Chus Gutiérrez
“Las directoras de cine
tenemos la mitad de visibilidad”
Granadina por el mundo, hermana y madre de artistas, Chus Gutiérrez delata en un documental la desigualdad de la mujer en todos los ámbitos. Un género y un asunto que domina bien. En casi 30 años de trabajo ha firmado unos cuantos
JAVIER OLIVARES LEÓN
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha (@enriquecidoncha)
Vive en esa zona de la capital de España en la que convergen las gominas y las mechas de la Castellana con el bullicio étnico de Cuatro Caminos. Chus Gutiérrez, a punto de cumplir 30 años como realizadora y 58 como ser humano, acaba de montar el documental Rol % Rol, centrado en un tema que merodea su imaginario con recurrencia: la falta de visibilidad de las mujeres, de la que tienen mucha culpa los medios, las redes… Lo ha hecho en un formato que instauró en Sexo oral y en Droga oral: la sucesión de entrevistas ante la cámara (entre otras, a su hija Alba, actriz), esta vez con mujeres científicas, economistas, artistas, publicistas, activistas… y alguna política, no todas las que quiso. Ilustra su discurso con datos, de forma permanente. “En 1985, el porcentaje de mujeres que estudiaban carreras de ciencias era del 30 por ciento”, recuerda. “En el último año, 2019, ronda el 13 por ciento. Vamos hacia atrás”.
– ¿Diría que vivimos muchas contradicciones?
– Incontables. La presencia de la mujer parece mayor, pero con todos los sesgos y estereotipos, con la falta de referentes, no avanzamos.
– Hay una frase del documental, “si puedes verlo, puedes llegar a serlo”, que se revela como su lema.
– Pero si las mujeres que tienen cargos de responsabilidad no son mostradas en los medios como alguien que seguir, las chicas no van a estudiar esa carrera o disciplinas. Luego, se encuentran en el lugar de trabajo con muchos hombres, y es necesario que ellas sean más (en número). No pueden cambiar nada en un entorno laboral, y los progresos que parecen grandes no lo son tanto.
– ¿Cómo está la proporción en el mundo del cine?
– De las 140 películas estrenadas de 2019 apenas hemos hecho 17. En la última edición de los Goya, la brecha era brutal. No solo hay que hacer el trabajo: la visibilidad posterior es la mitad de la mitad. Y cuando tienes reconocimiento llegas a la segunda película, pero con una reseñita ridícula.
– ¿Qué excepciones ha habido en su gremio?
– Carla Simón, que hizo una gran película [Verano 1993], y ha tenido apoyo. Pero Arantxa Echevarría ha firmado su ópera prima, Carmen y Lola… con 50 años. Vamos avanzando, pero poco. Y, en la interpretación, según otro estudio mundial, los papeles protagonistas son el 39 por ciento hasta los 35 años, pero va descendiendo según cumple edad la actriz.
– ¿Qué diría que es lo más sangrante del documental?
– Lo relativo a tecnología. Estamos ya en el futuro y apenas hay mujeres. El objetivo, la filosofía, es que si puedes ser científica, o directora de cine, consigas serlo. En el documental preguntamos a gente anónima por la calle para que identifique a algunas mujeres de la ciencia o la política, y ni les suenan. En los medios no hay visibilidad con la fuerza que apoyan a los hombres.
– ¿Le han hecho alguna entrevista sin hablar de este asunto?
Es algo curioso. Incluso cuando ruedo mi primera película [Sublet, producida en 1991 por Fernando Trueba y protagonizada por su amiga Icíar Bollaín], la primera pregunta que me hacen es “¿Cómo es eso de ser mujer y hacer cine?”. No lo había pensado jamás: yo vivía entonces en un momento histórico en este país, con una inocencia y una energía tremendas. Y quería hacer lo que quería hacer, sin pensar que mi género fuera un condicionante. Pero el sistema te obliga a pensar por qué quieres hacer qué y qué significa hacerlo. Y tienes que pensar qué significa ser una mujer. Insólito.
