pero colmados de belleza serena, sostenidos sin apenas palabras, pero con el pulso emocionante de la música de Nico Casal. La inmersión a pulmón en el lago de un recuerdo. Todo acaba construyendo el preludio de la herida, esa ventana donde la niñez se rompe para siempre.
Tienen El domingo (prólogo) a un golpe legal de clic. Si no han visto aún La enfermedad del domingoo si están pensado en volver a verla, sirva el cortometraje como invitación. Nunca le han faltado al domingo poetas; Ramón Salazar y sus dos intérpretes le han entregado casi dos horas de poema, de un bellísimo poema.
Alberto Conejero (Jaén, 1978) es dramaturgo y poeta y tras estrenar en Madrid 'Los días de la nieve', se dispone a hacer lo propio con 'La geometría del trigo'. Ganó, entre otros, el Premio Max por 'La piedra oscura'. Otras de sus obras teatrales son 'Ushuaia' o 'Todas las noches de un día', mientras que 'Si descubres un incendio' es el título de su primer poemario