Carolina Román
“Actuar es ese escarceo
que sirve para enriquecer el matrimonio”
Lleva 20 años en España y Aquí se abrió paso contando consigo misma: produce, escribe, dirige, actúa. Lo del pluriempleo lo aprendió cuando en Buenos Aires compaginaba sus jornadas en un videoclub con los estudios de Periodismo y su compañía de teatro alternativo. Pero ahora su mayor anhelo es que le ofrezcan un personaje
JUAN FERNÁNDEZ
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Cuando rellena un formulario o se presenta ante un desconocido, Carolina Román (Formosa, Argentina, 1972) lo tiene claro: “Digo que soy actriz porque es como me siento”, aclara. Pero quien solo se quede con esta definición se perderá las otras dimensiones que habitan en ella como laberintos comunicados por trampillas. No sabrá nada de Luciérnagas, Río seguro y Juguetes rotos, las obras teatrales que escribió y dirigió con gran éxito. Tampoco tendrá noticias de Adentro ni de En construcción, los textos que firmó e interpretó sobre las tablas. Ni de las películas en las que no hizo de actriz, sino de coach. Llegó a España hace 20 años y desde entonces no ha parado de construir su camino, el suyo propio, en el que ella es a la vez raíl, locomotora y maquinista. “Por hambre”, dice, que es una forma cruda y visceral de entender la vocación.
Mientras aguarda la llamada que la devuelva a la interpretación, Román saca esta primavera a pasear a la Carolina directora de teatro. En la sala Mirador de Madrid lleva la batuta de María Teresa y el León, la obra escrita e interpretada por Susana Hornos sobre la figura de María Teresa León, en cuyas escenas la escritora se enfrenta a la nebulosa de sus recuerdos. El escenario se compone de una tarima blanca llena de trampillas comunicadas. Como la carrera de Román.
— De nuevo le toca ejercer de directora, no de actriz.
— Sí. Pero con esta obra me unen lazos que van más allá de la dirección. Empezando por Susana, con quien mantengo un curioso cruce de caminos. Ella se mudó a Argentina hace 20 años, justo el tiempo que yo llevo viviendo en Madrid. Un día vino a ver Juguetes rotos y tras la función estuvimos charlando sobre nuestras coincidencias. Tenemos una forma parecida de entender la antropología teatral. Me habló de un texto que tenía escrito sobre María Teresa León, a quien yo solo conocía por ser la mujer de Alberti. Más tarde descubrí las otras coincidencias que nos unían a las tres.
— ¿Cuáles?
— Resulta que María Teresa, Susana y yo vivimos en la misma calle de Buenos Aires en distintos momentos. Paseamos por las mismas aceras y escribimos en los mismos cafés. Y las tres hemos tenido al lado a compañeros a los que hemos admirado y con los que hemos trabajado estrechamente. María Teresa, con Rafael Alberti; Susana, con Federico Luppi; y yo, con Tristán Ulloa. La historia de María Teresa me atrapó porque formó parte de una generación de mujeres potentes que quedaron diluidas por la historia. Además, en la obra está muy presente el alzhéimer, una enfermedad que me ha tocado de cerca. Este trabajo ha sido para mí un homenaje a las personas que he acompañado en esa situación.
— Ha mencionado a su pareja, Tristán Ulloa. ¿Cómo se lleva tener al lado a alguien importante de la profesión?
— Se lleva mal. Muy mal. Ahora no tanto, pero los inicios fueron difíciles porque para mucha gente era muy cómodo situarme ahí y verme solo como la mujer de Tristán, hiciera lo que hiciera, sin querer ver que yo ya era actriz antes de conocerle. Cuando oyes comentarios del tipo “A ver cuándo tu marido te mete en una serie…”, te entran ganas de mandar a la mierda a más de uno y de una. Con el tiempo he conseguido alejarme de ese sambenito.
— ¿Cómo lo ha hecho?
