Belén Macías
“Las historias se cuentan desde los actores, desde los personajes”
La interpretación fue parte decisiva en su formación. Y ello, confiesa, le sirve como base fundamental para el trato con los artistas. La directora de ‘Verano en rojo’ estrena ahora la serie ‘Un nuevo amanecer’ (Atresplayer), con la imparable Yolanda Ramos como protagonista, pero no descarta volver al teatro después de media vida detrás de las cámaras o en la sala de montaje. Y todo, sin dejar de compartir su talento con sus clases para la ECAM
JAVIER OLIVARES LEÓN
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Su nombre figura en el acta fundacional no escrita del grupo de teatro Yllana. Se puso tras las cámaras prácticamente Al salir de clase (de la Resad). Descubrió a una quinceañera Adriana Ugarte, a la que luego convirtió en La señora. Hizo un tratado maxilo-facial a Eduard Fernández para darle el papel de Felipe II en La princesa de Éboli. La historia de las series, las tv movies y los guiones televisivos (14 de abril, la República; Víctor Ros; Un nuevo amanecer…) debe mucho a Belén Macías, tarraconense de 54 años. Todavía acude a pases y coloquios de su tercer largo, Verano en rojo, sobre uno de los renglones más torcidos de la Iglesia: las acusaciones de pederastia. Docente en la ECAM, miembro de la Academia del Cine, no oculta cierta decepción por haber quedado fuera de los últimos Goya. Si con El patio de mi cárcel obtuvo cuatro nominaciones y con Marsella, dos, con esta historia no ha saltado la criba de las candidaturas. Pero, como ella dice, “este oficio es un cambalache, con muchos vaivenes”. En esta charla lo comprobamos.
‘Verano en rojo’ ha tenido buena acogida.
Sí, ha ido bastante bien, unos 70.000 espectadores y 200 copias. En El patio de mi cárcel, que fue a San Sebastián, salimos con 90. Y con Marsella no sé si llegamos a las 90. Salir con 200, ahora mismo, es dar un salto. Sobre todo, sabiendo que iba a estar en una plataforma enseguida.
Transcurrieron seis años entre El patio… (2008) y Marsella (2014), y nueve entre esta y Verano en rojo.
Sí, porque el cine no ha sido una prioridad en mi evolución. Yo pude hacer las dos primeras a partir de guiones míos, y esta tercera es una adaptación de la novela de Berna González Harbour. Me ha gustado mucho todo el proceso de Verano en rojo, el de tres mujeres en lucha: hemos hecho un núcleo la escritora, Palmira Márquez (su agente literaria) y yo, del que ha surgido una amistad muy bonita. Palmira me ha servido mucho y me ha impedido estar sola en el camino de producción. Hasta que logras el “sí” hay todo un proceso en el que he tenido suerte de contar con Gerardo [Herrero, patrón de Tornasol], productor muy cinéfilo, versátil y entusiasta.
Quizá porque fue director antes que productor.
Exactamente. Y tiene un buen argumentario para decir las cosas, algo fundamental. A la hora de decir dónde está el corte y dónde no. Hay que pactar tantas cosas con las cadenas y los productores... Me ha salido una película con pretensión comercial, algo que no había hecho nunca y ha llegado bien con más copias que las anteriores. No ha sido un bombazo, pero Gerardo está contento. Y tengo ganas de un bombazo, la verdad. Lo que pasa es que espacio mucho las películas, porque vivo más de la tele.
¿Esa pretensión comercial es importante para usted?
Mucho, porque es como una manera diferente de afrontar el trabajo. Dejas algo de lado lo autoral para intentar que tu discurso llegue al máximo público posible. Y además con un discurso tan complicado como el que pretendíamos, un tema sobre el que se tiene que profundizar.
Es muy interesante la contribución de la película a la investigación de ese asunto turbio. Y la forma de contar que existen religiosos o instituciones dispuestas a destaparlo.
