SU RELACIÓN CON LOS ACTORES
Un director de pocas palabras
“He escrito para los actores todos mis guiones”, aclaraba Berlanga, “enseguida les he puesto caras reales. Si por alguna razón me veo forzado a cambiar a alguno, estoy jodido. Si debo cambiarlos a todos, es una catástrofe”. No llegó a tanto la cosa en El verdugo, aunque sí encontró razones para la queja. La presencia italiana en la producción hizo que el galán Nino Manfredi se ocupara del personaje principal de José Luis, al cual ya habían renunciado tanto su compatriota Alberto Sordi como el galo Charles Aznavour. Los artífices de la historia habrían confiado el protagonismo a López Vázquez, relegado en cambio al papel secundario de Antonio, hermano del sepulturero.
El trato entre Berlanga y Manfredi resultó complicado: al primero le parecía un hombre demasiado guapo para la idea que él tenía en mente y el segundo necesitaba conocer las motivaciones que guiaban el comportamiento de su personaje para encarnarle. A fin de evitar que el intérprete estuviese todo el día interrogándole, el astuto realizador se rodeó de allegados que le interrumpirían con cualquier excusa si se le acercaba. “Era muy bueno”, reconoció en su día, “pero hacía muchas preguntas. Se angustiaba porque no le daba indicaciones. Por las noches me perseguía para que repasáramos el texto y yo me escabullía como podía. El pobre se sintió muy abandonado”.
A Emma Penella la ficharon tras ver la representación de Micaela en el Teatro Lara de Madrid. “Yo tenía gira con esa obra”, recordaba la actriz, “así que fue un disgusto para ellos. Terminé un miércoles y el jueves viajé a Palma de Mallorca, donde me puse a estudiar el guion a toda prisa, ya que el rodaje iba a comenzar el lunes”. Como le sucedió a su marido en la ficción, ella también se sintió desanimada por la inexpresividad del valenciano. Así describió el mal rato que pasó: “En un descanso me fui a dar un paseo por el malecón porque estaba preocupada y no quería que nadie viese que se me caían las lágrimas. De pronto me tocó el hombro Berlanga. Me preguntó por qué lloraba y le dije que no sabía si estaba satisfecho con mi labor. Contestó que, si no me había comunicado nada, era porque estaba perfecto”.
Al margen de ese malentendido, la madrileña solo tenía halagos para quien le daba órdenes desde detrás de la cámara. “Parecía que no se enteraba de nada. Y estaba en todo. Nunca le vi ni ir al baño. ¡Era incansable! Le costaba arrancar, pero ya no paraba cuando se ponía en marcha”, explicaba.