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02-07-2015

(Fotografía: Enrique Cidoncha)

(Fotografía: Enrique Cidoncha)

 
Carlos Vermut

“Vi ‘La matanza de Texas’ con cinco años. El cine negro me gusta de siempre”
 
 
 
El director de ‘Magical Girl’, una de las sensaciones del año pasado, ya está urdiendo su tercer largo: el retrato y la aureola de una dama ¿encumbrada? por la prensa rosa
 
 
 
JAVIER OLIVARES
No lo confiesa, pero el hecho de que Pedro Almodóvar le haya saludado como “la gran revelación del cine en lo que va de siglo” le invita a considerarse, por fin, profesional del gremio. De vez en cuando tilda de “intrusismo” y de “humildad” las referencias a su supersónica carrera, pero este dibujante madrileño de 35 años, que un buen día se compró una cámara de vídeo y sacudió el universo de los cortos, no da puntada sin hilo. Su primer largometraje, Diamond Flash, saltó de Internet a la gran pantalla con una lógica apresurada. Y Magical Girl sigue despertando reflexiones dentro y fuera del sector. Se ha enclaustrado con el guion de su tercera película, ambientada en el género del corazón, de la cual solo podemos adelantar un par de datos: tendrá título en castellano y quizá cuente con un cameo del director. “En Magical girl lo eliminé porque resultaba ridículo. ¡Hablaba yo, incluso! Me gustaría incluirlo en algún DVD largo sobre el filme”, confiesa.

− Se quejará de falta de documentación para su próxima cinta, con Gran Hermano Vip y Sálvame a todas horas…
− Pues no… pero el argumento no va a ser el famoseo peyorativo, sino cómo afecta la fama a una persona conocida. Muchas veces somos reconocidos por la imagen proyectada de nosotros, y ni nosotros nos reconocemos en ella. La película no habla de famosos, sino de la imagen que proyecta la popularidad.

− Magical Girl partía de una estructura de chantajes como idea inicial. ¿Aquí partimos de una persona?
− Se parte de una estructura narrativa. Como de un cuento. La identidad de la persona es el hilo conductor, y de ahí surgen cosas sin darnos cuenta. A veces hay que escuchar la propia historia. Con el tiempo, la mujer protagonista es incapaz de reconocerse en ella al verse por la tele.

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− ¿Cree, como Borau y tantos otros, que el guion es más importante que el rodaje y el montaje?
− Sí. Yo soy guionista y, luego, director. La dirección es un trámite para contar una historia, un proceso más técnico que te exige socializar, rodearte de gente. Pero el texto es lo más personal, emocional e intimo, lo más interesante para mí. La forma de contar la historia define el resto. Yo empiezo a dirigir cuando estoy escribiendo. Pienso en actores y localizaciones. Todo cobra forma. Las descripciones implican dirección.

− Como historietista, ¿puede resumir en un dibujo cada película?
− Sí. El de esta ya lo tengo perfilado. Significa que hay estructura.

− Esa estructura tendrá un presupuesto digno del reciente Goya…
− Delego mucho en el productor, una figura que me transmite mucha confianza, a pesar de que otros critican su presencia. Confío plenamente en las decisiones que tome Enrique Lavigne en ese sentido. Si pone usted mis filmes uno detrás de otro, no sabría ordenarlos por presupuesto. Yo escribo lo que quiero transmitir, y luego el presupuesto define si puedes contar con este actor o actriz, con ciertas ubicaciones o con tal o cual equipo. Pero la esencia es la misma.

− Sinceramente, ¿sería capaz de hacer esta película con el presupuesto de Diamond Flash, estrenada en Internet?
Sí. Y Magical Girl también. Ambas tienen varias localizaciones y no requieren de multitudes. En Diamond Flash puedes montar una pelea con más acción o meter más gente en un bar… Pero, en esencia, las historias se pueden rodar con 20.000 euros. Nada es imposible.

 
Insiste Vermut en que las dos Conchas a Magical Girl en San Sebastián, a la dirección y a la película, además del Goya a la actriz Bárbara Lennie apenas le han cambiado la vida. Pero reconoce que los premios constituyen un aval a la hora de tratar con las gentes del celuloide: “Para el casting de mi primera cinta los intérpretes no tenían por qué confiar en mí, y la verdad es que el trato era receloso. Llevaban razón: yo no era nadie. Ahora sueno a la gente y conocen mi estilo. Es más sencillo hablar de proyectos”. 

