twitter instagram facebook
Versión imprimir
17-10-2014

 
 
Clara Segura

“Yo no tengo vocación de dejar huella en nada”


La encumbraron la tele y Amenábar e incluso la vimos en ‘Spanish movie’ o ‘Tres metros sobre el cielo’. Pero ella prefiere el teatro al autógrafo… y la conversación a los ‘selfies’
 
 
FERNANDO NEIRA
Reportaje gráfico: Pau Fabregat
Esta no es una entrevista cualquiera a Clara Segura. Qué va. La mañana es plácida y gozosa bajo el sol pausado de Sant Just Desvern, un insólito remanso a diez kilómetros del bullicio de la Ciudad Condal, y esos ojos vivaces que nos contemplan pertenecen a la flamante ganadora del Premi Ciutat de Barcelona, a la destinataria del último Gaudí a la mejor actriz secundaria (Todos quieren lo mejor para ella), a la reina de la tragedia teatral clásica (Electra), posmoderna (Incendies) o hedonista (La rosa tatuada). Segura se muestra radiante ahora que acaba de cumplimentar la cuarta década de vida; reparte saludos y sonrisas a destajo porque todos, familiares y vecinos, la conocen y gustan de su conversación; atiende incluso a un espontáneo que a pie de calle le propone participar en un cortometraje autoproducido. Pero el auténtico protagonista de la mañana no ha rodado con Amenábar y está por ahora lejos de ser un rostro ilustre de la TV3. Responde al nombre de Lluc y los pliegues sonrosados de su carita de seis semanas parecen una cartografía de la felicidad. Por eso esta no es una entrevista cualquiera a Clara Segura, actriz de raza que huye de trascendencias y boatos, una mujer encantada de ver relegado su protagonismo cuando Lluc abre el ojo y reclama su ración de nutrientes maternos. “A veces, cinco minutos disfrutados cunden más que dos horas corriendo por hacerlo todo”, nos resume con esa sabiduría serena de madre por partida doble.
 
 

 
 
– Puede que a Lluc, dentro de unos años, le formulen esta misma pregunta. ¿Lo de ser actriz le venía a usted incorporado en el código genético?
– Bueno, digamos que no tuve un entorno nada hostil hacia la cultura y el arte. Mis padres hicieron teatro de jóvenes y se educaron en escuelas que seguían la inercia republicana e incluían canto, baile y hasta costura entre sus enseñanzas. Y tampoco había que ser muy listo para advertir que yo apuntaba maneras desde niña, cuando disfrazaba de circo a mi primo y a mi hermano… La tentación de interpretar siempre estuvo ahí, por más que acabara matriculándome en Historia del Arte. Una amiga de mi madre me espetó: “Tú, que no estás callada ni cinco minutos, ¿te vas a pasar la vida vigilando museos?”. Así que al cabo del primer trimestre renuncié a la matrícula y me apunté al Institut del Teatre.
 
– Donde hoy, lo que son las cosas, imparte usted clases…
– Sí, Interpretación de tercero y Técnicas de segundo, con alumnos de 19 y 20 años. Me encanta trabajar con ellos, compartir su incertidumbre sobre lo que les deparará la vida, observarles en plena eclosión de energía. La radicalidad de ahora me seduce y me sonroja. Son impulsivos, se mueven, enseñan el culo. Nosotros lo intelectualizábamos todo, nos quejábamos de una forma más encubierta.
 
 

 
 
– Cuando usted tenía la edad de ellos también coqueteaba con la música y la danza. ¿Llegó a pensar en ellas como actividad principal?
– No, aquellas eran cualidades menos innatas. Aprendí a tocar el piano y hoy me considero una actriz que a veces canta sin desafinar, pero nada más. Con todo, la danza y la música me sirven a diario para calibrar la armonía con la que fluye el cuerpo o el sentido del ritmo en los versos teatrales. La comedia, por ejemplo, es pura música, puro ritmo.
 
– No parece que vivamos buenos tiempos para la lírica, sin embargo.
– Es terrible, ya. Ahora quieren reducir las horas de música en la enseñanza, y eso es como cortarle a la gente las alas de la felicidad. Hay canciones que han salvado vidas, pero los poderes públicos prefieren personas seguidistas y grises.
 
 

 
 
– Su debut teatral sucedió a los 22 años, con el ‘Don Perlimplín’ lorquiano. ¿Fue un alarde precoz de versatilidad?
– ¡Fue una sustitución! Falló la criada y, por esas cosas que pasaban al final del Institut, me eligieron a mí aunque no me correspondiese por edad. Desde entonces, Lorca es para mí una espina clavada. Hace unos meses iba a hacer una Bernarda Alba con Núria [Espert] y la Sardà, pero ya estaba embarazada de Lluc y no procedía: todas las hermanas de la obra son vírgenes. Me gustaría trabajar a Lorca, Valle-Inclán y, en general, los clásicos castellanos. Disfruté mucho con Calderón, y eso que era un papel pequeño.
 
