– ¿Recuerda usted en primera persona aquellos suburbios en los que transcurre la trama de ‘Grupo 7’?
– ¡Sí! Mi abuela vivía cerca y por aquel entonces, hacia 1988, ya frecuentábamos una sala de conciertos, el Fun Club. Todo cuanto veías alrededor eran prostíbulos, casas de drogas o nidos de ratas. Pero nunca tuve problemas: se debía notar que ni mis amigos ni yo teníamos un duro, así que jamás intentaron robarnos…
Aquel adolescente melómano y curioso se encontraba a solo un año de ingresar en la universidad. Pero que a Alberto Rodríguez le conozcamos hoy detrás de una cámara en lugar de, quién sabe, firmando reportajes para el Diario de Sevilla obedece a una soberana casualidad. “Yo siempre fui mucho más devorador de literatura que de cine”, rememora Alberto mientras escudriña la calle a través del cristal de la cafetería. “Paco Baños y yo, compañeros desde el parvulario, estábamos en la cola de la preinscripción cuando nos echamos a cara o cruz a qué carrera matricularnos”. Dudaban entre Audiovisuales o Periodismo. Salió cara. Tuvieron suerte. Baños también se gana las lentejas en esto: es script.
– A juzgar por su mirada curiosa sobre las cosas, también habría sido buen periodista.
– Quizás. Hay unas cuantas buenas historias que contar todos los días. Y eso que ahora, con dos hijos pequeños, me he vuelto más perro y tengo menos tiempo para ojear el periódico.
– ¿No es de los que recorta noticias como inspiración para posibles guiones?
– Tenía una caja llena de recortes, sí. Ahora guardo enlaces en una carpeta de mi ordenador que se llama “Ideas”, pero casi nunca cristalizan en nada. Aunque hace poco archivé la historia de un tipo que se pasó por la biblioteca municipal para devolver un libro que le habían prestado 52 años antes. ¡Eso sí es remordimiento de conciencia!