La directora venezolana ya deslumbró en el Festival de Málaga con ‘Las consecuencias’, que se rodó en la hoy desfigurada La Palma. Enfrascada en un documental (también intimista) sobre la identidad y la profesión de actor, haría hueco “mañana mismo” a su tercera película, para que no tarde tanto en llegar como esta
JAVIER OLIVARES.
FOTOGRAFÍAS: ENRIQUE CIDONCHA
Claudia Pinto ha tenido un otoño intenso. La sección oficial del Festival de Cine de Guadalajara (México) ha representado el estreno internacional de Las consecuencias tras los dos premios obtenidos en primavera en el Festival de Málaga. Gracias a esta tournée ha compartido su segundo largometraje con el gremio. Venezolana de 44 años, ha echado raíces en España. Sus dos hijos, Julia y Gael, nacieron en Valencia, “como mi hipoteca, que también es valenciana”, bromea. Las consecuencias es un thriller emocional, una multinacional del español con todos sus acentos en el reparto, en el que cobran importancia los silencios y la mirada del otro. “Nuestra intimidad está en manos de todos, todo el tiempo. En la película hay mucho lenguaje de los ojos, nos hemos mirado más después de año y medio encerrados”.
– Hay muchos cabos sueltos en Las consecuencias. ¿Era ese su objetivo?
– Sí. La película no pretendía responder a nada. Prefiere ser un caleidoscopio de puntos de vista sobre un tema incluso moral, humano. No hay blancos y negros, todos son víctimas y victimarios a la vez. Dar respuestas a un tema como este [el despertar de una mujer a la realidad a raíz de un trauma familiar] sería una locura.
– Dice que es esta una película de ventanas abiertas.
– Sí. Para que cada cual la vea desde donde quiera. Se trata de una película para hablarla después, con una copa de vino o una cerveza, para hablar del silencio. Y más ahora, tras tanto tiempo cerrados en el ámbito de la familia, sin poder ver a gente. Es excusa para una conversación, tiene más eco.
– ¿Por qué le atraen las cosas que le inquietan o le dan miedo?
– Tanto esta como mi película anterior son propuestas muy personales. No parten de un planteamiento comercial ni industrial. Esto no es cine de autor, pequeñito. En cierto sentido es grande, entre comillas. Pero arrastrar una historia como esta representa cinco años de vida. Dirijo televisión también, y cuando me planteo cine intento dar algo que me mueva de verdad. Son historias que se están rumiando y me acompañan durante largo tiempo. En ese sentido, el cine para mí no es un trabajo. Es más bien la obligación de intentar responder a lo que no entiendo. El miedo es un motor para la creación porque las cosas que me gustan son las que me quitan el sueño.
– ¿Hablamos de inquietud familiar o de madre?
– De madre. Yo tengo dos nenes: Julia, de siete años, y Gael, de cuatro. Cuando escribí esta historia estaba embarazada del niño. La maternidad te hace responsable de otro, una de las personas que más vas a querer en tu vida depende de ti, y esa responsabilidad da mucho miedo. ¿Lo haré bien cuando llegue al peligro? ¿Sabré anticiparlo? A partir de eso empezamos a escribir la película, que habla de los miedos de una madre, de recuperar a su hija adolescente por una desconexión de la vida. Y cuando empieza a despertar ve cosas que no le gustan.
– O sea, el guion no tiene relación directa con su vida, pero podría tenerla.
– Es personal, en el sentido de donde parte. Parte de la intimidad, de un pensamiento muy íntimo que me ha llevado hasta aquí.
– ¿El título se refiere a esa situación familiar no hablada?
– Se refiere a lo que metemos debajo de la alfombra en las familias, un montón que se va haciendo cada vez más grande. El silencio y sus consecuencias. ¿Por qué es tan difícil decir la verdad? No sabes si mientes por proteger a la gente que quieres… o lo haces por protegerte a ti mismo de las consecuencias del silencio. Es más eso.
– Las localizaciones canarias conmueven.