– ¿Esas carencias en su currículo provienen de las eternas suspicacias entre Madrid y Barcelona?
– Sí, supongo que a nivel formativo aquí montaríamos antes un clásico polaco que uno español, y eso es una pena. Amo hacer teatro en catalán y las improvisaciones solo me saldrían en mi lengua materna, el catalán, pero defiendo todos los idiomas y reivindico el castellano como el segundísimo de a bordo.
 
 

 
 
– Y ahora que ya goza también de un amplio bagaje en cine y televisión, ¿no le tortura el carácter efímero del teatro?
– Al contrario, eso mismo es lo que lo hace irrepetible, adrenalítico, adictivo. Mire, yo no tengo vocación de dejar huella en nada. Siento el influjo de mujeres como la Xirgu, ¡pero yo no la he visto nunca! En el teatro hay que estar para sentir, y ese es un lujo en estos tiempos en que todo está enlatado y la comunicación se concibe artificialmente a través de las redes sociales. Vivimos en un mundo en que, si coincides con alguien a quien admiras, no te paras a preguntarle ni a oler su colonia. En vez de eso, te haces un selfie para proclamar al mundo: “Mirad, tengo una foto con Fulanito”. Es absurdo.
 
– ¿Qué colonias le gustaría oler ahora mismo?
– Las de Ryan Gosling (¡porque es una debilidad!), Meryl Streep y Carmen Machi. Bueno, a esta ya se la olí, pero quiero repetir porque no la recuerdo bien, jajaja. Y tampoco me importaría mantener unas buenas conversaciones de tú a tú con Jeff Bridges o con el subcomandante Marcos, que desapareció porque es más importante su causa que él mismo.
 
– En 2004 cumplía 30 años y le coincidieron ‘Mar adentro’ y su eclosión televisiva en ‘…amb Manel Fuentes’. ¿Vivió aquello como una alineación de planetas?
– Alguien me dijo que era mi momento más dulce, sí, pero procuro que no me deslumbren estas cosas. En realidad, yo soy de las que se salta los photocalls con la excusa de que tengo que ir al baño… Fue bonito participar de aquel apogeo del cine español y conocer a Amenábar, un hombre peculiar, reservado, más observador que comunicativo, perfecto como capitán del barco.
 
– Pero se le dispararía el índice de firmas de autógrafos, al menos…
– Ligeramente, porque aquí el impacto televisivo es muy de andar por casa. Los catalanes somos gente tímida, hay pocos que te aborden con un “¡Hombre, tía!” y muchos más que intercambian algún codazo a tu paso. Aunque luego está el caso de aquella señora que me reconoció en una playa nudista… ¡y se empeñó en presentarme a su marido, jajaja!
 
 

 
 
– Usted exploró su vis cómica en TV3 con ‘Vinagre’. ¿Prefiere el humor agrio o caramelizado?
– Con cierta acidez, siempre. Adoro la ironía de la comedia inglesa y me interesa muy poco hacer el tonto. Me apetece seguir explorando en este terreno, la verdad. El atractivo de la comedia radica en que vas a la par con el espectador: tú disparas y ellos se ríen.
 
– Eran muy risibles los hombres de ‘Una pistola en cada mano’, la película que grabó con Cesc Gay. ¿El varón de hoy es un poco así, un perfecto fiasco?
– ¡Nooo! Los hombres son seres listos, pero desubicados. Les falta expresar mejor sus emociones, pero las mujeres a veces queremos que se comporten con nuestro mismo nivel hormonal, como si a ellos también tuviera que bajarles la regla cada cuatro semanas. Cesc retrata a unos hombres patéticos, pero a nosotras a veces tampoco nos falta nuestro desequilibrio emocional…
 
– Permitámonos, para acabar, un descanso. ¿Una persona tan creativa como usted disfruta de la sensación de no hacer nada?
– ¡Estoy trabajando en ello! Soy demasiado entusiasta de cualquier cosa, lo sé. Me gusta tanto todo que a veces tengo que decirme: “Come despacio, Clara, estáte tranquila…”. Mi pelo, cara y culo me dicen que me estoy haciendo mayor, pero me gustan las arrugas y las cosas que caen en este mundo en que se supone que todo tiene que ir hacia arriba.
 

Versión imprimir