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27-04-2017

 
Carlos Cuevas

 
“La mayoría de mis mentores han sido mujeres”
 
 
 
IRENE G. PÉREZ
Reportaje gráfico: Pau Fabregat 
Un parque de Barcelona prácticamente vacío en la mañana de un miércoles de marzo parece un bueno para entrevistar con tranquilidad a Carlos Cuevas (Montcada i Reixac, Barcelona, 1995). Es uno de los grandes protagonistas de la serie Merlí, que gira en torno a un grupo de alumnos de Bachillerato y su peculiar profesor de Filosofía (Francesc Orella), con quien tratan diversos temas: la homosexualidad, las estrecheces económicas… Esa ficción se ha convertido en un auténtico fenómeno en TV3 y el actor, que creció en la cadena catalana desde los tiempos de Ventdelplà y gozó de repercusión estatal gracias a Luna, el misterio de Calenda (Antena3), no puede salir de casa sin que le paren continuamente para pedirle alguna foto o autógrafo. Ahora participa en Cuéntame (TVE) y representa en la Sala Pepe Rubianes del Club Capitol barcelonés la adaptación que Carme Portaceli ha realizado de La vida de Galileo, (Bertolt Brecht). Le queda apenas un año para acabar los estudios de Literatura en la universidad y le gustaría adentrarse más en el cine.
 
– Empezó con nueve años en Ventdelplà, que permaneció un lustro en antena. ¿Nunca ha temido aquello del juguete roto?
– Ese concepto me lo reveló mi madre cuando era pequeño y me hizo mucha gracia porque pensé: “¿Cómo se puede romper alguien a quien le gusta tanto lo que hace?”. Si te rompes, es porque no estás disfrutando lo que haces, porque te sientes obligado en tu trabajo. Ella me ponía como ejemplo a Macaulay Culkin y yo pensaba: “Eso a mí no me pasará. A ese chico seguramente no le gustaba lo que hacía o tenía un entorno que le corrompía”. He tenido mucha suerte con mi familia porque nadie se dedica a esto, nadie ha tenido interés en conducirme a ningún sitio. Era yo quien arrastraba a mi familia con súplicas del estilo “Por favor, llevadme allí”, “Por favor, quiero hacer esto”. De hecho, cuando me portaba mal, me amenazaban con no rodar más temporadas de Ventdelplà. Era el mayor castigo que existía. Supongo que es decisivo el entorno: tu hogar, tus amigos, que no se te suba la popularidad a la cabeza. Otros amigos actores empezaron en la adolescencia, y esa es una edad peligrosa. Cuando a mí me pararon en la calle por primera vez iba con mis padres, la gente les pedía permiso a ellos para acercarse, lo cual significaba frenar el golpe. Eso me enseñó a ser educado y respetuoso.

– Tras Ventdelplà y Merlí, ¿cómo lleva lo de ser un ídolo adolescente?
– Ídolo, no. Mis compañeros de Merlí sí que están sorprendidos, les ha cambiado mucho la vida en un año y medio, hasta el punto de que no salen de fiesta… No podemos ir a sitios donde hay gente de nuestra edad sin sufrir, porque constantemente te están pidiendo cosas, te están señalando, se te están acercando y no puedes estar a tu aire. Pero como a mí me ha pasado toda la vida, aunque es cierto que ahora es más fuerte, no ha sido una sorpresa. Y la gestión ha sido más fácil. Grabamos Merlí entre mayo y julio en una escuela de Vall d’Hebron, encerrados 12 horas al día y sin enterarnos de las cosas, pero luego llega a mucha gente. Y hasta tres meses después de haber acabado el rodaje, cuando ya has desconectado y estás paseando por la calle, no te das cuenta de que eso al final da sus frutos.

– ¿Y el tema de la privacidad? No tiene un perfil activísimo en redes sociales, pero sí lo actualiza.
– Intento conservar mi intimidad. No utilizo mis redes sociales solo como una herramienta propagandística porque parecería demasiado frío, pero procuro no exponer mi vida privada excesivamente para evitar ser secuestrado por la tiranía de las masas. Muchas veces el problema con que te encuentras es la falta de separación entre el personaje y el actor, y a veces te paran por la calle como si fueras el personaje: si en la ficción eres chulo, te tratan con respeto; si eres un pringado, se ríen de ti.

– ¿Qué es lo que más le gusta y lo que menos de tu papel de Pol en Merlí?
– Lo que menos es difícil, ya que el personaje me encanta. Muestra públicamente una faceta que no es la que siente en su intimidad. Eso te obliga a construir una serie de capas que son importantes para que se entienda de dónde viene, qué le ha pasado para llegar a ser así y cuál es su particular modus operandi de cara a la galería. También me gusta que tenga problemas económicos. Cuando leí en los guiones que empezaba a trabajar en una fábrica, que su padre no llegaba a final de mes y tenían que buscar trabajo, di las gracias: conozco a gente que no pude costearse la carrera porque las matrículas cuestan 1.800 euros. Me parece responsable por nuestra parte tocar este tema, además de la sexualidad o la emancipación.

