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06-02-2017

Anna Castillo
 
El infalible poder de la naturalidad
 
RUBÉN DEL PALACIO
En la última cosecha cinematográfica cuesta hallar instantes tan entrañables como los de su Alma mientras acariciaba y besaba la cabeza de su abuelo enfermo. La carga de ternura adquiría más peso a sabiendas de que ese vínculo devocional era la válvula de escape para una joven resentida e intratable a la que movía un noble objetivo: devolver al anciano antes de su muerte el árbol que su propia familia le arrebató. Encantada con haber transitado entre un extremo y otro del ánimo, Anna Castillo (Barcelona, 1993) dio las gracias al guionista Paul Laverty “por escribir un personaje tan bonito, valiente y luchador”.
   
   También mostró su veneración a Icíar Bollaín “por confiar en mí, darme esa seguridad y ser la mejor. ¡Te admiro para siempre!”. Motivos le sobraban, ya que se presentó al casting de El olivo con idea de encarnar un papel secundario, pero la directora le cedió el protagonismo. Aquel acierto se tradujo en el único Goya de la película. En un discurso casi improvisado por lo inesperado de la victoria los nervios jugaron a favor para concluir con un tributo a su principal competidora en la terna y buena amiga Belén Cuesta, junto a quien emprendió sobre el escenario la aventura de La llamada y estrenará próximamente su adaptación a la gran pantalla: “¡Esto es tuyo! A ti doy todos los premios; te quedan pequeños. Eres la persona de la que más he aprendido durante todos estos años como actriz”.


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