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17-04-2023

#MiVidaEnPelículas

Las conversaciones más cómplices de Andrea G. Bermejo para Ámbito Cultural/Cinemanía/Fundación AISGE

 

Javier Gutiérrez, ese tímido “enfermizo” que aprendió a recibir parabienes en el mercado del barrio

 

“Una de las razones por las que hago teatro es para llevar la cultura a cualquier rincón de este país”, proclama uno de los actores más aclamados (y reclamados) en todas las facetas. Lo suyo es vocación: de chaval ya perseguía a los actores a la salida del ferrolano Teatro Jofre

 

Fotos: Pita Sopena (@pitasopena)

MILA VALCÁRCEL (IG: @valcarcelmila)

Hay una especie de ilusionismo en sus palabras, una forma especial de habitar su voz, una mirada que va más allá de lo escénico. Javier Gutiérrez es una de esas personas que provoca magnetismo, y su compañía crea una atmósfera de serenidad que logra envolvernos de una manera completamente adictiva. Asturiano de Luanca, pero de alma gallega (pasó la mayor parte de su infancia en Ferrol), el popular Sátur de Águila Roja e intérprete comprometido del grupo Animalario protagonizó este jueves 13 de abril el sexto capítulo ya del podcast Mi vida en películas. Lo dirige Andrea G. Bermejo, redactora jefa de la revista Cinemanía, y lo alberga y promueve Ámbito Cultural (El Corte Inglés) con la colaboración de la Fundación AISGE.

 

En 19, solos frente a la verdad, el documental dirigido por Javier Khun que se estrena en Movistar Plus + el 18 de mayo y en el que él y otros actores comparten situaciones personales vividas durante la pandemia, Gutiérrez asegura que fue un niño muy tímido que se refugiaba en la lectura de Salgari y Julio Verne y jugaba con soldaditos de plomo. “Es verdad”, refrenda el propio Javier a Andrea, “pero no puedes ir de tímido por la vida. El terror a una entrevista es grandísimo, así que ponerte delante de una cámara casi es lo de menos. El público no es consciente de esa timidez enfermiza de la que poco a poco me he ido desprendiendo”. En el caso concreto de este Solos frente a la verdad, tuvo dudas sobre si debía aceptar un trabajo “que implicaba hablar de una forma muy dura y desnuda de experiencias personales”. “Lo hice”, se respondió, “porque es muy importante no olvidar ni de dónde venimos ni a los que se han quedado atrás. El documental viene a aportar puntito de luz a algo que no hemos digerido aún”.

 

 

Gutiérrez se ha convertido en unos años en uno de los actores más solicitados del panorama español. Actor con múltiples registros y con dos Goyas a sus espaldas, sigue teniendo muy claro que lo suyo, de inicio, eran las tablas. “Yo soy un actor educado en el teatro y esto del cine me llegó mucho más tarde, a los treinta y tantos. Yo quería venir de Ferrol a Madrid para ganarme el sueldo como actor de teatro y llenarme la nevera subido a un escenario”. Y es que de lo que verdaderamente se siente orgulloso es de poder llevar la cultura a cualquier rincón de este país sobre las tablas. “Hay pueblos a los que solo llega una función al año. La responsabilidad que tienes cuando puedes llevar la cultura hasta esos sitios es muy grande”.

 

Antes de que pudiera dar vida a tantos personajes como ahora le contemplan, Javier habitaba un Ferrol que, allá por los ochenta, disponía hasta de cuatro salas de cine. Su primera experiencia, su primera película, llegó la tarde en que su madre le llevó a ver E.T. Y aquello le dejó absolutamente en shock.

 

“Los actores tenemos herramientas muy poderosas: la imaginación y la observación. Yo soy muy voyeur. Me escapaba al Teatro Jofre y esperaba que salieran los actores de la función, y les perseguía hasta donde fueran a cenar, o a los hostales… Era un mundo que me atrapaba, sin duda. Con los años, leyendo El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán-Gómez, me he dado cuenta de dónde me venían esas ganas de vivir otros mundos y de vivir, sobre todo, en familia”.

