twitter instagram facebook
Versión imprimir

ALFONSO BASSAVE

“Me quedé con la vena artística
porque el ‘business’ no era lo mío”

 
Aunque la televisión se enamoró de este joven madrileño hace ya una década, su idilio no ha perdido un ápice de intensidad. Figuró entre los alumnos que inauguraron la famosa escuela de Un paso adelante, cultivó su faceta de seductor con Diez en Ibiza y fue rival del mismísimo Federico Luppi en Los simuladores. Su nombre se hizo conocido entre el público italiano gracias a la exitosa comedia familiar Caterina e le sue figlie, en la que encarnaba a un gay desinhibido cuyo novio no se atrevía a confesar su homosexualidad. Regresó a España para pasar como episódico por El síndrome de Ulises, Hospital Central o Impares Premium, pero pronto obtuvo plaza fija en UCO. Allí pasó una temporada dando vida a un guardia civil impulsivo y mujeriego que, bajo las órdenes de Sancho Gracia, resolvía los casos más complicados. Después ofreció terapia psicológica a los adolescentes con problemas de La pecera de Eva y vivió de cerca la trama de corrupción urbanística que retrataba Crematorio. Sin embargo, muchos espectadores le recuerdan por haber batallado contra el ejército romano de Lluís Homar en Hispania, serie que también le permitió actuar junto a Juan José Ballesta o Roberto Enríquez.
 
Entre sus cinco cortometrajes destaca Socarrat, un recorrido por los oscuros recovecos de una peculiar familia que fue preseleccionado para los Goya de 2010. Idéntico éxito cosechó un año más tarde Genio y figura, donde interpretaba a un militar capaz de jugarse el pellejo a cambio de la fama televisiva. Ya había aparecido en las películas XXL y 8 citas cuando Joaquín Oristrell le propuso integrar el triángulo amoroso de Dieta mediterránea junto a Paco León y Olivia Molina. Entonces no sabía que lo mejor estaba por llegar: Roland Joffé preparaba la superproducción There be dragons para repasar la vida del fundador del Opus Dei y le convirtió en uno de los primeros fieles de esa institución. La katarsis del tomatazo, una original iniciativa de Cristina Rota, le curtió sobre el escenario. Exploró la paradójica incomunicación de estos tiempos con el montaje Vacantes, de Lluïsa Cunillé, y durante su formación en Londres estrenó la onírica The pitchfork Disney y la social Brixton Stories.
 
RUBÉN DEL PALACIO
¿Recuerda el momento particular en que decidió ser actor, y por qué?
− ¡Perfectamente! Tenía 18 años y estaba en primer curso de Derecho y Bolsa. Aunque ya llevaba tiempo dándole vueltas, no me atrevía a barajar seriamente la posibilidad de ser actor. Hasta que el protagonista de El club de los poetas muertos me dejó profundamente tocado: era un chaval que, tras descubrir su vocación interpretativa, no se veía capaz de enfrentarse a su padre y acababa suicidándose por miedo. Me sentí identificado y decidí que a mí no me pasaría lo mismo, así que esa misma noche dije a mis padres que quería estudiar Arte Dramático. 
 
− ¿Quién fue el primer amigo/a al que se lo contó, y qué le dijo?
− Antes de empezar Arte Dramático ya había tenido pequeñas experiencias en obras de teatro para el cole y durante un año acompañé a María Ballesteros, mi íntima amiga desde la infancia, a clases abiertas de Cristina Rota. María fue la culpable de que aquel gusanillo tomara forma y se atreviera a expresarse. Tanto nuestra formación como nuestras carreras han ido de la mano.
 
Si el teléfono dejara de sonar, y ojalá que no, ¿a qué cree que se dedicaría?
− No me asusta pensar en esa posibilidad porque en la vida de todo actor hay momentos en que el teléfono no suena tanto como debiera, los proyectos que llegan no son lo suficientemente interesantes o no hay casi curro, como pasa ahora. Pero uno va desarrollando toda una actitud ante eso: tomar distancia emocional con el trabajo, seguir formándose y cultivar otros intereses es lo mejor para sobrellevar los varapalos de esta profesión con mayor serenidad. Si llegara el momento de abandonar, quizá me dedicaría a algo relacionado con la psicología y el desarrollo personal, ámbitos en los que llevo años investigando. Me iría a vivir al campo, cambiaría mis prioridades y apostaría por un estilo de vida que hoy solo puedo disfrutar en mi tiempo libre. 
 