– ¿Hay gente que os agradece haber abordado determinados asuntos?
– Constantemente. Tanto por las redes como por la calle. Muchos nos agradecen, sobre todo, tratar la homosexualidad. Yo interpreto un personaje que es bisexual o que no se sabe bien si tiene las cosas claras, así que mucha gente me ha dicho: “Me pasa lo mismo que a ti, me siento identificado con tu personaje” o “En casa hemos hablado de este tema gracias a Merlí”. Lo valoro especialmente cuando me lo comentan adultos. En el caso de un adolescente es relativamente fácil hacer cambiar su forma de pensar porque está muy tierno aún y es influenciable. Pero me impacta que un señor de 50 años, con su vida hecha y sus ideas maduradas, abra un debate en su casa relacionado con la serie. La cultura está también para eso.

– No ha actuado junto a adultos cualquiera: Emma Vilarasau, Francesc Orella, Clara Segura… Si tuviera que elegir un mentor, ¿quién diría que es?
– Tengo muchos, y la mayoría son femeninos. Mi vida está rodeada de mujeres muy importantes. En lo personal y en lo profesional me han criado mujeres. Vilarasau es una maestra para mí porque trabajé cada día con ella durante seis años, pero Clara Segura o Míriam Iscla también me han aportado mucho. He tenido la suerte ir trabajando más con mujeres que con hombres. Francesc Orella es el primer actor adulto con el que he tenido un vínculo fuerte, pero he de mencionar a otros con quienes compartí menos tramas: Joan Carreras, Francesc Garrido, Ramon Madaula, Lluís Marco…

– ¿Cómo está yendo su experiencia en Cuéntame?
– Muy bien. Conocía la serie porque la veía de vez en cuando, pero nunca la había seguido. Cuando me cogieron, miré las últimas temporadas para ponerme al corriente, coger el tono y ver de qué iba la cosa. Me he dado cuenta de que ruedan genial, que cuidan mucho a los actores, que se toman su tiempo para debatir las secuencias y grabarlas con tranquilidad. Hay un ambiente muy chulo porque llevan 15 años de serie, aunque no todos estén desde que empezó. Son una familia, realmente ves que se quieren, tienen confianza. Si llevan tantos años juntos es por ese entendimiento, porque de no ser así, la cosa hubiera petado. Cuéntame explica una etapa de la historia de España que yo no estudié en el colegio: los libros acaban con la muerte de Franco en 1975, y como nací en 1995, tengo 20 años de vacío. Me viene fenomenal para aprender cosas de aquel momento. 

– Ha hecho también cine y teatro. ¿En qué medio se siente más cómodo?
– En la tele. Por experiencia y reiteración. El cine es mi mundo por descubrir, porque lo he probado, pero no demasiado. Me vuelve loco, me gustaría que en el futuro se hablara de mí como un actor de cine más que de televisión. Aunque el teatro es lo que más me tira, la cuna del actor, donde debe volver. Cualquier intérprete debe pisar el escenario porque el directo y tener contacto con el público son necesarios. Estoy a punto de estrenar un Brecht, y saber quién es el autor y que el texto lleva 100 años escrito me excita artísticamente.

– ¿Eso lo dice el actor o el estudiante de Literatura?
– Los dos. Hablé con Vilarasau e Iscla y me dijeron que no fuera al Institut del Teatre porque ya llevaba tiempo en la interpretación, tendría que parar mi carrera durante cuatro años porque es imposible compaginarla con los estudios… Estaba dudando entre Historia del Arte y Literatura, y me decanté por la segunda porque me encanta la lectura, me interesa personalmente y me dará herramientas para mi labor como actor. Trabajé Brecht en la universidad, y cuando Carme Portaceli me propuso este texto, dije: “Ahora sí que estoy viendo frutos”. Todo lo que hace un actor parte del texto, y cuanto mejor entienda los textos, más detalles del podrá extraer. Tendrá una mirada más analítica y crítica. Nunca voy a dedicarme a la literatura per se, pero es una buena manera de reforzar el plan A.  
 
– ¿Se ve en el futuro como director o guionista?
– La evolución de actor a director es natural, como la de alumno a maestro. Cuando tenga el pelo blanco y mucha cara de señor, probablemente me lance a dirigir teatro. Cuando has interpretado mucho, te han dirigido mucho, has visto mucho teatro y crees saber suficiente, llega un momento en que quieres hacerlo como a ti te gusta. También me interesa la dirección en el audiovisual, pero más en el teatro.
 
– ¿Qué personaje anhela?
– Cada vez me gustan más los que sacan de mi zona de confort. El de Pol en Merlí tiene esa faceta barrial que quizá yo mismo manejo, alejada pero dentro de mí. Pero me apetecen papeles que no tengan nada que ver conmigo. La época es buena una forma de salir de ti, así que no me importaría hacer una película o serie de época. O un personaje con un trastorno mental, aunque para eso tienes que estar preparadísimo.

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