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07-04-2017

Àlex Monner
 
“Mi límite está en la muerte”
 
 
Fue un ídolo desde la adolescencia. Hoy, con 22 años, atesora ya una carrera para el asombro a la que se sumará en breve su primer corto como director. Ojo: tampoco descarta componer bandas sonoras
 
 
 
FERNANDO NEIRA
Reportaje gráfico: Pau Fabregat
Pasea Àlex Monner (Barcelona, 1995) por el barrio de Gràcia con aire natural y despistado, ajeno a las miradas que a cada esquina, irremediablemente, le identifican como uno de los rostros más conocidos de la ciudad desde que cada lunes se colara en los hogares catalanes con la inmensamente popular Polseres vermelles (Pulseras rojas). Todo es, en realidad, desparpajo, sinceridad y falta de impostura en este actor jovencísimo y de madurez pasmosa; no solo frente a las cámaras, sino en el fragor de la conversación. Monner es espontáneo porque consigue que todo le resulte fácil: menudo pero atractivo, relajado incluso cuando se apasiona explicando alguna idea singular de las que no paran de bullirle en la cabeza.

   Ha venido sin prisa: solo no perdonaría que le dejásemos sin su entrenamiento de fútbol 7, pero para eso falta aún toda la tarde. Y dispone de mucho más tiempo que cualquier muchacho de su generación (o de las anteriores) porque ha renunciado a los teléfonos inteligentes y en su bolsillo atesora un móvil antediluviano por el que ha pagado 25 euros. “Son todo ventajas. No me paso el día en las redes y me ahorro los 700 euros de cualquiera de esos cacharros. Si alguien quiere saber de mí, no tengo guasap: que me llame”.

   Posa con aparente despreocupación (“esto es fácil, no tienes que hacer nada”), pero no hay foto que le desfavorezca. Como tampoco hay renglón torcido, por ahora, en una trayectoria impoluta, ascendente y fascinante, con Los niños salvajes premiada en Málaga, el reciente mano a mano con Emma Suárez para La próxima piel y hasta su relevancia televisiva ya a nivel estatal gracias al Pol de Sé quién eres. Por eso en esta entrevista terminaremos hablando de límites. Y él, ahora mismo, conoce pocos.
 
– ¿Siente que está viviendo deprisa?
– Sí, con toda la intensidad de la que soy capaz. Y sin renunciar, ya desde tan jovencito, a la nostalgia. Es una visión de la vida que mi padre me ha inculcado y yo la he hecho mía.

– ¿Pero de dónde le viene el talento?
– Creo que me vino dado, a la manera de una inspiración vital. Cuando rodé Héroes pensé: “Esto me encanta, ojalá me durase para toda la vida”. Y la vocación acabó perfilándose. Me repetí: “Lo quiero, lo quiero”.

– ¿Ha vuelto a ver Héroes recientemente?
– No, pero la conservo bien en la memoria. Era muy joven, muy virgen, sin tablas. No me incomoda pensarlo ni reconocerlo, porque me remonta a un momento casi idílico: un verano, cinco críos conviviendo juntos todo el rato… Una maravilla.



– ¿Y recuerda al Àlex inmediatamente anterior, el que acababa de terminar 2º de la ESO?
– ¡Uf! Era un chaval al que no le gustaba demasiado estudiar, pero ya sentía que el arte iba cobrando importancia en su vida. Me gustaba lo normal: estar con los amigos, jugar al fútbol, esas cosas. Era un buen extremo izquierdo, aunque creo que deberían haberme aprovechado mejor como media punta. Mil veces he pensado qué habría sido de mi vida sin aquel casting en el instituto, pero no tengo ninguna respuesta. La vida es eso, una sucesión de momentos cruciales. Y aunque viviera cien años, ninguno para mí será tan decisivo como aquel 2009.

– Lo malo es acostumbrarse a que todo sucede así, de inmediato. Una cosa detrás de otra…
– Lo sé. Todos tenemos una parte impaciente, imagino, y no hay más que echarle un vistazo a mis uñas para comprender que un poco ansioso y nervioso sí que soy. Estrenamos La propera pell casi dos años después de rodarla, pero ahora ya sé que ese es el tiempo mínimo requerido en el caso de un proceso que se cuida con el máximo cariño.

