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26-07-2017

 
Belén Rueda
 
 “Hay un motorcillo
en el subconsciente que está siempre trabajando para el personaje”
 
Aún impactada por el rodaje de ‘El cuaderno de Sara’ en Uganda y pendiente de su debut con Álex de la Iglesia, la actriz prepara de nuevo las maletas con destino a Argentina
 
EDUARDO VALLEJO
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
A Belén Rueda, alicantina adoptiva, su médico le acaba de dar el peor susto que puede llevarse alguien de esa tierra. “Me ha dicho que nada de arroz, nada de naranjas y nada de almendras”. ¡Horror! La actriz ha estado a punto de renunciar a la medicina moderna, pero su galeno la ha tranquilizado. “Se trata tan solo de una intolerancia por consumo excesivo de esos productos. Solo tengo que suprimirlos de mi dieta durante tres meses”, explica aliviada. 
 
   Lo cierto es que Rueda nació en Madrid, cerca de la plaza de España, pero siendo ella muy pequeñita, su familia se desplazó a Alicante por recomendación médica para aliviar el asma de su hermana. Sin embargo, siempre soñó con volver a la gran ciudad y en cuanto tuvo oportunidad lo hizo. “A los dieciséis me trasladé a Madrid con vistas a estudiar Arquitectura”. Pero pronto el destino revolvió su vida. “Contado a grandes pinceladas, cuando hacía segundo de carrera me casé y me mudé a Italia, donde pasé dos años; después me separé y, tras pasar un tiempo en Alicante recomponiéndome, regresé a Madrid”.
 
   Con algo más de veinte años, volvía de su providencial aventura italiana (si siguen leyendo ya verán lo oportuna que fue) al Madrid de la segunda mitad de los ochenta, que ya no era una fiesta (o no tanto) para ganarse la vida de diversas maneras. Cuentan que fue comercial inmobiliaria, y por ahí empezamos.
 
 

 
 
– ¿Vendía muchos pisos?
– No se me daba mal. De alguna manera sentía que seguía ligada a la arquitectura, algo que quedó aparcado tras la etapa en Italia.
 
– ¿Y la interpretación?
– Desde muy niña hice la carrera de ballet, y en el bachillerato había dado clases de interpretación con un profesor de la RESAD de Madrid y otro de Alicante, pero pensé que no era lo mío porque era incapaz de vencer mi timidez. Vivía las clases con una tensión brutal.
 
– ¿Sigue siendo tímida?
– Sí, pero me lo he curado un poco. Me sobrepongo. En mi caso, la tan traída y llevada timidez de los actores no es tanto miedo escénico como pudor. Trabajamos con las emociones, y el pudor de sacarlas de dentro y exponerlas, un sentimiento totalmente natural en la vida real, es algo que el actor no puede permitirse.
 
– Hablando de pisos, ¿recuerda el primero que tuvo lejos de la casa familiar?
– Me acogió mi tía, un ángel que vivía en Alcorcón y que tuvo el arrojo de convivir con una adolescente que iba y venía todos los días al centro de la ciudad, con toda la congoja que eso conlleva. A la vuelta de Italia estuve en casa de Mila, una señora que alquilaba habitaciones.
 
– Estuvo “de patrona”, vamos.
– Justo, como se decía antes. Éramos tres chicas, una opositora para notaria, una secretaria y yo, la vendedora de pisos.
 
Desembarco italiano
– Universitaria, comercial inmobiliaria y hoy actriz de éxito. ¿Qué o quién lo cambió todo y cómo ocurrió?
– El germen está en la educación. Mi madre era profesora de ballet. Yo y mi hermana hicimos la carrera de danza clásica y española. En casa siempre sonaba música clásica. Desde niña estuve subida a unas tablas para bailar. Ya en Madrid, me apunté a una agencia de publicidad para ganarme un dinerillo, pero las cosas no iban bien, así que volví a Alicante y monté una escuela de baile en un pueblecito. Cuando me salía algún bolo con la agencia, me cogía el autobús de las doce de la noche, hacía la prueba pronto por la mañana y por la tarde estaba ya de vuelta en Alicante para dar mis clases. En una de esas pruebas surgió la oportunidad de trabajar para Tele 5.
 
