Carolina Yuste
“En una prueba no me querían porque no era suficientemente guapa para una portada de revista”
Iba para bailarina y se le cruzó la interpretación. Comenzó con una nefasta aproximación al teatro gestual, acabó con el Goya entre las manos. Quien resiste, gana. Desde su aldabonazo con ‘Carmen y Lola’ se ha convertido en un rostro imprescindible para el cine, no le falta la televisión y saldrá de gira con la muy aplaudida ‘Prostitución’
LUIS M. ROJAS NAVAS
Actriz y bellotera. Esos dos términos usa Carolina Yuste (Badajoz, 1991) para describirse en su cuenta de Instagram. Dice que así une dos de sus pasiones: el trabajo que la hace feliz y la tierra que sigue viendo cómo crece. La ganadora del Goya a la mejor actriz de reparto por Carmen y Lola no deja de encadenar ensayos y rodajes desde entonces. Después del confinamiento ha participado en las películas Chavalas, El Cover y Sevillanas de Brooklyn, ahora se pone manos a la obra con La mujer perfecta y espera la gira de Prostitución. Asegura que no tiene una fórmula exacta para haber llegado hasta donde está, sino que siempre ha hecho mucho caso a las notificaciones que le llegan desde su propia verdad.
Tal vez sean esos los únicos avisos a los que da importancia, pues amenaza con volver a sacar del cajón ese Nokia “para llamar y colgar” que se compró durante el confinamiento. Pero sí hay algo que agradecer a esos smartphones que son casi una extensión de nuestro cuerpo. Esta conversación forma parte del tiempo tan raruno que nos ha tocado vivir, en el que la comunicación fluye a través de una pantalla para desmenuzar, solo un poco, esa verdad de la que habla la Yuste.
– ¿Se imaginaba que saldría en la Wikipedia en algún momento?
– [Risas]. ¡Buena esa! Pues claro que no. Es muy extraño. Siempre quise ser bailarina, hasta que empecé los estudios de interpretación y encontré otros lugares. A partir de ahí las cosas empezaron a ir bien. Aún queda mucho camino por recorrer, pero verme en Wikipedia es como que algo se ha ha hecho tangible. Jamás lo imaginé.
– ¿Recuerda el momento en que decidió marcharse a Madrid para cumplir su sueño?
– Cuando iba a empezar Bachillerato ya quería irme. Tenía que salir de Badajoz para encontrarme y vivir otras cosas. Me propuse estudiar algo que tuviera que ver con la danza, hice las pruebas de teatro gestual y me pusieron un dos… Claro, yo tenía que estudiar en una escuela oficial para tener la oportunidad de solicitar becas, eso era lo único que me podía permitir económicamente. Decidí quedarme en Madrid, trabajar en una tienda y pagarme una escuela. El 98 por ciento de la gente en esta profesión curra en cualquier cosa antes de dedicarse a esto.
– ¿Cambiaría algo si tuviera ocasión de volver a ese día en que salió del cascarón?
– Creo que no. Pienso que todas las experiencias que una vive tienen que ver con algo. Ahora estoy aquí a nivel profesional y personal por todo lo que viví en esos primeros años. La Carol que soy en la actualidad tiene relación con aquello.
– ¿Para qué quería ser actriz por entonces y para qué quiere serlo ahora?
– Esa respuesta cambia a medida que creces. A mí lo que me pone cachonda es emocionarme y emocionar. Cuando estoy actuando me encuentro bien y disfruto. Y está claro que lo pasional a menudo no te paga el alquiler y hay que buscar alternativas, pero siempre intento coger el camino que me lleve a ser coherente con mi verdad, que es la que me hace estar bien.
– ¿A día de hoy come exclusivamente de la interpretación?
– Sí. Me siento privilegiada. Llevo cinco o seis años viviendo de esto y puedo darme con un canto en los dientes.
– ¿Le ha decepcionado la profesión en algún momento?
– No sé si es decepción, pero noto cosas que no me gustan. Por ejemplo, cuando anteponemos la imagen, los seguidores, los festivales… No niego que me guste esa parte del oficio, pero cobra tanta relevancia que perdemos el centro. A mí no me querían ver en un casting porque no era lo suficientemente guapa como para salir luego en la portada de una revista. ¿Entonces para qué estamos aquí?
– ¿Hemos llegado a la cumbre del conflicto entre superficialidad y talento?
– Hay mujeres y hombres muy guapos que además son actrices y actores maravillosos. La cuestión no es que se deje de valorar a alguien por el hecho de que sea guapo, la movida está en que se pierda el foco. Pero está claro que se le puede dar a alguien una oportunidad sin que esté formado, que luego siga currando, formándose y que de repente dé la sorpresa.
– Con Carmen y Lola llegó la alegría. ¿Cómo queda el Goya en su casa?