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En el trato pedestre, alguna ronda de vermú ha caído en sus templos de La Latina. “Un bar del barrio quiere poner el póster de la peli”, comenta, “lo que me ha hecho ilusión. Pero a nivel cinéfilo apenas me reconoce por la calle algún estudiante. Eso sí: en las charlas antes solían juntarse 10 personas, y hace poco en la Carlos III cambiaron de sala porque había mucha expectación”. Unos meses atrás presentó el largometraje Searching for Meritxell, tras la cual se encuentran los catalanes Burning Percebes. “Son unos amigos con una historia arriesgada: hacen una peli en la que creen, sin importar cuál sea el presupuesto. Es muy loca y divertida. Me gustan también Venga Monjas”.
 
 
− ¿Sus gustos son la reivindicación de lo que viene?
− Es gente que ha cogido una cámara y se ha puesto a grabar. Tenemos la necesidad de hacer cosas, sin importar tanto si hay medios o no. Con cámara de vídeo e Internet puedes expresarte.

− ¿Le molesta la etiqueta low cost para definir esa forma de meter cabeza?
− Solo si lleva una connotación de que el presupuesto está por encima de la historia. No es bueno juzgar los trabajos por el dinero. Se juzga por la valía. Si la muletilla low cost condiciona la visión del espectador, ya sea para halagar o criticar la película, no estoy de acuerdo.

− ¿El prestigio permite aspirar en futuros repartos a mitos del nivel de José Sacristán? Él fue la estrella de Magical girl.
− No me preocupa tanto el nivel del actor como que encaje en el papel. Creo que podría hablar con todo el mundo. No es imprescindible un nombre célebre, sino que me aporte algo, que sea beneficioso. También me gusta trabajar con actores nuevos. En ese sentido busco cierta endogamia. No voy de nuevo rico ni busco solo artistas consagrados.

− Con la perspectiva del tiempo, ¿cree que el elenco de Magical Girl fue el mejor?
− Sin duda. Igual que en Diamond Flash. Cada película tiene un guion y una decisión. Si al rodar la tercera, cuarta o quinta cinta me chirría algún actor, lo diré. A toro pasado. Pero hasta ahora, perfecto el casting y los actores, muy satisfecho.
 
 
− Le gustaría hacer lo que le gustaría ver. Eso dice usted siempre. ¿La sensación que tuvo al finiquitar el anterior largo es la misma que tiene hoy?
− Sin duda. Hay que tener una parte exigente y otra de asumir. Siempre hay algo que harías de otra manera, un 10 o un 20 por ciento, aproximadamente. El problema es que esa duda llegue al 80 por ciento. Yo estoy orgulloso de ese trabajo y esa calidad. No me martirizo mirando hacia atrás, sino mejorando mientras preparo lo siguiente.
 
 
− Diga la verdad, ¿esperaba rascar algún Goya más?
− Eran siete nominaciones... Me hizo mucha ilusión el de Bárbara Lennie a la mejor actriz. Por su carrera, por su talento. ¡Como si fuera mío! Pero el de guion me habría dejado aún más satisfecho, al ser algo a lo que dedico mucho tiempo. Eso de “la satisfacción del nominado” es un tópico que realmente llena. Es ya un reconocimiento, y para que se vea más la peli, mejor con premios.
 

− Nació en 1980, cuando Fernando Trueba estrenaba Ópera prima, un título que cambió tanto el lenguaje cinematográfico como el de la calle. ¿Qué ha cambiado Magical Girl?
− No puedo tener yo esa perspectiva. El público y el tiempo dirán. Yo tengo la perspectiva de llevar muchas películas vistas. En los meses que lleva estrenada no podemos saber cómo ha influido en la línea del cine en España. Todo va muy deprisa, todo puede pasar al olvido.
 
 
− Diamond Flash cambió mucho la estética...
− En el sentido de la producción, por la importancia de Internet, por su perfil underground. Hay otros filmes también estrenados en la Red, como Carmina o revienta, quizá algo más caros. Y hay obras hechas con cámaras de fotos que han tenido repercusión en medios. ¿Lo bueno? Que hay directores que se han atrevido a hacer su primer trabajo con pocos medios. ¿Lo malo? Que los productores lo interpreten como un modelo rentable y escatimen en medios.

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− ¿Desde cuándo le gusta el género noir, el misterio?
− Desde que era pequeño, con los cómics que me regalaban. Con 10 o 12 años accedía a historias de fantasmas, a películas de misterio. Cosas de David Lynch… Vi La matanza de Texas con cinco años. Y El exorcista y Hicthcock han convivido conmigo. Mi madre es muy de ese gusto. Le interesan las rarezas, como las pelis de El Santo, el púgil de lucha libre mexicana. Es una señora normal y corriente, que se llama Petra, pero con esos gustos.

