Carmen Machi
“Cuando tienes la sensación de trabajar las 24 horas del día, dejas de disfrutar”
Curtida en el escenario de La Abadía madrileña, ha trazado una carrera de altos vuelos: la popularísima ‘Aída’ le abrió las puertas de un olimpo que no la ha dejado escapar desde entonces. Pedro Almodóvar, Isabel Coixet, Miguel del Arco, Leticia Dolera o Andrés Lima, entre muchos otros, se la han rifado para el cine y el teatro. Es un talismán que todos anhelan
PEDRO DEL CORRAL
FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA
Chon (Los abrazos rotos), Merche (Ocho apellidos vascos), Trini (El bar), Marisa (La voluntaria), Asun (Cerdita)… Dentro de Carmen Machi habitan mujeres tan valientes y apasionadas como ella. Las acoge expectante, a la espera de que sus historias provoquen el enésimo vuelco a su corazón. Quiere darles la voz que no tuvieron, aunque para hacerlo tenga que desgañitarse. Lleva 43 años sintiendo el dolor y el amor de todas ellas. Y guarda un lugar especial para cada una: no son solo personajes, sino el mejor reflejo de una sociedad. “Han cubierto mis carencias. Para bien y para mal, ¿eh? Son muchas y diversas. Dicen que, con el tiempo, te quedas con tu esencia más pura… Pues yo reconozco que me parezco muy poco a la persona que he sido. En la última década he cambiado de manera casi radical. Así que no sé si mi verdadera naturaleza es la de ahora o la anterior”, asegura con la risa que catapultó a su Aída.
Ese personaje le dio prestigio y le restó anonimato. Las tablas que había adquirido en La Abadía serían clave para lidiar con ese inaudito fenómeno televisivo: la fama no pudo con ella, pero el exceso de brillo sí obligó a la pausa. En plena cresta de la ola aparcó la serie para abordar otros retos. La nueva etapa la llevó a actuar para los nombres más codiciados tanto del teatro como del celuloide. Agradecida y sencilla, va rememorando su carrera con la tranquilidad de haber dado lo mejor de sí misma. Se intuye la emoción en sus palabras. Es una persona llana, sin máscaras. No hay nada que se interponga entre ella y el planeta. Todo lo que expresa procede de su alma. A lo largo de la conversación mira varias veces a través de la ventana. Y con un ademán de complicidad, lanza un leve suspiro. En él hay más información que en cualquier verbo.
– ¿Quién es Carmen Machi?
– No tengo ni idea. Respiro, como, hago caca… como cualquiera. Eso sí, he sido afortunada al poder desarrollar de modo inconsciente el trabajo que siempre he amado. Tengo las mismas aristas y complejidades que cualquier humano.
– Dice “de modo inconsciente”. ¿Por qué?
– Porque lo vocacional carece de conciencia clara. Yo no me levanté un día y supe que iba a ser actriz. Lo descubrí cuando me vi capaz de participar en este juego sin que nadie me lo enseñara. Mentía muy bien. Era una alumna pésima, me aterrorizaban los exámenes, así que al llegar el día, sacaba una ristra de excusas asombrosas. Y se las contaba a la maestra con tanta convicción que se las creía. Había una sensibilidad especial en ello. Ese paso hacia la actuación siempre lo he sabido dar.
– ¿Hay tradición de artistas en el cruce de madrileños, cántabros y genoveses que es su familia?
– Sí. Viene por la rama paterna, la de los Machi, que eran italianos. El apellido procede de mi bisabuelo, pero no conozco a parientes de allí. Mis hermanos son todos músicos. Debe haber algo genético determinante en nosotros. Si no, no entiendo la facilidad que tenemos para el arte. Por ejemplo, mi padre tiene 90 años y rapea. No te puedes imaginar la capacidad que tiene para rimar. Y fue el único que optó por no dedicarse profesionalmente a esto.
– Debutó a los 17 con el papel de la novia en Bodas de sangre. ¿Se puede abordar ese personaje tan complejo a tan corta edad?
– Me acuerdo bien de lo mal que lo hice. Por entonces llevábamos solo unos meses viviendo en Getafe. Mientras paseaba, me encontré con un anuncio de la Compañía Taormina: estaban buscando actrices para aquella obra. Decidí intentarlo. Cuando me dieron el libreto, sentí un escalofrío. Jamás había leído a Lorca así. No me enteraba ni de la mitad porque no se puede hacer ese papel teniendo esa edad. La noche del estreno no me salió la voz. No sabía lo que me sucedía. De repente, se me aceleró el pecho y un sonido brotó. En ese instante me di cuenta de que este oficio conlleva bastantes más cosas.
