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01-06-2018

EFEMÉRIDES

 

Mucho cuidado con la Ponte

Actriz de enorme personalidad, María Luisa Ponte fue una hija del teatro, literalmente. Con una vida para las tablas y también para la pantalla, gritó su temperamento en innumerables obras y películas. En estos días se celebra su centenario

 

 

JAVIER OCAÑA (@ocanajavier)

Los hijos de padres cómicos solo pueden nacer en el teatro. O a lo sumo, enfrente del teatro. Tarde-noche del 21 de junio de 1918, Medina de Rioseco, pueblo de Valladolid, 5.000 habitantes por entonces, 5.000 habitantes ahora. Una mujer de grandilocuente nombre, Haydée Mancini Puggi, actriz italiana, no puede actuar esa noche. Está ocupada en algo más importante: dar a luz a una niña en una casa situada frente al Teatro Principal. El marido, Enrique Ponte, que según las costumbres de la época nada puede hacer salvo esperar, anda en lo suyo, declamando junto a su compañía, intentando recitar un texto cientos de veces repetido mientras su cabeza está al otro lado de la calle. Todo sale bien. La matrona envuelve a la cría en una toquilla, la sacan a tomar el aire del verano, cruzan en dirección al teatro… y se la enseñan a su padre. Ese bebé es María Luisa Ponte, hija del teatro, de sus glorias y de sus miserias. Una niña que, al crecer, no podría ser más que una cosa: actriz.

 

   En estas fechas se cumple el centenario de su nacimiento. Hija y nieta de intérpretes, María Luisa Ponte Mancini (1918-1996) debuta en el cine a los seis meses en una película muda en la que trabaja su padre y en la que se necesita un bebé que llore. Enrique la ofrece, optan por darle un pellizco en el culete en el momento idóneo, la niña rompe a llorar marcando el tempojusto. Más tarde, convertida María Luisa en mujer de enorme personalidad, se haría una especialista en el grito y el llanto en obras como Todos eran mis hijos(Arthur Miller) y Bajarse al moro (José Luis Alonso de Santos), o en películas como El pisito(Marco Ferreri) y La vaquilla(Luis García Berlanga).

 

   Ponte empieza de meritoria a los 14 años en la compañía de Julia Delgado Caro, una gran estrella en ese tiempo. Pero corren años difíciles para la familia después de morir su madre y con su padre pasándolas canutas para encontrar papeles. “Llegamos a pasar hambre”, escribió la actriz en su muy jugosa autobiografíaContra viento y marea: memorias de una actriz, publicada allá por 1993. Es una época en la que su hermana y ella circulan por varias compañías de revista y en la que durante una gira vuelve al que fue su pueblo por apenas unos días. En Medina de Rioseco ya bajó el telón el Teatro Principal, cerrado tras una de las constantes falsas crisis del teatro, superviviente nato. 

 

 

Sobrevivir entre las bombas

Llega la cruel Guerra Civil, durante la que luego afirmó sentirse “roja con toda el alma”, y el conflicto coge a las hermanas en distintos trabajos. A una en zona republicana y a otra en zona nacional. Nada saben los unos de los otros en unos tiempos en los que las comunicaciones se tornan prácticamente imposibles. Y siguen en la brecha pese a todo, a veces en una calma nerviosa, otras veces en medio de los bombardeos, huyendo hacia los refugios. Sobreviviendo. María Luisa encuentra el amor, cómo no, con otro actor, José Luis López de Rueda, y ambos se casan. Será un matrimonio corto, ya que él muere de un infarto a los 35 años, pero deja como fruto una hija de seis meses. El oficio y las circunstancias del teatro se imponen una vez más: el ataque al corazón pilla a la pareja en distintos lugares de España, y cuando a María Luisa le llega el telegrama que los miembros de la compañía de José Luis envían con la luctuosa noticia, los colegas de la actriz esperan hasta el final de su representación diaria. Era 1938 y el negro se abatía sobre la Ponte. Y también sobre su país.