– ¿Le ha dado tiempo al menos, parafraseando su último éxito televisivo, a saber quién es?
– No, no lo sé, pero esa es mi eterna búsqueda. Por eso creo saberlo algo mejor que hace un año o un minuto. Intento sentirme a gusto dentro de mi propia piel, la más difícil de todas las pretensiones. Aspiro a ser como mi amigo Oriol Pla, también actor y un tipo capaz de sentirse como pez en el agua en cualquier situación.

– Una vez dijo que su mayor fortuna era encontrarse solo con buena gente. ¿A qué se refería?
– A que no he tenido que enfrentarme en mi trabajo a ningún capullo integral. Con algún director ha habido una relación más distante, pero en esta profesión he conocido a gente increíble, a una auténtica familia de rodaje. Y el ejemplo más claro es el de Pau Freixas, con el que no paro de coincidir: Héroes, Polseres vermelles, Sé quién eres. El 80 por ciento del actor que soy se lo debo a él. Y en un porcentaje menor, pero no pequeño de su manera de dirigir he intervenido yo. Nos hemos alimentado mutuamente.

– ¿Echó alguna vez en falta una formación específica como actor?
– En realidad estuve un año con Nancy Tuñón, justo después de Héroes y Polseres…, y fue increíble aprender a hacer el loco. Pero sí, soy autodidacta y aprendiz eterno. Me alimento de lo que me rodea. Blanca Portillo, por ejemplo, equivale a una clase magistral diaria. Tiene el inmenso recorrido que tiene, pero se sigue desnudando ante cada nuevo proyecto.
 
– ¿Lo suyo se llama, entonces, instinto?
– Supongo que sí. No quisiera parecer ególatra o creído, pero creo sinceramente que es así.



   A estas alturas de la conversación, Monner ya se ha acercado a un grupo de colegas a pedirles tabaco de liar, le ha implorado al fotógrafo un par de cigarrillos mentolados (“¡no molan nada, pero algo hay que fumar!”), ha saludado aquí y allá al paisanaje que trasiega por la Plaza del Sol y no para de incorporarse en la silla y colocarse las piernas bajo los muslos, como si nos encontráramos ante un imberbe maharishi urbano. Cosas de la plasticidad juvenil y habilidades con más aplicaciones de las que cualquiera imaginaría. Colocarse la pantorrilla derecha bajo el glúteo izquierdo era la postura que adoptaba durante la grabación de Polseres vermelles para aparentar que había sufrido la amputación de la pierna.

– ¿Dispone ya de alguna teoría sobre por qué Pulseras rojas trascendió su condición de buena serie de televisión a fenómeno sociológico?
– Porque fue un proyecto realizado con mucho amor. Así de sencillo. Tocaba temas sensibles, ahondaba en valores concretos pero a la vez universales. Contábamos la historia de unos chavales enfermos, pero también de unos adolescentes que no renunciaban a enamorarse. Aquel Leo ha sido el mejor personaje de mi vida, el menos convencional, el que pude exprimir durante dos largas temporadas. Ni siquiera Gabriel, en La próxima piel, me permitió un trabajo tan intenso.
 
– ¿Conoció a chavales enfermos para comprender mejor el mundo de Leo?
– Sí [silencio]. Fue un proceso difícil de gestionar. Intentas acercarte a sus necesidades, pero con la conciencia de que tú no estás pasando por eso, que no eres sino una representación en la ficción. El único chico del que me hice colega, Pau, falleció al año y medio. A mi hermana le acabó afectando bastante.
 
– Pero deduzco que le gusta indagar, documentarse, interiorizar las circunstancias de sus personajes.
– Me gusta escribir sobre ellos, de hecho. Con Pol lo hice mucho. Con Gabriel un poco menos, pero también bastante. Me enfrentaba a un hijo con amnesia disociativa y necesitaba comprender su recorrido. Tenía un mural en la habitación del hotel con apuntes. No pensemos en un loco con el cuarto lleno de papeles, pero… sí que había unos cuantos esquemas, sí.
 