– Estaba mucho tiempo antes en Berlín, en el European Film Market, y ya pensaba en las islas, en una casa recóndita y rodeada de naturaleza. ¿Dónde encontrarla? Una chica canaria me sugirió ese pueblo-cueva de La Palma, Porís de Candelaria, un rincón de Tijarafe. La Palma, una isla volcánica, la más fría del Atlántico, era ideal. La anterior película [La distancia más larga] la rodé en mi país. Me gusta sacar a los personajes de su zona de confort, llevarlos a un sitio donde se encuentren más vulnerables. Y el peso de la naturaleza siempre me ayuda en eso. Nos sentimos frágiles. Necesitaba un lugar potente, magnético, capaz de provocar inquietud. Fui varias veces. Incluso mientras escribía. Tratando de incorporar la naturaleza vas incorporando las localizaciones. De hecho, lo que piensan los personajes les acompaña en el lugar. Forma parte del diálogo.
– Como venezolana, ¿percibe esa proverbial conexión con el archipiélago?
– Ya llevo 20 años en España, pero volví de Canarias con acento. Es cierto que incluso el sentido del humor nos emparenta. Trabajo mucho por intuición, y a veces no son decisiones perdidas, como esta localización.
– ¿Cambió usted muchas cosas durante el rodaje?
– Me gusta mucho hablar con actores y dirigirlos. Es de las cosas más bonitas del oficio de director, no llevar la película planificada. Paso tiempo con ellos, y al ir a la escena lo vamos preparando juntos, en ese proceso modificamos cosas. Por ejemplo, frases que no estaban y se añaden. Con el actor Alfredo Castro agregamos un par de frases contundentes que no aparecían en el guion. Si abres los sentidos a lo que evoluciona, la película te habla, te pide cosas.
– Dicen que fue una filmación épica.
– El rodaje en sí es una aventura. Rodamos en sitios de difícil acceso, y un temporal lo retrasó siete meses. Al lugar en el que está la casa en la que transcurre todo solo se puede llegar por mar. Bajamos los equipos con tirolinas desde el acantilado o a través de cadena humana desde la playa. Hay una película detrás de la película.
– Y la meteorología hizo el resto.
– Sí, a dos semanas de arrancar nos pilló el temporal más potente de Canarias en los últimos 40 años. El mar se llevó la arena de la casa que teníamos preservada meses antes. Y sin arena no podía hacer la película, porque la protagonista avanza por ese arenal hacia el mar. Nos obligó a parar; no había ninguna forma de llegar a la localización. Tomé una decisión complicada: parar siete meses y cruzar los dedos. Pero ha merecido la pena. El equipo se movió al unísono, de forma especial.
– ¿Hablamos de 2019?
– Sí... [piensa]. Íbamos a rodar en octubre de 2018 y tuvimos que parar hasta mayo de 2019.
– Y, para colmo, le esperaba la pandemia.
– Nos ha hecho daño en el estreno y el remate. Era imposible poner la película en circulación antes. Temporal para arrancar, pandemia para acabar.
– ¿Tenía todos los nombres del elenco claros desde la escritura?
– La única segura era Carme Elías. Ya estuvo en mi anterior largometraje. Pero he tenido los actores que he querido. Es una suerte. Al chileno Alfredo Castro, uno de los mejores actores iberoamericanos, lo tenía claro, le admiro. Nos conocimos en unos premios Platino. Al verlo, pensé en el personaje de César. Está brutal.
– ¿Cuántas adolescentes barajó para el papel de Gabi?
– Vimos a ciento y pico. Las directoras de casting, Ana Sainz-Trápaga y Patricia Álvarez de Miranda, hicieron un trabajo muy exhaustivo. Un niño no es fácil de encontrar, y menos con experiencia. Nada más ver a María Romanillos dije: “Esta es Gabi”. Ganó un premio en Málaga, y le espera un carrerón. Es un talentazo.
– Con Juana Acosta para el papel de Fabiola no tuvo dudas.
– Ninguna, aunque tenía varios satélites en la cabeza. No necesitaba una mujer deprimida, sino impuesta por la situación. Tiene la energía y la potencia del acantilado. Juana cuenta con esa cosa salvaje, un poco animal, es enérgica. Era importante que ella sintiera que tiene el motor para ir hacia la vida tras el palo de haber perdido a su marido en un accidente de submarinismo. Juana está en un registro que no le conocíamos. Y Sonia Almarcha tiene poco papel, pero mucho peso. Solo con la mirada, no le hace falta hablar.
– ¿Le costó convencer a Héctor Alterio para esa colaboración?
– No. Leyó la historia y le gustó. Le apetecía trabajar con Juana Acosta y Alfredo Castro. Y cuando a un actor le gusta una historia… Estoy muy contenta con el casting.
– La película es una multinacional del español.
