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17-11-2022


Un mes de laboratorio para dos poetas en Nueva York

 

Carlos Be y Joan Bentallé, pareja sentimental y profesional, han alumbrado ‘Wonderqueers’. La pieza inauguró el certamen neoyorquino FUERZAfest, dedicado a las minorías



FRANCISCO PASTOR

FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA

Carlos Be y Joan Bentallé llevan juntos más de un lustro. Se conocieron en La Pensión de las Pulgas, una de las salas de teatro alternativo de Madrid. Carlos era dramaturgo. Joan, actor. Pero la pareja tardaría un año y medio en mezclarse más allá de lo afectivo y empezar a compartir trecho profesional. Obra a obra, han ganado premios y han llegado esta primavera hasta Nueva York. Allí sus compañeros les decían que ni siquiera parecían pareja. Aunque en la conversación sí se percibe un poco. Uno acaba las frases del otro, los dos sonríen a la vez y, antes de responder alguna pregunta, se miran cómplices y dubitativos, como pactando cuándo abrirse un poco o cuándo guardar silencio.

 

   Llegaron a Estados Unidos con el reto de levantar una obra de teatro en un mes, ensayando cada día y partiendo de las propuestas de los propios intérpretes. Carlos era tutor en aquel laboratorio y director del trabajo. Joan encarnaba a uno de los tres personajes en la pieza. De interpretar a los otros dos se encargaron Juan Luis Acevedo y Christopher Cuevas, asentados en Nueva York y de ascendencia latina. El resultado conformaría la comedia Wonderqueers, que salió al escenario durante la inauguración del FUERZAfest, un certamen celebrado gracias a un centenar de asociaciones y dedicado a las minorías raciales y sexuales. El texto se representaría solo aquella vez. Si no salía bien ese 11 de mayo en el neoyorquino Teatro Julia de Burgos, no saldría nunca.

 

   De vuelta en Madrid, la pareja se muestra satisfecha tanto con el resultado como con la experiencia. Y mientras hablan de sus planes, al final se les escapa el secreto: se casan antes de fin de año.

 

— ¿Qué recuerdo traen de Nueva York?

— [Carlos Be]: Me sorprendió la indigencia. Parecía crónica, con cierta desesperanza. Según escuché, los sintecho antes vivían en hospitales y albergues, pero fueron desalojados durante la pandemia. Había gente muy tocada en la salud mental deambulando por las calles. Muchos mendigos hablaban solos en el metro o en cualquier otro lugar.  

— [Joan Bentallé]: Vivíamos en el precioso barrio de Harlem, repleto de iglesias. Escuchábamos coros de música gospel desde muy temprano. Pero en un solo golpe de vista encontraba a unas 10 personas durmiendo en plena calle. A veces ni siquiera pedían dinero. Solo trataban de llamar nuestra atención hasta que, al menos, les devolviéramos la mirada. Un indigente nos dio las gracias solo por eso, por mirarle a los ojos. La mayoría de los neoyorquinos estarán hechos a pasar de largo. Veía gente gritando, tirada por el suelo, dando golpes en las paredes de los edificios. Y me llevé todo aquello al teatro. Quise que mi personaje fuera un sintecho.



El personaje de Joan Bentallé, durante la representación de 'Wonderqueers' en Nueva York. Foto: Stephanie Silva


 Wonderqueers se anunció como comedia, pero en ella hablan de la pobreza y las adicciones.

— [C. B.]: No sé hasta qué punto los actores quisieron encarnar papeles que tuvieran relación con sus propias vivencias. Pero algunos eran muy tristes. Elegían precisamente el tema de las drogas para contar ese abismo económico: hay un cónsul que esnifa cocaína, pero también hay un capo de Puerto Rico que toma porquerías adulteradas. Mucha gente en Nueva York está enganchada a los opiáceos y los compra en la farmacia. Estados Unidos es una carrera permanente. Eso también figura en el texto. Hay extrema división entre las clases sociales, y se ve de una acera a otra. Es fácil sentirse solo allí.

— [J. B.]: Por la mañana, mucha gente compra comida preparada, se va al trabajo y ya no vuelve hasta la noche. También nuestros propios compañeros del teatro eran reservados, muy celosos de su espacio privado. En nuestra estancia de un mes nadie nos llevó nunca a comer, ni a su casa. Una vez invitamos a unas cervezas en nuestro piso y les pareció raro. 

 

— Habría algo en lo que la ciudad sí les sorprendería para bien. 

— [C. B.]: La profesionalidad. Quienes nos dedicamos a la cultura en España somos poco menos que payasos. En Estados Unidos los fondos privados sujetan las artes de otra forma. Los grandes nombres apoyan la causa con su propio dinero. El gremio del teatro está bien visto. A los que nos dedicamos a él se nos considera trabajadores, con todas las letras. ¡Y vaya si lo fuimos! Yo escribía por la mañana y ensayábamos por las tardes. Los actores venían de trabajar a los ensayos, de cinco a nueve. 

— [J. B.]: Recuerdo con cariño preparar una escena concreta. Cada personaje venía de vivir momentos dramáticos. Así que, para recuperar el tono de comedia que queríamos en la obra, montábamos de la nada una suerte de pasarela de modelos. Desfilábamos por ella mientras hablábamos de los poderes mágicos que soñábamos tener.



— Si los personajes y el texto los proponían los actores, ¿qué trabajo quedaba para el dramaturgo, Carlos?

