– Muertos de risa sí que fue un gran éxito de taquilla.
– También recibí muchísimas críticas: “vale, es graciosa, pero por qué termina mal, por qué se matan”. Porque es la esencia de la historia. “No cuentes al comienzo lo que va a pasar al final”. Sí, porque me recuerda a El crepúsculo de los dioses, me gusta así. Siempre ha pasado algo, pero hacer cine es eso, es exponerte a un especie de juicio universal. Y eso forma mucho el carácter. Cuando te encuentras con gente que se asusta por una tontería, pienso: ya verás cuando tu nombre esté en todos los periódicos del país y esté asociado con estúpido, insustancialidad, irregular. Cuando te juzga todo el mundo por la calle, vas por la calle te miran y dicen “el de las películas o bien o mal”, “este es el cabronazo de las subvenciones”, “este es el tonto del culo ,yo podía estar haciendo cine en vez de él”, “este es mi héroe, amo a este hombre”. Todo eso al mismo tiempo: gente que te ama, gente que te odia.
– ¿Cuándo empezó ese amor-odio?
– A partir de El día de la bestia. Pero es maravilloso, vives la vida de verdad. Nadie te miente. Todo el mundo te dice lo que piensa. El otro día tuve una oportunidad increíble de comprobar cómo es el ser humano. Fui al médico. Y me dice, atención: “Mi hija te adora, es superfan desde el comienzo”. Y continúa: “Dice que desde Mirindas asesinas no ha vuelto a hacer nada bueno”. Todo eso mezclado, el horror mezclado con la máxima admiración, soy tu fan, pero la única que me gusta es Mirindas, me has decepcionado siempre, pero te quiero, siempre voy a ver tus películas, pero nunca me gustan. Eso es mi vida, eso es con lo que me encuentro todos los días, pero me encanta, no me quejaré jamás. Tengo la suerte de vivir de lo que hago y que lo que hago es lo que más me gusta en la vida. Yo pagaría, y de hecho lo he hecho: pago por lo que hago.
– Su cine se alimenta de eso, de esas contradicciones.
– Sí, sí, de ese encuentro de sentimientos. Podría contar mis anécdotas de estas. Un día, bajo las escaleras de mi casa, me dan un paquete, lo abro y dentro hay un betamax, lo abro y hay una rata grapada en su interior que al abrir la carátula se abre como un libro. La carta la escribía un fan.
– Como la otra, ¿no? Desde Mirindas no habías hecho nada que mereciera la pena.
– Lo mismo [risas]. Entonces, salgo a la calle, tiro el vídeo a la basura y se acerca una persona como de 1,90m con una enrome sonrisa en la cara, me da la mano y me dice “Sabemos dónde vives”. Y: “Me encantan tus películas, yo debería ser tú”. Me agarra de las solapas de la camisa, sonríe y se va. Me subí a casa aterrado. Pero al mismo tiempo hay momentos que te dan las gracias por hacer lo que haces y que por favor sigas haciéndolo y se te saltan las lágrimas.
– Parte de su trabajo que más se admira es con los actores, porque sus películas son siempre muy corales.
– Creo que estoy aprendiendo un montón de trabajar con tantos actores, pensar lo contrario es estar muerto. Creo que somos unas figuritas que se mantienen en pie porque se están moviendo todo el rato, si te paras, te rompes. Si consideras que ya has llegado, estás muerto. Como en los matrimonios cuando dices ya está: esta es mi mujer, estos son mis hijos, mi vida está cerrada, aquí acaba todo. Ahí empiezas a morir. No tienes que tener nunca atado, todo tiene que estar como a punto de romperse para que sea emocionante. Creo que sigo aprendiendo porque me obligo a colocarme en situaciones complicadas. Me encanta trabajar con 10 actores, pero dirigir a 10 actores de esta categoría es un lío. Porque ves el plan de trabajo y nadie libra, como me ha pasado en Perfectos desconocidos. Me gusta confrontar caracteres y ver qué pasa en la química entre los actores.