 

Javier embauca, con su gesto y formas serenos durante toda la entrevista. La conversación va derivando hacia ese punto tan llamativo en él, su capacidad para conservar un equilibrio perfecto entre la popularidad y el prestigio. “No hay una hoja de ruta para conseguir eso. En mi día a día soy de ir al mercado de barrio. Vivo en Embajadores y la gente se sorprende cuando te ve hacer la compra, tienen una imagen de ti muy diferente a la que quieres dar. Yo huiría de la popularidad, soy muy feliz en el anonimato; pero, evidentemente, si quieres cierta visibilidad, estas cosas van asociadas”.

 

 

Asegura con rotundidad que, si no se hubiera cruzado con director Alberto Rodríguez, no habría tenido la oportunidad de dar el salto cualitativo que representó La isla mínima. “Habría seguido haciendo televisión y ya está, pero esa película me otorga un prestigio a partir del que empiezan a llegar papeles de calado. Es muy importante el olfato en nuestra carrera: talento, sacrificio, trabajo, trabajo y trabajo, pero… la suerte tiene que acompañarte”.

 

Relata que cuando llegó a Madrid no conocía a nadie, y durante un tiempo se sintió inmerso en una cruda e incierta travesía en un desierto. “Pero puedo decir que, desde los 19 años, me recuerdo ganándome la vida subido a un escenario”, resume. Y reconoce que Animalario, que le llegó mucho más tarde de la mano de su amiga Nathalie Poza, le abrió definitivamente las puertas del cine y el teatro. “Es una compañía que, en un momento de muchísima efervescencia, me permitió aprender rigor, compromiso, oficio y una forma de entender esta profesión. Uno de mis maestros sigue siendo Andrés Lima, sin duda”, resumió.

 

Inevitable que a lo largo de este encuentro salieran también a colación sus personajes de Josico (Los Serrano) y Sátur, el héroe campechano de Águila Roja. La primera de estas experiencias, de la mano de Daniel Écija, le llevó a involucrarse en una serie con una media semanal de ocho millones de espectadores “y una nómina increíble de actores”, desde Antonio Molero a Antonio Resines, Juan Bonilla o Belén Rueda. En cuanto a Águila Roja, admite: “Esas 10 temporadas me dieron un reconocimiento popular, un entrenamiento y una soltura a la hora de moverme en el plató que me hacen sentirme en deuda con la televisión”.

 

Sobre su experiencia en los castings, desvela que en muchas ocasiones resultaron “muy duros, absolutamente demoledores, porque uno no quiere que le digan que no”. Hay tal honestidad en cada una de las respuestas y tal respeto a la profesión que la conversación con Andrea G. Bermejo se erige en reflejo de esa admiración, pasión y devoción que siente por lo que hace. Confiesa que a veces ve pelis solo por empaparse del trabajo que hace un actor concreto. Son fuente de inspiración absoluta Al Pacino, Dustin Hoffman o Joaquin Phoenix, sin olvidar la admiración que siente por el talento de otra estirpe muy diferente, la de José Luis López Vázquez o Alfredo Landa. En cuanto a directores, reconoce que le gustaría probar con Carla Simón, Coixet, Alauda Ruiz de Azúa… y Almodóvar, Fernando León o Sorogoyen.

 

Éxitos como El autor, con Martín Cuenca (“adentrarse en su mundo es sumergirse en las profundidades, nunca sabes a dónde te va a llevar”) o la experiencia con Campeones, de Javier Fesser, no podían faltar en la conversación. Admite que, en el caso de esta última, la respuesta fue mucho mejor que en el más optimista de los pronósticos. “Tras ganar el Goya, la gente por la calle nos felicitaba porque pensaban que habíamos ganado un Óscar”, se sonríe. “Sin duda, haga lo que haga va a ser la peli de mi vida. Y me siento muy orgulloso de haberla hecho. Creo que es un documento necesario, y el cine también sirve para eso, para dejar una sociedad mejor”.

 

Tanto Andrea Bermejo como el público en la sala de la cuarta planta de El Corte Inglés de Callao habrían prolongado, sin duda, este encuentro con el actor acaso más atareado del cine, el teatro y la televisión en España. Profundidad y franqueza, pero sobre todo una mirada que escucha. Está de gira con la adaptación al teatro de la novela Los santos inocentes, de Miguel Delibes. Tras esta charla, entran todavía más ganas de verle actuar en Las Naves del Español, en el Matadero de la capital.

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