"Hacer varias cosas a la vez ayuda al bolsillo, pero no enriquece artísticamente"
La comprometida actriz vasca, que triunfó recientemente en su papel de Encarna Sánchez, reclama combatir “hábitos machistas” y promover la solidaridad entre los actores en estos momentos difíciles
HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ
Reportaje gráfico: Pau Fabregat
Contra todo pronóstico, Blanca Apilánez irrumpe en un café de la ciudad vieja barcelonesa luciendo melena dorada. “Es la primera vez en mi vida que voy de rubia poligonera, un legado de Encarna Sánchez”, bromea, en alusión a la exitosa miniserie sobre Isabel Pantoja en Telecinco, donde la vitoriana puso cara a la periodista almeriense. “Fue un papel potente donde los haya, me supuso un mes de esfuerzo para alcanzar su fuerza e inteligencia. Dirigía como nadie la opinión pública y, al ser tan popular, me daba pavor”.
De sus orejas cuelgan dos pendientes con las siluetas de Polinices y Eteocles, hermanos de Antígona, el personaje que la ha perseguido durante su carrera. Como apasionada de la tragedia griega, encuentra en ellos inspiración para las adaptaciones teatrales con las que exprime el parón laboral que ahora encara. Pero no es lo único con lo que llena su tiempo: “en los momentos de desierto hago cursos de reciclaje para evitar la necrosis que me inunda a los cincuenta”, confiesa. Su objetivo es regresar como intérprete y directora a las tablas para interactuar con el público, algo que no experimenta desde hace quince años.
– ¿Cuándo decidió que la interpretación era lo suyo?
– Estaba acabando COU y un grupo de profesionales del teatro independiente fundó en Vitoria la cooperativa Dénoc. Ellos me inyectaron el veneno de la profesión, y de ahí salté a la Resad de Madrid.
– Ha dado vida a numerosos personajes cotidianos dentro de tramas hiperrealistas. ¿Le van los papeles a pie de asfalto?
– ¡Bienvenidos sean! Me identifico con esos personajes porque necesito papeles que hablen de mí como la ciudadana que soy. Y con esas interpretaciones no solo yo me reconozco en pantalla, sino también el público.
– Muchos la asocian con Vicente Aranda, para el que actuó en seis largometrajes. ¿Aranda es puro erotismo?
– Hubo un tiempo en que Vicente me consideró un talismán y fui consciente de ello. En Los jinetes del alba participé en una escena tan fuerte que la cortaron automáticamente en TVE. Y, según me comentó el propio director, llegaron incluso a destruir ese fragmento, ya ni existe. Encarnaba a una niña de lubricidad exacerbada que crecía encadenada en un sótano y era descubierta por un anarquista. En definitiva, un animalillo muy libidinoso.
– Lleva una década siendo actriz de confianza para Belén Macías: ‘El patio de mi cárcel’, dos cortometrajes, una serie televisiva… ¿Y ese idilio?
– Conocer a Belén, con la que mantengo una maravillosa relación profesional y de amistad, fue un regalo de la vida. Se empeñó en que hiciese su primer cortometraje aunque ella vivía en Madrid y yo en Barcelona. No nos conocíamos de nada pero me llamó, insistió y nos caímos estupendamente. No sé cómo supo de mí, pero ese misterio rodea cantidad de cosas que he hecho.
– Así que usted cautiva sin saberlo…
– Sí. La directora de la película alemana Die Fremde se empeñó, no sé por qué, en que uno de los papeles tenía que ser mío. Se grababa en alemán y ¡yo no tenía ni idea! Tal fue mi sorpresa que llamé a la responsable de cásting para decirle que se habían equivocado, que yo solo sabía inglés. Pero Feodora Schenk me quería a mí, así que estuve un mes preparándome con una entrenadora. Cuando llegué a Berlín, las piernas me temblaban y pedí veinte minutos para hacer tai chi.
– Ha acompañado al tándem Corbacho-Cruz desde su debut, ‘Tapas’, y en ‘Cobardes’ y ‘Pelotas’. ¿Tanto encanto tiene L’ Hospitalet?