– El siglo pasado, entre Josefina Molina y Pilar Miró, pocas directoras hubo…
– Muy pocas. Hasta los noventa… Icíar Bollaín, Gracia Querejeta, Isabel Coixet, yo… Helena Taberna… pero el resto, muy despacio.
– ¿El género documental es una buena salida para la creación?
– Es dificilísimo, un arte maravilloso. Pero complicado, con presupuestos limitados, con poca financiación. Lo bueno del documental es que lo estructuras y lo terminas en el montaje, constituye un viaje sin guion estructurado. Tú sabes hacia dónde vas, pero todo lo demás es una construcción. Para mí, montar un documental es más difícil que montar una ficción. En esta conoces el orden de secuencias entre la 1 y la 120. Puedes reestructurar, pero tienes una limitación. En un documental, no. Todo se estructura en el montaje. Surgen cosas, quieres tener entrevistas y no puedes…
– ¿Por ejemplo, en este, qué falló?
– Pues… políticas del PP, de Ciudadanos, mujeres importantes. Porque el cine es poder, pero la política es poder de decisión sobre mucha gente. Te das cuenta de que hay una especie de cansancio sobre el asunto –“¿otra vez?”, preguntaban–, parece que hemos hecho 100.000, y no hay tantos. Crea rechazo el tema. Las mujeres tienen como miedo a posicionarse o ser identificadas con un determinado discurso. Estamos de acuerdo en que queremos la igualdad, pero a la hora de construir algo, hay muchas suspicacias. Y claro, me he encontrado problemas.
– ¿Qué gremio ha salido fortalecido?
– En general, ninguno. Las deportistas son las grandes olvidadas. Hay noticias de este tipo: “Gana tal persona la final de noséqué, y el premio ha sido un secador y un bikini”. Ellas viajan a las competiciones en autobús, mientras ellos lo hacen en avión. Muchas mujeres deportistas tienen carrera: ya saben que no van a poder vivir del deporte. La diferencia es bestial, mucho más de lo que aparenta la situación. La pobreza, en general, está más relacionada con las mujeres, son mucho más pobres.
– ¿Qué espera que destile este trabajo?
– Nunca espero nada. Hago las cosas porque lo necesito. Si no lo hago, muero. Siempre tengo sueños mucho más grandes, que confrontas con la realidad. Espero la igualdad, un concepto que nos atañe a todos, a hombres y mueres. La igualdad apela a un cambio de estructura profunda, de una sociedad entera. Si somos iguales, hombres y mujeres deben ocupar espacios donde no están. Todo eso acarrea una revolución. Estamos llegando a un cénit del sistema capitalista, muy depredador, y todos, dentro de ese proceso, necesitamos la mirada que aporta el feminismo sobre el mundo.
Muy implicada desde su fundación en la Asociación de Mujeres de Cine y Medios Audiovisuales (CIMA), autora de diez largos (Ciudad delirio, Insomnio…) y muchos cortos indispensables, Gutiérrez formó parte deHay motivo, aquella película de dirección coral de 2004, con un relato, Adolescentes, crítico con la educación pública. “Siempre hay motivo para hacer películas así, por supuesto. Siempre hay relato”, insiste. También escribió y dirigió un monólogo para el teatro, El instante del absurdo, que protagonizó Roberto Álvarez en un Festival de Mérida. El teatro, confiesa, es su asignatura pendiente.
– En toda su filmografía hay un trasfondo social: mujeres, música, desfavorecidos…
– Creo que una creadora debe estar relacionada con el mundo en el que vive. Es inevitable. Incluso si hiciera una de terror, seguramente estaría relacionada con mis preocupaciones. [Reflexiona unos segundos]. Hombre, Calentito [de 2005, que evocaba las peripecias de un grupo femenino punk en la noche del 23F] no sé si es tan social, es más comedia. Al final, los temas que escojo son los que me interesan a mí, sobre los que quiero saber más. Trabajas con el material que tienes y sobre el que te interesa investigar también.
