LÍNEA DE TELÓN
Señoras del (h)ampa
ALBERTO CONEJERO
Tras una intensa y larga campaña de promoción, el 19 de junio se estrenó Señoras del (h)AMPA, la serie creada por Abril Zamora y Carlos del Hoyo. El éxito fue sonado: casi tres millones de espectadores y elogios prácticamente unánimes en los mentideros de las redes sociales.
Los que hemos seguido la trayectoria en el teatro de Zamora —como autora, intérprete y directora— teníamos muchas ganas de descubrir su salto al audiovisual en una televisión generalista. Pese a su juventud, la creadora catalana atesora una profusa trayectoria en la que ha ido forjando un estilo propio, un peculiar universo poblado por criaturas con el corazón escacharrado y la cabeza llena de los más extraños pájaros, pero humanas, decididamente humanas. La voz de Zamora bebe sin prejuicios de las fuentes más variopintas: de Todd Solndz a Sensación de vivir, del Calígula de Camus al manga japonés, de Clueless, fuera de onda a Fassbinder. Así que no es de extrañar que sus creaciones desafíen constantemente eso de los géneros de ficción, desdibujando las lindes entre lo culto y lo popular, armando una poética tan descaradamente deudora de estos referentes como genuina.
Todo esto, por fortuna, ha permanecido en Señoras del (h)AMPA, cuyo estreno se produjo con el aval del reconocimiento conseguido en el MIPDrama Buyers Coup de Coeur de Cannes como Mejor Serie Internacional. Creo que parte de su éxito es que han conseguido algo dificilísimo: un escenario profundamente local —el barrio, ahora me ocupo de esto—, visto desde la poética universal del terror (colindante intencionadamente con el de serie B y nuestra torpeza esperpéntica). En este sentido el magisterio de Almodóvar parece evidente. Esta es una serie de barrio, de mujeres de barrio. Tras los primeros minutos recordé el poema en prosa Mujeres, de Manuel Vilas:
No las ves que están agotadas, que no se tienen en pie, que son ellas las que sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades. Con el matrimonio, con la maternidad, con la viudedad, con los golpes, ellas cargan con este mundo, con este sábado por la noche donde ríen un poco frente a un vaso de vino blanco y unas olivas. Cargan con maridos infumables, con novios intratables, con padres en coma, con hijos suspendidos. Fuman más que los hombres. Tienen cánceres de pulmón, enferman, y tienen que estar guapas. Se ponen cremas, son una tiranía las cremas. Perfumes y medias y bragas finas y peinados y maquillajes y zapatos que torturan. Pero envejecen. No dejan las mujeres tras de sí nada, hijos, como mucho, hijos que no se acuerdan de sus madres. Nadie se acuerda de las mujeres. La verdad es que no sabemos nada de ellas. Las veo a veces en las calles, en las tiendas, sonriendo. Esperan a sus hijos a la salida del colegio. Trabajan en todas partes. Amas de casa encerradas en cocinas que dan a patios de luces. Sonríen las mujeres, como si la vida fuese buena. En muchos países las lapidan. En otros las violan. En el nuestro las maltratan hasta morir. Trabajan fuera de casa, y trabajan en casa, y trabajan en las pescaderías o en las fábricas o en las panaderías o en los bares o en los bingos. No sabemos en qué piensan cuando mueren a manos de los hombres.
Además, lo protagonizan mujeres cuya media de edad ha pasado ya los cuarenta. ¡Por fin! Zamora ya había trabajado previamente en el teatro con muchas de estas espléndidas intérpretes, como es el caso de Mamen García. Gran trabajo de todo el reparto en este capítulo piloto… lo de Malena Alterio es siempre de altos vuelos, ¡qué escucha, qué modo de sostener el aire de la escena! Y creo no equivocarme anticipando múltiples reconocimientos para la Mayte de Toni Acosta.
El primer acierto de la productora ha sido salvaguardar la voz genuina de Abril Zamora, aquí aliada con Carlos del Hoyo tanto en la dirección como en el guion (lo que liga su obra de teatro Pulveriza con estas Señoras del (h)AMPA demuestra la tenacidad de un estilo). Zamora sabe pasar sin solución de continuidad de la ternura al escalofrío, del homenaje al cine de casquería y sobremesa a la más luminosa comedia popular. Este primer capítulo muestra la efectividad de una estructura tipo “bola de nieve”, aquella en la que los protagonistas para enmendar un error van generando otro mayor y así hasta la resolución. El detonante, nunca mejor dicho, de esta comedia negra es un robot de cocina (que ya aparecía en la citada Pulveriza), el cual desmorona el precario equilibrio de estas mujeres. Es la gota que colma el vaso, el incidente que hace saltar por los aires un barril cargado de pólvora. ¿Qué pólvora? La de la supervivencia cotidiana con sueldos miserables, la del machismo, la de la invisibilización del deseo de la mujer madura —de antología la escena onanista gracias al presentador de informativos David Cantero—, la de la crianza a solas y en soledad, la del desamor, la de aguantar las velas de los palos ajenos.
Ojalá la serie siga la senda promisoria de su capítulo piloto y la cadena de televisión que la emite no la maltrate. Lo de colocar bloques de anuncios de seis minutos entre escasos minutos de ficción cortocircuita el flujo dramático, es irritante e incluso disuasorio. Queda el recurso de verla online, sí, pero la serie merece el mismo cuidado en su emisión que el que sus creadores han puesto en su realización.