Estoy encantada. El personaje del padre Damián [Tomás del Estal] se le ha añadido a la novela, que solo lo boceta. En el programa Días de cine gustó la película. Y al crítico Carlos Boyero, también [sonríe]. A mí me hubiese gustado tener la posibilidad de que alguien me produjese algo como El Club, de Pablo Larraín, una película que habla de la pederastia desde una hondura enorme, con una incomodidad.
…que crea en el espectador cierta angustia.
Una angustia maravillosa. La vi y sentí todo lo que la película pretendía. Pero eso es dificilísimo que te lo produzcan aquí. A Gerardo también le interesó poder hablar de la pederastia desde ese lugar -digamos- más cercano para el espectador. Intentando obviar lo más incómodo para hablar de ello sin ser tan agresivos. Y el discurso funciona. Cuando hemos ido a foros, la gente nos agradecía el enfoque.
Después de media vida en la zona más foodie de Chamberí, se ha ido a vivir a la sierra de Madrid, donde tiene menos oportunidades de acudir al cine y al teatro, pero se organiza mejor para el trabajo, según reconoce. Abandonó su Tarragona natal para estudiar Ciencias de la Comunicación Audiovisual en la capital, y ahora su hijo Darío, de 20 años, estudia Física en Barcelona. La historia se repite al otro lado de la A2.
En el personaje de Marta Nieto en Verano en rojo (una policía muy unifamiliar, muy madre coraje), ¿hay cierta reflexión suya sobre la maternidad?
Exactamente. Y tengo mucha satisfacción, porque he criado a un hombre con futuro y mucha madurez. Mi hijo es un hombre feminista, un hombre con conciencia, curioso en cuanto al conocimiento. Aunque su padre ha estado ahí, he visto crecer a mi hijo sola.
Además de Marta Nieto y José Coronado, hay un reparto estupendo. Entre otros, Luis Callejo, Tomás del Estal...
A mí los actores me gustan siempre, desde siempre, quizá porque yo tengo formación actoral. Estudié en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (Resad). Eso me ha servido como base fundamental para la dirección. Porque las historias se cuentan desde los actores, desde los personajes. Poder trabajar con ellos y tener su lenguaje te hace llegar a muchos lugares. El castin con Juana Martínez fue redondo. Tenían que ser intérpretes del norte, porque rodábamos en Navarra. Y ahí descubrí a Richard Sahagún.
Todo un hallazgo.
Llegó a la prueba con el entendimiento del personaje totalmente interiorizado. Es difícil encontrarlo para un personaje como el suyo, con ese pasado detrás [víctima de abusos en la infancia]. Fue de los primeros en llegar, nos sorprendió muchísimo, pero lo dejamos inicialmente de lado. Y luego hicimos pruebas a otros que no entendían tanto el personaje.
¿Es frecuente que la gente llegue al castin sabiéndose el personaje?
Para un personaje como ese sí era necesario. Él había visto separatas de guion, para entenderlo. No puedes improvisar con algo, además, tan elaborado. Me gustan mucho los actores y me gusta mucho entenderlos, cuidarlos. Entiendo su fragilidad y cómo se exponen. Eso intento transmitírselo a mis alumnos en la ECAM cuando les doy clases de dirección. Es fundamental.
Muchos directores confiesan en esta sección que les impone el trabajo con los actores.
Pues para mí no es una barrera. Aunque no he trabajado como intérprete, al salir de la Resad me di cuenta de que yo no era la actriz que admiraba. Tenía pánicos escénicos: no era mala, pero no quise apostar por eso. Me quedé con la forma y el lenguaje, y es lo que uso en los primeros ensayos, en las primeras lecturas, en las escenas, para explicar cómo es el personaje. Así tienes enseguida a los actores en el bolsillo, porque hablamos el mismo lenguaje.
¿Y por qué no hace ningún cameo?
Porque yo huyo de la exposición. En eso estoy muy alineada con mi admirado Víctor Erice ⎯he visto El sur unas 20 veces, la pongo en las clases de la ECAM⎯, no me gusta ser figura pública. Eso quizá me ha perjudicado en mi carrera. Pero es una elección. Me invitan a programas de cine y no me gusta, quizás por una timidez que me impide exponerme. Y he tenido oportunidades, no solo en el cine, en televisión también. Hay compañeros míos a los que les gusta hacer cameos. A mí, no, para nada. Detrás, detrás.
