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05-02-2014

 
La vitalidad de
una joven de 88 años


Asunción Balaguer echa atrás la mirada en ‘Una mujer sin sombra’, un documental de Javier Espada que ha recorrido medio mundo
 


HÉCTOR M. RODRIGO
Más vale tarde que nunca. El manido dicho popular cobra absoluto sentido en el caso de Asunción Balaguer, que a los 88 años ha tenido la oportunidad de compartir sus experiencias artísticas y personales gracias al documental Una mujer sin sombra, dirigido por Javier Espada. Toda una vida condensada en 68 minutos de imágenes que retratan a la actriz con la serenidad de quien se siente a gusto con su pasado y la alegría de quien todavía tiene mucho camino por delante. A los recuerdos que la catalana rescata mediante el solitario diálogo con su alma se suman los que nacen de amenas charlas con sus más allegados: Teresa y Benito Rabal, Pilar Bardem, Sancho Gracia, Ángela Molina, Pepe Viyuela, Patricia Reyes Spíndola, Giuliano Montaldo…
 
   “Aunque estoy acostumbrada a encarnar personajes, hacer de mí misma no me costó: ¡al menos no tuve que estudiar un guion! También influyó que Javier ya era un gran amigo y sabía cosas sobre mí, por lo que fue fácil confesarme ante la cámara”, aclara la protagonista. Rodada a lo largo de dos años, esta biografía fílmica se ha proyectado recientemente en la sede madrileña de AISGE tras un largo periplo por festivales españoles y extranjeros, como los de Málaga o Toulouse. Su realizador afirma que se trata de “un legado importante para las futuras generaciones, porque aparece la historia de España y se da una idea de cómo eran antes el teatro y el cine”. 
 
 

 
 
Una infancia agridulce
La localidad barcelonesa de Manresa la vio nacer en noviembre de 1925, aquellos años en que el general Miguel Primo de Rivera se aferraba a su condición de dictador. Aunque apenas tenía siete años cuando se proclamó la Segunda República, Asunción describe al detalle los cambios radicales que trajo consigo el nuevo régimen: “Abrieron escuelas y bibliotecas, las novelas y cuentos eran casi tan baratos como los periódicos… Yo leía las publicaciones que amontonaban mis hermanos, sobre todo de literatura rusa, la más aclamada en aquella época. Semejante apuesta por la cultura contribuyó, entre otras cosas, a la liberación femenina”.
 
   El futuro se ennegreció al estallar la Guerra Civil y la consabida derrota del ejército republicano, cuya retirada presenció de cerca. “Vivíamos junto a la carretera de Vic, que iba hasta la frontera. Al otro lado de las persianas solo veíamos soldados mal calzados, desarropados, con esa tristeza del vencido. La estampa se me quedó tan grabada en el corazón que odié la contienda para siempre”.
 
   El ambiente familiar no ayudaba demasiado a olvidar la desazón que reinaba de puertas hacia afuera. “En mi casa no había amor”, confiesa Balaguer. “Mis padres conformaban un matrimonio de conveniencia. Ella era jovencísima y él ya ejercía de médico cuando se casaron, así que sus diferencias desencadenaban constantes discusiones y yo me marchaba al fondo del pasillo para no oírlos”. La felicidad solo llegaba en el momento en que las teclas del piano de su madre comenzaban a sonar. Entonces entraba al salón y se ponía a bailar. “¡A veces hasta lloraba de emoción! Quizás por eso fui la única hija que recibió formación musical, con cuatro cursos en el Conservatorio de Barcelona”, reflexiona. Tampoco faltaba a las exposiciones de pintura y escultura que se sucedían a lo largo del Paseo de Gracia. Según ella, “todos los artistas plásticos tienen el sentido de la estética muy estudiado e inspiran con sus obras a los actores, cuya labor también consiste en adoptar posturas corporales que expresen algo de la forma más bella posible”. Ya se sabe: a menudo dice más un gesto que una palabra.
 
 

 
 
   Todo ello sentó las bases de una vocación interpretativa que confirmó a los 13 años, cuando el Institut del Teatre contó con ella para Santa Teresa de Jesús. “Allí estaba el obispo con su bonete rojo, el fajín, los guantes morados y su sortija reluciente. Yo danzaba ante él, le besaba el anillo y luego hacía la reverencia”, cuenta en tono burlón. Su familia la persuadió para que acabase el bachillerato y estudiase una carrera, pero el aburrimiento en las aulas avivó su deseo de brillar sobre los escenarios. Casualmente, alguien le comentó que la compañía universitaria de Granada buscaba una actriz, así que no dudó en postularse como candidata. Aún hoy rememora su exitoso debut en Zaragoza, donde representó junto a Mari Carmen Díaz de Mendoza y Carlos Lemos un Otelo dirigido por José Tamayo.
 