– Y ahí empezó a presentar programas.
– No, hombre. Me contrataron solamente de azafata, pero caí en gracia porque hablaba italiano casi perfectamente y a todo el personal especializado que había desembarcado aquí desde Italia le venía bien gente que pudiera traducir cuando entraban en cuestiones muy técnicas, así que me pidieron que me quedara de intérprete. Ahí empezó todo. Comencé trabajando en VIP, primero con José Luis Moreno y después con Emilio Aragón. Mis hijas no se creen que hubiera un tiempo en que no existían las cadenas privadas. Cuando les digo que solo había Primera Cadena y UHF, y que había que levantarse del sofá para cambiar de canal, me miran como si fuera de otro planeta.
 
 

 
 
– ¿Y cómo hizo la transición a las series?
– Acabé presentando programas, y eso duró un tiempo. En ese tiempo ya me planteaba retomar la interpretación que había descartado de adolescente y comencé a prepararme en paralelo.
 
– ¿Lo tenía claro por fin?
– Eso es un mito: nunca tiene uno claro nada. Cada cosa tiene su tiempo, pero nos obligan a elegir nuestro futuro profesional en un momento crítico de nuestras vidas, en la adolescencia, cuando estás buscando tu identidad, no sabes muy bien quién eres, te juntas con quien no te conviene, te peleas con quien no debes, tus emociones están disparadas... A no ser que tengas una personalidad muy fuerte y asociada a una vocación nata, lo que realmente te hace falta es explorar, y entonces la vida te sorprende. A mí me gustaba la profesión, pero no me creía capaz. Aun así, esa incómoda inseguridad se queda contigo para siempre, por lo menos en mi caso.
 
– Es difícil librarse de ella.
– Lo es, pero quizá no sea siquiera necesario. Ahora la inseguridad viene de otra parte. El miedo a no poder hacer algo viene más por el respeto a la profesión que por las posibles limitaciones técnicas. Ese respeto que se te coge en el estómago debe ser irrenunciable y es lo que nos ayuda a sacar adelante los personajes.
 
   La actriz acaba de regresar de Uganda, donde ha participado en el rodaje de El cuaderno de Sara, una película de Norberto L. Amado (Mar de plástico) que su protagonista describe como “una historia de amor, desamor y aventuras, con temas sociales de por medio (el coltán, la guerra, los niños soldado...)”. Se nota que ha quedado tocada por la experiencia. “El equipo era mitad español, mitad ugandés, y ha habido una comunión máxima entre todos. Ha sido una experiencia especial. Si la mitad de lo que hemos sentido allí queda plasmado en la pantalla, será maravilloso”, concluye.
 
– ¿Cómo es esa parte de África?
– [Hace una pausa larguísima, como recordando y procesando al mismo tiempo.] Allí el futuro es mañana, pero mañana de verdad, no dentro de una semana, ni de un mes, ni de tres años. Nada se planea porque nada es planificable. Y eso no es algo sobre lo que sea necesario reflexionar si eres de allí; naces con ello bajo tu piel. Cuando tu futuro es mañana, la felicidad te la dan las pequeñas cosas. Como hay pocos planes, los grandes éxitos son mínimas satisfacciones que se disfrutan en el momento. Y es importante compartirlo.
 
– ¿Usted lo consiguió?
– Yo soy muy madraza; me encantan los niños. Pero para ellos soy una especie de monstruo rubio y muy blanco. Mis rasgos en África causan pavor y, en según qué culturas, traen mala suerte o se consideran una enfermedad. Me preguntaban si estaba enferma. Mi pequeño gran éxito era que un niño perdiera el miedo a acercarse a mí y posara su mano sobre mi brazo, por ejemplo. Todo se consigue así, desde lo minúsculo y poco a poco. Allí las escuelas de hoy empezaron por un grupo de niños sentados en torno a un maestro a la sombra de una acacia. He pensado mucho sobre todo esto.
 
 

 
 
Planes
La charla nos lleva de nuevo a sus comienzos. Belén Rueda se presentó en sociedad con el personaje de Clara Nadal, uno de esos casos curiosos, como el de la Aída de Carmen Machi, que nació de secundario en una serie (Médico de familia) y creció de principal en otra (Periodistas). Bueno, eso es lo que creíamos, pero la actriz nos saca del error. “Aquí fue al contrario. Realmente Clara Nadal no fue un spin-off. No nació como un episódico”.
 
