Alicia Luna
“Escribo papeles de mujeres adultas, pero los productores bajan la edad de los personajes”
Ha triunfado en la Seminci, el Festival de Málaga y los Goya. Pasó 20 años formando guionistas. Ahora escribe sus proyectos en un pueblecito a orillas del Cantábrico
FRANCISCO PASTOR
Durante décadas, si alguien se ponía a preguntar a los jóvenes guionistas dónde se habían formado, no era raro que muchos respondieran: “En la escuela de Alicia Luna”. Con esas palabras se referían a los másteres de guion que ella dirigía junto a la Universidad Autónoma de Madrid. Nació en la capital hace 60 años. En la actualidad vive en un pequeño pueblo asturiano, dotado de todo lo que requiere una escritora: costa, río, monte.
Su mudanza coincidió con lo peor de la pandemia, cuando todo estaba a medias. Por eso pasó el confinamiento en una casa del pueblo, pero sin ningún equipaje. Rogó a una de sus vecinas, la dueña de una mercería, que le vendiera ropa, pese al cierre de los negocios en aquellas fechas. Hoy, esta guionista galardonada en la Seminci de Valladolid, el Festival de Málaga y los Goya ha aparcado la docencia. “Llevaba más de dos décadas en ello. Ya me merecía un respiro”, revela.
Quiere concentrarse en escribir sus propios trabajos propios y otros que le encargan. En este caso, siempre está a la espera de noticias con el alma en vilo. Ha cambiado el papel de profesora por el de alumna y está aprendiendo el arte de la novela. Ahora es la guionista de Te doy mis ojos (2003), La vida empieza hoy (2010) o La boda de Rosa (2020) quien atiende a los cursos de otros. Ella recomienda los talleres de Lolita Bosch.
– ¿Lo laboral se resintió o mejoró fuera de Madrid?
– Me ha ido mejor. Madrid me hacía daño. Ocurrían demasiadas cosas al mismo tiempo. Me hacía falta parar un poco. Así que me instalé en un pueblo en el que no hay cine, ni se presentan libros ni se celebran eventos. Voy mucho al teatro, pero tengo más tiempo para la reflexión. Al igual que tantos otros, los guionistas nos acostumbramos a trabajar desde casa durante la pandemia. Esta nueva realidad, que resultaba impensable, nos ha venido muy bien.
– ¿Logró parar, entonces?
– Sí, sí. También por eso he dejado la docencia. Aunque no del todo: puedo impartir algún taller puntual. Pero el día a día de preparar una asignatura completa se acabó. Me hacía falta volver a aprender. Por eso llevo ya más de un año estudiando escritura creativa. Estoy descubriendo que en una novela se pueden describir bien los pensamientos de los personajes. Podemos detallar cómo huele algo y qué se oye en algún sitio. Es distinto al teatro y el cine, aunque formen parte del mismo arte.
– ¿La novela se escribe con brújula y el guion, con mapa? Eso dicen.
– Me gusta esa definición. El guion de cine es literatura, tanto como la novela. Pero para redactar uno debo preparar una historia estructurada. Apenas me dejo llevar. Trabajo con un argumento que enseguida se convierte en escaleta. Cuando quiero darme cuenta, ya he puesto los cimientos. Pero en este momento tramo un primer libro y todo es diferente. Aunque sé a dónde me dirijo, voy pasando por lugares inesperados. Lugares emocionales, quiero decir. Ahora escribo de otra forma, menos consciente, quizá más cercana al dolor.
– Al elaborar un guion tendrá presentes algunas limitaciones, técnicas o presupuestarias.
– Siempre pienso en la producción. Aunque me guste dar rienda suelta a la fantasía, nunca he redactado guiones distópicos. Cuando preparo un drama de carácter humano sí imagino a qué productores y directores les va a interesar. Pero si mañana presentara un texto de aventuras espaciales, no creo que lo leyeran. Sé lo que esta industria espera de mí. A las mujeres nos dejan siempre fuera del terror. Se sigue confiando poco en nosotras, aunque podamos escribir películas de miedo.
– Y eso que, además del Goya, en la vitrina tiene premios a toda su carrera. ¿En qué piensa cuando se los dan?
– En Te doy mis ojos, la película por la que gané el Goya al mejor guion. Fue una inmersión en el mundo de los malos tratos, de las víctimas. Icíar [Bollaín, la directora] y yo descubrimos un mundo entero de dolor, el dolor sufrido por otras mujeres. Era abrumador y nos sentimos pequeñísimas, pero estábamos escribiendo y nos tocaba seguir adelante. Cuando acabamos ese largometraje llegaron los reconocimientos. Por fin entró algo de luz en aquel pozo.
– El habitual en su cine el tema del malestar en la vida adulta, de matrimonio con hijos. Así ocurría en Sin ti (2006).
– Eso está ahí. Nos pasa a las mujeres y a los hombres. Un día nos damos cuenta de que estamos viviendo la vida de la persona que nos acompaña. De Sin ti me gustaba mucho una metáfora. Cuando la protagonista se queda ciega ve las cosas con mayor claridad que nunca. Hasta ese momento, se levantaba cada mañana para que su pareja fuera feliz. Ponía por delante los sueños de otros.
– En décadas de carrera habrá visto cómo han envejecido sus actores. Y sus actrices, claro.
– Ellas me piden papeles de mujeres adultas. Yo los escribo, pero los productores bajan la edad de los personajes. Una vez preparé una serie sobre una mujer con altas responsabilidades: la directora general de Tráfico. Una persona madura, con larga trayectoria profesional. Recuerdo que me reuní con un productor de televisión y empezó a decir nombres de actrices. Ninguna superaba los 28 años. Salí de allí muerta de risa. También he escuchado que, si un guion lo escribíamos dos mujeres, quizá lo debería dirigir un hombre. Para equilibrar las miradas, dijeron.
– Para la televisión de México lleva escritas tres temporadas de Mujeres asesinas. ¿Se acabó el momento de ser meras víctimas?
– En México hay muchísima violencia. El maltrato es aún peor que en España. Esta serie está basada en hechos reales. Son relatos verdaderos, contados por mujeres que están en la cárcel. La ficción nos pedía casos variados, mostrar historias diferentes. Pero lo cierto es que muchas de ellas habían matado para defenderse de sus parejas. Demoledor. Esas reclusas habían sufrido tanto que tuvimos que rebajar la violencia porque nadie iba a creernos. Y no me refiero a la violencia de ellas al matar, sino a la que habían padecido durante tantos años. No creo que nadie deba tomarse la ley por su cuenta, pero en esta serie hay un revulsivo, una esperanza. Por fin estamos diciendo a las mujeres que sí, que pueden defenderse.
– Ahora que ha dejado la docencia, ¿qué le gustaría pensar que han aprendido tantos alumnos en sus clases?
– A contar las cosas con una cierta verdad. Esto no implica partir de la realidad, pero sí querer alcanzar lo verosímil. Que cuenten las historias con cierta magia, con una luz que vibre. Que yo, como espectadora, no pueda salir de la pantalla. Pero no acaba ahí la cosa. Con el guion en la mano, tendrán que convertirlo en cine. Y elegir, o al menos encontrar, quien lo produzca. Y quien lo dirija. Las películas son muy caras. Resulta frustrante escribir obras y que acaben quedándose en un cajón. Si es en el mío, no pasa nada. Pero ¿qué pasa si he vendido los derechos de mi trabajo a un productor y este lo aparca hasta el infinito? Ese guion muere del todo. Nosotros escribimos adivinando, casi desde el principio, qué va a querer el público en unos años.