– ¡Y más! Corbacho y Cruz tienen el don de dar buen rollo. Es una estrategia eficaz: todos nos lo pasamos bien y sacamos lo mejor de nosotros.
– ¿Le preocupa haberse consagrado a unos pocos directores?
– Eso no lo decido yo: hago lo que me ofrecen y rara vez digo que no. Me he embarcado en muchas aventuras para llenar la nevera y pagar la hipoteca. Solo me niego a participar en historias que ideológicamente no me gustan o a encarnar personajes en los que no me veo.
– Participa en cintas netamente femeninas, como ‘Libertarias’, ‘El patio de mi cárcel’ o ‘La voz dormida’. ¿Por qué?
– Soy mujer y he sido muy radical al respecto. Hay que reivindicar nuestro sitio, que las historias se cuenten también a través de nosotras. La inercia de los guionistas hace pensar en temas y protagonistas masculinos, pero hay cuestiones que adquirirían nuevos matices desde nuestra mirada. Combatamos esos hábitos machistas metidos a fuego por la educación.
– ¿Y se mantiene fiel a esa igualdad cuando se apagan los focos?
– Apilánez es mi apellido materno y decidí cambiar el orden cuando tuve a mi hijo. A veces me preguntan si no me resulta extraño poner mi apellido paterno detrás, pero lo que me parece raro es no hacer justicia con ambos. Los adoro por igual, pero ahora le toca a ella. El mismo daño que, según algunos, le estoy haciendo a mi padre, se lo hice a mi madre a lo largo de 35 años.
– En más de una ocasión le han tocado representar a mujeres cuyos matrimonios languidecían…
– Sí, es el fruto de argumentos carentes de imaginación y valentía. Si un guion incluye una mujer de cuarenta años, parece que solo puede ser madre o estar separada. A veces los textos parten de roles manidos; a mi edad, hay aspectos de mi vida que no veo reflejados en ningún sitio.
– Ha compartido reparto con Adriana Ugarte, Sara Loscos y Bárbara Lennie. ¿Cómo ve a esas nuevas generaciones?
– Actuar junto a ellas fue increíble: estaban con los ojos como platos, deseando aprender. Aunque solo tengo un único hijo biológico, siento que tengo hijas repartidas por la profesión a las que sigo viendo y adorando. Han sido muy generosas.
– En la pequeña pantalla ha intervenido en ‘El comisario’, ‘Círculo rojo’ u ‘Homicidios’. ¿Le van las tramas turbias?
– Me chiflan y una de mis actrices favoritas, Isabelle Huppert, las borda. En esas producciones suelo aparecer como mujer maltratada, una figura que tengo en el cajón porque siempre vuelven a llamarme para encarnarla. Y estoy encantada de sacarla porque necesita voz: su realidad es demasiado grave como para olvidarnos de ella.
– Teatro, cortometrajes aplaudidos. ¿Para cuándo un papel más mayoritario?
– ¡Siempre lo he deseado! No hay nada como un personaje protagonista para trabajar relajadamente. Pero disfruto mucho con mis textos de reparto; siempre les busco cuatro vueltas y, cuando me toca hablar, el foco es mío.
– Algunas de sus cintas, como Libertarias o La voz dormida, abordan la Guerra Civil. ¿Es necesario el recuerdo?
– Sí, para no repetir episodios traumáticos del pasado. El cine español debería tratar también el tiempo inmediatamente anterior a la contienda, porque parece que pasamos del feudalismo a las bombas. Y no es así, hay que dejar claro lo mucho que perdimos en 1936: las mujeres podían votar, divorciarse, se hablaba ya del aborto… Todo eso se fue de un plumazo y volvimos a un vasallaje ya superado.
– Y hablando del futuro, ¿cómo lo ve?
– Los intérpretes deberíamos repartir lo poco que tenemos, es la única manera de que queden en la cuneta los menos posibles. Aunque cobremos menos, todo el oficio ganará. A los actores nos falta empatía, aunque la utilicemos mucho para crear personajes. Hacer varias cosas a la vez ayuda al bolsillo, pero no enriquece artísticamente.