   La rutina del oficio, especialmente penoso durante la posguerra, se imponía nada más caer el telón: “Viajábamos en trenes horrorosos con billetes de segunda clase, nos alojábamos en pensiones o casas particulares y las pulgas eran lo menos asqueroso que encontrábamos”. Y a ella, que continúa definiéndose como “una emigrante catalana afincada en Madrid”, le ponían además la pega del acento a la hora de actuar.
 
 

Asunción Balaguer y Paco Rabal, aún de novios

Asunción Balaguer y Paco Rabal, aún de novios

 
 
Una eterna enamorada
La dedicación ha caracterizado la vida de Balaguer, primero como actriz a las órdenes de Tamayo y luego como esposa de un actor consagrado. Apenas llevaba un año en la compañía Lope de Vega cuando dio la bienvenida a un nuevo compañero llamado Francisco Rabal Valera, con quien no tardó en hacer buenas migas. “Yo iba a todas partes con una carabina muy pesada que me tenía hasta la coronilla. Durante una fiesta en Córdoba brindé por la libertad, ella me echó el vino por la cara y Paco se levantó para preguntarme si quería bailar con él”, narra entre risas. El murciano se declaró poco después en Jerez de la Frontera, un momento del que recuerda más sus manos heladas que las dulces palabras salidas de su boca.
 
   La boda llegó tras obtener el visto bueno de su madre y su hermana, que habían conocido a Rabal mientras interpretaba al galán Rondalla. “En la ceremonia me vestí de negro para no ir demasiado elegante”, admite, “ya que entre nuestros parientes había grandes diferencias a la hora de vestir. Pese a que estaba muy contenta, nada más salir de la iglesia me di cuenta de la responsabilidad que había contraído, sabía que nadie iba a ayudarme en mi matrimonio”. Tanto se implicó con esa nueva vida de casada que por su marido sacrificó una prometedora trayectoria: había pasado una temporada de gira por teatros americanos y, aunque el estallido de la guerra de Corea la empujó a volver definitivamente, el Teatro Romea barcelonés la había fichado como actriz principal de L’alcoba vermella. “No me arrepiento en absoluto de haber dado semejante paso. Es más, lo volvería hacer porque quería a Paco de verdad, sin egoísmo. Y me siento satisfecha de haberle ayudado a cuidar de su familia”, sentencia.
 
 

Asunción Balaguer, en compañía de Pilar Bardem y Fernando Marín  (Foto: Mariè Renard)

Asunción Balaguer, en compañía de Pilar Bardem y Fernando Marín (Foto: Mariè Renard)

 
 
   “Asunción siempre ha sido una actriz como la copa de cinco pinos”, apunta su amiga Pilar Bardem, “aunque bastante gente la haya conocido solo por ser la mujer de Rabal. Ahora, después de muerto, sigue enamorada como una niña de 15 años”. Y eso que el de Águilas se lo puso difícil, pues pronto confesó que ella no sería la única en su alcoba. “Al menos me garantizó que siempre estaría en su corazón, que iba a quererme siempre. Por eso jamás le eché en cara sus infidelidades”. La fiebre que su esposo desataba entre las seguidoras propicia uno de los instantes más pícaros del metraje: “Muchas señoras asistían a varias funciones de una misma obra solo para verle las piernas. ¡Se volvían locas por un pelo suyo, pero yo los tenía todos!”.
 
   A juicio de la mexicana Patricia Reyes Spíndola, “la compensación de la actriz es haber conocido el amor verdadero, un privilegio al alcance de unos pocos. Paco tuvo muchas aventuras, pero su pilar siempre fue Asunción, sin ella no hubiera sido el gran mito que fue”. Una opinión similar deja entrever el italiano Giuliano Montaldo al apuntar que “le cedió el escenario a su amado, le impulsó y le convirtió en un enorme intérprete. Gracias a ella comprendió lo duro y fascinante que es el mundo”.  
 
 

Foto: Enrique Cidoncha

Foto: Enrique Cidoncha

 
 
   La catalana pasaba noches sin dormir porque a Rabal le encantaba la juerga, y pensaba que alguna vez le sucedería algo malo. Muy desencaminada no estaba, ya que a veces se metió en líos a sus espaldas, como recordaba un divertido Sancho Gracia: “Íbamos al pueblo murciano de Puerto Lumbreras para ver a Asunción en Diálogos de Carmelitas. Paramos en un bar de Lorca y un hombre se metió con Paco, así que le tiré al suelo de un puñetazo y nos llevaron detenidos. Como los agentes conocían a mi buen amigo, nos soltaron una hora después. Ocurrió el día que mataron a Kennedy y llegamos con tiempo a la función…”. En otra ocasión, el Mercedes del galán chocó contra un camión, aunque la enorme rueda de repuesto que llevaba detrás amortiguó el impacto. “Estaba sangrando por todas partes cuando llegué y lo único que le importaba era su peluquín”, se carcajeaba el alter ego del emblemático Curro Jiménez.
 
