La directora, muy jaleada por ‘Viaje al cuarto de una madre’, disfruta de la estela de su éxito mientras sopesa sus siguientes pasos. De momento, da clases de cine y se mueve como pez en el agua en la producción
JAVIER OLIVARES
Reportaje gráfico: Andreu Adrover
Vive en el barrio barcelonés de Gracia, mucho más arriba del paseo homónimo en el que rubicundos erasmus acaparan la acera de las tiendas de lujo. Cerca de su casa, en la zona donde el barrio se vuelve más molón y moderno, cualquier terraza invita a la charla, a la reflexión. La sevillana Celia Rico Clavellino (“siempre con mi segundo apellido, mejor”) cierra su gran año: su película fue una de las tres candidatas femeninas al Goya a la dirección novel. Aunque han pasado ya 12 meses desde el estreno, Viaje al cuarto de una madre sigue granjeándole aún muchas satisfacciones. Tiene 37 años, pero la misma pinta aniñada que cuando salió de su pueblo natal, hace ya casi 20.
– Rodó usted en Constantina, su pueblo de Sierra Morena. ¿Qué acogida ha tenido la cinta en la localidad?
– Cuando la estrenamos fui a presentarla a Sevilla con Lola Dueñas. En los tres pases de ese día mis paisanos llenaron la sala. Incluso habían alquilado autobuses para ir desde el pueblo: la cola para entrar era larguísima. Todo el mundo estaba emocionado, orgulloso de que su pueblo fuera el escenario de mi primera película. Ahora, cuando voy de vacaciones, todos me saludan con una enorme sonrisa, me felicitan. Y cuando la he presentado en otros lugares, siempre aparece alguien en la sala que resulta ser de mi pueblo o que tiene familia allí. Esto da para otra película [risas].
– Aparecen muchos vecinos del pueblo, de apenas 6.000 habitantes.
– Sí, sí. La que baila en una escena con Pedro Casablanc es una tía mía. Vi a su grupo de amigos bailar en sus bodas de plata. Lo grabé con el móvil y más tarde, al escribir, me inspiré en esos bailes locales que la gente vive con una ilusión contagiosa. Al decidir que rodábamos allí, fue mi tía quien convocó al grupo, y ellos me ayudaron a pensar la coreografía.Participó más gente del pueblo. Por ejemplo, las mujeres de una cooperativa de costura, que son amigas de mi madre, también costurera y que enseñó a coser a Lola Dueñas.
– Todo muy femenino. Su padre no sale, ni siquiera por alusiones. ¿Está enfadado?
– [Risas]. Tengo pendiente una película sobre un padre, sí. Pero en los títulos de crédito se la dedico deliberadamente a los dos, ¿eh? No es una obra autobiográfica, pero sí muy personal, y está llena de detalles familiares. Así que cuando escribía sobre el amor entre una madre y su hija pensaba en los dos. Tengo un padre cuidador, protector y educador, pues es maestro de profesión y me dio clases. Para mí los dos caben en esa figura de la madre.
– Y cuando la ceremonia de los Goya, ¿cómo lo hizo?
– Solo podía llevar a un acompañante. Él se resignó: “Ya lo veré por la tele”. Comprendía el trasfondo femenino del asunto y sabía el vínculo especial de mi madre con Lola Dueñas. Al final conseguimos entradas y acudieron ambos a Sevilla. Este año la ceremonia fue en casa. También conseguí entradas para mi hermana y mi tía, la del baile.
– ¿Tenía usted esperanzas de ganar?
– No. Tanto yo como el resto de nominados teníamos clarísimo que sería para Arantxa [Echevarría], por todo lo que ha significado su película [Carmen y Lola]. Además, figuraba también en las categorías de mejor película y mejor guion. Era evidente que era la preferida de la Academia. Aunque suene a lugar común, para mí aquella nominación ya constituía un premio.
– ¿Qué le reportó la ceremonia?
– Mucha alegría, lo viví como una fiesta. Como sabía que no tendría que subir al escenario, no había nervios de por medio. La prensa, que siempre me ha tratado tan bien, se alegraba de verme allí. Fue muy bonito coincidir con periodistas a los que había conocido en el Festival de San Sebastián. Una de las cosas más interesantes de la temporada de premios es que coincides con gente de la industria y conoces a directores y actores que admiras. Recuerdo un instante especial. Isabel Coixet se me acercó después de la gala, en un momento en el que yo estaba sola, y me dijo: “Me encanta tu película”. Fue muy generoso por su parte. No nos conocíamos de nada y me hizo ilusión.
– Tiene su ópera prima cosas de La enfermedad del domingo, de Ramón Salazar. Pero justo al revés.
– Ahora que lo dices, pienso que sería muy interesante que las programaran juntas: la madre presente y la madre ausente. Daría para un buen debate. Sus actrices están formidables.