¿Cómo empezó en el teatro?
Formamos el grupo Yllana en la universidad, hace más de 30 años. Un grupo de lenguaje gestual que ha viajado por todo el mundo, gracias a que hacen espectáculos sin palabras. Son los dueños del teatro Alfil, en Madrid.
¿Ya nació con ese nombre histórico?
Tal cual. Yllana es o era un comercio en el barrio de Usera u Oporto por el que pasaba una de las componentes todos los días y se le ocurrió. Se formó porque estábamos en la facultad y queríamos hacer teatro. Pusimos un cartel de captación en la cafetería, aparecieron David [Ottone], hoy director, y Fidel [Fernández], que siguen en el grupo. Después de un par de años nos separamos, cada uno siguió con sus cosas. Y los chicos, al cabo de un año, se propusieron empezar profesionalmente.
¿De qué año hablamos?
Sería 1991. La formación digamos, profesional, de Yllana fue cuatro o cinco años después. El hermano de David era economista y les llevó toda la carrera. Supieron ver bien dónde estaba lo artístico y el negocio de esta profesión. Fueron a Japón, Estados Unidos… sus espectáculos los entendía todo el mundo, al no haber lenguaje. A día de hoy, forman el núcleo las mismas personas que lo formamos en la universidad.
¿Las obras de Chekhov y Ionesco vinieron después?
Sí, cuando salí de Ciencias de Comunicación Audiovisual y de la Resad. Pero, antes de llegar a la universidad, yo estuve estudiando en la Escuela de Arte Dramático de Tarragona. Tenía mucha pulsión, mucha necesidad, me gustaba mucho el teatro.
¿Por qué se fue a Madrid a estudiar?
Porque quería hacer Comunicación Audiovisual, y aún no existía esa carrera en Barcelona. Creo que salió al año siguiente en Bellaterra. Pero, sobre todo, quería tener una experiencia fuera. Y me alegro, porque en Madrid ha habido mucha industria. En Barcelona, también, pero no tanta. Y eso me ha dado muchas posibilidades, Sobre todo, tener una carrera grande en televisión.
Da la impresión de que en la facultad de Ciencias de la información no logró mucha base profesional.
Es que en la facultad no había prácticas de ningún tipo. Nosotros teníamos grupos de vídeo con los que hacíamos cortometrajes. En la Resad aprendí toda la base de la dirección, sobre todo actoral, y lo siguiente fueron mis cortometrajes en cine.
Además de muchos premios, con sus cortos se ganó a mucha gente.
Sí, tuvimos suerte. En el segundo, Mala espina, trabajaba Adriana Ugarte, pero otra de las actrices era la excelente Rosa Estévez, que hoy es una directora de castin muy buena. Le quiso enseñar el corto al productor de Boomerang, Goyo Quintana, para que viera el trabajo de Blanca Apilánez, que está maravillosa. “¿Y esto quién lo ha dirigido?”, preguntó. Le dijeron que yo tenía otro corto y le enseñaron El puzle. Y ahí es donde me encargaron la dirección de la serie Al salir de clase. Un cambalache bonito, ¿no? Así entré en televisión. También hice La casa de los líos, en Antena 3. Eso como guionista, pero me encaminé enseguida a la dirección.
¿Cómo se seduce para un corto iniciático a dos veteranos como Saturnino García y a Berta Riaza, los protagonistas de El puzle?
Pues… todo de favor. Descubrir a Berta Riaza fue un privilegio maravilloso. A través de la Resad, tuve acceso a ella y se lo ofrecí. Aceptó, le gustó la historia, y luego la frecuenté durante mucho tiempo. Era un placer ir a su casa, en la céntrica Plaza del Ángel, en Madrid. En el mismo edificio vivía Julieta Serrano. En esos pisos hubo muchas tertulias. Y Saturnino llegó igual, por favores. Pero es curioso, ¿verdad?, que la gente consagrada acepte apoyar a la que empieza.
