Su carrera televisiva le ha deparado casi siempre personajes malvados. Se estrenó ante la cámara con la juvenil Al salir de clase y a continuación intervino en una truculenta trama de El comisario. Su padrastro, un transportista que se dedicaba además al tráfico de inmigrantes, aparecía muerto. La culpable era su propia madre, que había decidido vengarse de tantos malos tratos, y él se veía obligado a encubrirla. Los espectadores de Hospital Central le recordarán como el pérfido sobrino de una anciana enferma. Ansioso por heredar, no esperaba su recuperación, sino que reprochaba a los médicos que le alargasen la vida. Pero sus intenciones cayeron en saco roto cuando la señora mejoró, pues decidía casarse con su atenta compañera de piso para que fuese la única beneficiaria de su herencia.
En Amar en tiempos revueltos mató a su padre, un empresario exitoso que le había martirizado desde niño, aunque la gente creyó que había fallecido a causa de un accidente. Sin embargo, un policía suspicaz se hacía pasar por chantajista para exigirle dinero a cambio de silencio, así que acababa delatándose cuando accedía a pagar. El desenlace que le tenía preparado Homicidios tampoco fue muy agradable: la hermana de una joven a la que había violado años atrás le degollaba y cercenaba sus genitales a modo de revancha. En el hotel de Arrayán encarnó a un cliente rico que intentaba reconciliarse con una humilde limpiadora a la que había dejado plantada cuando eran amantes. Su último trabajo ha sido el telefilme El asesinato de Carrero Blanco, que TVE emitió hace unos meses.
Su filmografía incluye una de mayores producciones que ha despachado la industria cinematográfica patria, El capitán Alatriste, para la que obtuvo un discreto papel. Desde entonces solo ha pasado por otro largometraje, La causa de Kripan, un proyecto multicultural doblemente galardonado durante la Seminci de 2009. Planteaba la disyuntiva de un inmigrante que, aunque quería impedir la ablación de su hija en Burkina Faso, temía abandonar España porque así arruinaría su proceso de regularización. El primero de los tres cortometrajes que ha rodado, Talento, era una alocada comedia con trasfondo agrio: tres amigos treintañeros y frustrados que, pese a su monumental borrachera, hablaban sobre la infravaloración del arte en este país y la necesidad de salir al extranjero para triunfar. Zig Zag, la historia de una pareja que experimentaba valores tan opuestos como el temor o la confianza, puso a prueba su capacidad de improvisación. E hizo de fotógrafo para La Bohème, grabado en francés, cuya protagonista era una escritora que intentaba finiquitar su novela antes de medianoche porque estaba en juego un contrato millonario.
HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ
− ¿Recuerda el momento particular en que decidió ser actor?
− No puedo recordarlo porque siempre quise dedicarme a esto.
− ¿Quién fue el primer amigo/a al que se lo contó?
− Estaba tan cantado que no me hizo falta decírselo a nadie.
− ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte que ha recibido hasta ahora en su carrera?
− Me dio muchísima alegría cuando llamé por teléfono y me dijeron que había sido admitido en la RESAD, después de unas largas y multitudinarias pruebas de ingreso. ¡Mi madre descorchó cava! [Risas]
− ¿A cuál de los personajes que ha encarnado le tiene especial cariño? ¿Por qué motivo?
− A todos los recuerdo con cariño, pero especialmente a Luka, el criado de Petrucho en La fierecilla domada. Fue uno de mis primeros papeles y me enseñó el gran componente lúdico que tiene esta profesión.
− Si el teléfono dejara de sonar, y ojalá que no, ¿a qué cree que se dedicaría?
− Esa pregunta me la hago muy frecuentemente y nunca encuentro respuesta. Así que, por Dios, que no deje de sonar.
− ¿Ha pensado alguna vez en tirar la toalla?
− ¡Jamás!
− ¿En qué momento de qué rodaje pensó: “¡Madre mía, en qué lío me he metido!”?
− Cada trabajo que hago es un lío del que no quiero salir.
− ¿Le gusta volver a ver los títulos en los que ha participado?
− Hasta hace poco lo evitaba, pero me he dado cuenta de que es un ejercicio de gran utilidad para siguientes trabajos. Así que, con el tiempo, he aprendido a aceptarme e incluso gustarme en pantalla.
− ¿Cuál considera que es el principal problema del cine español y qué solución se le ocurre para paliarlo?
− La gran desprotección institucional que sufre: el IVA al 21%, la falta de una cuota de pantalla en salas, el doblaje de las películas extranjeras… Todo ello evidencia la poca voluntad política de respaldar firmemente la cultura de este país.