Represión y lujuria en la España de los sesenta
JAVIER OCAÑA
La ligera apertura en la censura cinematográfica tras el nombramiento de José María García Escudero en 1962 (y hasta 1968) como director general de Cinematografía, permitió el estreno de tres magníficas películas que comparten ambientes y subtextos: el teatro ambulante y la represión sexual en España. Estas obras son Los farsantes (Mario Camus, 1963), Nunca pasa nada (Juan Antonio Bardem, 1963) y Las salvajes en Puente de San Gil (1967), seguramente el mejor trabajo de la carrera del entonces debutante Antoni Ribas.
Quizá sea esta última la que más incida en dicha represión y, más allá, en su temida contrapartida reflejada en el espejo: la lujuria, el acoso sexual y la violencia de género. Ambientado en el seno de una compañía de revista contratada por un empresario local en el pueblo ficticio de Puente San Gil, el guion de Ribas está basado en una obra de teatro de José Martín Recuerda que se estrenó en 1963 en el teatro Eslava de Madrid bajo la dirección de Luis Escobar. Sin embargo, al ver la película, y eso es un mérito mayúsculo, apenas se puede intuir su origen teatral: muchísimos exteriores, infinidad de personajes hablando al alimón, puesta en escena muy vehemente, planos con encuadres fuera de lo convencional…
Las posturas enfrentadas en el pueblo se despliegan en cuatro vertientes del conflicto. Primera, la de los hombres, mayoritariamente a favor de la representación y de la presencia de la compañía de coristas, aunque traten a sus integrantes casi como a ganado al que admirar por su carne y, si se tercia, incluso a acosar y atacar, como demuestra la bárbara tentativa de violación colectiva hacia las mujeres. Segunda, la de la inmensa mayoría de las mujeres del pueblo, de un puritanismo recalcitrante y dispuestas a prohibir las dos representaciones firmadas, con el visto bueno de la administración local y la censura. Tercera, la del cura local, que en la obra de Martín Recuerda ponía el entonces necesario contrapunto de la moral católica, pero que en el relato cinematográfico de Ribas adquiere tintes poco prácticos, como una especie de pusilánime que deja hacer y se deja avasallar. Y cuarta, la de una joven del pueblo de mente abierta que acaba haciendo amistad con las vedettes y actrices y que, en un final demoledor, termina yéndose con ellas de gira, aunque en un coche de la policía que ha acudido al lugar para aplacar los disturbios que se forman.
Las salvajes en Puente San Gil obtuvo excelentes críticas y un muy buen recibimiento por parte del público, sobre todo teniendo en cuenta sus particularidades. En total, casi medio millón de espectadores.