Premio Carmen (Academia de Cine de Andalucía) a la mejor actriz protagonista
Beatriz Arjona
“Antes esperaba que otros me diesen valor. Ahora me lo doy yo misma”
Iba para bailarina, pero el teatro la atrapó. Aunque se considera hija del escenario, la cámara le genera adicción. Se curtió en cortometrajes y hoy acumula series y algunas películas. Pese a los momentos malos, está satisfecha con su progresión: cree en ella misma más que nunca y está segura de lo que puede aportar como actriz
PEDRO DEL CORRAL
FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA
A Beatriz Arjona le gusta mirar a los ojos durante la conversación. Cada palabra que articula lleva consigo una mirada. Algunas veces, luminosa. Otras, nostálgica. Pero siempre al frente. Nada tiene que esconder. Tampoco los miedos y las dudas que la acompañan. Lleva por bandera la verdad. Acumula personajes que, además de frágiles, arrolladores y cruentos, sobre todo resultan auténticos. “Me encanta sacar lo que hay dentro de ellos”, dice, mientras da un sorbo al té que acaba de pedir. Ni siquiera ahora baja los párpados. No le gusta perder el contacto visual.
Curtida en el teatro bajo la dirección de Jota Linares, Abril Zamora y Oriol Tarrasón, su andadura también la ha llevado al audiovisual. De hecho, en 2013 se hizo con la Biznaga de Plata en el Festival de Málaga por su labor en la película Casting (Jorge Naranjo). Eso sí, para ella no hay mayor premio que poder dedicarse a aquello que le hace feliz: “Hay momentos buenos y malos. Y de todos ellos se aprende. Esa es la premisa con la que afronto los retos. Me da igual en el formato que sea, solo quiero que mi trabajo sea real”. Quizá por eso han calado tanto sus apariciones en las series Operación Barrio Inglés, Amar es para siempre, Estoy vivo, Libertad y Las chicas del cable. Arjona pone el corazón en bandeja cada vez que se enfrenta a la cámara. Ahí, cómo no, también les mira a ustedes a los ojos.
– Si en sus inicios le hubieran preguntado cómo quería que fuese su carrera, ¿se parecería a la que lleva hasta ahora?
– Sí. Estoy contenta y satisfecha con mis logros. Se han cumplido muchos de los sueños que había tenido desde pequeña. Está claro que no sabía el precio que hay que pagar a veces… pero no te lo planteas cuando tienes tantas ganas. Es mejor quedarse con la parte bonita, ya que la oscuridad puede atraparte con facilidad. Hay que tener un pie en la tierra y otro en el cielo. Por un lado, para saber dónde estás; por otro, para no dejar de soñar. Si no se dan ambas cosas, te estancas.
– ¿Le ha ocurrido alguna vez?
– Escogí esta profesión para así convertirme en la profesora, la astronauta, la médica, la cantante y la bombera que aspiraba a ser cada día. Lo más curioso es que yo iba para bailarina. Estudiaba danza mientras mi hermano hacía lo propio con el teatro. Aunque lo mío me fascinaba, veía a su grupo pasárselo tan bien que me fui acercando, hasta que cambié de actividad.
– Como hija de los ochenta, las películas de aventuras le marcarían.
– Desde Indiana Jones hasta Los Goonies. Y cuando en el colegio nos llevaban a ver obras de teatro, algo me hacía disfrutar sin ninguna explicación. La actuación te permite adentrarte en universos a los que sería imposible acceder de otra forma.
– Parece que estaba destinada a ello.
– Totalmente. Cuando terminé la universidad en Sevilla, formé una compañía junto a compañeros. Con ella poníamos en marcha los proyectos que nos interesaban. Aprendí tanto que sentí la necesidad de continuar ampliando mis conocimientos. Así que puse rumbo a Madrid para formarme en la Central de Cine, donde estuve trabajando las técnicas audiovisuales. Llegué para un año y llevo 15. ¿Quién me lo iba a decir? No sé dónde estaré en el futuro, pero no tengo duda de que seguiré al pie del cañón.
– Empezar de cero es difícil. ¿Qué fue lo que más le costó?
– Tardé muchísimo en crear mi propio círculo. Lo primero que hice fue buscar trabajos que me permitiesen mantenerme mientras estudiaba. Las cosas que me enseñaban en la escuela las ponía en práctica en cortometrajes. Fui conociendo a gente que hoy, después de tanto tiempo, está trabajando en mejores condiciones. Yo no he sido actriz de varita mágica, sino de pico y pala. En estos casos, las personas de las que te rodeas juegan un papel fundamental. Adoro lo colectivo, aunque poco a poco se pierda.
– ¿Recuerda su primera prueba?
– Fue para un corto. Así me di cuenta de que mi formación era teatral: de tan expresiva, tuvieron que agarrarme las manos. El teatro ha sido mi madre, pero enfrentarme a una cámara es adictivo.
– Ponerse ante un director de casting debe ser uno de los momentos de mayor vulnerabilidad que vive un actor.