– Sí. Hay chileno, venezolana, argentino, colombiana, españoles… y es una coproducción belga-holandesa. El director de arte y el de vestuario son holandeses. Fue un rodaje muy bonito. Es importante contar con muchos puntos de vista, si sabes escuchar. Es muy importante ver cómo lee esta película un belga, un holandés o una colombiana. Eso nutre.
– En un rodaje tan complicado, ¿entra en conflicto la faceta de directora con la de productora? ¿Condicionan los gastos?
– La verdad es que afecta. Pero cuando estoy montando el proyecto trabajo mucho para levantarlo. Son películas difíciles, y estar en la producción ayuda a sacarlas a flote. Cuando llega la dura tarea de dirigir, hay momentos en los que no quieres estar pensando en otra cosa. Ahora que me voy conociendo un poco más, me gustaría trabajar más desde la intuición y poder estar un poco más libre. Y libre significa no tener que estar pensando en si el helicóptero llega o no o si hay una hora extra de rodaje o no. Ese ruido no deja de perturbar.
– ¿Pasarán ocho años hasta la siguiente?
– No han pasado ocho [piensa]. ¿O sí? La distancia más larga la rodé en 2013, fue larguísima. En 2015 estábamos con el Goya y con el Platino… Pero esta vez ha sido por el temporal y la pandemia. Hace un año y medio habríamos funcionado, sin duda.
– ¿Y ahora en qué vuelca el tiempo?
– Estoy rodando un documental que espero tener el año próximo. Va sobre la identidad y el trabajo del actor, con la memoria. Cuento con Carme Elías, amo a esa mujer, es un maravilloso ser humano. De las 10 personas más importantes para mí. Nos une algo que va más allá del cine. Rodar con un equipo muy pequeño es un proyecto que me toca profundamente. Pero quiero hacer la tercera película pronto. Tengo ganas de escribir y rodar. Hay cosas en la recámara para empezar a moverlas.
– Situémonos en febrero de 2022. ¿En cuántos Goyas o nominaciones piensa?
– Me hace sonreír, de momento, pensar en que esto terminará y podremos abrazarnos. Después de un año que ha dado un buen empujón al cine independiente: Las niñas, Ane... En la siguiente edición habrá películas de directores consagrados. Espero no pensar mucho en esto, y menos aún en el número de premios [sonríe]. Pero los galardones ayudan a hacer otras películas. Me siento preparada y con madurez para meterme enseguida con otro proyecto. Ya se verá. Ahora le toca trabajar a la película.
Claudia Pinto es poco mitómana. Confiesa que le gustan más los títulos que los directores o estilos. Le interesan Michael Haneke, los hermanos Dardenne o Andrei Tarkovski, con siete películas “de una coherencia admirable”. Asegura que ella valora una obra desde donde parte y comprueba la coherencia de su evolución. “Quieras o no, te comparas, y eso me centra mucho”. Se pone a enumerar registros, hitos, relámpagos cinéfilos. “Me fascina Los santos inocentes.Impresionante. Ves algo de Oliver Laxe o de Naomi Kawase y te llena. Es difícil ver una sola línea. Me gusta pensar que el cine nos trasciende. Las películas deben darme energía. Pero como voy a hacer una antes de dos años… [risas]”.
– ¿Por qué se instaló usted en Valencia?
– Empecé muy pronto en la dirección, con 21 años, cuando hice mi primer corto en Los Ángeles. El Sundance me invitó a un espacio al que solo se entraba con invitación. Pedían un guion de largometraje para entregar a los pocos meses, y entonces me di cuenta de que no tenía. Dejé la productora donde estaba, hice un máster para postularme a las becas… y busqué escuela de guion. Ese centro de guionistas que había en Valencia ya no existe, pero afronté un año intensivo en el que vinieron profesores de todas partes. Sentía que necesitaba más eso que una escuela de dirección. Pero podía haber caído en cualquier otra ciudad. Hice un doctorado, quería romper con la publicidad y otro tipo de proyectos. Me había cogido una vorágine que era una forma de trabajo.
– ¿Le gustaría hacer algo gordo en su país?
– No es todavía el momento por la situación del país. Pero hay muchas cosas interesantes que contar. Espero que llegue ese momento. Quizá la cuarta, la quinta, la sexta película... [risas].
