twitter instagram facebook
Versión imprimir
03-10-2018


El director del cine 

que la gente quería ver

 

Se cumple el centenario del nacimiento de Pedro Lazaga, máximo exponente de la comedia popular, pero con una faceta más artística que aún sigue en la sombra

 


 

JAVIER OCAÑA (@ocanajavier)

“El director del cine que la gente quiere ver”. Pocos se atrevieron a tanto a la hora de definirse. Una frase, una concepción, que reúne la esencia del cine popular con una absoluta confianza interior y exterior. Era Pedro Lazaga (Valls, Tarragona, 3 de octubre de 1918-Madrid, 30 de noviembre de 1979), el hombre de las 93 películas en apenas 30 años de carrera, el realizador de éxitos históricos como Sor Citröen, La ciudad no es para mí  Vente a Alemania, Pepe, el artista de un puñado de obras iniciales de corte más autoral, mucho menos conocidas y grandes fracasos, el ser humano de trayectoria política impensable. Un grande del cine español, del que en estos días se cumple el centenario de su nacimiento.

 

   La gran paradoja de Lazaga es que el posterior triunfador en el terreno de la comedia popular empieza trabajando en una revista de vanguardia: Cine experimental, editada entre 1944 y 1946, de la que es redactor jefe (y posteriormente director) el también realizador cinematográfico Carlos Serrano de Osma, uno de los integrantes de los autodenominados los Telúricos, grupo de artistas que acaban componiendo películas de una extraordinaria osadía formal. Una publicación pionera, en la que Lazaga escribe artículos como "El ritmo en la expresión cinematográfica”, lo que habla, en principio, de un teórico de las formas antes que de un práctico de su expresión más comercial. De hecho, Lazaga viene de ganar varios premios en el Concurso de Críticas Cinematográficas organizado por el CEC (Círculo de Escritores Cinematográficos), y es un habitual de las tertulias de cine del viejo café La Elipa, en el número 43 de la calle Alcalá de Madrid, antes de incorporarse a la profesión.

 

El director, en un rodaje con Paco Martínez Soria

 

   Y es precisamente con Serrano de Osma con el que inicia su actividad profesional, ya desde dentro del cine, gracias a un guion que adapta la novela de Miguel de Unamuno Abel Sánchez. El libreto lo ha realizado Lazaga en solitario, por su cuenta y riesgo, pero, como bien cuenta Asier Aranzubía Cob en Carlos Serrano de Osma: historia de una obsesión, el miembro de los Telúricos “enseguida” muestra “interés” por su traslación. Lo sorprendente es que el joven catalán, aunque deseoso de entrar en el oficio, no quiere vender su guion a toda costa, y antepone una condición indispensable: que se le acepte como ayudante de dirección de la película. Lazaga sabe que es el mejor modo de aprender el oficio, y su estipulación es finalmente admitida por los productores. Aunque no para este trabajo, sino para los dos siguientes de Serrano de Osma como director. Mientras, ambos culminan, ya conjuntamente, una segunda y definitiva versión de la escritura de Abel Sánchez, estrenada en el año 1946.

 

   Tras coescribir con Serrano La sirena negra Embrujo, ambas de 1947, Lazaga da el salto a la dirección con una serie de películas que, de nuevo, están lejos en objetivos y estilo de la marca que le llevaría al triunfo popular. Entre ellas destaca ¡Hombre acosado!, de 1952, cine negro de sombras muy marcadas, clara influencia de El tercer hombre, y donde además se puede ver ya otra de las señas de identidad de su carrera: la filmación en exteriores, y el aprovechamiento de Madrid como gran plató natural de cine. Y ahí quedan para la historia esas imágenes donde el protagonista deambula por el centro de la capital, y en las que se ve el mítico Edificio España, rascacielos de 25 plantas en la plaza del mismo nombre, finalizado en 1953, y que aún aparece con los pisos superiores en construcción.


Cuerda de presos

 

   Una etapa profesional donde sobresale la quizá mejor obra de su carrera: Cuerda de presos (1956), bellísima road movie por los agrestes caminos españoles, filmada en paisajes naturales, y crudo análisis de la realidad social de nuestro país. Y es en esta década de los 50 cuando Lazaga compone también su, hasta hace bien poco, semidesconocido ciclo de películas en los alrededores de la Guerra Civil Española.