− ¿En qué momento de qué rodaje pensó: “¡Madre mía, en qué lío me he metido!”?
− ¡En muchos! Me viene a la cabeza Encontrarás dragones, un filme dirigido por Roland Joffé que repasaba la vida del fundador del Opus Dei. Aunque el tema me producía bastante rechazo, no podía dejar pasar la oportunidad de trabajar en inglés, con un presupuesto a la americana, un elenco de lujo y un director al que admiro. Acabó siendo una experiencia muy enriquecedora, pero no puedo olvidar aquel primer día en el salón de una casa de Buenos Aires, charlando sobre la figura de Escrivá con dos sacerdotes que habían llegado desde Roma como asesores del rodaje y que aprovechaban los ratos libres para cantar canciones de misa. Entonces pensé: “Alfonso, ¿dónde te has metido?” [Risas]
 
− ¿Cuál considera que es el principal problema del celuloide español, si es que ve alguno?
− Aunque hoy siga existiendo esa tendencia tan española de menospreciar lo nuestro y un sector de la política se empeñe en demonizar el cine, ha quedado sobradamente demostrado el enorme talento que hay aquí a la hora de contar historias. Muchísimos profesionales, más allá de directores o actores, siempre están presentes en festivales internacionales. ¡Y hasta en los Óscar! Los problemas no son creativos, sino industriales, de la producción a la exhibición. Es difícil competir con Hollywood porque tiene presupuestos infinitamente mayores, autonomía frente al poder político y un gran público. Pero resulta totalmente imposible si no se defiende la distribución de nuestras películas, que llegan con una cantidad mucho menor de copias a salas absolutamente colonizadas por cintas americanas. Cualquier crisis trae una oportunidad de cambio y es el momento de reinventar nuestra forma de hacer cine, teniendo en cuenta el cambio que ha supuesto Internet, algo contra lo que no podemos ni debemos luchar. Y al sector le vendría bien un poco de apoyo desde arriba para que sus nuevos cimientos fueran sólidos: no hay que considerar la cultura como un lujo, sino como algo fundamental en la salud colectiva de un país.
 
− ¿Se le ocurre alguna solución imaginativa para paliarlo?
− Si hubiese seguido cursando Derecho y Bolsa, seguro que sí, pero me quedé con la vena artística porque el business no era lo mío [Risas]. Los gobernantes deben empezar a respetar el celuloide, que no es el trabajo de unos pocos privilegiados, sino una industria que emplea a un montón de gente. También es preciso que los ciudadanos dejemos a un lado la crítica destructiva y demos una oportunidad a obras que venden nuestro país por todo el mundo. ¿Es que Almodóvar, Amenábar o Bayona no ayudan a consolidar la marca España, que tan importante les parece a los políticos?
 
− ¿A quién le devolvería antes la llamada, a Spielberg o a Woody Allen?
− Sin duda llamaría primero a Woody, aunque sin desmerecer a ese otro grande. Siempre me ha flipado su cine: los geniales guiones, el sentido del humor y lo que consigue de sus actores. Sus títulos son toda una terapia, encabezan mi lista de preferidos.
 
− ¿Cuál fue el primer actor o actriz que le conmovió, que le dejó al borde mismo de la lágrima?
− Siempre he flipado con Meryl Streep. Al margen de su increíble talento y belleza, es de esos creadores que parecen tocados por la inspiración divina, como Mozart o Leonardo Da Vinci. ¡Sus actuaciones en La decisión de Sophie o Kramer contra Kramer son geniales! También me encanta John Malkovich en Las amistades peligrosas y El cielo protector.
 
¿Qué frase de película le gusta aplicar como ‘leit motiv’ personal?
− “Claro que lo entiendo, incluso un niño de cinco años podría entenderlo. ¡Que me traigan un niño de cinco años!”. La dijo el mítico Groucho Marx en Sopa de ganso.
 
