Andrea Jaurrieta
“Si no tienes pasión, no te dediques al cine”
Ha dirigido ‘Nina’, sobre la tormentosa relación entre un hombre maduro y una adolescente. Ahora está con los hilvanes de su tercera película. Un estilo muy personal define la trayectoria de quien fue meritoria de Almodóvar ocho años atrás
JAVIER OLIVARES LEÓN
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Maneja como una veterana los silencios, las miradas, los enigmas con los que reta al espectador. Pero solo tiene 38 años. La navarra Andrea Jaurrieta ha pospuesto incluso la maternidad para poder asentarse en el mundo del cine. Produce, escribe, dirige y da clases sobre la materia. Ese prisma hitchcockiano (“Estamos en el siglo XXI, los géneros son híbridos”, comenta), la ha consolidado con Nina, película que nació “de milagro navideño”: en julio de 2022 se paró la producción, pero se reactivó el 23 de diciembre, con Darío Grandinetti como protagonista.
- En una cena de amigos, ¿qué suele contar sobre el rodaje de Nina?
- Que fue una experiencia maravillosa. Y que es mejor tener ocho semanas de rodaje que cinco y media para parar a pensar. Aun así, hay que llevar las cosas muy claras, muy planificadas.
- ¿Fue mejor que el de Ana de día?
- Diferente. Ana de día fue más familiar, más libre. Y eso es muy bonito: la gente del equipo hacía familia, aportaba lo que podía. Es una experiencia que no voy a volver a vivir. Porque Nina era un proyecto mayor, nos hizo instalarnos en Mundaka [Vizcaya], así que dicha sensación de familia fue diferente. Terminábamos de rodar, nos íbamos al bar del puerto y allí se juntaban Darío Grandinetti con la auxiliar de maquillaje, por ejemplo. Más tarde volví a Mundaka con el actor Íñigo Aranburu para un reportaje fotográfico. Pensé: “Ojalá pudiera guardar ese momento que vivimos y al que volver siempre, con esa luz y esa armonía”. En Nina quedará para siempre el reflejo de aquello que vivimos.
- Además de Darío Grandinetti y Patricia López Arnaiz, el peso de la película lo lleva la adolescente Aina Piccarolo.
- Sí, es un descubrimiento. En el segundo casting, con Darío, en cuanto salió Aina, dijo: “Es ella. No me pongáis a otra. Es ella”.
- Hay una escena delicada entre ellos, en el coche.
- Hubo muchísimo respeto mutuo. Se llevaron muy bien, se reían muchísimo juntos. Uno de mis retos como directora era conseguir que ellos se entendieran para lograr ese enamoramiento y fascinación entre personajes con tanta diferencia de edad.
- ¿Cómo es Grandinetti en el set?
- En la fase de posproducción he descubierto matices de una precisión alucinante. Cómo aguanta la mano un poquito para que la niña le coja el vaso. Cómo reacciona. Un segundo de silencio y contesta. Y en ese segundo de silencio le han pasado mil cosas por la cabeza. Tal nivel de detallismo, que además te lo da a la primera, es alucinante. Y lo he redescubierto en montaje. Sabía que lo haría bien.
- ¿Le molesta repetir tomas?
- No le gusta mucho... Y yo soy un poco pesada. Por ejemplo, esa escena decisiva del coche, yo quería que fuera prácticamente un plano secuencia. Todo tenía que cuadrar bien. Y fue lo último que rodamos, además.
- El filme destila enigma de principio a fin.
- Claro. Quiero que la gente salga debatiendo. Por ejemplo, partir de una violación es muy sencillo, muy evidente. Obviamente, un violador se autodefine. Pero si hay determinados matices, y no desvelemos mucho más para que no haya espóiler, no resulta tan fácil. Eso es lo que genera debate, lo que hace que, como espectador, pienses si la venganza es o no la solución. Era lo que me interesaba.
- En ese sentido, la figura de Blas (Íñigo Aranburu) es decisiva, también.