Els nens salvatges no ha quedado tanto en la memoria colectiva, pese a los premios. Pero era una valiosa reflexión sobre la adolescencia.
– Es que esos años son un momento clave. Solo eres feliz si sales más o menos airoso de la adolescencia. Yo recuerdo la mía con altibajos muy fuertes. Tienes 15 años, te andan reconociendo a cada rato por la calle y… eso, inevitablemente, afecta. Me pasaba el día como enfadado con la gente, pero mis problemas eran conmigo mismo. No me sentía a gusto, pero he tenido personas a mi lado que, de la manera más limpia y pura, me han permitido seguir siendo quien realmente soy.



– Y ahora, con 23 años y semejante carrera, ¿ha pensado cuál es su límite?
– [Silencio largo] Mi límite está en la muerte. Ahí está, no en ningún otro lugar. El mundo del arte consiste en intentar conocer permanentemente lo que tienes dentro, y eso va ligado a un modus vivendi, a cómo decides vivir tu vida. No pienso en otro límite. Cuando veo a un señor mayor que ha sabido integrar con tranquilidad en su vida el paso de los años siento un placer inexplicable. Mis abuelos vascos, por ejemplo, llevan toda la vida juntos y siguen enamorados: han sabido transformarse y vivir sin límites. Yo aspiro a eso mismo. El arte es mi gran amor porque me proporciona los momentos de mayor placer y de mayor sufrimiento.

– De ahí que quiera ser polifacético, claro. ¿Qué es eso de que también le gustaría crear bandas sonoras?
– Me puedo pasar horas en casa tocando para mí solo y, cuando encuentre un corto en el que pueda encajar mi música, lo haré. Pero sigo pensando que la magia del cine radica en que lo engloba todo: tiene capacidad para crear a un tiempo atmósferas con el sonido, la luz, los actores y la música. Es una herramienta muy potente y una plataforma de transmisión de valores. El neorrealismo italiano o el expresionismo alemán nacieron de querer explicar la realidad a partir de lo que sucede en tu pueblo. Y eso debería estudiarse en los institutos: igual que llevamos a los chavales a ver esculturas y pinturas a los museos, pongámosles las pelis de José Luis Garci.
 
– Y de ahí también, precisamente, su debut como director. Con un cortometraje.
– Sí. Por primera vez puedo desvelar el título: Un chico cualquiera. Rosario solo hay una. Con Emilio Palacios y Loles León.
 
– De momento no ha parado ni un momento. ¿Y si sucediera?
– Esa posibilidad me ilusiona y me acojona a la vez. Seguro que llegará un momento de bajón, pero ya me buscaré la vida. Me pondré a encontrar financiación para algún proyecto propio o a trabajar de atrezzista o de script. Yo qué sé. De momento, el teléfono sigue sonando y, en consecuencia, no queda otra que hacerlo cada día lo mejor posible.


Futbolistas fuera del armario
 
En compañía de Àlex Monner pueden suceder cosas asombrosas. Por ejemplo, que una joven interrumpa la conversación, cámara en mano, y le diga al actor: “Estoy preparando un documental sobre diversidad sexual. ¿Podrías colaborar?”. Y que Monner, sin más dilación ni explicaciones, abrace al fotógrafo y al periodista para proclamar ante la cámara, con la mejor de las sonrisas: “Acabamos de conocernos y ya nos queremos”. La escena (absolutamente real, por inverosímil que parezca el relato) nos trajo a la memoria su papel en Barcelona, nit d’estiu, donde encarnaba a un prometedor fichaje del Barça que mantiene un romance con un compañero de su anterior equipo (Luis Fernández). “No puede ser que no haya futbolistas gais, eso es seguro”, anota Monner, que hasta hace poco era un extremo con proyección. “No sé por qué tienen tanto miedo a actuar con tranquilidad. Bueno, o sí lo sé: si Cristiano Ronaldo fuera gay, no vendería tantas camisetas y los padres que ven el fútbol en el bar se burlarían de él. Y, a renglón seguido, Nike se rajaría con el patrocinio. Es así de tonto, pero es así. El cine intenta explicar dilemas que existen en la sociedad, y ese papel mío de jugador homosexual era un buen ejemplo”.

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