En Mala espina también tuvo muchos talentos.
Además de Adriana estaba Adolfo Fernández, que ha tenido una carrera también enorme. No solo como artista, también como director. Y Pedro Casablanc, que ha dado un salto al cine estupendísimo. Pero estaba ahí... En el teatro es un espectáculo todo lo que hace ese señor. Cómo se mueve, la energía que tiene, cómo compone. Yo hablo en estos términos con los actores.
¿Y así es más fácil entenderse con ellos?
Es que resulta fundamental entenderlo, captar su vulnerabilidad y saber llevarla, para que luego tampoco les haga daño. Porque esto es un proceso... Yo se lo explico a mis alumnos en clase. Es que según cómo se enfrenta a ello, el actor sufre más o sufre menos. Tiene todo un círculo de composición complicado para algunos.
En su caso, ¿diría que ha tenido suerte en llegar a la tele en el momento justo? ¿Ha dejado pasar algún tren cinematográfico por estar en la tele?
Eh... quizás. Pero no me preocupa. Sobre todo, porque este oficio cambia constantemente, insisto. Tengo tres películas, pero a lo mejor dentro de seis años tengo otras tres. Y, de hecho, voy hacia ello. Ya tengo mi siguiente proyecto, ya sé lo que quiero contar, ya sé por dónde llevarlo. O sea, quizás ahora es el momento en el que me pueda dedicar más al cine y dejar lo otro un poco de lado.
Incluso el teatro.
Sí, me encantaría dirigir una obra, pero me falta tiempo. Quiero llevar al cine Los elegidos, una novela brillante de Nando López. Retrata un momento de España que conviene refrescar. Es la historia de un hombre homosexual y una chavala joven que deciden casarse, en la España de los 50. No manejo aún los actores, pero sí la producción. Y tengo en puertas Los Bowie, una historia familiar que no ha salido del cajón, y tiene que salir: el abuelo de la niña protagonista trabajó como técnico del músico David Bowie, y en el pueblo les llaman así.
¿Le gusta dirigir?
Mucho. Dirigir significa crear con imágenes. Una puesta en escena que tú imaginas, y darle una vida. Eso me llena tanto en el cine como en la televisión. En la televisión me permite contar historias de otros, historias que yo tal vez no escribiría, pero que me parecen muy interesantes. Siempre he hecho prime time y cosas con peso. Que tengan más o menos credibilidad en algunos casos, depende de muchos factores. Porque yo no las he escrito, pero si unos señores de una televisión han aprobado un proyecto, otros lo han escrito y yo finalmente lo dirijo, somos responsables todos.
Algunos proyectos no habrá por dónde cogerlos.
Incluso esos lo he defendido de la mejor manera posible. Una en concreto, con los dos actores principales, que no había manera de defender ese proyecto. Y, sin embargo, para nosotros, como profesionales, fue una experiencia muy chula. Tratamos de darle verosimilitud desde donde creamos que la tiene. Eso no puede ser malo. A lo mejor el resultado para el espectador no es el mejor, pero para nosotros... lo es. Eso es un privilegio, yo creo. Sin duda.
¿Lo de la serie Un nuevo amanecer, su último trabajo, ha sido codirección?
No es exactamente codirección. Se trata de una serie de televisión, muy bien escrita por José Corbacho. Y, con Yolanda Ramos como protagonista, era una comedia sí o sí. Pero, como Corbacho solo no podía con los ocho episodios, buscaron a otro director o directora. José ha dirigido cuatro y yo, otros cuatro. Nosotros hacemos que todo tenga un hilo conductor, pero cada uno ha dirigido a su manera.
Así es la profesión actual…
Creo que somos unos privilegiados por poder seguir contando escenas en un medio en el que resulta tan complicada la puesta en escena, con tanta gente implicada. El hecho autoral puede hacerse de varias formas. Unos pintan, otros dirigen. Al estar al tanto de todo aprendes mucho, y más siendo cinéfila. Se trata de observar para aprender.