− ¿Qué largometraje ha visto tantas veces que se sabe los diálogos completos de alguna escena?
¡Muchos! Las amistades peligrosas, Tomates verdes fritos, Todo es mentira, Mujeres al borde de un ataque de nervios… Hace tiempo vi varias veces Hola, ¿estás sola?, de Icíar Bollaín. Me encontré a Candela Peña y, sin conocerla ni mediar saludo, empecé a soltarle el texto de una escena en la que ella y Silke discutían en la barra de un bar. ¡Flipó y me siguió el juego!
 
− ¿Le gusta volver a ver los filmes o series en los que ha participado?
− Ni mucho ni poco. Cuando hago un trabajo acabo viéndolo continuamente durante una temporadita porque primero quiero aprender de los errores, luego toca promocionarlo, también hay que enseñárselo a familiares y amigos… Al tiempo vuelvo a verlo para seguir mi evolución profesional y las impresiones han cambiado: cosas que recordaba horribles resultan no serlo tanto y otras que viví como un gran logro me parecen ahora los primeros pasos de un camino en el que ya llevo kilómetros.
 
− ¿Cuál fue el última película que no fue capaz de ver hasta el final?
Audition, una japonesa de miedo.
 
¿Cuál es el primer consejo que le ha dado alguien cercano –ya sea del ámbito profesional o personal– para ejercer mejor la interpretación?
− “Hagas lo que hagas, hazlo bien, dedícate con pasión a ello. Sé un artesano de tu oficio, aprende y desarrolla herramientas. ¡Y lee a Shakespeare!”. Me lo dijo mi padre, que no tiene nada que ver con este medio, cuando le conté que quería ser actor. 
 
− ¿Intuitivo o metódico? ¿En qué porcentaje?
− En el proceso de creación debe haber espacio para las dos. Hay momentos que exigen buscar dentro del personaje, perderse para luego encontrarse, y las herramientas que da la técnica permiten concretar lo que se quiere expresar. El actor que solo apuesta por una de las dos cualidades anda cojo. El intuitivo necesita también de la voz, el cuerpo, la dicción, el trabajo de mesa, los ensayos… Y el metódico se deja cosas tan importantes como la verdad, la emoción, lo mágico.
 
− ¿Qué canción o canciones escogería para ponerle banda sonora al momento actual de su vida?
Skinny love, de Bon Iver. O You are the best thing, de Ray LaMontagne.
 
− Adelántenos, aprovechando que no nos escucha nadie… ¿Cuál es el próximo trabajo que se va a traer entre manos?
− Acabo de rodar el largometraje Presentimientos, de Santiago Tabernero, y Antena 3 está emitiendo Gran Hotel. Tengo cosas pendientes, pero todavía no puedo contar nada…
 
− ¿Qué le gustaría hacer dentro de cinco minutos?
Terminar este cuestionario y salir de paseo con mi perra Sua, que ya me está mirando con ojos suplicantes… [Risas]  
 
− ¿Y dentro de cinco años?
− Recibir buenos proyectos e historias interesantes que me permitan seguir currando en esto. Y que mi vida profesional sea compatible con vivir en el campo y tener tiempo suficiente para ser feliz: disfrutar de mis amigos, de la naturaleza, ver a un hijo correteando por el jardín…
 
− ¿En qué otra época de la historia le gustaría haber nacido?
− ¡En ninguna! Prefiero quedarme como estoy cuando empiezo a pensar en el frío, el hambre o las enfermedades. Pero si hay que elegir, en la Florencia del Renacimiento italiano, para presenciar aquel momento de subidón artístico y humano.
 
Díganos qué le parece más reseñable de AISGE (si es que hay algo) y en qué aspecto le gustaría que mejorásemos (si es que hay alguno).
− Además del cheque anual, tan querido por los actores en época de crisis, AISGE viene desarrollando una buenísima labor desde hace años. Defiende nuestros derechos, amplía nuestra formación con cursos muy interesantes y su revista se ha convertido en referente periodístico para el colectivo por sus excelentes entrevistas. ¡Enhorabuena y gracias!

Versión imprimir