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13-06-2013

 
CESC GAY


 “Dirigir no es muy gratificante. Me imagino profesiones más divertidas”


Es un experto desmenuzando crisis existenciales: la adolescencia en ‘Krámpack’, los treinteañeros con ‘En la ciudad’ y a los de 40 en ‘Una pistola en cada mano’



SERGIO GARRIDO PIZARROSO
Es el cineasta de la mirada cotidiana, la de los sentimientos más cercanos, independientemente de que el espacio sea una montaña, la costa catalana o las inmediaciones de una gran ciudad. En sus trabajos se cuelan historias intimistas, amores y secretos escondidos, descubrimientos adolescentes o los estragos del paso del tiempo.

   El director barcelonés Cesc Gay comenzó su andadura en la Escola Municipal d’Audiovisuals de Barcelona (EMAV), donde estudió cine. Unos años que recuerda con nostalgia. “No era una escuela con muchas prestaciones como la ESCAC. Compartía con otros chavales jóvenes las inquietudes por hacer nuestros cortometrajes y nos ayudábamos los unos a los otros”, rememora.

   Su primera vez dirigiendo fue en una habitación de hotel que, en realidad, era el piso de su amigo el argentino Daniel Gimelberg, con el que realizó Hotel Room en 1998. “Era el comedor de Daniel. Echamos a todos sus compañeros de piso y lo decoramos todo para creernos un poco que eso podía ser una habitación de hotel. Más o menos dio el pego”, relata. En el año 2000, plasmaría los conflictos sentimentales y el descubrimiento de la sexualidad de unos veinteañeros en Krámpack, basada en la obra teatral del actor Jordi Sánchez.

   Poco a poco se ha ido convirtiendo en un especialista en eso de las crisis, las interiores, que nada tienen que ver con los dichosos mercados pero también entrañan su prima de riesgo. Con En la ciudad volvió a reflejar las preocupaciones de un grupo de amigos, en esta ocasión unos treinteañeros con el actor Eduard Fernández a la cabeza. Su última película, Una pistola en cada mano, le ha valido un Premio Gaudí, ha servido para recuperar por la puerta grande a la incombustible Candela Peña (Goya 2013 a la Mejor Interpretación Femenina de Reparto) y para ofrecer una ácida e irónica radiografía de la vida a los cuarenta. ¿Y los 60, darán para otra crisis? “Vete a saber. Igual sí o no. A lo mejor entonces me dedicaré a hacer películas de gente muy feliz y que está de juerga todo el día”, afirma entre risas. 

En pleno rodaje, junto a Ricardo Darín y Luis Tosar

En pleno rodaje, junto a Ricardo Darín y Luis Tosar



– ¿Cómo recuerda aquel primer momento tras la cámara?
– Pasé por una primera fase en la que hacía cortometrajes en Súper 8. Luego  apareció el vídeo y empecé a trabajar con él. Pero la primera vez que tuve una sensación especial, de empezar a dirigir, fue en Nueva York, con Hotel Room, la película que codirigí junto a Daniel Gimelberg. Ahí sí que me acuerdo bastante de los primeros días, de esa sensación de estar en un set con un equipo pequeño. De estar haciendo algo más en serio, vaya. Y sí, lo recuerdo con nervios.

– ¿Da para tanto una habitación de hotel? 
– Nos pareció que era una forma de trabajar más fácil que con exteriores. Como tampoco disponíamos de dinero para nada, decidimos intentar rodar una película en pocos días y sin salir de una habitación. Cuando tomamos esa decisión nos propusimos contar diferentes historias para no aburrirnos solo con una. A partir de ahí nació Hotel Room.

– Pocos recursos, un piso convertido en hotel, usted y su amigo Gimelberg… Debió de ser como lanzarse a la piscina.
– El padre de Daniel había muerto unos años antes y, de hecho, la película se financió con un dinero que recibió de la empresa de seguros. Daniel siempre recordaba la mañana en que su padre le dijo algo en el baño, a lo que él no hizo mucho caso y se fue. Justo después a su padre lo atropelló un coche. Siempre me decía: “si hubiera estado un minuto hablando con mi padre, ese coche no le hubiera atropellado”. Por eso Hotel Room era continuamente un juego sobre el azar y el destino, una entrada y salida a la habitación de distintos personajes a lo largo del día.

– A la hora del montaje, ¿resultó más complicado mostrar esos saltos narrativos o el cambio de personajes?
– Cada película tiene sus dificultades: tanto las que están en un espacio único como las que cuentan con muchas localizaciones y no paras de moverte. Pero al final el objetivo es el mismo: generar una buena historia a lo largo de noventa o cien minutos.

– Relaciones de pareja, incomunicación, homosexualidad, crisis de identidad, infidelidad... ¿Le gusta tocar lo cotidiano?
– Igual es que no tengo mucha imaginación [ríe]. La verdad es que siempre me ha gustado trabajar sobre lo cercano y lo sentimental. Supongo que eso es lo que ha dado contenido a mis películas.



– ¿No se animaría a tirar por la borda la realidad y hacer algo más fantasioso?
– Sí, pero me gustaría que eso llegara a través de un guion escrito por otra persona, y hay poca inversión en guionistas y en guiones. Por eso en este país los directores acostumbran a escribir sus guiones.

– Cuando dirige, ¿es más metódico o intuitivo?
– Dirigir es un trabajo que ocupa un año durante el que haces muchas cosas distintas. Al final hay una parte de método, más racional, en las cosas que decides y en los pasos que tomas, pero también hay un componente intuitivo en la creación. Una parte que no se explica, de la que desconoces el porqué, pero intuyes que debes hacerla así. Lo importante es tener estas dos mitades equilibradas: ni dejarte llevar demasiado por la intuición ni por el método.

– ¿Es un oficio arriesgado?
– Lo más difícil de dirigir es ser capaz de mantener el criterio o sentido de lo que quieres hacer, pese a todos los tsunamis que te caen encima. Ser capaz de mantener y defender tus ideas pase lo que pase y pelear contra todos, superar los meses y meses que dura una película… Eso es lo más duro. Tener esa tozudez y esa fe en algo que, por otro lado, es muy intangible.

– Pero todo tiene su parte gratificante…
– Me imagino otras profesiones mucho más divertidas y relajadas [ríe]. No pretendo que esto suena como una queja: si lo hacemos es porque nos gusta. Pero dirigir no es una actividad especialmente agradable.

‘En la ciudad’ muestra el ritmo frenético de la vida actual y la incomunicación. ¿Implica algo de crítica a la sociedad?
– Es más una película sobre lo que no contamos, sobre todo lo que los personajes no expresan, por pudor o por protegerse. En el fondo era eso, contar cómo incluso entre tu grupo de amigos más cercano no te cuentas muchas cosas.

– En cambio, en ‘Ficción’ el protagonista huye de la ciudad…
– Querer contar una historia no vivida en el sentido de que está reprimida por los dos protagonistas. Me apetecía mucho salir de un entorno urbano, eso me llevó a aislar al personaje y que tuviera más libertad. En el fondo es una película muy romántica, aunque tiene ese tono también de pérdida.

– Con ‘Una pistola en cada mano’ le reportó hace poco un Gaudí. ¿Qué valor le concede a los premios?
– Son siempre una forma de recargar el depósito, en autoestima personal, y además también pueden beneficiar a la productora y a todo el equipo. Garantizan un poco que podamos seguir en este negocio tan duro y estricto a veces…

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