– ¿Ah, no?
– No. La primera ficción que hizo Globomedia fue Médico de familia, claramente identificada con Emilio [Aragón]. Daniel Écija, su productor y mi pareja en aquella época, estaba obsesionado con las series profesionales y de actualidad, pero lo que entonces primaba eran las comedias de situación familiares. Periodistas nació al hilo de Lou Grant y otras similares, como un proyecto propio de Daniel, una apuesta muy personal. Pero no crea, su productora no contaba conmigo para ello. Una nunca es profeta en su tierra. En cambio, me ofrecieron entrar en la segunda temporada de Este es mi barrio, de Antena 3, con José Sacristán. Como en ese momento yo estaba embarazada, me propusieron empezar a rodar cuando acabara el embarazo. Pero tú haces planes y...
 
– Y la vida te los deshace.
– Sí, mi hija estaba muy malita, con lo que yo me olvidé del mundo y me centré en salvar su vida, cosa que no conseguimos.Al final no hice la serie con Sacristán, pero Globomedia pensó que si otra productora se había interesado por mí, tal vez ellos debían hacerlo también.
 
– Fue aquello de “¿Y si llamamos a Belén?”.
– A ver, no literalmente así, pero más o menos. De modo que empecé a trabajar mi personaje para Periodistas, cuando de pronto hubo una debacle en Médico de familia. Una de las actrices se cayó del elenco para irse a otra que le venía mejor. Necesitaban apagar aquel fuego y me llamaron. De modo que Clara Nadal nació en Periodistas, hizo de apagafuegos en Médico de familia durante unos episodios y luego volvió a su lugar de nacimiento. Con ella estuve cinco años a razón de 24 episodios por temporada.
 
– Vamos, que vivían juntas.
– Se habla mucho de eso de “llevarse el personaje a casa”. Para mí esto no es posible cuando tienes una familia. Lo que sí ocurre es que la calle te da claves para tu trabajo en momentos cotidianos fuera del plató. La observación es una actividad constante en el actor; tu personaje se nutre de lo que ocurre a tu alrededor en tu vida diaria. Hay un motorcillo en el subconsciente que está siempre trabajando para él. Eso, y no otra cosa, debe ser llevarse el personaje a casa.
 
– ¿Tiene algún ejemplo?
– Hace un tiempo iba en un vuelo que se retrasó porque una pasajera francesa llegaba tarde. Entró en el avión montando el pollo y sin perder la compostura en ningún momento. “¡Encima que llega tarde la tía!”, pensé yo. Bien, pues esta chica me sirvió mucho para dar con el tono de altivez nobiliaria que tenía que darle a la princesa de Éboli.
 
 

 
 
Acojonadísima
Para Rueda, la vida está llena de coincidencias, “pero no siempre tenemos el reposo o el tiempo necesarios para verlas”, apunta. “Cuando hacíamos Periodistas, estábamos muy pegados a la actualidad y la cubríamos casi en tiempo real, con un decalaje de tres o cuatro semanas. Uno de esos temas fue la eutanasia, a raíz del caso de la muerte de Ramón Sampedro”. Habla del tetrapléjico gallego que inspiraría años después Mar adentro (Amenábar, 2004). “Nosotros nos inventamos una trama sobre lo que ocurriría si Sampedro, que en aquel momento estaba litigando en los tribunales, decidiera quitarse la vida. A los tres días de emitir el episodio, llegó a Antena 3 un vídeo en el que él se quitaba la vida. Nuestra ficción no se había alejado mucho de la realidad. Tiempo después recibí la oferta de trabajar en la película de Alejandro. Son extrañas coincidencias”, concluye.
 
– ¿Esto se lo contó a Amenábar?
– Sí. Lo hablé cuando pude, porque al principio estaba acojonadísima. No podía creerme que Alejandro quisiera contar conmigo.
 
– ¿Fue iniciativa del propio director?
– Hubo un primer casting en el que yo iba cantando tralarí tralará, porque sabía que no tenía ninguna opción. Pero cuando llegó la segunda llamada para la siguiente prueba, pensé: “¡Dios, hay posibilidades!”.
 