   Otra de las debilidades del murciano era la comida casera. Allí donde trabajaba, incluso en el extranjero, llevaba consigo un infiernillo para que Balaguer le cocinase legumbres. “Estábamos rodando en unas montañas de Colombia y Asunción nos hizo unos garbanzos con verduras mientras mi padre sonaba en un casete. ¡Aquello fue pura gloria!”, exclama Ángela Molina. Eso sí, acostumbrado a las comodidades que le proporcionaban los hoteles, no quería que su hogar fuese menos: “Aquí tenía su baño, su cama, su escritorio y hasta un timbre para llamarme cuando le hacía falta algo”.
 
 

 
 
La sombra del exilio
Durante el asfixiante franquismo, los Rabal Balaguer trataron con figuras de la cultura española que se habían marchado al extranjero, ya fuese por motivos ideológicos o para darle más proyección a sus trayectorias. Entre sus amigos figuraba Pablo Picasso, a cuyo 80 cumpleaños (celebrado en Niza a finales de 1961) asistieron junto a Aurora Bautista, Luis Miguel Dominguín o Nati Mistral. Mayor fue su apego a Rafael Alberti: “Se ponía a cantar con Paco y se reían como dos niños. Uno entonaba las canciones de El Puerto de Santa María y el otro las de Águilas, todas igual de verdes”. 
 
   La relación de la familia con Luis Buñuel se estrechó a raíz del rodaje de Viridiana, “una película ideada por un izquierdista total para reírse de Franco”, en palabras de Silvia Pinal. El primer lugar que pisó el realizador aragonés a su vuelta a España fue el piso de los dos actores, donde quedó fascinado por los ojos de su hija Teresa, que entonces tenía nueve años. Y le ofreció, sin pensarlo, un papel en la historia. “Gracias a esa experiencia adquirí a una edad temprana el sentido de la responsabilidad. Luis habita en mi memoria como un genio tierno y cariñoso, por mucho que algunos solo destaquen su temperamento”, relata la polifacética artista desde el camerino de su circo.
 
   El matrimonio se vio salpicado por el exilio cuando su hijo menor, Benito, tuvo que abandonar España con solo 19 años. Era ayudante de dirección en un largometraje y fueron a buscarle unos policías que se presentaban como amigos suyos. “Primero me escondió Pepe Sacristán en su camerino. Ya al día siguiente fui a limpiar mi casa, que la tenía llena de panfletos fotocopiados”, revela el precoz fugitivo. Su padre estaba representando teatro en Bilbao, así que se fue hasta allí en compañía de su madre para después cruzar a Francia. “La angustia de aquel viaje”, afirma Asunción, “creció al enterarme de que iba a ser abuela. Compramos ropa al chico, le llevamos a los toros y tardó mucho en pasar la frontera porque llevaba libros en la maleta, no sé si de pornografía o política…”.
 
   Conseguir empleo no le resultó fácil nada más instalarse en Roma, aunque el cuñado del actor Giuliano Montaldo le echó una mano poco tiempo después. Incluso le recomendó que fuese con Silvia Cerezales Laforet a la clínica del Partido Comunista para que el hijo de ambos, Liberto, naciese en las mejores condiciones. “Salí del hospital y me animé a tener el carné de comunista por el buen trato recibido”, concluye la protagonista del documental.
 
 

Foto: Enrique Cidoncha

Foto: Enrique Cidoncha

 
 
Un retorno por todo lo alto
En agosto de 2001 se produjo el episodio que lo cambió todo cuando nada tenía visos de cambiar: la muerte de Paco Rabal a bordo de un avión sobre el cielo de Burdeos, donde también pereció Goya, a quien el actor encarnó tan magistralmente que obtuvo la preciada estatuilla homónima en 1999. El matrimonio regresaba de un homenaje que el Festival de Montreal había rendido al murciano y se dirigía al otro que todavía le esperaba en el Festival de San Sebastián. “¡Qué ingenuo era! ¡Tan mayor y le hacían ilusión esas cosas! Se fue con cara de felicidad, pero a mí se me acabó la vida”.
 
   Al poco de enviudar, Balaguer fue reclamada tanto para el filme Primer y último amor como para el teatro. “Desapareció esa sombra tan pesada de su esposo y renació la maravillosa actriz que siempre fue”, señala Patricia Reyes Spíndola. Ella no resta razón a esas palabras: “Ahora tengo mucho trabajo y el público me aprecia. Estoy feliz de haber retomado mi profesión, que me da la vida, la alegría de interpretar nuevos personajes y el calor de numerosos amigos”.
 
