Ángeles Huerta
“Rodar es un privilegio
al que cuesta mucho llegar”
Ya se habla de un ‘lenguaje Huerta’. Ni su documental, sobre un río sepultado por el ¿progreso? en A Coruña, ni su ópera prima (‘A corpo aberto’, que arrasó en los últimos Mestre Mateo), dejan indiferente. Y ahora toca seguir jugando con el terror
JAVIER OLIVARES LEÓN
Gijonesa (“y del Sporting”), Ángeles Huerta lleva media vida en Galicia. Tras el celebrado documental Esquece Monelos, sobre el efecto soterrador del desarrollismo de A Coruña, en 2022 estrenó su primer largo, O corpo aberto (Cuerpo abierto), un personalísimo experimento de terror, esoterismo y amor ambiguo, con Tamar Novas a la cabeza, que lo ganó casi todo en los últimos Mestre Mateo del audiovisual gallego. Hasta como “Folk a feira” ha llegado a definir su estilo algún crítico.
Combina la preproducción de su siguiente proyecto con la docencia. “Sigue habiendo un perfil bastante habitual ⎯en el cine, como en todas las artes⎯ de directores de clase social elevada, o al menos no directamente dependiente del trabajo asalariado”, reflexiona. “Es una carrera complicada, y lo normal es que pase bastante tiempo antes de poder vivir de esto. En estas condiciones, la perseverancia es muchas veces un privilegio de los más pudientes”.
¿La etiqueta de “terror gótico” ayuda para una ópera prima?
Es una película gótica, cierto, en su faceta más literaria como exaltación del romanticismo, en la que se conjugan historias de amor, que van más allá de la muerte, con esa presencia del esoterismo. Algo macabro, incluso el erotismo, en ese sentido es gótico. No sé si da o no miedo... Lo que hay es una concepción personal del terror. ¿La Bruja de Robert Eggers es terror? ¿La noche del cazador lo es?
En cuanto al guion, ¿se arrepiente de tanto cabo suelto, de tanta introspección?
Ojalá hubiera tenido más días de rodaje para haber contado algunas cosas de otra forma, con más calma. Nadie te dirá otra cosa: “Yo, con más días de rodaje…”, es una frase recurrente. El eufemismo de los habituales problemas de producción se traduce en días. Yo no echo de menos más efectos especiales o actores diferentes a los que tuve. Días, quizá sí. Firmé la película que necesitaba hacer. Si haces cine independiente, como es mi caso, partes de una necesidad y de una forma de contar. No pensé en el mercado, en qué podría encajar o en qué te pueden comprar. Cuentas lo que necesitas contar. Piensas en O corpo aberto… y adelante.
¿Costó cuadrar el reparto? A Tamar Novas se lo rifan.
A mí me ha ayudado mucho tener una cara en la cabeza al escribir. Veo mucho cine español e intento fijarme mucho en los intérpretes, especialmente en los gallegos. Y los cuerpos transmiten cosas. Había algo en Tamar que me encajaba desde el principio. La mirada me daba lo que quería: viajar desde la inocencia hasta un sitio muy oscuro. Es un lujo contar con los actores desde muy temprano, igual que con el director de fotografía o con otros compañeros técnicos adecuados.
¿No cree, por tanto, en la creación solitaria?
No. La idea parte de ti, pero que un actor participe y aporte en la construcción de guiones es un lujo, por mucho que, como guionista, intentes ponerte en la piel del otro. La sensibilidad que tiene la persona que va a encarnar a un personaje, a emprender ese viaje, es lógicamente decisiva. Entender ese viaje aporta mucho.
María Vázquez, también de moda, ¿estuvo desde el principio?
Un poco más tarde, porque yo buscaba una mujer más andrógina para el personaje Obdulia, con más ambigüedad sexual. Al principio pensé que una mujer con el espíritu de un hombre dentro requería de esa ambigüedad sexual. Y llegué a la conclusión de lo contrario: el personaje va más allá de lo sexual, por lo que María sí encajaba. Y volvemos al concepto de lo gótico, la mujer encerrada. Una referencia constante, desde la novela victoriana que repite el mito de Barba Azul hasta el suspense de Hitchcock, siempre vuelves a la mujer encerrada. Un clásico y un mito del feminismo.
¿Participó ella en la construcción del nuevo personaje?
Desde el guion participó en la construcción de Obdulia. Había cosas tan estereotipadas como forzadas. Y participa con esa sobriedad fantástica que le da María al arco de su personaje.
¿Influyó en la elección de los actores la coproducción portuguesa?
Un poco, si bien Victoria Guerra ya tenía experiencia trabajando en Galicia, pues había estado en una serie de la televisión gallega, Auga Seca. Es una actriz de otra época, tiene un toque especial.
¿En Portugal, qué tal ha ido?
En el Festival de Cine Fantástico y de Terror de Lisboa fue muy bien, pero lleva tiempo allí que se estrenen las cosas comercialmente. Portugal tiene su ritmo [sonríe].
