Lola Herrera fue su primer referente y de Arturo Fernández aprendió las nociones básicas de teatro. Jesús Hermida le abrió las puertas de la televisión, en la que alcanzaría su máxima popularidad como presentadora, pero ella insistió en la interpretación. Y continúa de lo más polifacética: actriz, pintora, cantante… e incluso directora de su primer corto
ISMAEL MARINERO MEDINA (@ismarmed)
FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA
La trayectoria de Belinda Washington y sus viajes de ida y vuelta entre la televisión y el teatro, con alguna incursión en el cine, es la de una buscadora incansable de desafíos. ¿Toca reinventarse? Ahí es cuando saca su talento para la improvisación, ese mismo que perfeccionó durante los años en los que el programa ¡Qué me dices! revolucionó la prensa rosa.
Antes de llegar a los escenarios y los rodajes, Washington estudió Derecho, fue azafata de vuelo, trabajó como secretaria de dirección y, finalmente, terminó encontrando su sitio en la televisión de la mano de Jesús Hermida. De ahí saltaría al teatro y a series como Vecinos o El comisario quien todavía hoy es nombre recurrente en la cartelera teatral (Mi mundo es otro), en programas de televisión (Tu cara me suena) y ficciones de éxito (Paquita Salas). Hasta se ha atrevido con formatos tan innovadores como la webserie para Instagram Pasionaria Millennial, a partir de una idea original suya. Pero es en el trato con sus alumnos de interpretación y con jóvenes cortometrajistas como Salva Martos donde encontró nuevos bríos para afrontar el reto de convertirse en directora. Esta experta en dar exclusivas nos regala una: la dirección de su primer cortometraje, que va por su tercer montaje en el momento de esta conversación.
– Es de padre escocés y madre malagueña, una combinación exótica. ¿En qué medida le han marcado sus orígenes?
– Mucho. En el cóctel hay esa morriña que tiene un poco de gallega, como todo lo celta, de pasar tiempo en casa cerca de la chimenea y ver los campos verdes bajo esa lluvia constante… Por otro lado, también tengo la luminosidad y el cachondeo de Málaga, herencia materna. Luego estudié en colegios franceses… Somos la suma de un montón de circunstancias, así que todo eso influye en que yo sea así, con lo bueno y con lo malo.
– Desde la infancia ya tenía esa vena artística…
– Cuando era niña me pasaba la vida bailando y escenificando cosas que no sé ni lo que eran. No era Sarah Bernhardt, pero sí un poco exageradita. En el colegio me subía a los pupitres y hacía mis numeritos. Siempre que me encuentro con alguna compañera de aquel tiempo me lo recuerda: “Tú eras muy payasa. Te encantaba hacernos reír”.
– ¿Tenía algún referente claro al que emular?
– Lola Herrera era el ideal de lo que yo quería, un descubrimiento total. Antes de eso, en mi infancia ya me habían marcado Siete novias para siete hermanos, un musical maravilloso, por cursi y romántico que pudiera parecer, y Cleopatra, con Elizabeth Taylor en su máximo esplendor. Ser otra, no vivir una sola vida, sino encarnar personajes muy distintos, me parecía un auténtico regalo. Y me lo sigue pareciendo.
– ¿Cómo se convirtió en ‘chica Hermida’? ¿Imponía mucho trabajar con quien en ese momento lo era todo en la televisión?
– Él hizo un casting en 1991 y me cogió. Al principio yo me sentía como parte del decorado. Me llamaba “la señorita Libera” porque, según él, yo iba a mi aire, tenía algo que no tenían los demás… Esas cosas que decía Jesús apenas me las creía, pero recuerdo que sí pensaba: “Me exigirá más, madre mía, ¿qué hago?”. Estaba muerta de miedo las primeras veces. Un día vino al plató Arturo Fernández y me miró como si estuviera tomando nota. Más tarde me convocaron a un casting que resultó ser para una obra de Arturo y me dio el papel. Con él aprendí las nociones básicas del teatro. En la primera función cometí un escafurcio y le dije al público: “¡Perdonen, que lo repito!” [ríe a carcajadas]. No te cuento la cara que se le quedó a Arturo. Me dijo: “Chatina, tú tira siempre para adelante, no se te ocurra parar nunca”.
– Luego presentó ¡Qué me dices!, que cambió la manera en que se informaba del corazón. ¿Fue también una escuela de improvisación?