– 13 años después, ya con 30, entró en la escuela y compañía de La Abadía. ¿Qué motivó la decisión?
– Mi sueño frustrado era estudiar teatro en Londres. Mientras me subía a los escenarios, hice tres intentos de ingreso en la RESAD. Y aunque superaba las pruebas de acceso, nunca pasaba la criba final. No lo entendía, hasta que por fin Francisco Nieva me dijo: “No vas a necesitar estar aquí para que te pasen cosas buenas”. Dejé aquellos intentos y me centré en el trabajo. Pero, como seguía empeñada en formarme, me presenté a las audiciones de La Abadía. Y me escogieron. Aquella época fue feliz y de gran importancia para mí.
– Ahí la descubrió Luis San Narciso, ¿no?
– Sí y no. Él me vio en el Santiago de Cuba y cierra España de Ernesto Caballero, pero hubo un contacto previo: para la primera edición de los Premios Max le encargaron a Lluís Pasqual montar un espectáculo en el patio de butacas. A él se le ocurrió simular una huelga para la que necesitaba a una actriz que fuese desconocida. Él formaba parte del patronato de La Abadía y se acordó de mí. Ensayamos el monólogo una y otra vez. Quedó fabuloso, incluso la prensa se hizo eco. Eso lo vio Luis [San Narciso] y, más adelante, tras acudir a la obra de Ernesto caballero, me esperó a la salida. Me propuso hacer un capítulo de Policías. Luego, otro. Y al tercero, me preguntó si podía ir al plató de 7 vidas para hacer una pequeña intervención. Así fue mi primer contacto con Aída. Regresé en otras ocasiones. Sentí que ese era mi sitio. El personaje ganó presencia hasta que surgió el spin-off.
– El primer episodio de Aída reunió a 6,9 millones de espectadores. ¿Cómo llevó la popularidad?
– Debo reconocer que, al haber estado junto a Javier Cámara y Amparo Baró, intuía lo que era la popularidad. Lo viví a través de ellos. Yo era actriz de teatro y jamás se me había pasado por la cabeza hacer televisión. De pronto, Aída empezó a ser queridísima. Generaba picos de audiencia y plantearon la secuela. Salir de 7 vidas fue traumático para mí. No lo concebía porque en esa serie era feliz. Fue una apuesta por convertir en protagonistas a los antihéroes. Pese a que el éxito no me afectó demasiado, en cierto momento todo se descompensó: cuando tienes la sensación de trabajar las 24 horas del día, dejas de disfrutar. La gente esperaba que reaccionase como el personaje, y eso me hacía sentir pequeña. El fenómeno de Aída fue enorme porque no estaba pensado para un público concreto, sino para la totalidad: cualquier clase social, ideología, perfil… Me volví desconfiada porque parecía que solo me querían por lo que representaba. Pero ya lo tengo controlado. Es agua pasada.
– ¿Por qué resultó tan transgresora?
– Pienso que fue una serie adelantada, aunque con chistes que hoy no se podrían hacer por machistas y dañinos. Venero cada vez más a la admirable Aída, una mujer maltratada y pisoteada con una capacidad innata para salir a flote con una sonrisa. Sin olvidar que era la que más follaba de todo el barrio. Cuánto bien ha hecho a la sociedad. Ella es cultura.
– Regresó al teatro para protagonizar el aplaudido monólogo Juicio a una zorra, que empezó en 2011 y concluyó en 2018. ¿Su Helena de Troya cambió en ese tiempo?
– Por supuesto. Los personajes evolucionan contigo. Sobre todo, cuando dejas de hacerlos. Miguel del Arco, que vino a ver la función tras la gira por Latinoamérica, me dijo justo eso: la manera que tenía de vivir la tristeza era otra. Helena pudo conmigo. Ninguna otra lo ha conseguido. No me gusta los personajes que me acompañen a ningún lado. Pero ella se me metía en el alma y me dejaba tocada.
– ¿Habría cambiado algo si la hubiese creado una mujer?
– No habría sido mejor. Es imposible. Me han escrito varios personajes a lo largo de mi carrera y puedo decir que los mejores los han creado ellos. Ahí rompo una lanza a favor de los hombres que escriben para mujeres. Al regalo que me hizo Miguel del Arco no le falta nada.
– En 2012 se enfrentó a la adaptación que Daniel Veronese realizó del clásico ¿Quién teme a Virginia Woolf? Apenas una década después, esa autora ha sido objeto de censura por motivos políticos. ¿Quién le tiene miedo?