Vaya salto, de los cortos a El patio de mi cárcel, con Verónica Echegui, Candela Peña y Blanca Portillo. Producción de El Deseo y un equipo de 150 o 200 personas.
Bueno, ya había hecho televisión, con gente muy preparada. Ahí te das cuenta de que tienes poco oficio, y lo tienes que aprender. Surgió Un lugar en el mundo, con Ginés García Millán y Marta Belaustegui, rodada en Miraflores de la Sierra (Madrid), para Antena 3. Ese paso del corto a la tele fue para mí más duro que el salto al cine. Adelgacé diez kilos, me obsesioné. Tenía la sensación de que debía encargarme de todo. Cuando te das cuenta de que dominas el oficio, ya puedes tirar. El nuevo camino es buscar un lenguaje cinematográfico propio o una forma de contar diferente. Al llegar a El patio de mi cárcel no tenía tanto susto. No fue un salto tan abrupto como el de otra gente que empieza.
O sea, lo que ve por el retrovisor le gusta.
Considero que me ha tratado bien el oficio, pero no me ha preocupado, porque no he parado de trabajar. No tengo la carrera de la Coixet, que es diez años mayor que yo. Formo parte de una generación bisagra, en la que están Roser Aguilar, que se quedó en medio, con una peli muy chula; Judit Colell, que hizo varias películas y ahora es la presidenta de la Academia catalana… Hay unas cuantas.
Entre los hombres de su generación no ha habido ese vacío.
Hablamos de la generación de cortometrajistas, ¿eh? Con pocos años de diferencia. Jorge Torregrosa está de moda porque ahora hace tele, pero hizo dos películas, entre ellas, El cuerpo en llamas; Jota Bayona y Rodrigo Cortés, que han hecho carrera; Ramón Salazar… Gente que, en 2000, 2001 y 2002 estábamos en los festivales. Y casi todo eran tíos, la verdad. Se quedaron muchas mujeres.
¿Como está el mundillo del corto ahora?
Al ser académica, intento ver todos. El otro día vi La loca y el feminista [de Sandra Gallego], o París 70 [de Dani Feixas Roka]. Es la plataforma necesaria para aprender a contar una historia. Cuando yo empecé, hace veintitantos años, había premios más holgados. Por ejemplo, yo gané en Málaga con 12.000 euros, lo que te financia prácticamente el corto. Y eso es más difícil encontrar ahora. Gané Versión española y me enviaron a la escuela de cine de Cuba, había más posibilidades. Pero afortunadamente, ahora tiene todo el mundo más acceso.
¿Qué aprendió allí?
Hice un curso de guion, de apenas 20 días, y disfruté de la escuela, donde coincidí con Arancha Cuesta, la guionista de El patio de mi cárcel. Ha escrito varias pelis, entre ellas Blog, de Elena Trapé. Y ahora está más metida en la tele. Estamos con un remake de una película. Por ahí entramos precisamente en la órbita de El Deseo, donde estaba Ester García, y respaldaron El patio. He tenido suerte, pero la perseverancia es la base de todo, más que los talentos.
¿Diría que ahora hay más posibilidades para empezar?
Sí, y sobre todo para las mujeres. Por ello hemos luchado desde Cima [Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales]. Qué ilusión hace eso, por cierto. Y, afortunadamente, ya no te preguntan solo sobre la mirada femenina de mi cine o sobre las protagonistas mujeres. Antes era constante. Pensaba: “¿A Urbizu, que también centra en una cárcel su película, le preguntas eso?”.