– Me ayudó a superar mi timidez y a afrontar el miedo escénico porque era un programa en directo y sin red. Solo teníamos un pinganillo, que era nuestro cordón umbilical, por el que simplemente nos daban instrucciones del tipo “Enrollaos, que no está lista la pieza” o “No os enrolléis, que ya está”. Y si entraba una noticia de última hora, había que incorporarla, hilarla con lo que estuviéramos diciendo… O improvisabas o morías en el intento. Nos lo pasábamos en grande. ¿El problema? Que a la vez presentaba De domingo a domingo, y además fui madre. Se me juntó todo.
– ¿Cómo vivió esa fama sobrevenida?
– Tampoco fue de la noche a la mañana. Ya tenía recorrido, pero aquello fue subir unos peldaños más de popularidad y empezaron a pasar cosas, como no poder pasear por la calle o ir a restaurantes sin que alguien me dijera algo. En aquella época hacíamos de todo: anuncios de televisión, entrevistar a Madonna, presentar los TP de Oro… Recuerdo el año que vinieron las Spice Girls, poco conocidas en aquel momento. Yo estaba como un obús, embarazada de mi primera hija, que ahora tiene 25 años. Aquellas chicas inglesas eran tantas que no había un camerino donde cupieran todas, así que tuvieron que usar el baño para cambiarse. ¿Quién iba a decir que al poco tiempo se iban a convertir en un fenómeno de masas?
– Después de eso tuvo que abrirse camino como actriz en una época en la que la televisión estaba mal vista.
– Empecé a asistir a cursos con Juan Carlos Corazza, con Augusto Fernandes, en la Central de Cine… Ahora la que da cursos allí soy yo, fíjate las vueltas que da la vida. Me costó muchísimo ser reconocida como actriz, iba a los castings y no me tomaban en serio. “¿Pero tú no eres presentadora?”, me preguntaban. “Lo soy, pero mi vocación de verdad es ser actriz, me he estado formando…”. Y no me creían. Fue difícil que me dieran oportunidades para demostrar de lo que era capaz. Poco a poco dejaron de verme de aquel modo y, por suerte, al final conseguí hacer carrera en la interpretación.
– ¿Cómo ve el oficio después de ese trayecto de curvas y saltos al vacío?
– Es muy duro, pero muy bonito. Lo que está pasando con el coronavirus es algo que los actores traemos ya de serie. Me refiero a la inestabilidad laboral y a la incertidumbre. Por ejemplo, empiezas proyecto en la televisión, aparcas tu vida, te metes a tope… y quizás a las tres semanas el proyecto se ha acabado y te vuelves a quedar sin trabajo. Nunca sabes dónde ni cuándo sonará la flauta. Lo importante es dar siempre la mejor versión de ti, estés donde estés. Da igual si el papel es pequeño o si se trata de un protagonista: léete todo el texto y hazlo con todo tu conocimiento y entrega. Porque si tú brillas, al final brillará el proyecto entero. Este es un trabajo de equipo en el que haces grandes amigos.
– También pinta, tiene una banda musical… ¿Hasta qué punto necesita esas otras formas de expresión artística?
– Todas son válidas. Siempre he tenido muy despierta esa parte creativa. Lo que hago es el resultado de lo que siento. Ahora acabo de terminar una exposición en la Gran Vía, que se quedó ahí encerrada desde que empezó el confinamiento. ¿Por qué canto? Porque me apasiona. Me preparo, voy a clases, me lo curro, ensayo con la Washington Band… ¿Qué pretendo? ¿Ganar algún premio? No, solo vibrar con lo que me apasiona. Si a alguien le gusta, estaré doblemente feliz. Pintar, interpretar, presentar, bailar, cantar… Hago todo lo que me hace feliz. Hay que aprovechar la vida porque solo tenemos una, no hacer lo que los demás esperan que hagas.
– Hace unos años dijo que temía que sus hijas siguieran sus pasos. ¿Se le ha pasado ya ese temor?
– Fueron unas declaraciones que hice en tono sarcástico; estoy encantada de que lo hagan. La pequeña tiene toda la pinta de que seguirá mis pasos. No voy a hacer de pitonisa Lola, pero ya oirás hablar de ella. Aunque la profesión no es fácil para nadie. Yo me siento muy agradecida y sé que soy una gran privilegiada por haber podido trabajar durante este tiempo, con épocas más o menos boyantes. También es cierto que debes reinventarte y abrir el abanico. A la gente joven le digo que no deje de aprender: yo misma continúo yendo a cursos como los que organiza AISGE. Este oficio te da, a través de los papeles que interpretas, una manera de conocerte a ti y a los demás, y ese es un privilegio que no todo el mundo tiene.