¿Los actores ayudan a hacer dúctil la historia?
Sin duda. El problema es escuchar y aceptar que tengan razón. Resulta beneficioso que te pongan en dificultad. El personaje de Dorinda [Victoria Guerra] lo imaginaba mucho mayor, por su trasfondo burgués, y por tratarse de una mujer veterana sin hijos. Y acabó siendo mucho más joven que Obdulia, pero con la fuerza que tiene Victoria...
El resto del reparto ha sido también muy reconocido, incluso nominado.
Para el papel del marido de Dorinda yo no quería un malo tan chungo, sino una persona torturada, por lo que elegí a Federico Pérez Rey, capaz de aportar una gama de matices increíble. Miquel Insua, que me gustó mucho en Magical Girl ⎯donde tiene un local de sadomaso, superturbio⎯ y me encanta cómo hace aquí de Don Fernando, el cura. Y para la criada buscaba a alguien que tuviera esa indefinición de género. Nicolás Otero está muy bien. Tampoco quiero olvidar a Elena Seijo, que interpreta a la mujer poderosa de la frontera, aparentemente inexpugnable, pero que se transforma por completo en relación a su hija Obdulia.
¿Cuál es el regusto que le queda de la película?
Fue un estreno complicado: nos tocó salir a salas solo una semana antes de Avatar, que llegó a ocupar casi el noventa por ciento de las pantallas españolas, que se dice pronto. En teoría, debería haber hueco para muchos tipos de cine, pero eso no acaba de ser del todo cierto. Los festivales suelen arriesgar poco y acaban premiando cierta uniformidad, cosas que ya responden a determinadas tendencias internacionales. Pero no me quejo ni del circuito de festivales que tuvimos ni de la acogida del público, porque ambos fueron fantásticos. Fue una pena no durar un poco más en salas, pero estoy ansiosa por llegar a las plataformas y que la peli tenga una nueva vida.
¿Rodar es adictivo?
Disfruté muchísimo de cada minuto del rodaje. Rodar es un privilegio al que cuesta mucho llegar. En ese sentido sí se parece a lo que esperaba. Al no tener un presupuesto muy holgado, se impuso hacer un trabajo de preproducción muy intenso, concienzudo, minucioso. Y el equipo se entregó. Hubo alguna renuncia, pero también suceden milagros.
¿Por ejemplo?
Hay que saber capear el temporal, y jugar con lo que se tiene, porque yo soy muy futbolera.
¿Ah, sí?
Aunque llevo 20 años en Galicia soy muy muy muy del Sporting de Gijón, muy de Manolo Preciado [exfutbolista y exentrenador, ya fallecido]. Era un kamikaze, como entrenador y como jugador: "Aquí atacamos con once”, solía decir. Hasta con el portero. Y esa filosofía la aplico a todo lo que hago. Cuando ascendió al equipo a Primera División, en la 2008-2009, fuimos famosos porque no hubo apenas empates: o ganábamos o perdíamos. Y nos salvamos del descenso en la antepenúltima jornada. Tuvimos goleadas de patio de colegio, pero ganamos al Valencia o al Barcelona, ojo.
¿Y cómo aplica el preciadismo en el rodaje?
Es esencial el trabajo de los actores, con mucho tono emocional como el que requiere mi película, gótica y romántica. ¿Y qué pasa en las películas exacerbadamente románticas? Que si te pasas haces el ridículo, pero si no llegas... más. Los actores tienen que estar muy finos, encarnar el personaje desde una verdad a tumba abierta. Muy desde el cuerpo. Y que todo el equipo esté comprometido personalmente con la historia. Eso es “atacar con once”.
Después de ver sus cortos, su Esquece Monelos y su película, ¿diría que hay un ‘lenguaje Huerta’?
Hay quien lo ha comentado en festivales, y eso que Esquece Monelos es un documental muy interiorizado, muy personal. Político y lírico. Pero O corpo aberto es gótico, western, de época... Creo que el hilo conductor es el arrebato, trabajar desde esa pasión. Y coincide quizá en el protagonismo de lo que no se dice, la conciencia de lo que no se dice. En el documental era un río oculto, sepultado por el desarrollismo de la ciudad de A Coruña, metáfora para explicar muchas cosas, históricas y políticas. Y en la película es esa frontera ilusoria que constriñe nuestras identidades, pero al final está en nuestra cabeza. Diferentes culturas, los géneros masculino y femenino, los vivos y muertos.
¿A qué arrebato se refiere?
Al del cine sin red.
¿Qué tiene entre manos?
Una película de vampiros, un largo en una fase muy primigenia de guion que tendrá protagonista femenino. De fondo está la relación entre capitalismo y vampirismo. Es una distopía. Habla también de la maternidad tardía y de lo que Preciado (Paul B., no el entrenador de fútbol) llama “régimen fármaco-pornográfico”. Me temo que levantar este proyecto volverá a ser épico. Estamos en un momento de aparente eclosión, pero la nueva ley del cine deja en situación delicada a las producciones independientes.