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18-04-2022

 EFEMÉRIDES

 

Tony Leblanc, la versatilidad de un cómico irrepetible

 

Nació y vivió en el Museo del Prado, fue pionero de la tele, maestro teatral y paradigma de la comedia para combatir la losa amarga de la dictadura. Capaz de dirigir cine impredecible o de componer pasodobles, supo sobreponerse a la adversidad personal con tal de hacernos reír

 

 

CARLOS ARÉVALO (@arevalocarlos)

El 7 de mayo es la fecha en que se conmemora el centenario de aquel domingo de 1922 en que el popular actor cómico Tony Leblanc venía al mundo en un paritorio tan poco convencional como sería luego su fecundo recorrido vital: una sala del Museo del Prado de Madrid, adonde su madre había acudido de visita rutinaria para ver a su padre, que trabajaba como conserje en la pinacoteca. Y en unas dependencias del célebre museo habilitadas como vivienda, el afamado artista residiría junto a sus progenitores durante más de 25 años, incluso trabajando allí como botones y ascensorista antes de dedicarse profesionalmente al mundo de la interpretación.

 

Se llamaba Ignacio Fernández Sánchez, pero adoptó su nombre artístico al dar sus primeros pasos como bailarín de claqué, una danza que en aquellos años de auge se conocía como “baile americano”. Aquel Tony le otorgaba un halo internacional, mientras que el Leblanc fue un préstamo paterno, cuyo segundo apellido era simplemente Blanc. Otros actores contemporáneos que también comenzaron como bailarines utilizaron nombres similares para actuar: Alfonso del Real que se hacía llamar Tony Charles y Luis Cuenca se presentaba como Tony Astaire. Durante los durísimos tiempos de la guerra civil, Leblanc estuvo bailando en zonas de alto riesgo, incluyendo el frente de batalla. A cambio obtenía algo tan sencillo pero por entonces tan anhelado como un simple plato de comida.

 

Tales eran sus habilidades en esa disciplina que tras la contienda obtuvo el título de campeón de España de claqué en un certamen celebrado en el primigenio Circo Price de Madrid. Enseguida supo que sus cualidades físicas y su destreza como deportista le permitirían compaginar durante un tiempo la práctica del boxeo con la del fútbol. Como púgil fue campeón de Castilla de los pesos wélter y como futbolista militó de guardameta titular del equipo del Chamberí en Tercera División, aunque llegó incluso a jugar tres partidos con el Atlético de Aviación. Pero al final se impuso su vena artística y abandonó esa faceta deportiva para dedicarse en cuerpo y alma a la interpretación. De ahí que ingresara en 1942 como boy-bailarín en la compañía de la popular vedette y empresaria argentina Celia Gámez.

 

Un fotograma de 'El astronauta'

En 'Secretaria para todo', junto a Carmen Sevilla

 

Poco más tarde debutaría en el cine; al principio como extra en títulos como Eugenia de Montijo o Los últimos de Filipinas, y enseguida en papeles protagonistas para más de 70 largometrajes. Entre sus principales trabajos destacan eficaces y entrañables comedias que reflejaban la España de la época como Los tramposos –la escena del timo de la estampita es un momento estelar de nuestro cine–, El tigre de Chamberí, Tres de la Cruz Roja, Historias de la radio, Historias de la televisión, Los subdesarrollados, El astronauta o El hombre que se quiso matar, una de sus películas favoritas. El actor madrileño presumió siempre de ser uno de los pioneros en trabajar en TVE: ya en 1957 debutó en el programa La Goleta, donde coincidiría con sus buenos amigos y compañeros Miguel Gila y José Luis Ozores.

 

Hecho a sí mismo

Fernández Sánchez fue un auténtico luchador, un hombre perteneciente a una generación que se hizo a sí misma trabajando incansablemente hasta alcanzar el éxito en su oficio. Intérprete polifacético y creador infatigable, como actor cultivó lo cómico y lo dramático, compuso revistas musicales, obras de teatro y canciones, grabó discos como cantante melódico de tintes aflamencados, produjo y dirigió cine y fue un extraordinario showman, humorista y hasta promotor de veladas de boxeo. Durante su juventud vivió un tierno noviazgo con la también desaparecida actriz y cantante Nati Mistral antes de contraer matrimonio con su adorada esposa, Isabel Páez, con quién formó una familia numerosa de ocho hijos. De esa intensa trayectoria vital y enorme temperamento dejaría constancia en 1999 con su libro de memorias, Esta es mi vida.

