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24-06-2016

 
Aura Garrido

 
“Los actores no elegimos qué trabajos cogemos”

 
Feminista cultivada y declarada, la artista de ‘Crematorio’ y ‘El Ministerio del Tiempo’ siempre guarda hueco para el cine de autor
 

 
FRANCISCO PASTOR
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Dejó la Resad para actuar en Planes para mañana (Juana Macías, 2010), pero aún hoy, entre rodaje y rodaje, la madrileña Aura Garrido busca algún curso de interpretación: el siguiente, en Nueva York. Aquel trabajo le valió una nominación al Goya como mejor actriz revelación, como lo haría, algún año más tarde, y ya como protagonista, la independiente Stockholm (Rodrigo Sorogoyen, 2013), financiada gracias al micromecenazgo en las redes. “Era el momento de apostar”, sentencia la actriz.
 
 

 
 
   Desde una cafetería del madrileño barrio de las Letras, esta mujer “amante de los cambios” reconoce que por nada querría perder su ocupación en El Ministerio del Tiempo. Se rumorea que RTVE duda sobre la renovación de esta ficción, otrora imbatible en las cotas de audiencia, y en la que la actriz comparte protagonismo con Nacho Fresneda y Rodolfo Sancho. A los 27 años, esta intérprete curtida en series como La pecera de Eva o De repente, los Gómez también ha trabajado con Javier Ruiz Caldera en Promoción fantasma (2012) o Jonás Trueba en Los ilusos (2013). 
 
   En su conversación, Aura no deja de sonreír, por mucho que luego adopte un gesto más serio ante la cámara. Tras un mes en el rodaje de la futura Cold skin, en Canarias, la intérprete viene de visitar a sus padres: él, director de orquesta y ella, pintora. Por su parte, Garrido fantasea con ponerse a las órdenes de Jim Jarmusch. Y con encarnar, algún día, a una asesina. “Una muy macarra”, especifica.
 
 

 
 
¿Se encuentra en la etapa más frenética de su vida?
Las he tenido peores de trabajo, caos y prisas, de empalmar rodajes con obras de teatro. Ahora tengo mucho trabajo, pero estos días son de los más bonitos que recuerdo, por todo lo que está pasando: el rodaje en Canarias, los proyectos que me están llegando... Cada día me levanto con una sonrisa para ir a trabajar.
 
¿Sonríe por su personaje, Amelia Folch, en El Ministerio del Tiempo?
— ¡Claro! Nunca oculto que soy feminista, aunque alguna vez haya pensado que carecía de referentes femeninos, que siempre admiraba a los hombres. Las excepciones son la actriz Maureen O’Hara y [la filósofa contemporánea] Beatriz Preciado, cuyas lecturas me resultan muy reveladoras. Mi personaje lucha por aquello en lo que yo creo, y eso es fascinante.
 
Muchas actrices temen envejecer...
— Esta industria es parte del mundo en el que vivimos: es su espejo y, a la vez, alimenta esas actitudes. Me acerco a los 30 y muchas amigas actrices me dicen que las cosas cambiarán mucho entonces. Sin embargo, sí creo que estas reflexiones o las menciones al feminismo están apareciendo ahora, cuando hasta hace poco tiempo se quedaban en el tabú. Hay esperanzas.
 
 

 
 
¿Se ha quedado fuera de algo, alguna vez, por decir que no?
— No. Tengo mucha suerte, en realidad. Sí veo que, con el tiempo, al ir entendiendo cómo funciona este mundo, he adquirido una cierta fortaleza. Puedo ser más fiel a lo que quiero hacer y lo que no, y plantarme cuando toca. Este gremio se aprovecha de la gente joven porque decimos que sí a todo. Estamos empezando y aún no sabemos qué es importante y qué no. Y además, los actores casi nunca elegimos qué trabajos cogemos, aunque se piense lo contrario.
 
¿Hay algún trabajo al que daría hoy el no? No por militancia, sino por falta de interés.
— Hay pocas cosas a las que me cerraría, porque me gusta cambiar. Cualquier aproximación al trabajo que marque una diferencia me interesa muchísimo. Creo que no doy un perfil concreto y no tengo ni idea de qué buscan en mí. Sí hubo un tiempo en el que me tocaron papeles muy excéntricos, pero luego llegaron más cosas. Yo estaba aún en la Resad cuando me llamaron para Física o química [en la que un amor le lleva a provocar un incendio en un colegio].
 
 

 
 
¿Hay un trabajo especial para preparar al loco?
—  El primer paso, ¡no llamarle loco! Lo preparo como lo haría con cualquier otro personaje: trato de entender lo que siente y lo que está viviendo. Si le pongo un adjetivo, ya hay un juicio de valor. En ese caso lo miro por encima o por debajo, y eso me impide creer en lo que estoy haciendo.
 
En Stockholm se mantiene algún estereotipo. Él quiere aventura, ella espera un compromiso.
— Como yo lo veo, refleja aquello que critica, aunque desde un caso muy extremo. Pero sí nos habla de esta generación. Entre la gente de mi edad hay quienes aún creen en el tipo de relación que tenían nuestros abuelos y que ya cuestionaban nuestros padres. Otros se encuentran en una búsqueda, porque los deseos van por otro lado. Stockholm tiene que ver con eso: con el apego a los estereotipos.
 
 

 
 
Cuando rueda cine independiente, ¿añora las comodidades de la alta producción?
— ¡Qué va! Con Jonás Trueba, en Los ilusos, no eché nada en falta porque tenía cuanto necesitaba. Aunque algún rodaje nos pueda parecer precario, no lo es: nos cuidan bien, hacemos mucha piña y todos estamos allí por lo mismo. Mi trabajo como actriz no cambia con el presupuesto: si me toca bañarme en un lago helado a las dos de la mañana, ocurrirá igual con dinero o sin él. 
 
¿Hace falta más cine de autor en España?
— Sí, seguimos aferrándonos a una cultura clásica de narrativa. A mí me interesa experimentar, romper con lo anterior. Hay trabajos independientes que han logrado un cierto reconocimiento, pero la producción y la distribución siguen siendo un círculo cerrado. Debería mirarse más por lo artístico y lo humano, porque esa búsqueda es la que acaba aportando algo al cine.

Los ilusos le llegó justo después de El cuerpo (2012). El día y la noche.
Y qué rodaje. Recuerdo que me sentí como si estuviera trabajando el mismo día de las pruebas. ¡Cómo me hablaba Oriol [Paulo], cómo daba las notas! Me ponía música con los auriculares para ayudarme a meterme en el papel, me daba apuntes al oído. Eso no lo he vuelto a vivir. Aunque fuera llevando los cafés, yo quería trabajar allí. 
 
 

 
 
¿Piensa alguna vez en acabar la carrera?
— Muchas. Pero nunca me ha faltado el trabajo, afortunadamente, y no he podido ponerme con ello, aunque haya hecho otros cursos más adelante. Dejarlo fue difícil, pero cualquier decisión es difícil en este oficio. Cuando salió Planes para mañana tuve mucha suerte porque fue donde empezó todo. Lo volvería a hacer mañana: allí encontré mi sitio.
 
 ¿Y Crematorio? ¿Qué recuerdos le trae?
— Entonces no era muy consciente, pero fue uno de los mejores trabajos de mi vida. Con Alicia Borrachero, Juana Acosta, José Sancho... Fue como rodar cine, pero en televisión. Si había que parar, se paraba y ensayaba. Todo se cuidaba muchísimo.

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