Tampoco le falta experiencia en la ópera, un género que ya ha cultivado en cinco ocasiones. Presenció los continuos coqueteos y refriegas del descarado seductor de Don Giovanni, en La bohème vivió de cerca un tormentoso idilio que terminaba definitivamente cuando la novia moría de tuberculosis, descubrió los efectos devastadores que causaba en los hombres la pasional cigarrera de Carmen, con Manon Lescaut aprendió que es preferible una intensa vida de amor a una aburrida vida de lujo y en Il trovatore lamentó que los dos pretendientes de una aristócrata rivalizaran hasta la muerte sin saber que eran hermanos.
HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ
− ¿Recuerda el momento particular en que decidió ser actor?
− Perfectamente. A los siete años, cuando estaba en segundo curso de EGB, una profesora nos daba clases de interpretación. Las disfrutaba muchísimo, era lo que más me gustaba del colegio. A partir de entonces supe que sería actor.
− ¿Quién fue la primera persona a la que se lo contó?
− A mi madre. Le apasiona el mundo artístico y siempre ha apoyado mi decisión. De pequeño ya me llevaba a clases de baile, teatro, pintura…
− ¿Cuál ha sido el mayor golpe de suerte que ha recibido hasta ahora en su carrera?
− Conocer a mis representantes, Jesús Ciordia y Ana Belén Burgos. Tampoco me olvido de Alfonso Albacete: me dio mi primera oportunidad en cine con Mentiras y gordas, que dirigió junto a David Menkes, y ahora me ha vuelto a llamar para su película Solo química. Es un gustazo trabajar a sus órdenes, estaré dispuesto siempre que cuente conmigo. ¡Para él solo tengo palabras de agradecimiento!
− ¿A cuál de los personajes que ha interpretado le tiene especial cariño? ¿Por qué?
− Al gamberro y divertido Raúl de Felices 30, una obra que dirigía Mariano de Paco y con la que estuve casi un año de gira por España. Recuerdo que, durante una función en Segovia, a Olalla Escribano y a mí nos dio tal ataque de risa en pleno escenario que éramos incapaces de seguir. ¡Se lo contagiamos incluso al público! No sé cómo pudimos terminar aquel día. Nunca olvidaré ese momento, a pesar de la posterior bronca del director.
− Si el teléfono dejase de sonar, y ojalá que no, ¿a qué cree que se dedicaría?
− No me veo haciendo otra cosa que no sea actuar.
− ¿Ha pensado alguna vez en tirar la toalla?
− ¡Jamás! Tirar la toalla no entra en mis planes.
− ¿En qué momento de qué rodaje pensó: “¡Madre mía, en qué lío me he metido!”?
− Afortunadamente, no he tenido ningún problema.
− ¿Le gusta volver a ver las series y películas en las que ha participado?
− Cuando pasa algún tiempo, sí, pero al principio me cuesta un poco.
− ¿Cuál considera que es el principal problema del cine español y qué solución se le ocurre para paliarlo?
− La figura del productor está desapareciendo. Y es una pérdida tremenda, porque es ese profesional quien arriesga, descubre y apuesta. Este país tiene talento de sobra: buenos guionistas, directores, actores… En Francia enseñan a los niños a amar y respetar su cultura y su cine. Aquí debería ser igual. Nos lo están poniendo muy difícil, aunque no imposible.
− ¿A quién le devolvería antes la llamada, a Tarantino o a Burton?
− Me encantaría trabajar con los dos, pero Tarantino me tira mucho.