- Exacto. Siempre se nos olvidan los secundarios, y sin ellos no hay películas. Sin duda.
- Juega en Nina con elementos del wéstern.
- Los argumentos son los de un wéstern, es evidente. Pero no hay balas del oeste. Hay cazadores furtivos, aunque no aparecen. El casino en el que está todo el pueblo sería el saloon. Y diría que Monument Valley es aquí Urdaibai [Reserva de la Biosfera], con toda su extensión, el mar, el campo. Hay silencio y cobardía por parte del pueblo, como ocurre en Solo ante el peligro. Y mi película también es thriller porque el suspense está ahí.
- ¿Cómo va su productora?
- Monté Lasai Producciones con el actor Iván Luis, a quien conocí en el mundillo del teatro. Así sacamos adelante Ana de día. Y apostamos por Macramé, la ópera prima de la ilustradora Bárbara Magdalena, que tuvo la beca en las Residencias de la Academia del Cine.
- Macramé la dirigirá finalmente usted y se convertirá en su tercer largometraje.
- Exacto. De pronto, Bárbara ha dicho que no se ve dirigiéndola, que la va a hacer cómic. Llevábamos dos años trabajando y, como soy incapaz de dejar algo sin acabar y me apasiona la historia, hemos comprado su guion para poder llevarlo más a mi universo.
- ¿Se ha asustado?
- No es que se vea incapaz. Bárbara llevaba y lleva muy buen trayecto. El proceso por el que pasas hasta que sacas una película se basa en recibir feedback todo el rato. Y hay que tener la piel dura para decidir lo que asimilas. En la industria cinematográfica es difícil meter cabeza entre tantos envites. Para darte dinero, opinan; para pedir ayuda a otra productora, también opinan. Y llegó un punto en que ella dijo: “Estoy distorsionando mi proyecto. Con el cómic puedo ser plenamente libre”. Sin embargo, a mí me gusta ese trabajo colectivo, que el proyecto crezca con las opiniones.
- ¿De qué va?
- Macramé es una historia de señoras setentonas: una burguesa y la mujer que limpia su casa. De repente, dan la vuelta a esa relación de poder a través de una relación sadomasoquista, con cuerdas de macramé.
- Peliagudo, ¿no?
- Es un poco como El sirviente, de Joseph Losey. O como Las amargas lágrimas, de Petra von Kant.
- Parece, de nuevo, una película muy 'de actrices'.
- Efectivamente. Me gusta mucho trabajar con los actores y las actrices. Pero no las tengo pensadas. ¡No he empezado ni a escribir! [risas].
- Eso no es creíble...
- De verdad, no hay nadie en la cabeza. En el casting encuentro a alguien perfecto para hacer el papel y me cuesta incluso meter a los amigos. Quien dice amigos, dice gente afín a una forma de trabajo... Como directora, intento generar 'familia'. Por ejemplo, Fernando Albizu o Antonio Ponce, que tenía un papelito pequeñito en Ana de día. Se cortó mucho en el montaje, pero estaba estupendo. Luego le hemos llamado para cortos que hemos producido. Son profesionales que tienes ahí para generar esa familia que siempre pido.
- En Ana de día hay pequeños personajes grandísimos. Mona Martínez fue casi un 'invento 'suyo.
- Bueno… Ella estaba haciendo teatro en el Canal con Arturo Fernández, pero no había hecho nada de audiovisual. Apenas un papelito en Padre Coraje [de Benito Zambrano]. Lo nuestro fue amor recíproco: confiamos mutuamente. Y le ha ido muy bien. Tiene una fotogenia fantástica.
- Irene Ruiz, su socio Iván Luis...
- Con Irene Ruiz estudié Arte Dramático. En teatro es increíble. Aunque hace papeles pequeñitos, es gran actriz. Ojalá la llamaran para más cosas: además de ser una tía seria en el trabajo, da clases en Leighton. Iván Luis forma parte del show del cabaré. Es un actor de comedia como la copa de un pino. Ellos dos siempre me dicen: “Dame algo más grande”.
