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19-11-2013

 
Carmelo Gómez
“El apagón digital
me vino bien:
ya no veo la tele”


El leonés no tiene TDT, lo que le deja tiempo para seguir dictando lecciones interpretativas. El Festival de Gijón le premia ahora por toda su trayectoria
 
 
EDUARDO VALLEJO
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Eso de los premios “a toda una trayectoria” puede sonar pomposo. Hasta que ponemos nombre y apellidos al galardonado y las piezas encajan con absoluta naturalidad. El veterano (e incombustible) Festival Internacional de Cine de Gijón ha querido empezar esta edición número 51 entregando su máxima distinción honorífica, el premio Nacho Martínez. Y la ocasión nos ha parecido magnífica para recuperar la conversación que mantuvimos en casa de Gómez –sobre el oficio del actor, pero también sobre lo divino y lo humano– hace ahora dos años. Las fotos lo demuestran: el gran Carmelo, distendido y a sus anchas, tuvo ocasión de explayarse sin un ápice de prisas.
 
   En sus propias palabras, Carmelo Gómez (Sahagún, León, 1962) era un campesino que llegó a Madrid a finales de los ochenta con la sola compañía de una maleta y unos ahorrillos. Cuatro años después era el rostro favorito del mejor cine de estos lares y sus declaraciones se contaban por titulares de prensa. Hoy toda aquella vorágine amainó “y está olvidada”, pero el actor no tiene reparos en hablar de ello, especialmente de su vigorosa interpretación de Fermín de Pas en la miniserie La Regenta.
 
 

 
 
– Ese pasado campesino explica su soltura en películas rurales, como ‘Vacas’ o ‘Secretos del corazón’.
– Ni siquiera Montxo [Armendáriz] sabía de mi pasado como agricultor con mi padre y se asombraba del aplomo con que arreaba un grupo de vacas, ¡y eso que nunca tuvimos ganado! Pero es verdad que tomas la vara y dices “arre” o “so” con la naturalidad que da haber vivido en el campo.
 
– ¿Y la fama y la gloria llegaron de repente?
– Me marché de casa con 23 años, no sé si huyendo o buscando. Pasé tres en Salamanca en diversos empleos y actuando con Garufa, una compañía de teatro amateur. Después di el salto a Madrid. Conseguí un trabajillo, aprobé la escuela y todo vino rodado. Tuve mucha suerte. Hoy estoy mejor preparado, pero tengo más dificultades para encontrar trabajo. A diario me pregunto si podré mantenerme en esto.
 
– ¡Exagera!
– En absoluto. He pasado momentos desesperantes.
 
– ¿Como para dejarlo?
– Hasta tres años en blanco. Hágase una idea. Ahora lo puedo contar porque ya ha pasado, pero fue durísimo. Lo peor que me ha podido ocurrir.
 
Mientras nos habla de sus vicisitudes profesionales el actor leonés escancia unos generosos vermús caseros recién traídos de su pueblo. Así da gusto.
 
– ¿A qué se debió el bache?
– Imagino que hay una edad en que no puedes hacer ni de padre ni de hijo ni de espíritu santo, y esos tres años me pillaron ahí. Ahora tengo claro que ya no voy a hacer protagonistas y que el futuro está en la autogestión, como la obra que preparo con Javi Gutiérrez y Andrés Lima. Sin vértigo la vida no vale la pena.
 
 

 
 
– Volvamos por un momento a aquellos años de vino y rosas. Su triunfo pareció meteórico pero se coció a fuego lento, ¿no?
– El éxito entonces no era tan inmediato como ahora. Para cuando hice Días contados con Uribe [1994] ya había subido a muchos escenarios. Comencé con Narros en el Teatro Español. Luego vino el cine con Medem, Uribe, Gonzalo Suárez, Pilar Miró... y ya no paré.
 
Real Madrid, dígame
– ¿Qué tal digirió aquella repentina notoriedad?
– Fatal. Vivía en una casita con mi pareja y mi hija, y de la noche a la mañana el teléfono no paraba de sonar. Me llamaba todo dios, ¡hasta el presidente del Real Madrid! Nadie te prepara para eso. Entré en una falsa realidad que cuando te quieres dar cuenta no es más que tierra quemada a tu alrededor.
 
– Encendamos el televisor. Tele ha hecho muy poquita. ¿Le da urticaria el medio?
– No he tenido una buena relación con la televisión. Es un medio poderosísimo y artísticamente infrautilizado. El apagón digital me ha venido de perlas: como no tengo TDT, no veo la tele.
 
– Sin embargo en los ochenta y noventa se hicieron adaptaciones de clásicos de enorme calidad.
– Pero los políticos cortaron el grifo cuando se dieron cuenta de que se gastaba el dinero en ficción y no en informativos, el vehículo obvio de propaganda.
 
 

 
 
– Méndez Leite tenía claro que Ana Ozores era Aitana Sánchez Gijón. ¿Hubo mucha competencia para el papel de Fermín de Pas?
– Fallaron otros actores por falta de presupuesto. Yo entré gracias al empeño de Aitana, con la que compartía escenario en La malquerida. Fue mi valedora.
 
– “La salvación es un negocio. El gran negocio de la vida”, dice Fermín de Pas. ¿Cómo lo ve?
– ¡La madre que lo p...! ¿Yo le digo eso?
 
– A la Regenta en su primera confesión. Este texto tiene casi 120 años...
– Y su actualidad es incuestionable. Aquí en Madrid hemos vivido un gran negocio de ese tipo cuando la Jornada Mundial de la Juventud, un aquelarre de peregrinos. De Pas es un volcán con una losa encima, su madre. Deseo, moral, celos y ambición bullen en su interior. Es un personaje que explota de contradicción. La obra también ahonda en la sociedad y el poder. Todavía vivimos en esa España de casino e iglesia que retrata Clarín, solo que hoy los casinos son hoy clubes privados donde reunirse y mangonear el país.
 
 

 
 
Versos por la patilla
– ¿Ya no recita a los clásicos como en ‘El perro del hortelano’?
– El poder del verso es abductor, fascinante. En mis primeros años en Arte Dramático salía a la calle a recitar romances de ciego con viñetas, puntero y anteojos. Para aquella película Pilar [Miró] trajo a Alicia Hermida, que fue quien nos preparó. El rodaje se retrasó tres meses y para entonces ya habíamos puesto la obra en pie, por la patilla, sin cobrar un duro. Íbamos como motos, a una media de dos tomas por escena, ¡y hablamos de Lope de Vega!
 
– Fue una honrosa excepción. ¿Por qué no adaptamos a nuestros clásicos al cine?
– Cuando se ha intentado, se ha hecho sin suficiente ensayo. De todos modos, es lo que nos define como país: despreciamos a nuestros clásicos y tenemos un amor infundado a tostones que vienen de fuera.

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