– La ignorancia. En 2017 prohibieron Juicio a una zorra en Pozuelo de Alarcón solo por el título. Daban igual los premios o el prestigio que hubiera alcanzado; querían que cambiásemos el nombre. Lo curioso es que estas son las obras que más deberían ver esos sujetos: les abrirían los ojos. Espero que se frene esta tendencia.
– Ha trabajado con cineastas de la talla de Álex de la Iglesia, Carlota Pereda, Emilio Martínez-Lázaro, Nely Reguera, Nacho G. Velilla… ¿Qué papel juega la suerte en esta profesión?
– Yo la he tenido. No obstante, las razones por las que llegué al teatro son diferentes a los motivos por los que empecé a hacer televisión. Y estoy segura de que esta última influyó en mi aterrizaje en el cine. Si no hubiese hecho Aída, no sé cómo habría sido mi carrera. Aunque no todo ha sido gracias a ella. Por ejemplo, tengo clarísimo que el proyecto que ha marcado mi trayectoria en teatro fue La tortuga de Darwin.
– Con Almódovar ha rodado hasta en cinco ocasiones. ¿Es tan duro como dicen?
– No. Es una auténtica gozada. He trabajado con directores que rozaban la tiranía y él no es así. Crea los personajes desde un lugar tan grande que tienes que ver cómo respiran. Le admiro. Su nivel de exigencia es lógico en alguien con semejante talento.
– A pesar de que ha intervenido en más dramas, siguen asociándola especialmente a la comedia. ¿Cuál es la mejor forma de acercarse a ella?
– Si una comedia no está bien escrita, no tienes nada que hacer… Una no es humorista. He rechazado guiones por este motivo.
– Olvidada en festivales y entregas de galardones, ¿se esperaba tantos Goyas por Ocho apellidos vascos?
– Qué va. Pero rápidamente entendí por qué nos dieron los tres trofeos: recaudamos más de 70 millones de euros en taquilla. De no haber sido por semejante cifra, no nos habrían entregado ninguno. Estoy segura.
– ¿Ha sufrido alguna situación machista en la industria?
– No las he vivido, pero sí las he visto. Y te espeluznan. A medida que pasa el tiempo te das cuenta de cómo se aceptaron y cómo se consintieron. Hasta el punto de que quienes ejercieron los abusos normalizaron que nadie les dijera nada. Yo los he sufrido fuera, no en el trabajo. Afortunadamente, hoy la conciencia social respecto a esta cuestión es grande.
– Ha encarnado a prostitutas en las películas Rumbos (Manuela Burló Moreno) y La puerta abierta (Marina Seresesky) o en el montaje Prostitución (Andrés Lima). Según las cifras, España es el país europeo que más la consume. ¿Qué dice este dato sobre nosotros?
– Si no fuese por la obra de Andrés Lima, mi respuesta sería clara. Pero, tras haber pasado por ella, podría decirte una cosa como mujer y otra como prostituta. El problema es que nadie les deja hablar, ni siquiera los que abogan por sus libertades, los políticos tienen que dejar de jugar con ellas. Ya basta. Es un debate complejo sin una solución fácil. De lo que no hay duda es de que deben tener unas condiciones saludables.
– También ha afrontado robos, asesinatos y desapariciones en Policías, Criminal, Nieva en Benidorm… ¿No es contraproducente que el espectador empatice con delincuentes?
– De eso se trata, ¿no? Los malos nos atraen. A veces, incluso sin saber por qué. Simplemente te seducen. A todos nos gustaría hacer de Hitler porque hay una parte de él que nos llama la atención. Y como actriz, has de defender a ultranza tu personaje, siempre que el conjunto tenga sentido. En cualquier texto debe existir una motivación. Acabo de rechazar uno porque no estoy de acuerdo con cómo quieren tratar el asunto. Y no tiene nada que ver con la ideología: hace muy poco he interpretado a la mayor franquista del mundo y estoy feliz.
– ¿Qué tiene el poder para resultar tan peligroso? En Antígona (Miguel del Arco), Lo nunca visto (Marina Seresesky) y Mindanao (Borja Soler) lo probó.
– Envenena. Y te hace creer impune. Así que entras en una peligrosa maraña que te ciega. Genera una ambición insana. Cuando ya tienes poder y piensas que todos te necesitan, te confundes y empiezas a pensar en ti. Pocos saben utilizarlo bien.
– ¿Es usted la hija, la madre y la abuela de España?
– Espero que no… [ríe y da el último trago al agua] Si es para bien, sí. Venga. Menos mal que sigo teniendo referentes.