 

   Al acabar la contienda, viuda y con una hija que alimentar, recibe ninguneos y represalias “por roja”, pero su fuerza se impone. También su disciplina, aprendida junto a su padre, “maestro severo”, muy exigente consigo mismo y con los demás. Va pasando por las mejores compañías: la de Rafael Rivelles, la de Enrique Jardiel Poncela, la de Miguel Mihura. Por su timbre de voz, lejos de ser dulce, está hecha para el grito trágico, como cuando debutó de bebé. Y también para el llanto en escena.Cuentan las crónicas que cuando está interpretando a la reina Gertrudis en un Hamlet televisado, adaptado por Antonio Gala y con dirección de Claudio Guerín en 1970, ofrece un recital de cómo llorar conteniendo la lágrima en primer plano, sin que resbale por la mejilla abajo hasta llegar el momento preciso. “Lloro en escena cuando quiero… Aunque a veces más por un ojo que por el otro”.


   Alejada del método, no es una actriz que sufra en escena, sino que tan solo finge sufrir, previo estudio del personaje. El teatro no es un acto de verdad. Es una apariencia, una ficción. Y a pesar de todo, ha leído a Stanislavski: lo ha leído para desecharlo, para concluir que la dicción y la respiración no son esenciales en el método pero sí que lo son para ella. Con un dicho sabio y sencillo siempre en la cabeza: “A papel sabido, no hay cómico malo”. Y se luce en sucesivas obras –Maribel y la extraña familia (Miguel Mihura), La mordaza (Alfonso Sastre), Las bicicletas son para el verano (Fernando Fernán Gómez)– y en continuas películas –Los chicos El cochecito (de Ferreri), El verdugo (Berlanga), La vida por delante El viaje a ninguna parte (Fernán Gómez), El nido(Jaime de Armiñán), La colmena(Mario Camus)–.


 

 

   En lo social, en lo amistoso, en lo sentimental, María Luisa es asidua del Café Gijón, junto a Fernán Gómez y su amigo Manuel Alexandre, pareja suya durante un tiempo, con quien ensaya cómo reírse con naturalidad y potencia en escena. Aunque el hombre de su vida, calificado de ese modo por ella misma en sus memorias, es el actor Agustín González, 10 años menor que ella, con el que empezó una relación larga pero con parones en 1954, durante la representación de La mordaza. “Casi puedo decir que me enamoré de Agustín porque me rascaba muy bien los pies”. Eso sí, cada uno en su casa, sin pasar por la vicaría o el juzgado. Con él hubo muchos sueños y algunas frustraciones en forma de infidelidades masculinas que la actriz desgrana en su valiente autobiografía.

 

   Fue una amante de la sinceridad en todos los sentidos. Con los hombres, con las mujeres, con el público. A cara de perro. Y esa sinceridad quedó reflejada en una opinión clarificadora: prefiere el pateo en los estrenos, también que se sise cualquier resbalón vocal, algo que se ha perdido con el tiempo, antes que esa cosa falsa de ahora del aplauso cómplice para luego “poner a caer de un burro la obra por detrás”.

 

   “Soy una gran trágica, pero todos me encuentran graciosa”, llega a decir durante un homenaje organizado en 1987 por el ICAA, donde su amigo Fernán Gómez acierta al definirla así: “Mucho cuidado con la Ponte”. En ese año recibe su primera nominación al Goya, como actriz de reparto por El hermano bastardo de Dios, pero logra el premio de la Academia en 1995, cuando Canción de cuna le brinda una segunda candidatura nuevamente en esa categoría.

 

   Como no podía ser de otro modo, María Luisa continúa trabajando hasta poco tiempo antes de su muerte, el 2 de mayo de 1996, a los 77, tras haber interpretado en 1995 su último papel. Fue el de Petronila Rianzares en La Regenta, serie de TVE con Fernando Méndez-Leite como director. Artista singular, de rompe y rasga, la Ponte solía definirse de la siguiente manera: “Yo soy una actriz de temperamento”. Y que lo digas, María Luisa.

 

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