– ¿Solo había hecho un corto antes?
– Efectivamente. Como directora no había hecho más que Luisa no está en casa. Me dedicaba a la producción, para mí dirigir era algo que hacían los otros, aunque yo lo deseaba. Escribí el guion del corto y se lo enseñé a Josep Amorós: por entonces yo su era secretaria en los rodajes. Me animó a hacerlo y lo produjo. Tuvimos la enorme suerte de contar con Asunción Balaguer y Fernando Guillén, que fue el último trabajo que hizo. Los dos fueron tan generosos…
– ¿Trabajaron de forma gratuita?
– Totalmente. De hecho, cuando seleccionaron el corto en el Festival de Venecia y les llamé para contárselo y darles las gracias, se ofrecieron para ayudarme con la prensa. Fernando Guillén ya estaba enfermito por entonces, pero era muy consciente de que un pequeño gesto suyo ayudaría mucho a una persona que empezaba. Un detalle precioso que nunca olvidaré.
– ¿Cree que Luisa… podría haber dado para un largo?
– Creo que no… Aunque cualquier cosa puede dar para más, incluso una lavadora estropeada. De hecho, cuando escribí el largo, partía también de una trama mínima. Lo que ocurre es que tenía más tiempo para desarrollar los personajes y poder mostrar sus contradicciones interiores. En un corto es más difícil trabajar esa complejidad.
– Para su Viaje… ¿eligió a Anna Castillo porque estaba de moda?
– Cuando le propuse la película no era tan conocida. Teníamos que presentar una propuesta de actrices a las televisiones, así que había que tomar decisiones con mucha antelación. Necesitábamos una chica joven e hicimos un casting con Rosa Estévez [directora de casting]. Había chicas que estaban empezando o que habían hecho papeles pequeñitos en alguna serie.Se trataba de descubrir a alguien para el personaje del Leonor, pero Rosa me propuso a Anna, que tenía en cartel El olivo, de Iciar Bollain [trabajo por el que luego conseguiría el Goya de actriz revelación]. Yo aún no había visto ese largometraje. Para mí fue un descubrimiento; nada más verla me decidí. Así que la cogimos por buena, no por moda. Anna era la mejor Leonor posible del mundo.
– Lo de Lola Dueñas, la otra protagonista, que no ha sido madre y le insinuó a usted declinar del papel para que buscara una actriz que tuviera esa mirada ‘experta’, es un gesto heroico.
– Me di cuenta de que la película le permitiría, precisamente, desarrollar un instinto maternal que no ha desarrollado en su vida. Y eso podía convertirse en algo poderoso y nuevo para su trabajo. La convencí y, como ella dice, la película le ayudó a dejar en el personaje de Estrella sus propias tristezas. Si hubiera elegido a una actriz que nada más verla transmitiera esa idea de maternidad presente y sufridora, quizás podríamos haber caído en algún cliché. A veces, sumar demasiado en la misma dirección puede resultar peligroso, creo.
– ¿No se planteó nunca abordar la película como una superproducción, con viaje de Anna Castillo a Londres?
– No, no. Nada que ver con la financiación, nunca estuvo en mi cabeza. Y jamás se planteó. Es una historia sobre las personas que permanecen cuando los hijos se van, sobre el vacío que eso genera, así que había que quedarse en el lugar vaciado. Quería asomarme a la habitación de esos padres cuyas vidas ya no vemos de cerca cuando nos vamos a estudiar o a vivir fuera.
– Eso suena autobiográfico.
– Sí, ese interés nace de mi experiencia de marcharme del pueblo, de Sevilla. Y de lo que imagino que supuso para mi familia que yo me fuera. Cada vez que voy a casa mis padres cumplen con su rol. Además de suministrarme cariño y afectos, se preocupan por si tengo dinero o si como bien, como si fuera aún pequeña. Así que me cuesta visualizarlos cuando no están en ese rol. Viaje al cuarto de una madre me ha permitido imaginarlos como personas que también sufren y desean, además de cuidar. A menudo, los relatos se centran en la emancipación de los hijos, pero… ¿qué pasa con la de los padres? Una separación siempre afecta a todas las partes.
– ¿A cuántas personas dirigió?
– A unas 30, más o menos. Lo importante no es el número de personas con las que trabajas, sino elegir bien, rodearte de los que te son afines. A nivel artístico y también personal. Independientemente de la envergadura financiera de la producción, siempre cuentas con los mismos jefes de equipo. Esos son imprescindibles. El tema es cuántos ayudantes podrán tener ellos a su cargo con el fin de desempeñar el trabajo específico.Lo bueno del equipo pequeño es la cercanía y la calidez humana: acabas haciendo una familia.
– ¿Se plantea una esas cosas al escribir un nuevo proyecto?
