La Velasco. En el mundo de las actrices, el uso del artículo determinado delante del apellido tiene algo de épico. Esa partícula pone a la artista en una especie de categoría olímpica, de invisible pódium para estrellas: la Garbo, la Xirgu, la Piquer... La Velasco. Cómo es el idioma. Un simple artículo, y qué difícil de conseguir. Y, ojo, solo para actrices. El artículo masculino es refractario a este sentido áureo. Hagan la prueba. Abran Internet por la página de ese buscador tan conocido que tan pocos impuestos paga en España y entrecomillen “La Velasco”. ¿Qué les dije?
A Concha Velasco (Valladolid, 1939), el estatus de estrella se lo ha ido otorgando el público después de una relación de décadas en la que ella ha sido fiel hasta la extenuación. Pero, aunque estrella y enamorada hasta las trancas de su profesión, la actriz confiesa que está en esto por necesidad. “Ningún señor me ha retirado ni fui mujer objeto”, afirma sin dejar de poner la guinda con su sorna castellana: “para mi desgracia”. Y así, Velasco lo mismo presenta Cine de barrio (¿imaginan alguien más adecuado?) que recrea su vida sobre las tablas en un musical (el inmerecidamente castigado Concha. Yo solo quiero bailar) o se propone llenar este verano el teatro de Mérida con la Hécuba de Eurípides.
Tras una larga e intensa sesión fotográfica (cómo disfruta esta mujer delante de una cámara), nos sentamos con un vino blanco frío de por medio y hablamos de su vida y de sus mejores personajes.
– El pasado octubre declaró a ‘El País’ que preparaba su entierro...
– La periodista arrancó un titular brillante, pero no supo entender mi sentido del humor, que es bastante agrio. No estoy para morirme, ni mucho menos. Estoy encantada de la vida.
– Y es una máquina de trabajar. ¿A la fuerza ahorcan o es adicta?
– Ahorcan, ya lo creo que ahorcan. No soy adicta al trabajo. Es absoluta necesidad.
– De sus comienzos en la escuela de danza, las giras y las innumerables pruebas, ha dicho: “Mi cuerpo aprendió a no dormir”. Suena duro para una chiquilla.
– Pero así es mi vida. De todos modos he hecho un concienzudo ejercicio para eliminar cualquier rastro de rencor. No quiero mirar atrás ni me arrepiento de nada.
– No hay cuentas que saldar.
– No. Vivo una plenitud que ojalá hubiera tenido en el pasado. Yo tenía una vocación instigada por mi madre. Me tenía todo el día estudiando y de acá para allá, que si idiomas, que si el conservatorio, que si pruebas... pero reconozco que fue mi guía. De gira en el año 54 ganaba 45 pesetas diarias, de las que tenía que enviar la mitad a casa. Esas pesetas daban para lo que daban. Tengo claustrofobia y no puedo dormir en habitaciones sin ventanas. Dormía en la calle y perdí el sueño.
– ¿Hasta hoy?
– Uf, para dormirme a mí hay que darme con un palo en la cabeza. Ahora bien, [categórica] soy una mujer de 73 años que no reniega de nada, que acepta su pasado y vive su presente. Solo me preocupa lo que afecte a mi familia.
Damos fe. En unas horas la hemos visto celebrar que su sobrina haya encontrado por fin empleo y la hemos oído contar cómo le fue haciendo de canguro de su nieto la pasada noche.
– En 1958 tuvo su primer gran éxito con ‘Las chicas de la Cruz Roja’ y le pudo comprar una nevera eléctrica a sus padres.
– ¡Qué va! No era eléctrica. Era una Edelweiss buenísima, pero de hielo, amigo mío. Había que bajar a comprar las barras, subirlas con el gancho, picarlas... Lo mejor de aquella época era conseguir que mi familia viviera bien.
– ¿Era su obsesión?
– Y lo sigue siendo. Cuando tienes tantas necesidades te sueles convertir en un agarrado, como Charlton Heston, que recogía los trozos de decorado para su chimenea de La Moraleja. Si no, te conviertes en cigarra. Me lo gasté todo y disfruté haciéndolo. Soy cigarra total.
– ¿Y si vienen mal dadas?
– A veces he estado amargada, he tenido depresiones, he sido alcohólica...
– El “método Staniswhisky” del que hablaba en ‘Concha. Yo lo que quiero es bailar’...
– Todo lo que confesaba en esa función, y lo mal que se ha entendido. La única crítica al espectáculo la hizo García Garzón en el ABC, el resto eran críticas personales.
Más de 50 años atrás, en 1959, tuvo su primera gran oportunidad en las tablas: sustituir a Nati Mistral en Ven y ven al Eslava, la revista dirigida por Luis Escobar y protagonizada por Tony Leblanc. “Estaba como un queso. Unas piernas, un culo... Qué barbaridad”, enfatiza, jocosa.