– ¿Tocaría algo de Poniente, vistos los derroteros que ha tomado la inmigración?
– No cambiaría nada. Ni en Poniente [2002] ni en Retorno a Hansala [2008], adonde hemos vuelto para el documental, que trata el mismo tema. Creo que ambas son vigentes. Nunca reviso un trabajo con ojos o intención de cambiarlo. Puede tener revisión en el tiempo, que siga transmitiendo, que tenga que ver con la parte emocional. Y creo que la gente que lo ve tiene que decidir.
– El Lavapiés de Alma gitana fue un avistamiento del actual.
– ¡Fíjate! Y hablamos del año 1995. Tiene aportaciones interesantes, con una intención velada: “No voy a usar actores que hagan de gitanos, sino los que salgan del casting que hagamos en la comunidad gitana”. Y algo logramos. Fue precioso. Por ejemplo, Arantxa Echevarría me confesó que Alma gitana fue importante para que ella hiciera Carmen y Lola. A veces hay aciertos que son aportaciones con sentido.
– ¿Alguien del elenco fue hallazgo suyo?
– Pedro Alonso, que está en La casa de Papel, por ejemplo. Digamos que yo le di la confirmación… era más actor de teatro, recuerdo que estaba con La Fura dels Baus. Amara Carmona hizo un par de películas y ya no volvió a trabajar. Pero allí estaba incluso Peret, por ejemplo.
– Otra aportación suya muy celebrada fue el documental Sacromonte.
– Y significó mucho para mí, que había dejado Granada, mi ciudad natal, a los ocho años. Fue un descubrimiento, un trozo de comunidad. Cuando acudí a consultar la documentación de esa historia impresionante, me di cuenta de que apenas hay. El flamenco de ese barrio era considerado un mal flamenco, para turistas.
– ¿Qué cambió ese barrio?
– Hay momentos decisivos en los años 60: tras las inundaciones de 1962 [más de 1.600 familias desalojadas por derrumbamiento de las casas-cueva], los románticos empiezan a acudir a pintar a las gitanas y los gitanos, asentando un universo orientalista. José Val del Omar, por ejemplo, trabaja mucho en Sacromonte. Y todo Hollywood pasa por allí: Ava Gardner, Eva Perón, los mexicanos del petróleo… Incluso Michelle Obama, cuando viene a España. Y, sin embargo, cuando arrancamos no había documentación. Por eso, el documental tiene el valor de la memoria. Habla de la transmisión de un momento, una época. Si dentro de 40 años alguien muestra interés por ese rincón, acudirá a este pequeño trabajo.
Las Xoxonees, la Movida en Nueva York
La biografía de Chus Gutiérrez en los 70 fue (y seguramente, es) la envidia de sus coetáneos. Con 17 años se fue a estudiar inglés a Londres, algo heroico en esa época. Luego, a los 21, saltó a Nueva York (más dientes largos en su entorno), para estudiar y adentrarse en el cine. Una de sus seis hermanos, Blanca Li para el arte, se hizo célebre con la coreografía, pero también dirigió. A pesar de la distancia, Gutiérrez no fue ajena a la Movida que marcó los tímpanos de finales del siglo pasado. Ambas crearon allí en 1983 un grupo de flamenco-rap que llamaron Las Xoxonees (pronúnciese “chochonis”). “Constituía otra manera de expresarse”, recuerda Gutiérrez. “Íbamos absolutamente por delante de nuestro tiempo. Tanto, que chocaba. Hablábamos de antirracismo, de no depilarse, de contaminación, de ser madres solteras”, con letras tan irónicas como críticas. Completaban el grupo Montse Martínez y Cristina Hernández, antes de sumarse Etienne Li y Tao Gutiérrez. En 1989, a los dos años de su puesta de largo en España, echaron el cierre. La película El Calentito (2005) narraba las andanzas de un grupo femenino punk en pleno 23-F. Nada era casualidad: así se llamaba el bar de Blanca, antes churrería familiar.