– A lo mejor ahora pilla el ritmo de largometraje por año…
– [Risas]. Poco a poco. Dirijo televisión, y eso me ayuda. Para mí es un gimnasio. Las películas las vivo mucho, pero la televisión la vivo también. Te llegan las historias y las vives desde la dirección, con actores y decorados que no has elegido tú. En un proyecto hay mucha gente que toma decisiones, tienes 45 minutos o una hora para grabar secuencias. Eso te da un músculo para visualizar la escena rápidamente. Se trata de sacar el mejor resultado en poco tiempo. Para mí la tele ha sido clave, y el nivel de las series también te ayuda a aprender.
– ¿Qué contenido quedará para las salas?
– Me lo pregunto mucho. Está claro que Las consecuencias es muy bestia: está rodeada de agua, el sonido inmersivo te mete dentro del volcán. En el cine notas el peso de ese paisaje que nos minimiza. Y siempre es también muy interesante ver la película con otros a la vez. Creo que hay sobredosis de streaming. Es un lujo estrenar en sala. Las consecuencias funciona en plataformas, pero el cine tiene este plus. A veces estoy viendo una película y pienso que iría mejor como serie en varios capítulos. Este nuevo cine nos va a hacer un poco más finos.
– ¿Rodar con dron se ha convertido en algo obligatorio al dirigir?
– Le tengo cierta manía porque me recuerda a bodas, bautizos y comuniones. Pero tampoco hemos abusado de él. El dron se utilizó solo en el plano en el que nos acercamos a la cueva. No había otra forma de entrar desde fuera: imposible poner la cámara en el agua, mejor volando. Tampoco había otra forma de hacer un plano cenital del coche en una carretera serpenteante. No existía loma más alta. En mi ópera prima también me había pasado, necesitaba verlo desde cierto ángulo para poder apreciar la magnitud. En películas como esta, muy humanas o muy íntimas pero con un paisaje tan abrumador, te buscas la vida para jugar con los planos. Y un escenario tan bonito no es fácil de fotografiar como cuando vas de viaje y haces muchas fotos. Es un trabajo medir cómo verlo y desde dónde verlo. El dron es un elemento más, como una grúa. Te da un punto de vista no real, pero eso es bueno según desde dónde lo uses eso es bueno. Yo pretendía que la isla fuera un testigo. Esa montaña, ese mar, tenían algo que decir. Y una cámara desde lo alto o una cámara subacuática aportan.
– Por cierto, ¿cómo es la sensación de rodar con cámara bajo el agua?
– Los planos más abiertos, más generales, los hicimos a mayor profundidad, a 27 metros. Otros, a nueve, como el accidente de donde parte la película. Yo estaba en la barca y me parecía increíble hablar a Juana Acosta como si estuviera a mi lado. Es un rodaje muy impresionante. Yo tengo pánico al mar. No sé por qué hago películas de aguas y de cuevas. Bueno, sí lo sé.
– Cuente, cuente.
– Mi padre era ingeniero. Le mandaron a trabajar en la presa del Guri, entre las más grandes de América Latina. Llegamos cuando yo tenía un añito. Había gente de todas las nacionalidades para hacer la presa. Estaba cerca de la zona venezolana del Roraima, donde rodé mi primera película. Tuve una infancia bastante bonita allí, hasta los nueve años. Habitábamos en viviendas temporales, como tráileres o casitas prefabricadas, iguales entre sí. Sabíamos que la presa iba a inaugurarse y que aquello llenaría de agua tarde o temprano. Los años que estuve ahí tienen que ver con mis películas, como esa pasión por la naturaleza, por saber que hay algo más. Cuando volví tiempo después, todo aquello estaba anegado. Desde un alto se adivinan cosas que hay debajo: el techo del colegio, el parque... Cuando escribí la aparición de la niña a Fabiola no tenía consciencia de eso. Ahora lo entiendo, todo tiene que ver, todo es catártico. Son momentos felices que marcan tu sensibilidad, sin duda. Antes o después sale todo.
– ¿Hace usted las películas pensando en quien las ve?
– No pienso en una gran masa de gente, pero sí me dirijo a los otros, soy comunicadora social de formación. En Canarias, cuando acabó el pase de la película, el clima de intimidad en la sala era alucinante. En ese momento la peli ha hecho su trabajo, ha generado algo. Gente de la organización me manda comentarios de personas que la han disfrutado o que les ha servido para reflexionar. Esto es un viaje de ida y vuelta. Ese diálogo es una pasada.