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19-12-2024

La silla del director



David Pérez Sañudo

"Me siento orgulloso de no tener padrinos"



Este año ha encadenado dos rodajes. Tras estrenar la reflexiva ‘Los últimos románticos’, ultima el ‘biopic’ de ‘Sacamantecas’, el asesino que atemorizó a Vitoria en el siglo XIX. Consumado director de actores (no solo actrices), el director de ‘Ane’ prolonga en los largos su aplaudida destreza con los cortos


 JAVIER OLIVARES LEÓN

FOTOS: UNAI MATEO

No debe ser sencillo tratar de evadirse paseando por Central Park cuando aún te quedan en tu país dos semanas del rodaje de Sacamantecas (el primer asesino en serie de España) y los montadores no paran de mandar mensajes sobre sus avances. “Sí cuesta, sí. Veremos cómo nos habla el material, porque me da la sensación de que tenemos algo especial entre manos”, cuenta desde Nueva York David Pérez Sañudo, cineasta bilbaíno de 37 años. “Han sido dos rodajes en 2024, algo muy estimulante, pero también duro”. Este pasado otoño estrenó Los últimos románticos, una historia melancólica, social, hipocondriaca, rodada en euskera y castellano. Adaptación de la novela de Txani Rodríguez, le ha dejado una sensación agridulce. “En términos de crítica, de respaldo de la gente que la ha visto, hemos recibido cariño.Pero a nivel de impacto, el estreno fue más minoritario de lo que pensaba, la verdad”, reconoce.

 

– ¿Condiciona el euskera a la hora de convocar a las masas?

– No tengo ni idea. Desde luego, algo que tiene que ver con el idioma y con datos poblacionales. En catalán también resulta difícil pese a ser una lengua con más millones de hablantes. Aun así, habrá sido por las fechas, por la acumulación de títulos en cartelera, por no haber tenido una adhesión tan fuerte al Festival de San Sebastián… No sé a qué se debe, pero me imaginaba que tendría más chicha.

 

– ¿Qué fortaleza profesional extrae de Los últimos románticos?

– Haber compartido momentos concretos con la actriz protagonista, Miren Gaztañaga, saber que para ella esta experiencia es importante y positiva en lo profesional y en lo humano. Eso es lo más relevante para mí. 


– Como actriz, transmite mucho. Eso le dará tranquilidad al director.

– La verdad es que sí. Es una de las artistas con más solvencia y más presencia en el cine y el teatro vascos. Y yo he podido disfrutar de ello. 


– La fábrica de papel en la que trabaja la protagonista refleja a la perfección aquella atmósfera de reconversión industrial de mediados de los ochenta.

– Es curioso que todavía haya municipios en los que te encuentras ese paisaje si caminas apenas cinco minutos desde el centro. Es un territorio de intensidad industrial y esplendor de la economía: había mejores salarios, cierta prosperidad… Y eso permea en la manera de ser, en la manera de ir construyendo hábitos del municipio. Si buena parte de la población de un territorio trabaja en grandes fábricas y se produce una mutación repentina hacia ciertos servicios, aquel poso sigue quedando. Eso me interesa mucho. Algo hace que determinados lugares, como las ciudades de la margen izquierda de Vizcaya, en la periferia de Bilbao, estén muy marcadas por el metal, por el color gris. Hay parte de la infancia, vínculos con la familia. 


– Miren Gaztañaga finalmente no ha logrado la nominación al Goya.

– Teníamos poco músculo. Tampoco la ha visto muchísima gente. Nos falta algo de promoción o de impacto en ese sentido. Muchos académicos ni siquiera la han visto. 


– Ane, su gran ópera prima, que ganó tres Goyas, gravitaba sobre Patricia Pérez Arnaiz. Ahora es Gaztañaga la que acapara el relato. ¿Es usted un director de mujeres?

– Es algo circunstancial. Puede que la próxima película sea más masculina (de hecho, así va a ser) o tenga un reparto más mixto. Me cuesta juzgar cómo es mi mirada, creo que eso tiene que hacerlo otra persona.


– En su trayectoria, de exitosos cortos y dos largos, se repiten varios nombres fieles: López Arnaiz, Fernando Albizu, Luis Callejo, Álvaro Cervantes... 

– Es gente muy cercana. Pero no crea que siempre tienen disponibilidad. Por ejemplo, quiero mucho a mi amigo Álvaro. Nos hablamos con mucha honestidad. Conocemos los anhelos que tenemos cada uno. Me gusta trabajar entre amigos. Hay algo también de viaje compartido. Trabajar con Luis Callejo y Patricia López Arnaiz es fascinante. Y qué decir de Fernando Albizu: me tendió la mano desinteresadamente en los primeros cortos. En el momento en que levantas alguna película que se remunera mejor, estaría feo no llamar a la gente que te ha ayudado…

 

– Con la mano en el corazón: cuando ve el éxito de López Arnaiz, ¿siente que se la ‘usurpan’? 

– No, qué va, yo estoy muy contento de que tenga tanto trabajo, pueda elegir proyectos y se vea y se premie su talento. Me alegro genuinamente, es una persona tan importante para mí… Y me gustaría que a Miren [Gaztañaga] le ocurriera lo mismo. Que algunos medios que no la han entrevistado acudieran a ella ahora. No es un reproche. A veces, visto desde fuera y por la experiencia de dos largometrajes, me digo: “No tengo ni idea de cuál es el valor noticiable de las personas”.



– ¿Cómo introduce elementos nuevos en los rodajes?