– La tiene mi padre en la suya. A la gala me acompañó mi madre porque él no pudo. Es un cinéfilo increíble que me enseñó mogollón de cosas, así que me apetecía mucho llevarle la estatuilla. Además, ¡imagínate la ilusión que les hacía a mis hermanos pequeños! Allí Francisco de Goya tiene un cara a cara con el Quijote [risas], y a mi familia le da buena vibra.
– Más de una vez ha referido que en su entorno siempre ha habido mujeres gitanas. ¿Cómo fue meterse en la piel de una de ellas?
– Pues sí, vengo de un barrio humilde, mi vecina de toda la vida es gitana, sus hijas eran mis amigas y nunca lo viví como algo destacable. También depende de la familia, pero eso es la vida misma. En Carmen y Lola me metí de lleno, aprendí mogollón de ellas y con ellas. Lo que me llevo de esa película es un grupo de gente maravillosa que quiso contar esa historia.
– ¿Cuánto peso tiene el estereotipo?
– Muchísimo, una barbaridad. Mucha gente cree que soy gitana y me han mirado de arriba abajo en un supermercado. Parece que agrupamos a los gitanos en cierto punto y ya. Y no, son de muchas maneras, como todo el mundo.
– ¿Las nuevas generaciones pasarán más de esos prejuicios?
– Creo que las generaciones más pequeñas vienen liberadas de más cosas. Yo escucho a mi hermana pequeña hablar a sus 12 años hablar sobre racismo, transexualidad, feminismo… A su edad yo percibía que algo estaba mal, pero no le ponía nombre, y si alguien me decía algo por la calle, no sabía lo que había detrás. Es cierto que estamos viviendo un auge del odio que da miedo, pero pienso que la gente joven trae esperanza. Esos comportamientos minoritarios hacen mucho ruido a veces, también por el altavoz que dan los medios de comunicación. Pero necesitamos ya una mejor educación: aunque enseñar raíces cuadradas está muy bien, no nos enseñan a relacionarnos con nosotros mismos ni con los demás, tampoco a verbalizar qué cosas nos gustan y cuáles nos duelen.
– Los medios también dieron demasiado pábulo a su mención a la masturbación femenina durante una entrevista en la que se trataron más temas. ¿Le gustó que se visibilizara algo que parece tan tabú?
– Para ser sincera, me importó tres leches ese boom. Es fuerte que una chica de 29 años hable de que tiene un succionador de clítoris y que eso se haga noticia. No lo habría sido si lo hubiera dicho un hombre. Queda mucho por hacer. Me encontré con muchachas que me decían que lo habían probado y que les había parecido una maravilla. Si aquello sirvió para que haya mujeres llenitas de placer por España, la verdad es que me parece genial. Mi intención fue muy natural, no buscaba todo lo que se armó, pero me quedo con que en este momento habrá muchas chicas pasándolo estupendamente.
– En la obra de teatro Prostitución también ha dado voz a mujeres que necesitan contar cosas que existen y apenas se tienen en cuenta. ¿Qué tal se trabaja junto a Carmen Machi y Nathalie Poza?
– Pues imagínate lo que es trabajar con dos personas que están en tu lista de referentes. Son hermosas y trabajan desde un lugar precioso con todo el equipo, con mucha generosidad y poco ego del malo. Los mejores profesionales son los que tienen mejor almita, ya que consiguen traspasan. Prostitución nos permitió transitar juntas por muchos lugares que nos hicieron crecer.
– ¿Necesita la sociedad historias así?
– Hay mucha gente currando en historias que remueven y que no llegan a los grandes espacios. Se cuentan, pero en salas independientes, sin recursos para llegar a la masa. Las instituciones públicas y privadas deberían comprometerse con estas producciones. Aunque, ojo, tiene que haber variedad. Sobre todo, tengamos en consideración qué piensa la gente, qué siente, qué le mueve, qué le motiva. Quizá para conectar más a la sociedad con el teatro tenemos que observar qué hay en la calle.
– ¿Cómo vive usted el hecho teatral desde el patio de butacas?
– A mí el teatro me parece lo puto más al subirme al escenario. Y como espectadora, a veces me moviliza más una obra teatral que una película o una serie, es muchísimo más poderosa. Con Angélica Liddell me peta el cerebro, Rodrigo García es increíble, y me parece hermosísimo todo lo que hace Pablo Messiez.
– ¿A qué otro profesional admira entre bambalinas o detrás de la cámara?
– A los becarios. De ellos pienso: “Madre mía de mi vida las que se comen…”. Los regidores de los teatros hacen un curro brutal. Y en el audiovisual me fijo mucho en los foquistas, se necesita una concentración admirable para su labor. O en la script. Todo el mundo trabaja mucho, y al final los cuatro del cartel nos llevamos los aplausos del momento. Por eso me pongo de los nervios con las críticas al mundo de la cultura, ¡como si no se currara! Curramos los que estamos delante y curran los que están detrás.