– ¿Y cómo se preparó?
– Tuve tiempo. Recuerdo que me ayudó Francis Lorenzo, que me decía: “En cine se habla más con los ojos que con la palabra porque tienes la cámara siempre encima. Se transmite más mirando que haciendo”. Lo poníamos en práctica con unos ejercicios en que no podía mover las manos. Me sirvió mucho. Hoy es impensable, pero en aquella época, que no es tan lejana, había ciertos prejuicios contra los actores televisivos, que se consideraba que venían de un género menor. Aún queda quien los tiene.
 
– En todo caso Amenábar arriesgó con usted, que debutaba en el cine.
– Creo que le debió de convencer la naturalidad con que el actor de televisión se enfrenta al personaje. En las series hay poco tiempo para preparar. Todo tiene que salirte rápido y fluido. Alejandro, que es bastante cabezón, quería darle mucha naturalidad a lo que se contaba allí porque, según él, aunque era el relato de un hombre que quería morir, la película tenía que ser una historia de vida, un canto a la libertad irrenunciable del individuo. Y lo consiguió. Contó una historia de vida y libertad en el marco claustrofóbico de la habitación donde estaba recluido el protagonista. Qué trabajo hizo Javier [Bardem]. Hay pocos actores capaces de una transformación así.
 
Etiquetas adheridas
– Hoy su prestigio como actriz es incuestionable, pero ¿alguna vez le ha jorobado que asociaran su éxito profesional con su pareja de entonces, el productor Dani Écija?
– Sí, le prestaba muchos oídos. Aunque públicamente dijera que no, en mi fuero interno me preocupaba [se le escapa una risilla]. A lo largo de estos años he pasado por diversos encasillamientos: “Te llaman porque eres la señora de...”; “Como vienes de la televisión, no puedes hacer cine”; “Como has hecho comedia, no puedes hacer drama”; “Como haces cine de género, no te va la comedia”... Son muchas las etiquetas que te pueden adherir. Y yo sufría por ello.
 
– ¿Se sentía obligada a demostrar su valía?
– Constantemente. En un episodio de Periodistas, Esther Arroyo, que había sido miss España, y yo llegamos a hacer autoparodia de todo esto, cubriendo un concurso de modelos en el que nos permitíamos decir con indignación cosas como “¡Claro, es que hoy todas quieren ser actrices, las misses, las modelos, las presentadoras...!”.  Hoy, con la clarividencia que te da el tiempo (yo entonces no lo veía tan claro), he aprendido que esas etiquetas forman parte de la vida y que no hay que darle muchas vueltas ni preocuparse mucho si tú eres honesto con tu trabajo.
 
 

 
 
– En la redacción del Crónica Universal hizo su máster en interpretación. ¿De qué compañero recuerda aprender algo que se le quedara grabado?
– Como le decía antes, en nuestra profesión es primordial observar. Tienes que llenarte. Puedes hacerlo, como le decía antes, de la cotidianeidad, pero también están los compañeros, claro. Mi personaje empezó muy poco a poco, de modo que tuve tiempo de absorber lo que irradiaban actores maravillosos, como Álex Angulo, que aunaba humanidad, profesionalidad y saber hacer sin que pareciera costarle ningún esfuerzo; Amparo Larrañaga, pura generosidad con las que empezábamos, una actriz con toneladas de experiencia y talento que siempre estaba dispuesta a compartir, algo que no siempre ocurre; José Coronado, que llevaba un tiempo algo en la sombra y volvió por la puerta grande; el gran Enric Arredondo. Pero no solo aprendía de los más veteranos. Había gente joven con un swing tremendo, como Pepón Nieto, Alicia Borrachero, María Pujalte... Aprender trabajando es el mayor privilegio que se puede tener, y a mí me lo dieron todos estos compañeros.
 
– Entre 1997 y 2002, de la mano de Clara Nadal, y luego enlazando con ‘Los Serrano’ hasta 2008, se coló día a día en las casas de la gente. ¿Cuándo empezó a notar que la fama le agobiaba, si es que le ha agobiado alguna vez?
– Al principio no te das cuenta y te asombra, porque alguien te lanza una mirada cómplice y tú piensas que tal vez lo conozcas de algo, y te pones a repasar mentalmente tu biblioteca de imágenes de conocidos. Sin éxito, claro. La fama es como un sarampión, que te puede dejar marcas o no. Hay que pasarlo, porque el momento cumbre del reconocimiento es pasajero, o suele serlo. No conviene dejarse llevar por el pánico, ni creer que uno es invencible y que su teléfono no va a parar de sonar; entonces es cuando ese sarampión deja marca.
 