– Bueno… escribes y aún no piensas en equipos, sino en la historia, en tus personajes. Aunque es verdad que lo que surge desde la concepción tiene que ver con una misma, y si te sueles rodear de pocas personas, seguro que acabas escribiendo proyectos en esa línea. Escribir escenas complejas a nivel de producción puede resultar fascinante, pero luego hay que pagarlas. Prefiero agarrarme a dos cositas y buscar lo complejo desde lo sencillo.
– ¿Marca mucho la primera obra la trayectoria?
– Supongo que sí. Al afrontar algo nuevo piensas en lo que ha funcionado y en lo que no, hay algo de autoevaluación. Creo que siempre se recoge algo de lo anterior y, a la vez, se proyectan nuevos horizontes.
– ¿Hay fecha para el siguiente largo?
– ¡Uy, no lo sé! Mi idea es pasarme todo 2020 escribiendo, porque cuando escribes pensando en dirigir, visualizas hasta el vestuario del último figurante, y eso hace que la escritura sea lenta. También hace que la disfrutes mucho. No puedo contar nada aún porque las ideas tienen que ponerse en orden en un esqueleto y puede que varíe cosas. Últimamente leo y observo mucho. Me gustaría plasmar cosas que me preocupan, y que también creo que preocupan a gente que conozco.
– ¿Será de nuevo un tema contemporáneo?
– Sí, actual. Y sobre todo, cotidiano, que es lo que me gusta. De nuevo tomaré sensaciones personales sin necesidad de escribir algo autobiográfico. Quizá habrá en el reparto algún hombre con más peso [risas], pero las protagonistas serán otra vez mujeres. A veces, esto de escribir personajes femeninos lleva a que te digan que tienes “una mirada femenina”. No es que exista una mirada femenina o masculina; yo tengo una mirada, que es la mía y está atravesada por una verdad: que soy mujer. Solo intento observar al ser humano y entender qué le pasa.
– O sea, ¿no reivindica usted nada con su obra?
– Yo creo que no, aunque pararse a observar al otro en estos tiempos de ego-selfie ya me parece una reivindicación. Es verdad que hay algo de fondo que no quería que pasara desapercibido: los cuidados de los hijos, durante siglos, han recaído sobre la mujer, y pretendía que la película destilara una sensación de que cuando alguien se dedica a los cuidados y de repente deja de hacerlo, puede sentir ese vacío que a veces llega con la jubilación. Porque cuidar es un trabajo en mayúsculas, de muchísima dedicación e imprescindible. Poner el foco en eso me parecía necesario. Ahora también los hombres se dedican a eso, pero como sociedad estamos aún muy descompensados. No es justo.
– ¿Le han salido ‘novios’ en el universo de las series?
– Por ahora, no. El mejor ‘novio’ que tengo ahora mismo es poder seguir trabajando con mis productores anteriores en una nueva película.
– ¿Qué tiene por delante?
– Pues hay cierto ajetreo en la agenda. El 2 de octubre estrenamos la película en Francia. Mujeres de Cine me está dando mucho apoyo y visibilidad a nivel internacional. Gracias a ellas iré a Honduras, Washington, Boston y Nueva York antes de Navidad. Como doy clases, trato de cuadrar la agenda de viajes con la docencia y la escritura. No es fácil porque a veces todo coincide.
Productora antes que directora
Repartir flyers, poner cafés o sonrisa de recepcionista... Todo vale cuando metes cabeza en tu vocación. Después de licenciarse en Comunicación Audiovisual en Sevilla y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en Barcelona, Celia Rico acomodó sus primeras experiencias a esa faceta multitarea. “Después de trabajar en un estudio de sonido y doblaje entré como coordinadora de producción el Institut del Cinema Català, una productora que hacía muchas TV movies en coproducción con Italia”, recuerda. Fue ayudante de casting en Dictado, una película de Antonio Chavarrías, en Oberon cinematográfica. “Fue un proceso bonito. Ayudé a la directora de casting a buscar niñas para el papel protagonista y después me quedé como coordinadora de la figuración durante el rodaje”. Incluso dio de alta a los actores y hacía sus nóminas.
En Arcadia, otra de las productoras en las que ha desarrollado su carrera, ha sido responsable de coordinación, lo que le ha ampliado su conocimiento de la industria. “He aprendido mucho con mis diversas funciones en esas empresas”. Por eso se mueve tan bien en este gremio: “Para Viaje al cuarto de una madre trabajamos con cuatro productoras, dos con sede en Cataluña y en coproducción con una andaluza y otra francesa”.
En el ámbito de la docencia imparte clases en la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC) y la Escola de Cinema de Barcelona (ECIB), donde predica con el ejemplo de su trayectoria, y también colabora en el proyecto de pedagogía del cine en escuelas e institutos Cinema en Curs. “Esta es la faceta más enriquecedora”, concluye.