– Las primeras veces son terroríficas. Estás muy nerviosa, quieres agradar, muestras dudas… Y al final la decisión no depende de ti. Vives en una entrevista de trabajo constante, intentando convencer a cada director de que no hay nadie como tú para hacer cierto personaje. Así son las reglas de este juego. Hay que estar por encima de cualquier miedo. No pasa nada si te equivocas. Si no entiendes algo, pregunta siempre. Somos arcilla. A veces, solo necesitamos escuchar para dar lo que nos piden.
– Ha tenido papeles episódicos en Las chicas del cable, El Ministerio del Tiempo y Desaparecidos, entre otras series. ¿Hasta qué punto son importantes en una trayectoria?
– Son muy difíciles de hacer. Llegas al equipo cuando ya está consolidado y tienes poco margen para proponer. No te queda otra que entregarte a la trama. Independientemente de que nuestro rol sea protagonista o episódico, todos estamos dentro del mismo proyecto.
– Permaneció en la diaria Amar es para siempre durante 83 capítulos. ¿Es posible compaginar ese ritmo de trabajo con una vida social aceptable?
– Es complicado, pero aprendes una barbaridad. En aquel momento yo no quería parar. Aunque llegaba agotada al fin de semana, merecía mucho la pena. Estaba radiante. Ahí entendí por qué había compañeros que no querían dejar la serie. Fue una escuela maravillosa.
– Se ha formado en claqué, esgrima, flamenco, acrobacia, ukelele… ¿Qué le aporta todo eso?
– Recursos que quizá pueda aplicar a algún personaje. A veces llegan propuestas a las que puedes incorporar aquello que ya dominas. Para actuar hay que vivir: eso te permite tener una biblioteca emocional a la que recurrir. De ahí que no pare de ver películas, escuchar música, acudir a exposiciones… Ciertos papeles te pillan muy lejos y es necesario investigar. ¿Cómo puedo encarnar a una mujer de los años sesenta si yo no había ni nacido? Profundizando en su contexto histórico y social. Sin embargo, siempre me gusta dejar algo de mí en los personajes.
– ¿Cuánto cuesta darse valor en este oficio?
– Mucho. Antes esperaba que otros me diesen valor. Ahora me lo doy yo misma. Mi relación con la industria ha cambiado. Hoy estoy más segura de lo que puedo ofrecer. Estamos en constante enriquecimiento y transformación para alcanzar nuevos territorios. Averiguar cómo funciona este mundo y qué puedo aportarle me ha ayudado.
– Su próxima película es Fin de fiesta, de Elena Manrique. ¿Qué diferencias encuentra con la Beatriz que debutó en Almas gemelas, de Leonardo de Armas?
– Contra todo pronóstico, diría que creo más en mí. Como actriz y como persona. He aprendido a base de cosas buenas y no tan buenas. Gracias a todo eso dispongo de anclajes a la hora de enfrentar nuevos retos. Si no te valoras, se produce un bloqueo. Y el bloqueo te impide jugar. La libertad te impulsa a lanzarte al vacío. Cuando tienes buena guía, sea la historia o el director, todo saldrá bien. Aquí no hay fórmulas, así que no comparemos nuestro camino con el de otro.
– ¿Cómo mide el éxito de un proyecto?
– Hay quien lo relaciona con la visibilidad y la popularidad. Que una película te posicione es algo que no puedes controlar. Y las alfombras rojas me ponen nerviosa. Intento disfrutarlas como parte del proceso, pero donde estoy a gusto de verdad es en los ensayos, creando, investigando… Para mí, el éxito es compartir los triunfos con mi gente. Esta es una profesión en la que, como no te rodees bien, hay mucha soledad.
– ¿Haber empezado en el escenario le ha ahorrado errores?
– Puede ser. Sobre todo, me enseñó a trabajar en equipo. Gracias al teatro supe que nadie es más que otro. Este oficio solo tiene sentido si hay alguien al otro lado. Me ha dado humildad y amor.
– ¿Cuál es su sur cuando pierde el norte?
– El teatro. Así reafirmo por qué me dedico a esto, me reconecta con lo que siempre he querido ser. Cuando no encuentro respuestas, me refugio en la cultura.
– ¿Qué sucedió para que ¿A quién te llevarías a una isla desierta? se convirtiera en fenómeno de masas?
– Nos sorprendió bastante. Jota Linares ya había levantado esa obra con otros compañeros. Y cuando regresó a la cartelera, la respuesta fue increíble. Me dejó descolocada, pero poco a poco entendí el porqué de tan buena acogida: ¿A quién te llevarías a una isla desierta? habla de los sueños por cumplir de una generación que podría ser la de cualquiera. Resulta actual porque la precariedad nos salpica a todos. Y aborda temas tan universales como la frustración, el miedo y la desazón.
– ¿Qué le diría a aquella niña que soñaba con ser profesora, astronauta, médica, cantante y bombera a la vez?
– Que no tarde tanto en creer en ella. Que no se cierre. Que no se pierda ninguna de las aventuras que anhela.