- Y de los cortos, ¿rescataría a alguien?
- La chica de Los años de Irán [Carla de Otero] aparece en Ana de día, forma parte del elenco del cabaré. María Rubio, la de Algunas aves vuelan solas, es buenísima, pero en este momento no actúa. Fue alumna mía. En los cortos he trabajado muy a menudo con amigos: en Ballenas aplastadas por el hielo, en Algunas aves vuelan solas…
- No resulta fácil conciliar.
- Por eso yo no tengo descendencia. Es que, con todo lo que cuesta este oficio, si ahora me centro en eso… Y sería buena madre, ojo. Pero entre hacer películas y tener hijos, pues... es lo que toca en este momento.
- Y le cabe en la agenda la docencia…
- Además de dar clases en la Central de Cine, la ECAM, la TAI o el IED, me llaman para distintos cursos y foros. El año pasado estuve en Argelia, donde casi me atropella una moto. Me gusta la docencia, me ayuda con el alquiler. Solo podría vivir de la docencia si me pusiera a dar más clases. Tengo dos trabajos: uno alimenticio, que son las clases, y otro creativo.
- ¿El alumnado está al tanto de sus progresos?
- Sí. Me escriben por Instagram y todo. Imparto Historia del cine y también les dirijo ante la cámara en las prácticas finales. Y estoy muy contenta, es muy cómodo. Soy una apasionada del cine y me vuelco mucho con los alumnos. Intento transmitirles esa pasión. Hay de todo: estudiantes volcados con el cine y estudiantes que directamente no vienen a mis clases. O les 'surge' una enfermedad y hago yo su papel en la práctica. Si no tienes pasión, no te dediques a esto.
- Usted fue meritoria de Pedro Almodóvar.
- Bueno, trabajé en Julieta, donde coincidí con Darío Grandinetti, por cierto. No se acordaba de mí, por supuesto. ¿Cómo se va a acordar? Yo estaba al fondo pidiendo silencio. Era parte de mi trabajo. Pero con Almodóvar acabé aprendiendo algo: tener cuidado con cada cosa que decidas en escena.
- ¿Habla de ello a los alumnos?
- Les cuento la anécdota de las plumas de escritura para las pruebas de cámara. Los atrecistas trajeron un fardo de tela con un montón de plumas que esparcieron sobre una mesa. Llegó Almodóvar. Yo estaba flipando. Pedro cogía una por una, las miraba, las dejaba. Volvió a la sexta o la octava y dijo: “¿Cómo le quedará esta pluma en la mano a Emma Suárez?”. Con esa anécdota pensé: “¡Esto es el cine, ese es el nivel!”. Cada cosa está decidida. No es que te guste esa pluma, sino cómo le va a quedar a la actriz en la mano. Y lo vemos en cámara.
- ¿Se acuerda Almodóvar de usted?
- No creo. No lo sé. Hemos coincidido alguna vez en algún acto o sala. Su hermano Agustín, alma de la producción, sigue acordándose de mí. Al año siguiente de rodar mi Ana de día me invitaron a la fiesta por su Dolor y gloria. Y me saludó Pedro: “Hola, ¿cómo está?”. Me trató de usted. Yo creo que le sonaba, pero no sabía ubicarme. ¿Cómo se va a acordar de mí? ¡Ni de coña! Yo tenía 29 años.
- ¿Cómo se consigue ser meritoria?
- En mi caso, había trabajado con Esther García [directora de producción de El deseo] y muchas mujeres más en el documental Yo decido, el tren de la libertad. Yo hacía cosas de comunicación, lo que fuera...
- Estudió violín. ¿Participa usted en sus bandas sonoras?
- No, no. La música de Nina es de la compositora Zeltia Montes [Goya por El buen patrón]. Al tener oído musical, puedo dar algún feedback, pero es un trabajo suyo. Solo defendí que una procesión que aparece en la peli llevara la música que teníamos de referencia para montaje: las cornetas me llevaban hacia esa épica del wéstern que perseguía.