– ¿Escobar fue su Pigmalión?
– Me llevaba a su casa y me enseñaba modales: “No te pintes en la mesa” (porque yo soy muy de sacar el espejo); “Niña, este cubierto va aquí”...
– Vamos, como en las películas de Berlanga.
– Tal cual. Allí conocí a Dalí, a Nureyev, a Margot Fonteyn. Tony me enseñó los números de baile y me introdujo en este círculo. Fue maestro y compañero, como Landa, López Vázquez, Fernán Gómez y, más tarde, Pepe Sacristán.
– ¿Qué los diferencia de las nuevas generaciones?
– Teníamos la necesidad del torero que se arrima al cuerno.
– ¿Para llegar a estrella hay que ser más ambiciosa que trabajadora?
– Las dos cosas. El otro día preguntaban a DiCaprio en qué se parece a Gatsby, y él respondió: “En la ambición”. Por cierto, quiero corregir a los críticos que han despedazado El gran Gatsby: es magnífica, un caleidoscopio de su época.
– La veo muy puesta. ¿Se lleva siempre el quesito rosa en el Trivial?
– Soy muy cinéfila, sé hasta de qué color llevaba las bragas la amante de John Ford. Pero a lo que iba: en los sesenta no podías decir que eras una estrella sino que eras buena cocinera. Luego llegó la progresía y lo mismo: entonces había que decir que eras actriz, pero no una estrella. Aquí ser una estrella ha estado muy mal visto.
– En 1966 hizo para televisión el primer, y muy sonado, ‘Don Juan Tenorio’ junto a Paco Rabal.
– Aquel Don Juan murciano que paró la circulación. No había un coche en la calle.
– Y declaró: “Gustavo Pérez Puig tenía una fe en mí como actriz dramática de la que yo carecía”. ¿Llegó al teatro serio por la televisión?
– Por directores como Gustavo, Pedro Amalio López o Juan Guerrero Zamora. Este me dio mi primer papel con 18 años en El bosque petrificado. Iba recomendada por Fernando Rey, que me quería meter mano, como todos. No les servía de nada, pero me recomendaban.
– Con la esperanza de...
– Con la esperanza de [zanja traviesa]. Yo no me dejaba, pero tampoco ellos eran mala gente.
– Menos mal. ¿Por qué no tenía fe en sus dotes dramáticas?
– Porque los directores no confiaban en mí. Aún hoy les cuesta. Me ven llegar maquillada y se enfadan. Quieren verme en personaje desde el primer momento. José María Pou también desconfía.
– ¡Pero si no paró hasta engancharla para hacer ‘La vida por delante’!
– Desde el primer ensayo me hizo estar descalza y en combinación. ¡Menudas afonías me agarraba! Vienen con miedo desde el primer día, se lo digo yo. Todavía recuerdo el calvario con José Luis Alonso. Un mes ensayando el monólogo de Las cítaras colgadas de los árboles con el pobre Jesús Puente: “En los pajares, cuando tú me besabas, hasta la paja ardía...”.
Entona con pasión y explica cómo tuvo que reconvenir al propio director. “¿Cómo que eso no es así? Llevo un mes ensayándolo en tu casa. ¡Es así y así lo vamos a hacer!”, rememora Velasco entre risas por su arranque de mujer de armas tomar.
– ¿Qué opina de los Estudio 1 modernos?
– Que me perdonen, pero no es teatro, es mal cine. Habría que hacerlo llevando los decorados a un plató, con cuatro emplazamientos de cámara y realización con lenguaje televisivo, como lo hacían Gustavo o Adolfo [Marsillach].
– Aquellos programas dieron cultura teatral a gente que no iba al teatro.
– Gustavo quiso hacer un Teatro de barrio. Salía baratísimo, pero nunca se emitió. Los directivos abominan del blanco y negro, salvo que sea Paco Martínez Soria. Pero, fíjese, ¿cuál fue el Óscar del año pasado? The Artist. ¿Y el Goya de este? Blancanieves. ¿En qué fotografía Annie Leibovitz? El blanco y negro está de moda. Pero yo ya no tengo capacidad de lucha.
– Sin embargo, su trabajo televisivo más importante fue una serie: ‘Teresa de Jesús’. ¿Cómo se hizo con el papel?
– La serie fue una exigencia del cardenal Tarancón al nuevo gobierno socialista. Ana Belén iba a hacer la Teresa joven y Lucia Bosé, la mayor. El maquillador Julián Ruiz le dijo a Josefina Molina que yo podría interpretar a las dos. Me vio en el teatro y me contrató.
– ¿Inspiraba respeto la tarea?
– Mucho. Por los guionistas, nada menos que Carmen Martín Gaite y Víctor García de la Concha, y por el antecedente de Aurora Bautista, una actriz a la que hay que reivindicar. Y yo no era ninguna experta.