Sufrimiento
Inadvertidamente y entre frondosas plantas, dos chicas que han venido a tomarse una infusión en la gloriosa floristería-tetería donde nos hemos citado llevan un buen rato sentadas en una mesa cercana, escuchando atentamente. Solo la mirada inquisitiva del conejo de Alicia en el País de las Maravillas, retratado en un cuadro sobre sus cabezas, parece haberse percatado del curioseo. Mientras, Belén Rueda sigue a tumba abierta.
 
– He llegado a odiar a algunos periodistas que me sometieron a una persecución sin tregua. Para ellos, tus momentos más dramáticos son los que más interesan, y no tuvieron respeto alguno. Una vez viajábamos con nuestra hija y en un aeropuerto extranjero la policía nos avisó de que nos estaban siguiendo, por si teníamos algún problema o necesitábamos ayuda. Todo esto ocurría en medio de situaciones familiares muy extremas y de mucho sufrimiento. Y yo ahí he perdido los nervios alguna vez.
 
– ¿Cómo le afectó profesionalmente la pérdida de su bebé?
– Cada uno intenta solucionarlo como puede. Da igual que seas actor o panadero. No tienes una idea concreta de cómo asumir algo así porque las desgracias no están programadas y uno debe morir antes que sus hijos, lo contrario es antinatural. Las cosas malas no se olvidan; uno aprende a colocarlas en un sitio donde duelen menos. Cuando eres muy joven, te crees invulnerable y vives en medio de un aura de inexpugnabilidad. Esa aura se disipa cuando llegan las desdichas. En lo más hondo del infierno, de la desesperación y la tristeza, creía que podría con todo, que lo superaría. Y no es cierto. Yo no podía con todo. Pasado el tiempo me he dado cuenta.
 
– En ‘Mar adentro’ se enfrentaba cara a cara con el tema de la enfermedad y la muerte.
– Alejandro Amenábar, que es muy respetuoso, me dijo: “Este personaje es un viaje, y yo necesito que lo hagas conmigo, pero llegaremos a lugares que te resultarán dolorosos”. Y así fue. Yo investigo mucho para cada personaje que hago. Trato de entrar emocionalmente en él, y para ello me documento sobre sus circunstancias y sus preocupaciones, o me reúno con personas que atraviesan situaciones similares; por ejemplo, para Mar adentro estuve visitando con regularidad a unas personas con un tipo especial de esclerosis múltiple. También leí mucho sobre la muerte, y lo cierto es que mi profesión ayudó en ese momento, no a cerrar, pero sí a curar la herida injusta y cruel de la muerte de mi hija. Pasas mucho tiempo enfadado con el mundo, y tu umbral de irritabilidad se vuelve muy bajo, lo que al final se vuelve contra ti. En realidad, todo empieza por uno mismo. Quitando casos en que el destino se ceba con las personas, que los hay, el cambio de tu situación llega cuando tú también cambias y dejas de pensar que todo y todos están contra ti. Curiosamente, el trabajo de Mar adentro, una historia de alguien que quiere morir, me ayudó a reconciliarme con la vida.
 
 

 
 
– No suele hablar de este asunto.
– A veces tengo la sensación de que no puedo hablar de ello porque, quitando algún bache, me está yendo bien profesionalmente, pero desde hace ya un tiempo me lo permito. Ahora ya no temo que digan que todo es más fácil cuando te va bien en el trabajo. Nada es más fácil. Creo que si hablo puedo ayudar de algún modo a evitar que otras personas que pasan por lo mismo se queden ancladas. Conozco el sentimiento porque lo viví. Es muy cabreante y genera una negritud espesa que puede hacer que encalles para siempre. Pero no es imposible salir de ahí. No vivimos en un mundo de Disney, eso está claro, pero hay esperanza si vamos dando pequeños pasos, si tenemos pequeños proyectos. En África es así.
 