Creo que lo ideal es un híbrido entre equipo que repite y personas que debutan. Eso proporciona cierto grado de tensión debido a ese desconocimiento, pero me parece algo positivo. Aquí no todo tiene que ver con el resultado ni con la ambición personal. Es importante mantener los vínculos y ser muy conscientes de dónde venimos. ¿Por qué estamos pudiendo rodar películas? Porque antes ha habido un mundo del cortometraje más invisibilizado, menos exitoso, menos flamante…

 

– ¿Está la industria en deuda con el corto?

– Totalmente. Es curioso que no logremos viralizar ni hacer rentable un formato tan fascinante, que se adapta bien a los nuevos tiempos ⎯al móvil, a los viajes en metro⎯. ¿Cómo es posible que una persona o una productora haga un corto, gane 50 premios y no amortice la inversión? Esas cosas me hacen pensar. Existen muchos festivales, pero pocos pagan por la selección de cortos. Y pocas televisiones los compran. Me parece necesario cuidarlo. Quizá aún se considera algo residual, la forma de practicar de gente que quiere empezar a dedicarse al cine, como si el relato breve no fuese literatura. Creo que es una oportunidad perdida. El talento en ese mundo no dista tanto del que hay en los largometrajes. Se ha alcanzado un nivel de calidad impresionante.

 

– Tiene numerosos premios por sus piezas breves. ¿Suele ir a recogerlos?

– Uf, no puedo ir siempre. Desgraciadamente. Me sabe fatal no haber ido a recoger bastantes. Por ejemplo, porque me haya pillado en el rodaje de un largo. Pero estoy agradecido a cada reconocimiento. Me encanta el sueño de hacer cortos, aunque es dificilísimo compaginarlo con el rodaje de una peli. Este último año y pico ha sido frustrante en ese sentido: nos han dado mucho cariño en los festivales de cortos, con una Biznaga en Málaga, y fue una faena no poder ir allí a recogerla. 

 

– ¿Cómo consiguió a Pablo Rivero y a Leticia Dolera para Indirizzo, su primer corto? 

– Fue por inconsciencia, yo creo. Nació para una práctica de mi posgrado de seis meses en la ESCAC. Se seleccionaron tres proyectos para ser rodados en negativo o en 35 milímetros. Alguien de la escuela dijo: “Esto es un corto de género. Habría que vestirlo con actores talentosos, sin dejar de cuidar la parte industrial”. Nos juntaban a gente del máster de Dirección con una persona del máster de Producción. Parte del reto consistía en generar un equipo técnico y artístico solventes. Yo estaba muy unido a Elena Maeso [su socia en Amania Films] desde la universidad. Empezamos a mandar peticiones a actores, representantes… Las de Pablo y Leticia fueron nuestras primeras propuestas y nos dijeron que sí.



– O sea, no necesita padrinos.

Me siento orgulloso de no tener padrinos. Y no es que me guste ese discurso de la gente hecha a sí misma. Nos proporcionaron 3000 euros, y necesitábamos unos 12 000. Era el año 2009 o 2010. No teníamos ni idea de dónde sacarlos. Empezamos a preguntar en las tiendas, a los comercios del barrio, del pueblo. Una panadería, el ayuntamiento… Y con 2000 euros de aquí, 1000 euros de allá, de empresas y particulares, pudimos levantar el presupuesto. Desde la necesidad, fuimos capaces de obtener financiación para un corto que fue el germen de lo que más tarde sería la productora Amania Films. 


– Hablando de personas trascendentes en su carrera, trabajó como ayudante de dirección con Enrique Urbizu en No habrá paz para los malvados.

– Enrique Urbizu es alguien fundamental para mí y para muchos compañeros de Los últimos románticos y de Ane. Fue nuestro profesor en la Universidad Carlos III de Madrid, en la asignatura de dirección de actores. Hasta ese momento, yo no sabía descifrar la imagen. No había tenido ningún tipo de formación. La primera persona que me hizo entender y saber de cine fue Urbizu. No habría suficientes vidas para agradecerlo. Además, varios alumnos tuvimos la oportunidad de entrar como meritorios en No habrá paz… Imagínese: tu debut en la profesión va a San Sebastián, luego gana el Goya a la mejor película…


– Ya sabe: el siguiente desafío en sus repartos, dirigir a José Coronado.

– [Risas]. Bueno… Como yo estaba en dirección, tuve muy buena relación con él, pero desde el trato de un meritorio. Poner marcas donde acaba el plano y ese tipo de cosas. Conmigo siempre fue muy respetuoso y agradable. Tengo un poco ese recuerdo del miedo, de primera experiencia. Pero me gustaría dirigir a nombres de ese calibre. Es un actor fabuloso y tiene géneros. Una de las cosas que descubrí con No habrá paz… es que Enrique vio de forma nítida que ese físico y esa voz podían ser carne de thriller, de wésternHabía ahí algo imponente, asalvajado, casi de actor del Hollywood clásico, de cine negro.


– De momento, ¿está contento con Sacamantecas?

– Mucho. Cada proyecto tiene sus complejidades. Rodar Los últimos románticos fue extremadamente duro. Requería un tono muy particular, un tono muy difícil de conseguir. Y la mirada que uno tiene cuando está rodando no es fría, no es distante. Cuesta mucho. Sin embargo, Sacamantecas está siendo muy dura en lo físico, en las localizaciones: montañas, zonas muy aisladas… Los rodajes, por mucho optimismo con que los afrontes, por bien que te lo pases, acaban pasando factura. Física y emocional. Incluso si van bien


– ¿Qué tal dirigir a Antonio de La Torre?

– Me ha confirmado lo gran actor que es, me ha sorprendido su autoexigencia y la búsqueda de riesgo para no encorsetarse. Eso es algo poco frecuente y es parte de su éxito.

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