 

   El director había luchado en la contienda en el bando republicano. Sin embargo, durante la II Guerra Mundial, y tras ser confinado en un campo de prisioneros franquista, decidió alistarse en la División Azul y volver al frente para luchar contra los comunistas de la URSS. Según la inmensa mayoría de las fuentes, para purgar pecados frente al régimen por su pasado izquierdista. Una experiencia que le sirve para realizar una serie de obras de ambigua adscripción política, que ofrecen trazos diversos en cuanto a su ideología. Dos sobre las consecuencias de la guerra, la coral La patrulla(1954), en la que hay un segmento ambientado en la División Azul, además de Torrepartida (1956), relato sobre el Maquis, al que se borra de toda dimensión política, pues se muestra a los guerrilleros antifranquistas como simples y despiadados bandoleros. Y otras tres, de muy distintos tonos, sobre la contienda en sí, que llegan hasta la década de los 60:El frente infinito (1959), La fiel infantería (1960) y Posición avanzada (1966),en la que se atreve a hacer comedia de la guerra, y que supone, en cierto sentido, un antecedente de La vaquilla.

 

   Sin embargo, tras variados fracasos entre el público, Lazaga se refugia en el estilo que le haría célebre, la comedia popular y comercial, sobre todo a partir del descomunal éxito de Los tramposos (1959). Y ahí empieza a aplicar ese sentido del ritmo, ese tempode las comedias, del que ya hablaba en aquel artículo primigenio de sus tiempos de crítico de cine, en una extensa lista de éxitos, y con varias películas por año: Los chicos del Preu, Abuelo made in Spain, Hasta que el matrimonio nos separe…

 

 

   “Quizá haya rodado argumentos que no los haya meditado demasiado. Guiones que me han dado para empezar el lunes, en los que no he podido calibrar si me gustaban o no me gustaban. Pero una vez que cojo un guion, a mí me gusta. Porque me tiene que gustar. Es que, si no fuera así, no sabría hacerlo”, llega a decir Lazaga en una entrevista para Televisión Española. Algo que corrobora José Sacristán, uno de sus protagonistas predilectos, en La memoria de la tribu, libro biográfico sobre el actor: “Eran unas películas de planteamiento muy elemental. Se elegían a los actores que mejor encajaran en el tema, y el director era el ordenador de todo aquello. Lazaga, además, de ordenador, era un formidable director. A qué volver otra vez con Cuerda de presos La patrulla.Para directores, productores y actores, aquello era una aventura sin grandes complicaciones. Y había una gran cordialidad, al margen del tremendo horario de trabajo”.

 

   Por supuesto que hay malas películas. Incluso muy malas, algo que incluso los que trabajaron con él reconocen. “En 1971 caen dos bodrios más”, dice Landa en Alfredo el Grande, vida de un cómico, de Marcos Ordóñez, “uno de ellos es No firmes más letras, cielo, un Lazaga en horas muy bajas”. Y, a pesar de todo, en otro pasaje, el actor destaca sobre La ciudad no es para mí: “Que sí, que sí, reaccionaria y llena de tópicos, lo que tú quieras. Pero la gente iba en masa al cine, alguna gracia le verían”.

 

   Las palabras sobre Lazaga de los que trabajaron con él son unánimes: de agradecimiento por su trabajo, y también por su talante. En Concha Velasco, diario de una actriz, de Andrés Arconada, la intérprete de, entre otras, Martes y trece, Venta por pisos Yo soy fulana de tal dice tener dos recuerdos que tapan casi todo lo demás relacionado con el éxito de Los tramposos: “El haber conocido a Pedro Lazaga, y la risa constante. Nunca me he reído tanto y tan seguido como en ese rodaje”. Velasco define al realizador como un hombre lleno de vida y de ilusión, que “desparramaba” ambas cosas a su alrededor: “Nos motivaba a todos con su simpatía y con su enorme cultura, y la quería compartir porque la disfrutaba de verdad”.

 

   Pero quizá sea el productor José Luis Dibildos, con el que Lazaga llega a hacer seis películas entre 1957 y 1960 para su sello, Ágata Films, el que haya pormenorizado mejor sobre los métodos de trabajo del director: “Tenía una enorme vocación para el cine. Le encantaba filmar, el momento del rodaje, pero le aburrían las fases de preparación y montaje. Si hubiera dedicado el mismo interés a esas fases, su filmografía hubiera sido más importante de lo que es. Así se explica la desigualdad de su obra. Yo no compartía esa forma de trabajar, pero lo hicimos siempre en perfecta armonía”.

 

Lazaga no puede llegar a las 100 películas por culpa de un tumor cerebral, cuando aún es joven para lo que suele dar de sí la profesión: 61 años. Está recién terminado el rodaje de Siete chicas peligrosas (1979), su último trabajo. El de un hombre perpetuamente ilusionado: “Para mí todas mis películas son iguales porque en todas ellas intento hacer la mejor película del mundo. Siempre quiero hacer Amanecer, de Murnau, o La diligencia, de Ford. Lo que pasa es que unas veces salen mejor y otras salen peor”.

Versión imprimir