   Uno de ellos es Pepe Viyuela, su compañero en El pisito, un montaje que pasearon por infinidad de escenarios españoles durante dos años. El logroñés se refirió a ella en 2010 como “la adolescente que más primaveras ha cumplido, mi maestra de entusiasmos, mi madre de esperanzas, la dama grande de la escena y una gran señora de la vida”. Desde entonces se ha atrevido en solitario con el monólogo El tiempo es un sueño,  y ha intervenido en el musical Follies, varios cortometrajes o la serie de televisión Gran Hotel.
 
 

 
 
Javier Espada


 “Reflejar la vida de una persona tan magnífica ha sido una aventura gratificante”


Javier Espada es, casi con seguridad, quien más sabe sobre el universo buñueliano. En 2000 empezó a dirigir el museo dedicado al cineasta turolense en la localidad de Calanda, ha comisariado multitud de exposiciones y convoca anualmente el certamen 22 x don Luis. El célebre autor también ha inspirado su trayectoria fílmica desde aquel primer largometraje documental de 2008 titulado El último guion: Buñuel en la memoria, al que después han seguido los cortometrajes Buñuel y la linterna mágica, Residencia El Milagro (donde aparece Asunción Balaguer) y Al filo de la vida.   
 
– ¿Por qué eligió ese título?
– Porque es muy cinematográfico. Tenía la idea de rodar una película, algo que transmitiese sentimientos, independientemente de que fuera documental o ficción. Asunción renunció a su propia vida para estar a la sombra de Paco, pero eso no debe entenderse como algo traumático, pues para ella supuso una protección durante largo tiempo. Y en la vejez, una vez fallecido su marido, ha demostrado que es capaz de triunfar profesionalmente por sí misma. Además, en lo personal es luminosa y llena de vida, así que Una mujer sin sombra la define muy bien.
 
– ¿Qué le hizo pensar en Asunción como protagonista?
– Nos conocimos a través de la figura de Buñuel y después asistió al festival de cine que organizo en Calanda. Allí me contó algunas cosas y pensé en grabar una entrevista de media hora, pero vinimos a AISGE con motivo del premio Paco Rabal de Periodismo Cultural y Pilar Bardem se ofreció a participar. Entonces todo adquirió una dimensión mucho mayor: elaboramos un guion, seguimos a Balaguer en obras teatrales y homenajes a lo largo de dos años…
 
– ¿Le resultó sencillo levantar este proyecto?
– ¡No! Acudí a las televisiones públicas en busca de financiación y, aunque algunas se mostraron dispuestas, al final no les interesó la idea. Por eso todo el dinero ha salido de mi bolsillo. Quería que la fotografía y el sonido fuesen excelentes, así que la postproducción se realizó en México, lo que incrementó el presupuesto. Afortunadamente, conté con la colaboración de amigos que trabajaron gratis. Y según han dicho ellos mismos, reflejar la vida de una persona tan magnífica como Asunción ha sido una aventura gratificante, todos han aprendido cosas.
 
 

Espada, durante el montaje del documental

Espada, durante el montaje del documental

 
 
– Una vez cámara en mano, ¿se llevó algún disgusto?
– El documental arranca en la Punta del Boquerón (Cádiz). Nos decantamos por esa magnífica playa sin pensar que estaría abarrotada cuando fuésemos a rodar. ¡No cabía un alfiler! Encontramos un hueco entre toallas y esperamos a que la gente se fuese, pero el sol ya estaba muy bajo y de frente a nosotros. El fruto de aquella tarde fueron unas imágenes quemadas en las que Asunción aparece transparente. Esa era la idea que perseguíamos y el azar nos condujo hasta ella. 
 
– ¿Qué ha sido lo más complicado del proceso creativo?
– Sin duda alguna, el montaje, que nos obligó a quitar secuencias cuya filmación requirió mucho esfuerzo. Usar la tijera siempre duele, pero tiene que primar el relato. Al menos sé que a los espectadores no se les hace pesado, todos dicen que parece una historia de 20 minutos. ¡Se quedan con ganas de más!
 
– Desde el pasado abril, cuando ‘Una mujer sin sombra’ comenzó su andadura por pantallas de medio mundo, ¿cuál ha sido la mayor alegría que se ha llevado?
– Recuerdo un pase que organizamos en San Cristóbal de La Laguna (Tenerife) para jóvenes mujeres maltratadas que residían en casas de acogida. Todas salieron de la proyección con las pilas cargadas, fueron conscientes de que aún tenían muchos años por delante para rehacer sus vidas. Y a mí me emocionó que el documental tuviese semejante impacto pese a no ser de temática social.

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