Bayona, niño currante
Tras la película de Amenábar, Belén Rueda ratificó su condición de actriz cinematográfica en El orfanato (J. A. Bayona, 2007), un film de terror en el que cambió su imagen optimista, forjada principalmente en series como Los Serrano, por la de la mujer vulnerable y acosada, confirmada después en Los ojos de Julia (G. Morales, 2010).
 
– ¿A usted Bayona le olía a niño prodigio ya en la época de ‘El orfanato’ o todo lo de después fue una sorpresa?
– Fue una sorpresa. Eso sí, le aseguro que no he visto a nadie que dedique tanto tiempo y esfuerzo a lo que le ocupa. Se entrega en cuerpo y alma las 24 horas del día a su proyecto. Ya le digo: “Cuídate, Jota, que estas cosas luego pasan factura”. Fue todo muy inesperado. De hecho, al acabar la película le dije que me fuera avisando de las fechas de festivales y demás para la promoción. Y me respondió: “¿Festivales? ¡Espérate que se estrene!”.
 
– No puede ser que tuviera tan poca fe.
– Se lo juro. Y lo decía de corazón. Ahora él está situado en otro nivel y supongo que da cosas por sentadas que antes no lo eran, pero en aquel momento no las tenía todas consigo, ni siquiera que la película llegara a estrenarse. Tiene un estilo muy parecido al de Amenábar y los presenté porque estaba segura de que congeniarían. Ahora son íntimos; quedan los dos para verse y a mí no me llaman... [se burla]. Técnicamente, los dos son muy americanos, con gran manejo del ritmo, de la cámara, de los tiempos; pero a la vez cuentan historias muy europeas, pequeñas y profundas.
 
– Hace poco terminó también su primer rodaje con Álex de la Iglesia en ‘Perfectos desconocidos’. Háblenos de la experiencia.
– Álex lleva al extremo la idea del play inglés y del jouer francés, que significan a la vez ‘interpretar’ y ‘jugar’. Está obsesionado con el ritmo y tiene un talento desbordante. A veces creo que su mente va más rápido de lo que su cuerpo le permite. En este proyecto ha tenido que estar más calmado y adaptarse a un entorno de trabajo distinto, porque es una película muy de actores. Perfectos desconocidos se desarrolla en un solo espacio. Siete actores encerrados en una sala, y eso es peculiar en el cine de Álex.
 
– En esta repite con Eduard Fernández después de la comedia del año pasado ‘La noche que mi madre mató a mi padre’, de Inés París.
– En las dos somos pareja. Eduard es el actor por excelencia. Hace comedia de una manera natural y no puedes parar de reír; hace cotidianeidad y te lo crees; hace drama y te parte el corazón. Es un actor magnético. Cuando estás con él, incluso si la secuencia no está centrada en lo que dice, no puedes dejar de mirarle. Creo que por fin se está reconociendo ese magnetismo y se le pone en el sitio que merece. 
 
 

 
 
– Oiga, una curiosidad. ¿Usted va al cine sola o en compañía?
– Va por fases. Al principio iba siempre con mi pareja, claro, pero cuando me separé, empecé a ir sola. Me daba hasta vergüenza. [Vuelve a reír como diciendo “mira tú qué tontería”]. Ya sé que es absurdo, pero es que éramos uña y carne, y hacíamos todo juntos. Cuando te separas, tienes que hacer todas esas cosas sola. Ir al cine es una de ellas. De todos modos, prefiero ir con amigos, porque disfruto mucho de la charla de después.
 
– Recomiéndenos una película que hay que ver y por qué.
– Me sorprendió mucho la película de Oriol Paulo Contratiempo, que se estrenó hace unos meses. Tuvo poca repercusión, inmerecidamente en mi opinión.
 
– ¿Y ahora qué?
– El rodaje en Argentina de Insomne con Gustavo Hernández [La casa muda, 2010]. Hago el papel de una dramaturga medio psicópata que obliga a sus actores a llegar a sus personajes a través del insomnio.
 
   Deseamos suerte a Belén Rueda, mientras las chicas de la mesa de al lado, aún vigiladas por el irritable conejo de Alicia, saltan como un resorte para rogarle que se fotografíe con ellas. Y todas, fans y actriz, sonríen a la cámara.  
 
 

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