— Rebelándome contra esa etiqueta y trabajando mucho. Mi camino en España me lo he hecho yo misma. Yo, me, mí, conmigo. Yo escribo, yo actúo, yo dirijo, yo produzco… Y ya me gusta, porque disfruto mucho todos los procesos, pero tiene el peligro de ser adictivo y a veces tengo que frenarme. Soy de las que van a los ensayos con los deberes bien hechos, cueste lo que cueste. En parte, creo que es por miedo a que me falte el trabajo.
— El suyo no es un perfil habitual.
— Cuando me preguntan si soy actriz, directora o dramaturga, no dudo en responder: “¿Hay que elegir? ¿Cuál es el problema? ¿Quién dijo que una actriz no podía dirigir o escribir una obra?”. De todo aprendo, todo me enriquece.
— ¿Ese pluriempleo fue buscado?
— Es pura hambre y necesidad. Y circunstancias. Me llegaron retos en cada una de esas facetas y me desafié a mí misma por si era capaz de afrontarlos. Luego vi que sí, que podía. Y que encima me gustaba. Y que gustaba. Poco a poco fui perfeccionando la maquinaria. Me parece fantástico tener hambre. No solo económico, también hambre de aprender.
— Si rebobinamos la película y tiramos del hilo, ¿qué encontramos en la otra punta?
— Encontramos a una chica que tiene un videoclub de cine de autor en Buenos Aires, hace teatro por la noche, estudia Periodismo por el día y tiene un grupete de teatro alternativo muy punkarra, donde todos hacen de todo. Así que… ¿fue antes el huevo o la gallina, la actriz o la dramaturga, la escritora o la directora? Fue todo junto y a la vez.
— Cuando rellena un formulario, ¿qué profesión pone?
— Actriz. Siempre me he sentido así, aunque haya estado pluriempleada en muchos momentos de mi vida.
— ¿Cómo se llevan entre sí esas facetas?
— En mi caso concreto, escribir va pegado a actuar. Soy inventora de historias gracias a la actriz que hay en mí, y a la vez, la actriz se alimenta de lo que escribo. Si nadie me propone historias, las invento yo. Ser pluriempleada me da la tranquilidad de saber que puedo prescindir de hacer algunas llamadas.
— ¿Y si la obligo a elegir?
— Ahora mi mayor deseo es que me ofrezcan un papel. Cuando trabajo como actriz después de haber escrito y dirigido me divierto más, soy consciente de que puedo jugar porque está el director para sujetarme. Estos días, mientras dirijo a Susana Hornos en María Teresa…, algunas veces la miro con envidia y pienso: “Qué suerte tiene, ahora se va a su casa a estudiarse el texto y no necesita complicarse más la vida”. Cuando diriges has de controlarlo todo, pero también te enriquece todo.
— En los últimos años ha dirigido y escrito más que actuado.
— Por eso tengo tantas ganas de volver a la interpretación. Actuar es un bicho al que hay que dar de comer de vez en cuando para que deje de joder. Es una pulsión que hay que satisfacer, es ese escarceo que sirve para enriquecer el matrimonio. En mi caso, escribir, dirigir y actuar forman un trío que funciona bien porque los tres se van retroalimentando.
— ¿Sobre qué le inspira escribir?
— Sobre personas y colectivos que no han tenido voz ni voto. Me fascina el ser humano, sus luces y sus sombras, sus vínculos familiares, sus secretos, lo que le causa pudor… Me gusta meterme ahí. Me gusta la idea de ser una voyeur de vidas. Me encanta escuchar a la gente, porque al hablar escondemos lo que callamos, y ahí hay un universo fascinante. Mis obras van sobre la condición humana.
— ¿Qué le ha enseñado más de la condición humana, ser actriz, dramaturga o directora?
— Lo que más me ha enseñado es vivir y ver vivir. Y soñar. Soy una gran soñadora. Mi trabajo se ha visto influenciado por este factor: mis obras están llenas de imágenes y atmósferas que provienen de mis sueños. Hay muchas formas de vivir la vida; yo la vivo desde un lado onírico.
— ¿Qué será lo próximo que sabremos de Carolina Román?
— Ahora estoy escribiendo un largometraje. Y me han propuesto coescribir una serie. Es todo un reto, porque además me permitiría actuar. Pero ojalá lo próximo sea una llamada ofreciéndome un papel. Es lo que más deseo.