 

Detrás de la cámara, en una faceta, la de director, todavía no suficientemente reivindicada

 

Sobre las tablas también cosechó notables triunfos a partir de mediados de los cuarenta. En 1946 fue galán cómico en el teatro Lara con Las horas inolvidables, al año siguiente pasó a la compañía de Ana Mariscal para incorporarse después a la de Manuel Paso –donde estuvo tres años como director y primer actor– y, posteriormente, entrar en la de Luis Escobar. Representó Doña mariquita de mi corazón, Cinco minutos nada menos, Te espero en Eslava o Ven y ven al Eslava, entre otros espectáculos muy aplaudidos. Y como autor de canciones firmó centenares de piezas, entre las que destaca Cántame un pasodoble español, que estrenó Ana María Parra en la revista titulada Lo verás y lo cantarás y que más tarde grabarían Lolita Sevilla y Jorge Sepúlveda.

 

Leblanc también fue autor y protagonista de la obra ¡Pobre Jorge! o de montajes como Paloma, palomita, palomera, con el que obtuvo calurosa acogida por toda la geografía española. Como cineasta dirigió tres largometrajes entre 1961 y 1962: El pobre García, un melodrama humorístico donde se dio a conocer una joven Lina Morgan; Los pedigüeños, que intentaba prolongar la línea argumental de exitosos filmes pícaros como Los tramposos o Los económicamente débiles; y Una isla con tomate, una arriesgada realización que buscó la línea del astracán divertido sin el éxito esperado.

 

Más allá de aciertos y errores, la sola aparición de Tony Leblanc en las pantallas o en los escenarios se convirtió en sinónimo de risas aseguradas. El actor también triunfó como presentador de galas y programas especiales, e inventó grotescos personajes cómicos, de Cristobalito Gazmoño a Kid Tarao, con gran aceptación. Uno de sus momentos televisivos memorables ocurrió en el programa Esta noche, fiesta cuando, en un monumento al surrealismo, se concentró en… pelar una manzana.

 

Como Cervan, el quiosquero de 'Cuéntame cómo pasó' (TVE)

 

A mediados de los setenta y tras intervenir en la película Tres suecas para tres Rodríguez, Leblanc decidió retirarse del cine para concentrarse en la tele y el teatro. Un grave accidente de circulación en 1983, que casi le cuesta la vida, le abocó a numerosas intervenciones quirúrgicas que mermaron considerablemente su salud. Obtuvo la incapacidad total y abandonó paulatinamente sus actividades hasta que, en 1998, Santiago Segura lo convenció para volver al cine en Torrente, el brazo tonto de la ley. Aquel papel en el que encarnaba al padre del protagonista, un avispado anciano minusválido, no solo le proporcionó el Goya al Mejor Actor de Reparto, sino el empujón necesario para su resurgir profesional y anímico. Volvería a rodar a las órdenes de Segura tres secuelas más, e incluso la televisión le brindaría una segunda época dorada gracias a Cuéntame cómo pasó, donde interpretó al popular quiosquero Cervan.

 

En 1994 ya había recibido el Goya de Honor tras toda una vida dedicada al cine, un reconocimiento que se añadía al Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo, la Medalla al Mérito en el Trabajo, la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes o el nombramiento como Hijo Adoptivo de Villaviciosa de Odón (Madrid), su localidad de residencia, donde una calle (como otra en Benidorm, lugar habitual de veraneo) lleva su nombre. En este 2022 del centenario se cumple a la vez una década desde su desaparición, a los noventa años de edad, tras sufrir un fallo cardíaco. De su monumental legado artístico siempre pervivirá eso que mejor supo transmitir: un don natural para entretener y hacernos reír.

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