– En la redacción del Crónica Universal hizo su máster en interpretación. ¿De qué compañero recuerda aprender algo que se le quedara grabado?
– Como le decía antes, en nuestra profesión es primordial observar. Tienes que llenarte. Puedes hacerlo, como le decía antes, de la cotidianeidad, pero también están los compañeros, claro. Mi personaje empezó muy poco a poco, de modo que tuve tiempo de absorber lo que irradiaban actores maravillosos, como Álex Angulo, que aunaba humanidad, profesionalidad y saber hacer sin que pareciera costarle ningún esfuerzo; Amparo Larrañaga, pura generosidad con las que empezábamos, una actriz con toneladas de experiencia y talento que siempre estaba dispuesta a compartir, algo que no siempre ocurre; José Coronado, que llevaba un tiempo algo en la sombra y volvió por la puerta grande; el gran Enric Arredondo. Pero no solo aprendía de los más veteranos. Había gente joven con un swing tremendo, como Pepón Nieto, Alicia Borrachero, María Pujalte... Aprender trabajando es el mayor privilegio que se puede tener, y a mí me lo dieron todos estos compañeros.
– Entre 1997 y 2002, de la mano de Clara Nadal, y luego enlazando con ‘Los Serrano’ hasta 2008, se coló día a día en las casas de la gente. ¿Cuándo empezó a notar que la fama le agobiaba, si es que le ha agobiado alguna vez?
– Al principio no te das cuenta y te asombra, porque alguien te lanza una mirada cómplice y tú piensas que tal vez lo conozcas de algo, y te pones a repasar mentalmente tu biblioteca de imágenes de conocidos. Sin éxito, claro. La fama es como un sarampión, que te puede dejar marcas o no. Hay que pasarlo, porque el momento cumbre del reconocimiento es pasajero, o suele serlo. No conviene dejarse llevar por el pánico, ni creer que uno es invencible y que su teléfono no va a parar de sonar; entonces es cuando ese sarampión deja marca.
Sufrimiento
Inadvertidamente y entre frondosas plantas, dos chicas que han venido a tomarse una infusión en la gloriosa floristería-tetería donde nos hemos citado llevan un buen rato sentadas en una mesa cercana, escuchando atentamente. Solo la mirada inquisitiva del conejo de Alicia en el País de las Maravillas, retratado en un cuadro sobre sus cabezas, parece haberse percatado del curioseo. Mientras, Belén Rueda sigue a tumba abierta.
– He llegado a odiar a algunos periodistas que me sometieron a una persecución sin tregua. Para ellos, tus momentos más dramáticos son los que más interesan, y no tuvieron respeto alguno. Una vez viajábamos con nuestra hija y en un aeropuerto extranjero la policía nos avisó de que nos estaban siguiendo, por si teníamos algún problema o necesitábamos ayuda. Todo esto ocurría en medio de situaciones familiares muy extremas y de mucho sufrimiento. Y yo ahí he perdido los nervios alguna vez.
– ¿Cómo le afectó profesionalmente la pérdida de su bebé?
– Cada uno intenta solucionarlo como puede. Da igual que seas actor o panadero. No tienes una idea concreta de cómo asumir algo así porque las desgracias no están programadas y uno debe morir antes que sus hijos, lo contrario es antinatural. Las cosas malas no se olvidan; uno aprende a colocarlas en un sitio donde duelen menos. Cuando eres muy joven, te crees invulnerable y vives en medio de un aura de inexpugnabilidad. Esa aura se disipa cuando llegan las desdichas. En lo más hondo del infierno, de la desesperación y la tristeza, creía que podría con todo, que lo superaría. Y no es cierto. Yo no podía con todo. Pasado el tiempo me he dado cuenta.
– En ‘Mar adentro’ se enfrentaba cara a cara con el tema de la enfermedad y la muerte.
– Alejandro Amenábar, que es muy respetuoso, me dijo: “Este personaje es un viaje, y yo necesito que lo hagas conmigo, pero llegaremos a lugares que te resultarán dolorosos”. Y así fue. Yo investigo mucho para cada personaje que hago. Trato de entrar emocionalmente en él, y para ello me documento sobre sus circunstancias y sus preocupaciones, o me reúno con personas que atraviesan situaciones similares; por ejemplo, para Mar adentro estuve visitando con regularidad a unas personas con un tipo especial de esclerosis múltiple. También leí mucho sobre la muerte, y lo cierto es que mi profesión ayudó en ese momento, no a cerrar, pero sí a curar la herida injusta y cruel de la muerte de mi hija. Pasas mucho tiempo enfadado con el mundo, y tu umbral de irritabilidad se vuelve muy bajo, lo que al final se vuelve contra ti. En realidad, todo empieza por uno mismo. Quitando casos en que el destino se ceba con las personas, que los hay, el cambio de tu situación llega cuando tú también cambias y dejas de pensar que todo y todos están contra ti. Curiosamente, el trabajo de Mar adentro, una historia de alguien que quiere morir, me ayudó a reconciliarme con la vida.