Hablar con Belén Macías es una sucesión de prescripciones cinéfilas. Sobre colegas talentosas: Rocío Mesa, “la de Secaderos, no te la pierdas”, Elena Martín Gimeno, “la de Creatura, muy interesante” o Claudia Pinto, “genial su documental Mientras seas tú, sobre Carme Elías y el Alzhéimer”. Sobre sus referencias, del mencionado Erice a Carlos Saura. Sobre el corto de la viuda de este, Eulalia Ramón, Cuentas divinas. Sobre estrenos: “No te pierdas la última de Alexander Payne [Los que se quedan]: tiene una construcción de personajes que para cualquier actor sería un festival. No es solo cómo lo cuenta, sino cómo cuenta los personajes. Está en la frontera de lo cursi, pero nunca entra”. “Quiero ver La zona de interés, sobre los nazis”. Sobre léxico postadolescente o de la generación Z, del “en plan” a “al final” o a eso tan empoderado y controvertido de “servir coño”.
¿Cómo es su relación con Adriana Ugarte, a la que descubrió precisamente entrando en la edad adulta?
Me gustó conocerla en sus inicios, porque se veía claramente en lo que se iba a convertir. Era una niña que, con 15 años, convenció a sus padres para hacer un curso de verano. Se le veía la comprensión del personaje, y tenía gran fotogenia. Y coincidimos luego en La Señora, que tuvo mucha audiencia y contó con bastante dinero. Una serie muy pionera y muy cuidada.
Es que usted mima los detalles. En La princesa de Éboli ofreció a Eduard Fernández todo un tratado anatómico sobre Felipe II y su prognatismo de mandíbula.
Me encantó trabajar con Eduard. Porque él también es un tipo que llega al rodaje con una capeta de propuestas para su personaje. Y es fascinante cómo lo hace crecer, cómo se va moldeando. Yo soy permeable a las propuestas del actor, si tienen sentido, y en su caso tenían todo el sentido. En eso consiste nuestro trabajo. No puedes dejar de lado algo que crezca.
Y coincidió con él en Marsella, en su segundo largo.
Efectivamente, ahí hacía de camionero. El otro día la pusieron en la Academia del Cine, precisamente.
Por suerte, los castins se van moviendo y las agendas de actores y actrices se pueden cuadrar.
Afortunadamente, sí. Pero hay gente que no puede trabajar, y estamos viendo noticias en ese sentido. Hace poco, Richard Sahagún hablaba de penurias en esta revista. Hay también gente que deja su empleo para ponerse a actuar. Carlos Olalla, por ejemplo, había tenido un problema cardíaco, pero se recuperó y pudo hacer un pequeño papel en El patio de mi cárcel. Era director de banco, y lo dejó para conseguir su sueño. Como María Galiana, entró tarde en el oficio.
O sea, el oficio del actor no es solo el cine o el teatro que vemos.
Sin duda. Hay un espectro muy amplio con el que ganarse la vida, y no quedarse de lado. Grupos de teatro, centros culturales… A mí me invitan muchos actores para que vea su trabajo, y de eso viven muchos. Si a eso añades clases de interpretación o la posibilidad de escribir aquí o allá… existen muchas maneras de enfrentarse al oficio. Se lo digo a mis alumnos: no todo es el 8% que brilla. Y ese 8% no son los mejores.
En sus series, por ejemplo, ¿hay gente que merecería explotar?
Por supuesto, un grueso de gente buenísima.
¿Y por qué no llegan o no lucen?
Porque no hay acceso, no hay producciones suficientes para tanta gente. Existen muchos grupos teatrales. Cataluña, País Vasco… Andaluces que se quedan en un papel pequeño en una peli de Alberto Rodríguez, por ejemplo. De repente, llega una Pilar Gómez que deslumbra. O José Manuel Poga, que se ha puesto de moda por La casa de papel, y lleva toda la vida en esto. Hay una tendencia a creer que, si salen siempre los mismos intérpretes, va a haber más tirón de público. Y nosotros entramos en el juego, porque los productores lo ofrecen, y tiramos de los más conocidos. De ahí que haya actores con esas carreras.
¿En la docencia funcionan también esas pautas?
Cuando doy clases de interpretación ante la cámara me gusta poder ofrecer algo a los alumnos. Si veo actores o actrices que me llaman la atención procuro llevármelos. Y a los alumnos, de meritorios [sonríe].