– La veo más de héroes que de santos.
– Siempre me han chocado los santos milagreros y con cilicio que se aparecen a pastores. Sin embargo, Santa Teresa no hacía milagros, era doctora de la Iglesia. Lo del niño al que salvó de un beso fue un boca a boca. El almendro que floreció el día de su muerte… En fin, ya sabe lo suyos que son los almendros para florecer.
– Y lo de la levitación era por el láudano.
– No, ojo, eso se puede hacer con la fuerza de la mente. Todo está aquí [se señala la cabeza]. Ella y San Juan de la Cruz echaban carreras a ver quién levitaba más.
– ¿Y usted cómo anda de fe?
– Soy religiosa porque me conviene. Me da consuelo y pido a Dios por mis hijos. Es como la Fuerza en La guerra de las galaxias: me concentro y creo en ello. No soy ninguna ingenua, pero quiero creer.
– En contraste con la santa, interpretar a la matriarca de ‘Herederos’ o a la gobernanta de ‘Gran hotel’ debe de darle cierto gustirrinín, ¿no?
– Me gustaba más la asesina de Herederos porque me permitía contacto físico. A la gobernanta me ha costado mucho hacerla. Es demasiado arquetípica. No le han dejado ninguna rendija para que respire, ninguna debilidad.
Años antes de la serie, su carrera teatral había dado un giro definitivo. Interpretó en 1970 su primer papel dramático en La llegada de los dioses de Buero Vallejo, con Juan Diego. Comenzaron las movilizaciones de actores que culminaron en la huelga de 1975. Concha Velasco formó parte de todo aquello.
– ¿Se sintió marginada por venir del teatro de revista y la comedia ligera?
– Tiene gracia, ahora voy a trabajar con José Pedro Carrión, al que conozco de la época de Layton. A mí no me dejaban matricularme en el TEI por haber hecho Las chicas de la Cruz Roja. Solo podía ir de oyente. Llegué a renegar de mi pasado profesional. Hoy me enorgullezco de él.
– ¿Cuándo se notó de verdad dominadora del escenario?
– Hay dos momentos. Principalmente en Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? [1981]. Sacristán, Marsillach y yo lo teníamos todo tan claro que a los veinte días ya podíamos haber estrenado. En el 23-F estábamos en escena y pasamos miedo, y con razón. Hace poco se ha hecho pública una lista de personas que iban a ser ajusticiadas si el golpe triunfaba. Los tres estábamos en ella.
– ¿Y el otro momento?
– En 1977, en Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipcíaca, también con Marsillach. Fue un montaje tremendo, con música de Enrique Morente, un autodidacta que componía con la guitarra delante de la grabadora, coreografía de Mario Maya y la voz de Carmen Linares.
– Los personajes pedían la amnistía para Mariana Pineda, un símbolo de lo que ocurría en la calle.
– Si la amnistía hubiera llegado antes, Mariana Pineda no habría sido ejecutada. Recordemos que los últimos fusilamientos del franquismo, anteriores a la amnistía general, estaban aún muy recientes. En Sevilla se levantó un señor durante mi monólogo y subió al escenario con algo en la mano. Todos nos quedamos petrificados, aterrados. Era la bandera de Andalucía. Me envolvió con ella y se bajó entre los aplausos del público. En esta función pasó de todo.
– Usted ha visto cosas, como el replicante de ‘Blade Runner’…
– Ja, ja. Es verdad, pero entonces no tenía hijos. Hoy debo tener más cuidado.
El momento culminante de su trayectoria teatral reciente llegó en 2010 con la encarnación de la exprostituta judía Madame Rosa en La vida por delante, dirigida por José María Pou. En ella mostraba con desparpajo la celulitis de sus piernas de siete décadas, esas piernas que encandilaron a generaciones de españoles. “Me encanta guiñar el ojo al público y jugar con él”, explica.
– Romain Gary tuvo un final tremendo.
– Su hijo, que vive en Barcelona, me ha contado por carta que no es cierto que esta señora fuera una prostituta de Pigalle, sino que era su tata, la mujer que lo crió. Como él, fue abandonada por sus padres. Porque Jean Seberg se suicidó y tiempo después Gary se pegó un tiro. Ella había compartido a Gary con Carlos Fuentes y Ricardo Franco, y a este lo metió en el mundo de la droga. El propio Franco me lo contó.
– En los momentos malos de verdad, ¿hay que tragar saliva para subir al escenario?
– A mí el escenario me ayuda mucho. Ahí arriba me siento muy segura... Oiga, se nos hace tarde, me ha parecido ver pasar a mi nieto con el balón y su traje del Madrid...
– Una última cosa. ¿Cuál ha sido el mejor momento de su vida?
– Este. No tenga duda.