− ¿Diría que estamos ante un género seguro para la audiencia y a veces para la taquilla?
− Depende. David Lynch es algo extraño. Pero La isla mínima o El Niño son películas de acción… No depende tanto del género, sino del planteamiento. El cine negro, por lo general, es más agradecido para contar historias de personajes al límite. Otra cosa es la resolución. Este es un debate interesante: en el año 2000, cuando salta el boom del cine negro coreano, coinciden prestigio y taquilla. Estamos ante uno de los pocos géneros que lo logra. La comedia hace caja, pero su prestigio entre la crítica cojea. Los hermanos Coen o Tarantino consiguen ambas cosas. La trama engancha bien a la gente.

− “Tarantino se ha metido tanto en el cine que ha huido de la realidad”. ¿Sabe quién dijo esa frase?
− Sí, yo. Cuando escribes una historia estás en un universo vital. Si te pasas el día viendo películas en una burbuja, hablando y haciendo solo eso, acabas perdiendo la perspectiva de la calle. En sus primeros títulos estaba más vinculado a lo real. Por ejemplo, en Reservoir Dogs matan al personaje de Tim Roth, desangrado durante toda la película en un garaje. En cualquier obra clásica del cine negro la persona que recibe el tiro muere y punto. Tarantino lo prolonga para hablar de otra cosa y poder integrar ahí su propio cine negro. En cambio, a partir de Kill Bill todo es más ficticio: cortan un brazo por aquí, vuela la cabeza a otro... En Django desencadenado pasa lo mismo. Antes eran cintas que él homenajeaba y ahora hay que hablar de sus películas. Sean westerns o de samuráis, son películas ajenas a la realidad.
 
− ¿Cuántas ve al día?
− Ahora mismo dos, más alguna serie. Mi interés va por lo americano: efectos especiales, superhéroes... Aprendo cada día algo.
 
− ¿Le preguntan los periodistas por directores que siempre conoce?
− Casi siempre. Y al revés: algunos no conocen a autores de los que yo hablo. No soy un cinéfilo al uso. Me gusta lo japonés, pero quizás me pillarían con creadores de Europa del Este...

− A fecha de hoy, en los títulos de créditos de su vida, ¿pondría 'experto en manga' o 'experto en cine'?
− Por el estilo. Me gusta cómo narran los nipones, en eso soy muy buenos. El manga es en Japón una industria superior al cine. La narrativa se vende mucho en todo el mundo.

− ¿Con Álex de la Iglesia intercambia cómics?
− Sí, sí. Dibuja muy bien. Compró cómics míos, y yo dibujé un cómic sobre una serie suya: Plutón BRB Nero. Por ese lado hemos trabajado juntos.

− ¿Echa de menos hacer cosas en prensa?
− La verdad es que no. Resulta muy duro y exige concentración. Me llevaba mucho tiempo hacer cada ilustración de prensa. Para mí sí dibujo cosas conceptuales que me llenan.

− ¿A qué hora está más lúcido para escribir?
 Sobre las 12 de la noche, con el silencio. Me acuesto a las 5 o las 6, y me despierta el ruido de la calle. En ese rato van sucediéndose sueños y cosas que me levanto a apuntar. La mayoría, gilipolleces.

− Después del halago de Almodóvar, ¿a qué halago aspira?
− Me gustaría que Lars von Trier viera alguna de mis películas. Le admiro. ¡Luego igual me dice que es una basura!

− ¿Ha entrado en el círculo de los gurús o tiene mayor relación con las personas de su generación?
− Con los de mi edad coincido en bares, festivales, debates... En los foros. Y tengo buena relación con Garci, Medem, Armendáriz o Almodóvar. Me han mostrado mucho cariño. A veces conectas mejor que con los jóvenes.

− ¿Por fin se considera profesional?
− Sigo viéndome un poco intruso, pero ya sí… Todavía me cuesta creérmelo.
 

Un feligrés de Internet reacio a Twitter
A Vermut le cuesta imaginar su vida sin la herramienta vital de Internet. “Quizá no habría hecho nunca cine si no hubiera existido la Red”, reflexiona. “Empecé a hacer cómic porque no quería negociar con nadie. Era la forma de plasmar historias en un papel. Luego me compré una cámara de vídeo digital para contar esas historias y me ha servido de puente. En los años ochenta quizá habría cogido una cámara de 16 mm. Gracias a Internet se vieron mis cosas, se conoció mi peli, recibí incluso un premio...”.
 
¿Y por qué no le gusta Twitter? “Porque no tengo mucho que contar ni opiniones formadas sobre casi nada. Pienso bien lo que digo y no quiero compartir mi vida privada. Mi intimidad me impide exhibirme. Al menos reconozco que resulta útil para poder conocer la opinión de las personas, muchas veces divertida”. 

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