— Este laboratorio ocurre tras años dedicados a la docencia. Estoy acostumbrado a dar mucha libertad. No censuro nada. Dicen que soy mayéutico: hago preguntas a las que los demás responden. En algunos talleres sacamos adelante las obras con solo cinco días de trabajo. En Nueva York puse a los personajes en vereda y los encaminé hacia un conflicto. Quise que hicieran frente a una catarsis y la superaran. También había que ensamblar todas las tramas, muy dispares entre sí. Trabajábamos con un documento vivo, en una carpeta compartida en las redes. Cuatro autores en el mismo archivo de texto. A veces estaba escribiendo y veía en la pantalla qué apuntaban los demás. Luego en los ensayos hacíamos improvisaciones o entrevistas a los personajes. Lo grabábamos todo, con audio y vídeo, para después trabajar a partir de ello.


— En ese mes creando y ensayando, ¿qué han descubierto sobre las minorías en Nueva York, el objeto de Wonderqueers?

[C. B.]: Que incluso los barrios dirigidos a la población LGTBI se dividen también por estratos. La población blanca tiene todas las puertas abiertas. No es así para el resto. En los bares, los migrantes de cada país se juntan solo con los suyos. Cuentan que los gais judíos llegaron a pedir más vigilancia de la policía porque tenían miedo a los negros. O hay locales que tienen salida por detrás: si un miembro de la iglesia ortodoxa ve llegar a otro, escapa a escondidas sin que le reconozcan.

— [J. B.]: De alguna forma, los bares de allí recordaban a los que había aquí en los ochenta. Aquellos en los que llamábamos a la puerta y esperábamos hasta que nos dejaran entrar. Cuando por fin nos abrían, salía un montón de humo. No conocíamos a nadie y nos sentábamos en la barra. Prácticamente, nos queríamos morir de la vergüenza. Con todo, quizá me gustaba más aquello que lo que hay ahora. Cuidábamos más los unos de los otros.



Títeres de mano y cuerpo entero


Joan Bentallé (Barcelona, 1963) trabajó en un almacén, un supermercado o descargando camiones. Su madre enfermó y él tiró de la familia. No se planteó cuáles eran sus sueños hasta los 28 años. “Tienes mucho que contar. No lo dejes dentro”, le decía su pareja de aquella época. Por eso decidió inscribirse en un curso de interpretación. Cuando lo acabó, preguntaba a diario en las agencias de actores. Apareció en el primer anuncio de Ikea en España y conoció el cine quinqui con Tres días de libertad (1996). También llegaron los monólogos y los escenarios. En 2018 ganó el premio a mejor actor en el festival de teatro Badarán Que Hablar. Dirigir una obra supone uno de sus anhelos. Aunque el gran hilo conductor de esta carrera tan ecléctica es otro: los muñecos. Los que se manejan con el brazo y aquellos que conforman un disfraz completo, de la cabeza a los pies. Bentallé pasó hasta 10 pruebas antes de llegar a Barrio Sésamo. Le llevaron a Nueva York para que aprendiera a encarnar a ese oso azul y bonachón que era Bluki. “Dentro del muñeco había aire para nueve minutos. Tenía muy poco ángulo de visión. Movía sus ojos y su boca con mis manos. Cuando conozco a algún actor que tiene demasiado ego, pienso que le vendría bien un trabajo así”, cuenta el artista. Aún hoy, trabaja en Los Lunnis. Le toca ponerse de rodillas, levantar el brazo por encima de la cabeza y realizar los gestos de su marioneta, que va mirando en un monitor. Como no mucha gente domina dicha técnica, a Bentallé le llaman para otros trabajos puntuales con títeres. Carlos, ya que convive con él, bromea: “Llego a casa por la noche y no sé qué muñeco me encontraré apoyado sobre la silla esperando en silencio”.



Perspectiva con solera


“Si eres gay, a partir de cierta edad no existes. Ni aquí, ni en Nueva York”, apunta Carlos Be. Nació hace 47 años en Vilanova i la Geltrú (Barcelona). Al hilo de su reflexión, una de las tramas de Wonderqueers acompaña a un hombre mayor que ama a un joven. En lo profesional, al dramaturgo le cuesta entender algunas dinámicas de nuestro tiempo: “Un actor de apenas 21 años me dijo que le preocupaba envejecer, que ya empezaba a ser muy mayor para aparecer en Élite. Lo paso mal en momentos así. Me entraron ganas de preguntarle si de verdad quería actuar. Si tenía algo que contar al mundo, que probablemente no, o solo quería estar guapo delante de una cámara”. A su lado, Joan Bentallé reitera ese punto de indignación ante quienes quieren empezar su carrera por el final y no avanzar poco a poco desde el principio: “En el trabajo escucho cómo actores que jamás han pisado un escenario rechazan una figuración o un papel pequeño. Ellos solo quieren ser el protagonista, no el camarero. ¡Aunque no tengan experiencia! También reconocen que, más que con el trabajo, sueñan sobre todo con la fama. Justamente ahora, que por fin hay más oportunidades para los actores, me cuesta entender esa actitud”. Con todo, ambos anotan que esta tónica no es unánime entre los benjamines del gremio. El próximo enero Carlos Be estrenará un texto junto a la compañía LaJoven, dedicada a llevar el teatro a los institutos con profesionales primerizos. Se titulará War and love y homenajeará a Guerra y paz, de Tolstói.

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